
Por
Mi amiga se peleó con el novio y me la cogí
Oe huevón, te voy a contar esta vaina que me pasó la semana pasada, porque hasta a mí me sorprendió un poco, pero la verdad es que me encantó. Resulta que mi amiga, la Valeria, se peleó feo con el novio. El tipo, un pendejo de marca mayor, la tenía con la cabeza hecha un lío, tratándola como el culo y con sospechas de que andaba de zorrero con otras viejas. Me escribió llorando, la pobre, y yo ahí, dándole ánimos por chat.
Pero te soy sincera, siempre he visto a Valeria con otros ojos. La tipa es un bombón, huevón. Tiene una carita de ángel y un cuerpazo que no es justo. Unas tetas naturales que se le paran divinas y un culo que pide a gritos que lo muerdan. Y yo, en el fondo de mi mente, siempre he tenido esa curiosidad, esa calentura de saber cómo sería tocarla, besarla… bueno, ya me entiendes.
La cosa es que después de varios días de puro chat, le dije que viniera a mi depa, que nos tomáramos un vino y que se desahogara. Total, mi novio estaba de viaje y teníamos toda la noche para nosotras. Llegó con los ojos hinchados, pero aun así se veía buenísima, con unos leggins negros que le ajustaban ese culo perfecto y una blusa corta que dejaba ver un pedazo de la panza. Me dio un abrazo y sentí su cuerpo temblando contra el mío. Huele rico la muy zorra, a vainilla y algo dulce.
Abrí una botella de vino tinto y nos sentamos en el sofá. Empezó a contarme toda la mierda con su novio, y yo la escuchaba, pero no podía dejar de mirarle la boca, cómo movía los labios cuando hablaba. Le serví otro vaso, y otro, hasta que las dos estábamos con un punto dulce, relajadas y riéndonos de cualquier tontería. En un momento, se quedó callada y me miró fijo.
—Bianka —me dijo, con la voz un poco pastosa—. ¿Tú nunca has tenido ganas de… hacer algo loco? Algo que sabes que no deberías, pero que el cuerpo te pide a gritos.
Me quedé tiesa. ¿Será que la muy huevona estaba leyéndome la mente? Le sonreí, tratando de jugar cool.
—Todo el tiempo, hermana. La vida es muy corta para no hacer lo que te da la gana.
Ella no dijo nada, solo se acercó un poco más. Nuestras piernas casi se tocaban. Podía sentir el calor que salía de su cuerpo. De repente, apoyó su mano en mi muslo y la dejó ahí. Mi corazón empezó a latir como loco. No me lo podía creer.
—A veces pienso —susurró, bajando la mirada a mis labios— que quizás lo que necesito es… olvidarme de los hombres un rato.
Esa fue la señal, huevón. No lo pensé dos veces. Le agarré la cara con las dos manos y la besé. Fue un beso lento al principio, con dudas, pero cuando sentí que sus labios respondían, se me fue toda la timidez. Abrí mi boca y empecé a buscar su lengua con la mía. Sabía a vino tinto y a esa goma de mascar de menta que siempre mastica. Una combinación que me volvió loca.
La empujé contra los cojines del sofá y me subí encima de ella, sin dejar de besarla. Mis manos empezaron a bajar por su espalda, a agarrarle ese culo que tanto había admirado a escondidas. Lo apreté fuerte y ella gimió en mi boca, un sonido bajito que me prendió como cerillo. Le quité la blusa y el sostén, y ahí estaban, sus tetas perfectas, morenitas, con los pezones duros y oscuros. Me incliné y me llevé uno a la boca, chupándolo con fuerza, mordisqueándolo suavemente mientras mis manos seguían recorriendo su cuerpo.
—Bianka… —gemía, arqueando la espalda—. No sabía que… esto…
—Cállate y disfruta —le dije, pasando a la otra teta.
Ella no se quedó atrás. Sus manos me agarraron del pelo y me jalaron con fuerza, mientras la otra mano me bajaba la shorts y la tanga de un tirón. De repente, estábamos las dos en pelotas en el sofá, con la luz tenue de la lámpara iluminando nuestros cuerpos sudorosos. Me puse entre sus piernas y apoyé mi cara en su chocha. Olía increíble, a limpio y a excitación. Le pasé la lengua por toda su vulva, sintiendo cómo temblaba. Estaba empapada, mojadísima. Empecé a chupar su clítoris, haciendo círculos rápidos, y ella no paraba de gemir, de mover las caderas, de decir mi nombre entre jadeos.
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—Así, así, no pares, por favor —suplicaba.
Después de un rato, la cambié de posición, poniéndola en cuatro patas sobre el sofá. Su culo estaba ahí, en mi cara, redondo y perfecto. Le metí la lengua en el culo, solo un poquito, y ella gritó de placer. Con una mano, me empecé a tocar yo misma, porque ya no aguantaba, necesitaba venirme. Con la otra, seguí chupándola, metiéndole dos dedos en la vagina mientras le lamía el clítoris. Sentía cómo se contraía por dentro, cómo se acercaba.
—Me voy a venir —avisó, con la voz quebrada.
—Vente, pues, hazlo —le ordené, acelerando el ritmo.
Y vino, huevón. Temblando, gritando, agarrándome del pelo con una fuerza que no sabía que tenía. Yo no paré, seguí chupándola hasta que dejó de temblar, hasta que su cuerpo se relajó por completo sobre los cojines. Me levanté, con la barbilla mojada y una sonrisa de satisfacción. Pero ella no había terminado. Se dio la vuelta, me miró con unos ojos llenos de lujuria y me empujó hacia atrás, hasta que yo quedé acostada.
—Ahora me toca a mí —dijo, con una voz ronca que no le conocía.
Se bajó y se puso entre mis piernas. Cuando su lengua tocó mi clítoris, casi salto del sofá. La muy puta sabía lo que hacía. Me lamía, me chupaba, me metía los dedos… era una experta. Yo no podía más, gemía como loca, agarrada de los cojines, con las piernas abiertas de par en par. En un momento, me puse encima de su cara, queriendo más, y ella no se quejó, al contrario, me agarró de las nalgas y me acercó más a su boca. Hasta que no pude aguantar más y me corrí, gritando su nombre, con un orgasmo que me dejó viendo estrellas.
Nos quedamos ahí, en el sofá, jadeando, cubiertas de sudor y nuestros fluidos. Nos miramos y nos reímos, una risa nerviosa, de complicidad.
—¿Y ahora? —preguntó ella, recostándose sobre mi pecho.
—Ahora nada —le dije, acariciándole el pelo—. Ahora dormimos, y mañana vemos si se repite.
Y sí, huevón, al día siguiente volvió a pasar. Y al otro también. Ahora cada vez que se pelea con el novio, ya sabe dónde venir a desahogarse. Y yo, la verdad, no me quejo para nada. Al final, su novio pendejo no sabe la suerte que tiene, ni lo que se está perdiendo. Pero ese ya es su problema, no el mío.
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