JHonatan

octubre 16, 2025

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Me culie a mi ex

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Resulta que tengo una ex, la llamaremos María por darle un nombre, con la que tuve una relación hace años. La cosa se jodió en el 2021 cuando me enteré que la muy ingrata me fue infiel con un tipo del trabajo. Imagínate, yo con 29 años en ese entonces, casado desde los 17 (sí, pana, me enjarete joven), y esa mujer me ponía los cuernos. El golpe fue duro, pero lo que vino después fue peor.

Terminamos de una vez, obviamente. Pero ella, en vez de aceptar las cosas y seguir su camino, se empeñó en que siguiéramos siendo «amigos». ¡Amigos, coño! ¿Tú crees? Me negué rotundamente y dejé de hablarle. Pensé que con eso bastaría, pero no, mi pana. La mujer se volvió una pesadilla. Empezó con los mensajes: «Jhonatan, hablemos», «Podemos ser maduros», «Échame de menos». Yo los ignoraba todos. Luego empezó con los perfiles falsos en redes sociales. Se hacía cuentas con nombres distintos, me mandaba solicitudes, y cuando la bloqueaba, aparecía con otra. Era un acoso de los buenos, pana. Me escribía desde números diferentes, se aparecía en sitios donde sabía que yo podía estar. Una vez, hace como dos años, hasta fue a mi casa de soltero (donde vivo con mi esposa, pero eso es otra historia) y mi mujer por poco la arma. Fue un peo tremendo.

Pasaron cuatro años, ¡cuatro años, coño! Y la tipa no paraba. Los mensajes seguían llegando: «Salgamos, aunque sea como amigos», «Solo quiero verte», «Podemos tomar un café». Ya no era solo fastidioso, era patético. Yo, la verdad, la odiaba. Cada mensaje me recordaba la traición y me daba una arrechera bárbara. Pero, pana, el cuerpo a veces es más cabrón que la razón. Llegó un punto, hace como tres semanas, que la calentura me pudo. Estaba solo en casa, había tenido un día pesado en el trabajo, y me llegó otro de sus mensajes: «Sé que estás en casa. Déjame pasar, solo quiero hablar». Y algo en mí hizo click. No fue el corazón, fue la verga, pana, la verga hablando más fuerte.

Le respondí, con un texto corto y seco: «Ven. Ahora». No pasaron ni quince minutos y estaba tocando la puerta. Abrí, y ahí estaba ella, con un vestidito negro corto, escotado, y unas piernas que siempre fueron su mejor atributo. Olía fuerte a perfume barato. «Hola, Jhonatan,» dijo, con una voz de niña buena que ya no me creía. Yo no dije nada. La agarré del brazo, la jalé adentro y cerré la puerta de un golpe. La empujé contra la pared del pasillo, con fuerza. «¿Tanto querías verme, puta?» le espeté en la cara. Sus ojos se abrieron, asustados, pero también vi ese brillo de excitación que siempre tuvo por lo vulgar.

Sin más preámbulos, le bajé el vestido de los hombros hasta la cintura. No traía brasier, y sus tetas, más pequeñas que las de mi mujer, pero firmes, quedaron al aire. Las agarré y las apreté con rudeza, no con cariño. Ella gimió, y trató de besarme, pero le aparté la cara. «Tú no me besas, zorra. Tú solo recibes.» La llevé arrastrando hacia mi cuarto y la tiré boca abajo sobre la cama. Se le subió el vestido y vi que traía una tanga roja. Se la arranqué de un tirón, escuchando cómo la tela se rompía. Su culo, que siempre fue bueno, estaba ahí, tembloroso.

Yo ya tenía la verga dura como un palo, palpitando de rabia y deseo. Me bajé el pantalón del pijama y la boxer, y sin ningún miramiento, se la metí por detrás. Entró seca, porque ni siquiera me tomé el tiempo de calentarla bien, y ella gritó. «¡Ay, Jhonatan, duele!» Pero a mí me importó un carajo. De hecho, su dolor me excitaba más. «¡Callate, maldita! ¡Tú querías esto! ¡Tanto joder por un coñazo!» y empecé a darle duro, agarrándola de las caderas con tanta fuerza que seguro le dejé moretones. Cada embestida era un castigo, un recordatorio de su infidelidad, de los años de acoso. El sonido de mis bolas chocando contra su piel era el único ritmo en la habitación, mezclado con sus gemidos ahogados en la almohada y mis gruñidos.

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En menos de diez minutos, me vine por primera vez. Fue un chorro caliente de pura arrechera que le solté adentro, sin importarme las consecuencias. Me quedé sobre ella, jadeando, sintiendo cómo mi leche se le escapaba entre sus piernas. Pero no fue suficiente. La rabia todavía hervía en mí. La di la vuelta, la puse boca arriba y le abrí las piernas. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. «Por favor, Jhonatan, ya,» suplicó. Yo me limpié el sudor de la frente y le dije: «No. Ahora te voy a romper el culo, como siempre te gustó, perra.»

Ella trató de resistirse, de cerrar las piernas, pero yo soy más fuerte. Le eché un poco de mi propia saliva en su ano, una preparación miserable para lo que venía. «Por favor, no, despacio,» lloriqueaba. Sus súplicas eran música para mis oídos. «¿Despacio? ¿Como cuando te daba despacio y tú me ponías los cuernos?» Y con eso, le encajé la punta de mi verga, que ya se estaba poniendo dura otra vez, en su otro agujero. El grito que soltó fue desgarrador, pero yo no paré. La penetré con una fuerza brutal, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba y se resistía. Era estrecho, caliente, y el dolor en su cara me daba una satisfacción retorcida. Le daba y le daba, viendo cómo se retorcía, cómo sus uñas se clavaban en las sábanas. Fue una cogida violenta, sin amor, solo odio y lujuria mezclados. Me vine por segunda vez, profundamente en su recto, con un gruñido que venía desde las entrañas.

Cuando terminé, me separé de ella. Estaba hecha un desastre, llorando, con las piernas temblando y mis fluidos saliéndole por ambos lados. Yo me subí el pantalón, todavía jadeando. La miré con desprecio. «Ya tienes lo que querías, puta. Ahora vete.» Ella se cubrió con lo que quedaba de su vestido y, con dificultad, se levantó. «Eres un maldito, Jhonatan,» dijo entre lágrimas. «Peor que tú, zorra,» le respondí, señalando la puerta. Salió tambaleándose del cuarto y escuché cómo la puerta de la calle se cerraba.

Pensé, coño, que con eso se iba a dar por vencida. Que después de tratarla como la última prostituta y de hacerla llorar, entendería que aquí no quería saber nada de ella. Pero no, mi pana. A los dos días, me llegó otro mensaje: «Fue intenso. Podemos repetirlo? Podemos vernos otra vez? 😘». ¡No jodas! La mujer es insaciable y parece que le gustó que la tratara como a un trapo. Ahora yo soy el que está maracao, preguntándome si volver a darle cuando me vuelva a ganar el queso, o si bloquearla para siempre de una vez por todas.

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