
Por
Anónimo
MI ESPOSA BIEN LO MERECE (4ª PARTE)
Aquellos siguientes días tras conocer a Sergio pasaron de forma vertiginosa por la vida de mi esposa. Marta era un manojo de nervios. No sabía ocultar su ansiedad por cualquier aspecto. Era como si estuviera cambiando la piel. Aparte, no se cortaba lo más mínimo y usaba el bidé cada pocas horas. Estaba caliente como una perra, el coño húmedo a todas horas y es que, a buen seguro, no paraba de darle vueltas a lo que podría ser con Sergio. Quien hambre tiene con pan sueña.
Tocaba, no obstante, conocer al nuevo candidato. Del mismo modo que con Sergio, habilité un hueco ese mismo viernes en otra zona de la ciudad, algo más apartada, pero más o menos igual de concurrida. Pasadas las 19:00 h llegaba Gonzalo. De apariencia algo más ruda, viril, moreno y tez oscura vestía de forma más desenfadada, camisa por fuera, tejanos y zapatillas de paseo. Tras estrechar mi mano con firmeza y besar a mi esposa se sentó y la miró con ganas, se apreciaba deseo en sus fijos ojos verdes que llamaban la atención. Imagino que Marta estaría medio eclipsada.
Tras un principio típico de costumbres, trabajo y obligaciones varias se acometió lo realmente mollar de la reunión. Confirmó su situación celibe, su predisposición a actuar según conveniencia nuestra y a la velocidad marcada sobre todo por mi esposa. Nosotros expusimos lo ya charlado previamente, situación actual, inexperiencia y deseo de reconducir la incómoda situación. Él se mostró atento, serio y agradable hasta que decidió sincerarse.
– «Cuando hago el amor me gusta sentir como la mujer saca todo de sí, lo que lleva dentro y deseo que tiemble de placer. Me encanta derretir a una mujer y que ella vacíe todo mi interior».
Claro, dicho así, sonaba un poco fuerte, pero en parte agradecí la sinceridad. Está bien saber toda la información para decidir sobre lo que más conviene o interesa. Si era cierto lo que estaba explicando teníamos ante nosotros un toro con todas las de la ley. Un macho dotado, rudo, insaciable y capaz de destrozar el coñito de mi esposa a pollazos. En un intermedio, Gonzalo se dirigió al aseo. No sé por qué mi mujer y yo coincidimos en apreciar la abultada entrepierna con la que se levantó de la silla. Sería el momento, la excitación, el morbo, las ganas… Marta se mordía el labio inferior.
Llegamos a casa y mi esposa parecía salida, con respiración agitada. Mismo recorrido que con Sergio, nervios, bidé y ya en la cama me encargué de hacerla destensar con mi boca y mis dedos. Gemía y sacudía como poseída, enlazaba un orgasmo con otro, apretaba mi boca contra su inflamado coño, retorcía su clítoris entre mis labios y manejaba sus fluidos por toda mi cara. Un dedo entraba mientras en su coño, otro salía de su ano y mi lengua recorría todos sus rincones. Dos horas, e innumerables orgasmos después, coincidí en ver qué le había parecido el nuevo opositor a semental.
En resumidas cuentas acabamos por confirmar lo que me iba imaginando. Le gustaban los dos, no tenía claro por quién decidirse. Sergio era más módico, atento, templado… Y Gonzalo era lo que sueña una mujer en la cama: una bestia parda capaz de percutir el necesitado coñito de una damisela en celo. Fue entonces cuando surgió la idea y un chispazo alteró mi forma de pensar.
¿Por qué no quedarse con los dos? ¿Dada la situación, qué más daba tener un potente semental en la cama que dos? Total, nadie (salvo nosotros) debía saberlo y ella disfrutaría por partida y doblemente satisfecha. Tocaba exponerlo a ver qué le parecía la idea. Me temía lo peor. Otro episodio de dignidad.
No dijo ni sí ni no. Básicamente quedó pensativa, como sopesando las variables de cada caso.
– «No me parece mal», soltó de sopetón. A lo que añadió:
– «Eso sí, en modo alguno estaré nunca con los dos a la vez».
Mi cara era un poema. No me quedó más que añadir. Por una vez ella llevaba la voz cantante, asumía sus necesidades y estaba dispuesta a saciar sus deseos. Se levantó, se fue al baño, la oí gemir durante un buen rato, luego la dicha y salió para acostarse y quedar dormida en minutos.
Continuará.
Una respuesta
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