
Por
Anónimo
Mi jefe le rompio el culo a mi esposa
Por los antecedentes de mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche
estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy
vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de
las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.
Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Ana no fuera conmigo,
pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella
tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.
El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la
ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para
diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.
La ubicación que nos tocó no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo
del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.
Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido
asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales
del interior del país.
Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte
de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes
y los de avanzada edad se la comían con los ojos.
Su cabellera pelirroja y ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus
caderas con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus
zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su
costumbre, Ana exhibía sin disimulo.
La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa
y los aplausos habituales al terminar el mismo.
Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con
los compañeros de mesa.
La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario, era bastante
tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.
Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso
hizo la cosa más alegre.
– ¿Vamos a bailar?, me pidió Ana.
La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, que, al no ser muy grande, estaba
bastante concurrida.
La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos
los hombres que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían
sentados.
En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la
miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba el culo muy atentamente.
Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy
elegante con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la
empresa.
Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su
mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.
Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la
verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida
pensé.
Considere que alguien que disfruta de esa forma el culo de mi esposa tenía que
agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo
contemplara en toda su expresión.
Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy
lentamente para que Ana no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta
dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.
Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no
me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo
de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.
La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que
tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola
por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida
sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.
Observe al viejo y ahí note que me estaba mirando fijamente. Sentí como que
me preguntaba si eso había sido para él. Le hice un gesto con la cabeza que
podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El
repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Ana.
En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que
volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacía difícil disimular
mi erección.
– ¿Que fue eso del beso?, me preguntó.
– Nada, tuve ganas de besarte, le contesté.
– Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo.
– Nadie nos vio, le respondí.
Ella no dijo nada, solo río.
Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba
sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares
a las de él. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió
su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera
babeando con la cola de mi mujer.
La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida y
no les prestaba mucha atención, tenía dando vuelta por mi cabeza la imagen de
los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya
tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.
Mientras tanto Ana seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin
siquiera sospechar mis pensamientos.
Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.
– ¿Vamos?, me pidió Ana tomándome de una mano.
– En un rato, le conteste.
Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi
pantalón.
– ¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.
– No, para nada, respondí.
Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, lo que me vino bien para
cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.
Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo, pero el
viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de
vino.
– ¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.
– Claro, respondí. Era el.
-Y o ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo.
– En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.
– Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.
– Jorge Pietro, mucho gusto, estreche la suya.
– ¿En que sección de la empresa está?, preguntó.
– En ventas ¿y Ud.?
– Yo estoy en el directorio.
– Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales dijo sonriendo.
– No, está bien, dije incómodo.
-Además yo estoy solo y usted con una hermosa mujer, así que son dos contra
uno, sonrió nuevamente.
– ¿Es su novia?
– No, mi esposa.
– Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, señalándome la pista donde
ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.
– Y si, reí nerviosamente.
Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el
espectáculo de hace un rato había sido dirigido a él. La situación me incomodaba,
pero a la vez me ponía muy caliente.
– Ese vestido le queda de maravillas.
– Gracias, dije un poco inquieto.
– Le puedo decir que es hermoso porque se lo pude ver bastante de cerca hace
un rato mientras bailaban.
– ¿Que cosa?, pregunte nervioso.
– El vestido, ¿que pensaba?, sonrío.
– Nada, nada, respondí aún más tenso.
– ¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?
No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente
abrumado.
– ¿Sabe si su esposa tiene puesta bombacha?
– ¿Como?, pregunté con cara de disgusto.
– Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpó
ante mi reacción.
– Le pregunto porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las marcas de las tiras
de la ropa interior y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no
observe marca alguna, prosiguió.
Todo lo nervioso que estaba se transformó en excitación. El viejo se había
pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de
todo yo lo había empezado.
– La verdad no lo sé, le respondí.
– Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se le nota,
continué para calentar un poco más la charla.
– Tal vez, dijo.
Yo esperaba que la respuesta lo excitara, pero no tuvo ninguna reacción
– Me lo averigua, me gustaría saberlo, dijo mientras me estrecho la mano y se
retiró hacia su mesa.
Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mí a ver si quería continuar con el
juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado demasiado dialogar con
él.
Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Ana sin mirarla y continuo con su
animada charla con sus compañeros de mesa.
Al rato, terminó la música y todos volvieron a la mesa.
– ¿Que paso que no viniste?, me preguntó Ana.
– Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.
Se río y me dio un beso.
– ¿Y que viste?
– Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurré al oído.
– ¿Te diste cuenta?, sonrío.
– Con estos vestidos no se puede usar, continuó con voz picara.
