agosto 24, 2025

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Me comí al novio después de su boda (sí, hetero)

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Bueno, la cosa fue así. Mi amiga Luli me pidió que la acompañara a la boda de su prima en Buenos Aires porque no quería ir sola y sabía que conmigo me la banco hasta en la peor de las fiestas. Yo, como buen boludo que soy, dije que sí sin pensarlo dos veces. Total, comida gratis y birra, ¿qué podía salir mal?

La ceremonia fue en una iglesia re fancy en Recoleta, todo muy lindo, pero uff, qué embole. Gente seria, discursos aburridísimos y yo ahí, con mi traje incómodo, deseando estar en la skatepark en vez de escuchar votos eternos. El único entretenimiento era mirar al novio, un flaco llamado Nico, que estaba re bueno. Posta, alto, espalda ancha, sonrisa de lobo y unos ojos verdes que te hacían dudar de todo. Encima, el traje le quedaba como pintado, marcándole los hombros y esas piernas que se adivinaban fuertes incluso bajo el pantalón. Mi amiga me cuchicheó: «¿Viste al novio? Está para comérselo». Yo me reí, pero por dentro pensaba: «Si supieras, hermana».

Después de la ceremonia, la fiesta fue en un salón re cheto. Ahí la cosa mejoró porque había bar libre y yo me hice amigo del bartender. Mientras todos bailaban cumbia y reggaetón, yo me quedaba en la barra, tomando fernet y mirando de reojo a Nico. Se notaba que estaba re contra ebrio, se tambaleaba un poco cuando bailaba con la novia, pero igual se reía y se lo veía feliz. O eso parecía.

En un momento, la novia (una piba linda pero medio insípida) se fue a cambiar de vestido o algo así, y Nico se quedó solo en la pista. Yo me acerqué, medio en joda, y le dije: «Che, maestro, ¿no te aburrís de bailar siempre con la misma?». Él me miró con esos ojos vidriosos pero con una sonrisa picara. «¿Vos me estás proponiendo algo, skater?» (iba con remera de Thrasher abajo del traje, obvio). Nos reímos y de la nada me agarró del brazo y me dijo: «Dale, bailá conmigo, total ya estoy casado, ¿qué me van a hacer?». Y ahí, entre el humo de la máquina y la música a todo volumen, nos pusimos a bailar. Él, todo torpe por el alcohol, y yo, sintiendo cómo su mano me apretaba la cintura.

La cosa se puso intensa rápido. Su aliento olía a whisky y a menta, y cada vez que se reía, se me acercaba más. En un momento, me dijo al oído, con la voz gruesa y pastosa: «Tuve que casarme, pero no sé si estoy listo para esto». Yo no supe qué decir, solo le apreté el hombro y seguimos bailando, pero ahora su pierna estaba entre las mías y yo sentía el calor de su cuerpo pegándose al mío.

Después de la fiesta, un grupo decidió seguir la joda en el hotel donde se quedaban los recién casados. Obvio, Luli y yo nos sumamos. En el taxi, Nico se sentó al lado mío, y aunque su novia estaba ahí, en el asiento de adelante, él no despegaba la mano de mi muslo. Yo me hacía el distraído, pero por dentro estaba que volaba. ¿Qué mierda estaba pasando?

 

Llegamos al hotel y fuimos directo al bar. Todos pedían drinks caros, pero Nico y yo seguíamos con fernet. En un momento, me agarró del brazo y me dijo: «Necesito aire, vení conmigo». Sin esperar respuesta, me llevó hacia los pasillos, lejos del bar. Caminamos en silencio hasta que encontramos un baño de esos individuales, de lujo, con mármol por todos lados. Entró primero, miró que estuviera vacío y me jaló adentro, cerrando la puerta con llave.

Ahí adentro, en ese espacio chico iluminado por una luz tenue, nos quedamos mirando un segundo. Yo estaba re duro, no lo podía creer. Él se apoyó contra la puerta y me dijo: «Sé lo que estás pensando». Y yo, boludo, le contesté: «Dudo mucho que lo sepas». Se rió y se acercó, pegando su cuerpo al mío. «Haceme sentir algo que no sea miedo», murmuró, y antes de que pudiera responder, me estaba besando.

