Me cogí a mi ex esposa como la puta que siempre supe que era
Cuando mi ex esposa me llamó para «cotizar un cerramiento de balcón» en su nuevo apartamento, supe que algo olía a podrido. Tres años divorciados, ella ya con otro pobre diablo enganchado, y ahora necesitaba mis servicios profesionales. La ironía me hizo reír mientras empacaba mis herramientas.
El apartamento era lo que esperaba: moderno, impersonal, con fotos de ellos dos en cada pared. Ella abrió la puerta con ese vestidito corto que sabía me volvía loco, los labios pintados de rojo carmesí. «Hola, Exe», dijo con esa voz melosa que antes me derretía. Ahora solo me endurecía otra parte.
Mientras medía el balcón, sentía su mirada quemándome la espalda. «Tu marido no está?», pregunté sin volverme, sabiendo la respuesta.
«Está en un viaje de negocios… hasta mañana», susurró demasiado cerca.
Me giré y ahí estaba, con el escote bajado hasta el pecado y esas tetas que tantas noches había chupado ahora medio fuera del sostén. «No me jodas», gruñí, pero ya sentía la presión en el pantalón.
Ella, la muy zorra, se acercó y puso una mano sobre mi paquete. «Verte así me pone muy caliente», dijo mientras desabrochaba mi cinturón con dedos expertos.
Lo que siguió no fue hacer el amor. Fue una jodida demoledora de todo resentimiento acumulado. La levanté como saco de harina y la tiré sobre el sofá de cuero que seguramente compraron juntos. «Te voy a coger como nunca te atreviste a pedirme», le escupí mientras le rasgaba las bragas.
Ella siempre había sido de esas que quieren luces bajas y caricias. Hoy le di el sol de mediodía y cachetadas que dejaron sus nalgas rojas como su pintalabios. Cuando le metí los dedos, estaba empapada. «Mira nada más cómo mojas el sofá de tu marido», le reí en la oreja antes de morderle el cuello.
La posición fue simbólica: de perrito, mirando hacia sus fotos de boda en la pared. «Te ha crecido el culo», le dije mientras le entraba de un golpe seco, haciéndola gritar.
Ella gimió como nunca en nuestro matrimonio. «Sí, Exe, sí…», jadeó, empujando su culo contra mis embestidas.
El sofá crujía, sus tacones altos se clavaban en mis pantorrillas, y ese olor a sexo y perfume caro llenaba el aire. La tenía tan profundo que cada vez que me sacaba, su concha hacía un sonido obsceno. «Esto es lo que te gusta, ¿eh? Que te cojan como a una cualquiera en la casa que compartes con otro», le escupí, agarrando su pelo para arquearla más.
Cuando sentí que me venía, la volteé bruscamente. «Ábreme esa boca de perrita infiel», ordené, y ella obedeció como la perra entrenada que siempre fue. Los primeros chorros le llenaron la garganta, los siguientes la cara, el último cayó sobre sus tetas todavía marcadas por mis dientes.
Lo mejor fue el post-coito. Ella ahí, deshecha, el maquillaje corrido, tratando de recomponerse mientras yo me vestía tranquilamente. «Esto no vuelve a pasar», murmuró, pero ambos sabíamos que mentía.
«Claro que no, amor», le sonreí mientras ajustaba mi cinturón. «Pero cuando quieras otro servicio… ya sabes».
Al salir, no pude evitar enviarle un WhatsApp a su marido: «El presupuesto está listo».
Moraleja: Nunca llames a tu ex para trabajos de hogar… a menos que quieras que te haga un servicio completo.
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