JHonatan

agosto 10, 2025

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Me vine en las tetas gigantes de mi cuñada

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Mira pana, la cosa estaba así: mi novia y yo nos habíamos vuelto unos perros calientes desde que abrimos la relación. Cada vez que salíamos, nos imaginábamos cogiendo a medio mundo. Pero esa noche en casa de mi suegra… coño, eso fue otro nivel.

Mi cuñada, esa gordita divina con unas tetas que parecían dos globos rellenos de pecado, estaba ahí sentada en el sofá, con ese escote que dejaba ver media Venezuela. Desde que llegamos, sentí cómo me miraba cuando creía que no la veía.

La noche transcurría normal: cervezas, chistes subidos de tono y de pronto, mi novia suelta la bomba:

«Somos una pareja abierta, hermana. A Jhonatan le encanta compartir».

La cara de mi cuñada fue épica, pana. Esos ojos como platos y esa boquita entreabierta que me hizo imaginar mil cosas. Nos confesó que quería un trío con su marido y otra hembra, pero el muy marica le tenía miedo al éxito.

«Pues inténtalo de una vez, mujer», le dije yo, pasándole otra cerveza y dejando que mis dedos rozaran los suyos «sin querer».

Cuando nos fuimos a dormir (en el cuarto con clima, porque en este infierno texano hasta el diablo suda), la muy zorra dijo que se quedaba con nosotros «por el fresco». Yo sabía lo que buscaba.

Mi novia, la maldita cachorra, empezó el juego:

«Amor, estás muy duro… ¿te ayudo?»

Y ahí estaba, con mi verga palpitando en su mano mientras mi cuñada «dormía» a dos metros. Hasta que la muy hija de puta se dio vuelta y nos pilló. Pero en vez de hacerse la loca, se quedó mirando como águila a serpiente.

Mi novia, la traicionera deliciosa, le soltó:

«¿Quieres ayudar, hermana?»

La cuñada no dijo nada, pero sus tetas parecían inflarse más con cada respiración. Yo ya estaba a punto de reventar cuando mi novia se puso de rodillas y empezó a chupármela como si no hubiera un mañana.

«Ven, tócela», le insistía mi novia entre lengüetazos.

La cuñada no se movió, pero cuando me paré frente a ella con la verga chorreando saliva, sólo atinó a decir:

«Quiero verte venir».

Coño, pana. Esas palabras me electrizaron. Me empecé a jalar como poseso, viendo cómo ella se desabrochaba el sostén lentamente. Cuando esas tetas monumentales cayeron libres, casi me desmayo. Blancas como nieve, con pecas que parecían constelaciones y unos pezones café claro que gritaban «chúpame».

Mi novia, la hija de la gran puta, empezó a masajearle las tetas a su hermana mientras yo seguía dándole al ganzo.

«Vente en ella», me ordenó.

Y yo, como buen soldado, obedecí. Los primeros chorros le cayeron en los pezones, haciendo que gimiera. Mi novia, la maldita, empezó a esparcir mi leche por todo el mapa de esas tetas con la lengua.

«Está dulce», dijo la muy zorra mientras lamía.

La cuñada, en un acto que me dejó seco, se llevó sus dedos empapados de mi leche a la boca y me miró fijo:

«La próxima vez quiero probarla directo».

Y ahí supe que mi suegra pronto sería abuela de mi hijo… o al menos, eso parecerá cuando la cuñada empiece a hincharse.

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