– ¿Nada de nada?, le pregunte.
– Nada de nada, me contestó sonriendo.
– ¿Te molesta?, continuó.
– No, para nada, dije.
Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.
Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo
pensar muy bien
– Voy al baño, ya vengo, dije.
Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenía. Por suerte
no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.
Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerqué y le dije al
oído:
– Usted tenía razón.
El solo me miro, yo seguí camino al baño.
Me metí en un cubículo y me bajé los pantalones, ya no aguantaba la presión
que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para
masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.
– ¿Sr. Pietro, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.
Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.
– Si, respondí.
– Discúlpeme que lo interrumpa, pero quería estar seguro si entendí bien.
– ¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.
– Completamente, le respondí mientras me masturbaba frenéticamente.
– Ah, mire usted.
– Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?
Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.
– Bailar digo.
– Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.
– ¿Usted no tendría problemas verdad?
– No, fue lo único que salió de mi boca.
– OK, después lo veo.
Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me
acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco
y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miró.
– Como tardaste, me dijo Ana.
– Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.
– Se te nota muy colorado, ¿nos vamos?, me preguntó.
-No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.
Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara
nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de
terminarlo cuando quisiera.
Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a
bailar.
– ¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.
– La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si tenés ganas.
– Si usted lo desea puede bailar conmigo, se escuchó detrás de nosotros.
– Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Ana.
– Ana Pietro, un gusto, dijo ella.
– Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?
– Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.
– ¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.
– Para nada, diviértanse, mientras yo me repongo un poco.
Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su
apetecible culo.
Nuevamente me cambie de silla para poder espiarlos mejor, estaba seguro que
Ana con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.
No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó
a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola,
dirigió la mirada hacia mí y le dijo algo al oído, Ana me miro y sonrío, situándose
nuevamente frente a él.
Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba
produciendo dolor, tenía que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a
oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el
miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.
Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se
portó como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la
acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con unas gracias.
Pensé que todo había terminado ahí; Nada más equivocado.
– Vi que la pasaste bien, le dije.
– Si, Marcos es muy simpático, me respondió.
– Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.
– Y también lo volviste loco, dije sonriendo.
– Si, me lo dio a entender, sonrío.
– En un momento me puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta
que era viejo, pero no de fierro y que vos nos estabas vigilando, continuó con
cara picara.
– Si lo vi, y también vi que le hiciste caso.
– Te prometí que me iba a portar bien y yo cumplo mis promesas, sonrió.
– ¿Te calentó el viejo?
– Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.
Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se la notaba
excitada. No me sorprendí, yo sabía lo mucho que le gustaba eso.
– Voy al toilette, ya vuelvo, me dijo.
La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró más el culo, hubiese
apostado que lo haría, y continuó camino.
El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que
se perdió tras la puerta de baño.
Luego me miro, se incorporó y se acercó.
– Le pido disculpas, me dijo.
– ¿Por?, le pregunte.
– Por no poder dejar de mirarle el culo a su esposa, dijo en tono pausado.
– Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo está
desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.
– No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.
– Es más, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.
– Me alegro que no le moleste.
– ¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.
– ¿Que cosa?
– Mostrarme el culo.
– Ya se lo mostró en la pista, le dije.
– No me entendió, le pregunto si cree que ella querrá mostrarme la colita sin el
vestido, dijo muy seguro.
Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar
bien. No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.
– ¿No le parece que sería excitante para usted ver como su esposa le muestra el
culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.
No emití palabra, solo miraba la pista, mientras él seguía hablándome
discretamente.
– Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su
mesa.
No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no
me iba a ser difícil convencer a Ana, a ella le encanta eso.
Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese
dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo más y estaba
dispuesto a hacerlo.
– No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Ana al regresar.
– Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.
– ¿Te sentís mejor?, me preguntó.
– La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.
– ¿Sí?, que lástima, me dijo.
– Bueno vamos, no hay problema, continuó.
– Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.
– ¿Te parece?, no te veo bien, dijo.
– Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.
– Ok, voy a buscar los abrigos al guardarropa, ya vengo, dijo.
– Yo le voy a avisar al viejo, dije.
Llegue a su mesa, él se dio vuelta para prestarme atención.
– Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.
– Por supuesto, me contesto con una sonrisa.
– Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.
Nos ubicamos en mi auto, Marcos en la parte trasera y partimos.
– Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el
aroma inundaba todo el habitáculo.
– Gracias, respondió el.
– Me alegro que le guste, continuó.
– El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.
– Gracias, respondió ella con una sonrisa.
– ¿Uds. viven lejos?
– No, acá a unas 10 cuadras, conteste.
– Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja
tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.
– Otro día lo invitamos a cenar, dijo Ana.
– No estoy tan mal, se ve que un poco de aire me vino bien, dije.
– ¿Le agradaría tomar un café en casa?, le pregunté.
– Si a su esposa no le molesta me encantaría.
– No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba
desconcertada.
Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy
excitado y quería llegar lo antes posible.
Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor.
Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.
– Voy a tener que regalarte un perfume como el del señor Marcos, es muy
estimulante, dijo Ana aspirando sensualmente.
– Es lindo dije.
– ¿Le parece estimulante?, preguntó el.
– Mucho, respondió ella.
– ¿Y que le estimula?, continuó él, mirándola con deseo.
– Uh tantas cosas, contesto ella sonriendo.
Él sonrió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.
Lo invité a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living,
yo lo hice frente a él, mientras Ana fue hacia la cocina a preparar el café
prometido.
– ¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.
– ¿Que?
– Que me trajo para que ella me muestre el culo.
– Para nada, respondí inquieto.
– ¿Cree que va a ser posible, no se va a arrepentir no?, preguntó con tono
impaciente.
– Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí
desafiante.
– Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.
Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso
sobre la mesa frente a él.
– Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una
ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.
Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba
insinuando que no solo quería verla desnuda a Ana, sino que también pretendía
algo más. Acepte el desafío.
– Amor, podes traer un vaso de agua que el señor Marcos tiene que tomar una
pastilla, le grite a Ana para que me escuchara.
El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo
que no le había visto en toda la noche.
En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.
– Ya se está calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba
el vaso al viejo.
– ¿A que se refiere? preguntó él, mientras tragaba la pastilla.
– Al café, que creía, dijo sonriendo.
– Debe ser de bravo usted. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.
– ¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.
– ¿Que conversó con mi marido?, no sé, no me dijo.
– Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.
– ¿No le contó Pietro?, me preguntó haciéndose el distraído.
– ¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.
– Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, contesté
visiblemente acalorado.
Se notó en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato,
Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar.
– Le pido por favor que no se enoje, dijo.
– Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la
fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella,
continuó.
Ella me miro y sonrió nerviosamente.
– A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mí, y
realmente me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le
preguntó.
El rostro de ella se ruborizo, creo que, por una mezcla de excitación y vergüenza,
yo no esperaba que el viejo fuera tan directo. Por unos segundos todo quedo en
silencio.
– No, no, no me parece, solo atinó a decir ella, visiblemente abrumada.
– Mire señora Pietro, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo
va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y vera que usted también lo disfrutará.
Ella me miro como buscando mi aprobación. Yo asentí levemente con la cabeza.
Lo miro a Marcos en silencio y se mordió suavemente su labio inferior.
– Así me gusta señora, dijo Marcos claramente excitado.
– Pietro, me gustaría verlo a usted sacándole el vestido, ¿me haría el favor?,
preguntó.
Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me
puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera
ver la cara de puta que tenía Ana en ese momento. El seguía atentamente la
escena sin gesto alguno.
Lentamente le bajé los breteles y los solté. No sé si fue por el tipo de tela o por
la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente quedando
amontonado a sus pies.
– Que cola preciosa tiene señora Pietro.
– Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.
– Retírele el vestido, pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.
Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas
órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicado, me
sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.
– Señor Pietro, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras
bailaba en la fiesta, dijo.
Ana se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a
bailar despacio, la tomé por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.
Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a
unos centímetros de su cara. Bajé mis manos a sus glúteos y repetí la escena del
salón dándole un largo beso.
– Pietro ¿me permite acariciarle la cola a su esposa?, preguntó.
Ana cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerqué un
poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.
El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras
Ana paraba más la cola. Le di otro beso y me alejé, no quería perderme nada de
la escena.
– Que hermosa piel tiene señora Pietro, dijo, mientras le acariciaba con delicadeza
todo su cuerpo.
– Gracias, apenas se la escucho decir a ella.
– Realmente tiene una hermosa mujer, señor Pietro, continuó diciendo mientras,
metía su mano entre las piernas de Ana y ella nos regalaba un suave gemido.
– Esta toda mojada señora Pietro, dijo mirándose la mano empapada por sus
jugos.
– Dese vuelta por favor, le pidió.
Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones
muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente
depilada vagina.
Ana estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el
cierre del pantalón para aliviar la presión.
– Espero Pietro, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de
masturbarse, me sugirió.
Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó.
– Su esposa tiene una hermosa vagina, dijo, mientras hurgaba delicadamente en
ella.