Fue un beso borracho, desesperado, lleno de lengua y de sabor a alcohol. Yo le respondí con la misma intensidad, agarrándole la nuca y metiéndole los dedos en el pelo engominado. Sus manos me recorrían la espalda, bajaban hasta mi culo y me apretaban contra él. Ahí sentí su pija, dura como una piedra, presionando contra mi entrepierna. «Quiero sentirte», me dijo, rompiendo el beso y jadeando.

Sin pensarlo, me arrodillé ahí mismo, en el piso frío de mármol. Le desabroché el cinturón, le bajé el cierre y le metí la mano dentro del boxer. Su pija era exactamente como me la imaginaba: grande, gruesa, caliente y palpitando. Se la saqué y la empecé a chupar como si no hubiera un mañana. Sabía a sal y a precum, y él gemía bajito, apoyando las manos en la pared y moviendo las caderas. «Sí, así, dale», me animaba.

Pero él no quería solo eso. Me levantó y me dio la vuelta, apretándome contra el lavamanos. «Abríte», me ordenó, y yo obedecí, separando las piernas. Con una mano me bajó el jean y la ropa interior, y con la otra escupió en sus dedos y me lubricó el orto. «¿Estás seguro?», me preguntó, y en sus ojos borrachos había una chispa de lucidez. «Sí, dale, hacelo», le dije, y sentí cómo la punta de su pija buscaba mi entrada.

Fue lento al principio, un dolor intenso que se transformó en placer puro. Cuando estuvo todo adentro, nos quedamos quietos un segundo, jadeando. Él me abrazó por detrás y me mordió el cuello. «Esto es lo único real que pasó hoy», susurró, y empezó a moverse.

El ritmo era brutal, un vaivén que hacía que el lavamanos golpeara contra la pared. Yo me agarraba del mármol, ahogando los gemidos en el brazo. Él me cogía con una furia contenida, como si quisiera sacarse toda la frustración del día. «Tu culo es increíble», gruñía, metiéndose más y más hondo. Yo estaba en otro planeta, sintiendo cada embestida, cada vez que sus bolas me golpeaban, cada vez que sus dedos se clavaban en mis caderas.

En un momento, me giró y me sentó sobre el lavamanos, enfrentándolo. Así pude verle la cara: sudorosa, desencajada, pero con una sonrisa de puro placer. Me envolvió las piernas alrededor de su cintura y siguió metiéndomela, ahora más lento pero más profundo. Nos besamos otra vez, un beso sucio y húmedo, y yo le acariciaba la espalda, sintiendo los músculos tensarse bajo la camisa arrugada.

«Me voy a venir», anunció, y sus movimientos se hicieron más erráticos. «Adentro», le pedí, y eso fue lo que lo hizo estallar. Gritó mi nombre (no sé cómo lo sabía) y me llenó por dentro, mientras yo me corría al mismo tiempo, manchándonos ambos el traje y la remera.

Nos quedamos ahí, temblando, apoyados el uno en el otro, hasta que recuperamos el aliento. Él se arregló primero, lavándose la cara y acomodándose el pelo. Yo me limpié como pude con papel higiénico. Antes de salir, me miró y me dijo: «Esto no pasó, ¿ok?». Yo asentí, aunque los dos sabíamos que mentía.

Salimos del baño por separado. Cuando volví al bar, Luli me miró y dijo: «¿Dónde estabas? Te fuiste como media hora». Yo me reí y le contesté: «Nada, amiga, me estaba comiendo al novio». Ella se rió como si fuera un chiste. Pero cuando vio a Nico entrar detrás de mí, con la camisa mal metida y la mirada perdida, su sonrisa se congeló. «No jodas», me dijo. Yo solo tomé mi fernet y sonreí. «La vida es corta, Luli. Y a veces, el mejor hombre en una boda es el que se acaba de casar».

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