– Pero esta vagina tiene dueño y es usted. y yo soy muy respetuoso de eso, me
dijo mientras retiraba los dedos de ahí.
Con Ana nos miramos con asombro.
– No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer
casada, continuó.
– Distinto es el culo, siempre creí que las colas bellas pertenecen a todos los
hombres, dijo mientras hacía girar nuevamente a Ana.
Eso fue muy excitante para mí, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular.
También se notó que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior,
y se ruborizo aún más.
Él puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo
nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.
– Y este culo se nota muy predispuesto, ¿no señor Pietro?, preguntó mirándome
fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en
su hoyito.
Ana pego un grito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y
luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá
hecho una diez veces, suficiente para que mi esposa entre gemidos le regalara
el primer orgasmo.
Saco los dedos y le dio una palmadita.
– Tranquila señora Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.
Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido
transparente corría por sus piernas temblorosas.
– Pietro por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.
Dejé el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar
el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no
quería perderme nada.
Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella,
con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.
– Perdón señor Pietro, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.
Ella me miro, pero inmediatamente metió nuevamente su lengua en la boca de
Marcos.
Nunca había visto a Ana besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se
veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.
– Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le
metía la lengua en la boca.
– Usted es un hombre de suerte Pietro, su mujer tiene una boca deliciosa, me
decía y volvían a jugar con sus lenguas.
Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba
masturbarme y tener mi primer orgasmo. Por suerte él se detuvo.
– Señora Pietro necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar
un momento, dijo.
Ella asintió desconcertada y se dirigió al toilette.
– Mire Pietro, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el
hermoso cuerpo de su esposa.
– Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.
Solo le asentí con la cabeza.
– Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial,
¿Usted tendría alguna objeción?, me preguntó.
– No, respondí apenas audible.
– Igual, puede confiar en mí, aunque esa vagina sea muy deseable, como le dije
antes por respeto a usted solo la voy a penetrar por la cola.
– Es toda suya, le dije.
– Le agradezco mucho, contesto.
– Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría
dormir acá en los sillones?, preguntó.
– No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.
– Le agradezco nuevamente, dijo.
– Me indica donde está su dormitorio, pidió.
Lo acompañé a nuestro cuarto.
– Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me está haciendo efecto la
pastilla.
Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose
frente al espejo. Se la notaba súper excitada.
– Hola, me dijo.
– Hola, ¿estás bien?, le pregunte.
– Sí, respondió.
– Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola
ahí toda lo noche.
No dijo nada, cerro los ojos y comenzó a masturbarse más rápido.
– Le dije que esta cola era toda suya, ¿Hice mal?, pregunte mientras metía un
dedo en su agujerito.
Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me
pidió que la llevara.
Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del
saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.
– Lindo colchón, dijo mientras hacía presión en el con las dos manos.
– Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no señora Pietro?, preguntó.
Ella solo lo miro con deseo.
– Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.
Ana obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me
ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se sacó los pantalones y el
bóxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su
edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya
mostraba una importante erección.
Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su
cuello.
Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.
– Vio Pietro, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que la estimulaba mi
perfume.
– Venga señora Pietro huélalo por acá que suelo ponerme más cantidad, continuó
diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.
Ana comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su
ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que
me masturbaba frenéticamente, no aguanté más y tuve mi primer orgasmo.
Me levante para ir a lavarme.
– ¿Dónde va?, me preguntó Marcos.
– A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo.
– Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo.
Ana giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca,
Yo regrese a mi lugar.
– Que bien la chupa señora Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos
manos marcándole el ritmo.
Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos
mientras alternaba su mirada entre la de él y la mía. En un momento fue con su
boca a sus huevos y lo lamió con ganas. Se notó que al viejo le encanto. Se tomó
el miembro y empezó a masturbarse mientras Ana jugueteaba esa zona con la
lengua.
– Que dulce que es su esposa señor Pietro, dijo entre suspiros.
– Fíjese que más encuentra por ahí para lamer señora, continuó mientras abría y
levantaba las piernas.
Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual
también lamió con placer.
– Eso es señora Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mí
hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.
Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que
tuve mi segundo orgasmo.
– Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.
Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y
volvió a meter la lengua en el culo del viejo.
Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había
aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo
estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveché que los
dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.
No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con
frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre
Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo
apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el
pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme nuevamente.
– Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de
Ana.
– Y parece que le encantan las vergas duras no señora. Pietro, continuó mientras
manoseaba sus pechos.
Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía
hamacándose.
– Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.
– ¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto
mirándome.
Solo asentí. Nos miramos con Ana durante el tiempo que el viejo, entre jadeos,
le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para ella que tuvo un terrible
orgasmo. Quedo tendida sobre Marcos.
– ¿Le gusto señora?, rompió el silencio Marcos.
– Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.
– Tuvo buena vista de ahí, ¿no Pietro?, sonrió.
– ¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.
Los tres reímos. Ana se levantó, me beso y se dirigió al baño.
– Por Dios como coge su esposa, usted es un afortunado señor Pietro.
– Gracias Marcos, le dije.
– ¿Ud. está satisfecho ya?, me preguntó.
– Bastante, le conteste con una sonrisa.
– Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta
no?
– Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir,
le conteste con un sonrisa.
– Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.
En el baño se escuchó el caer del agua de la ducha.
– Escuche, está limpiando bien su colita para que pueda seguir jugando con ella,
dije para excitarlo.
Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una
almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al
otro baño a lavarme, al salir me crucé en el pasillo con Ana que salía del suyo,
envuelta en una toalla y con su cabello mojado.
– Anda que el viejo te está esperando con la verga dura le dije.
– Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.
– Me parece que tenés para rato, continúe.
– ¿Vos no venís?, me preguntó.
– No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.
– Gracias, te quiero, me dijo.
Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.
Ya estaba amaneciendo. No sabía cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a
mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me
sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.
Sin hacer ruido me encaminé hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que
con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.
El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado
mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la
cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de
inmediato. Marcos me miro.
– Hola Pietro, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi
respuesta.
– No, respondí.
– Hola amor, me saludo ella entre suspiros.
– Hola, dije.
Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.
– ¿No durmieron?, pregunte inocentemente.
– No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.
– Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.
Increíblemente él estaba con una erección importante. A ella se le notaba
cansada pero contenta.
– Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.
Ella se acercó y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto
tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.
– Mira como me dejo la colita el señor Marcos, me dijo con cara de puta.
– No me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me
excitarían.
– Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.
– Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.
– Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.
– ¿Que cosa?, pregunte.
– Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.
Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía
con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.
El gemía y también se masturbaba. A mí ya me dolía el pene y necesitaba acabar.
– Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.
Ana se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó
detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la
sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que, una vez más, le dejó toda
la leche dentro. Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto
orgasmo de la noche. Regresé al sillón completamente agotado y me dormí.
La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que sería
mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta
allí.
– Hola dormilón, dijo Ana mientras me daba un lindo beso.
Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le
llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza.
Mire el reloj y eran las 13.25.
– Hola, todo bien, dije.
– ¿Donde está Marcos?, pregunté.
– Está duchándose, respondió.
– Te ves cansada.
– No es para menos, no sé cómo hace, pero Marcos no paró en toda la noche.
– Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.
– Me encanto, hace rato que no paso una noche así, dijo besándome en la mejilla.
– Como le va a la hermosa pareja, se escuchó detrás de nosotros.
El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.
– Espero no le moleste que haya tomado una bata, dijo.
– Por favor, faltaba más, respondí.
– Buen día señora Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus
labios.
– Bien, muy bien, dijo ella sonriendo.
– Siéntense que ya está el desayuno listo, continuó.
Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las
tostadas.
– ¿Linda noche hemos pasado no señor Pietro?
– Muy agradable, respondí.
– Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.
– Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.
– Estoy entrenado, sonrío.
– Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.
– Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos
mantiene jóvenes, volvió a sonreír.
– Ya me di cuenta, dije riendo.
– ¿Ud. lo disfruto no señora?
– Mucho, respondió mirándolo pícaramente.
– Tendríamos que repetirlo, ¿no Pietro?
– Cuando quiera, respondí
– Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante,
¿Les agrada la idea?
– Claro dijo ella, nos encantaría.
– Anote la dirección, le pidió.
Ana busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyó en la
mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver
casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.
– Que vista maravillosa nos está dando señora, dijo clavándoles los ojos.
Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.
– Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.
Estaba casi con una erección completa.
– Ya vuelvo Pietro, me dijo mientras se sacaba la bata.
La apoyó por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el
culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.
– ¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.
Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su
boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba por la
cara que no iba a aguantar mucho.
– Ahí viene, dijo entre jadeos.
Ana no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que
se le lleno la boca del semen de Marcos. Vino hacia donde estaba yo, me miro
con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabé en la cara.
Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de
entrada del edificio.
– Los espero el sábado, nos dijo.
Estrechó la mano a Ana y cuando lo hizo con la mía, se acercó y me susurro al
oído:
-Vengan de sport, pero eso sí, tráigala sin ropa interior.
Una respuesta
-
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