Me cogí a la esposa de un compañero de trabajo
Hace unas semanas, un compañero del trabajo nos invitó a su cumpleaños en su casa. Llegamos, comimos bien y empezamos a tomar y bailar. Su señora se veía tremendamente buena: traía un vestido ajustado que le marcaba ese culo redondo y unas tetas que parecían a punto de escapar. Obvio, todos nos dimos un buen taco de ojo, pero yo no podía dejar de mirarla.
Con el paso de las horas, muchos invitados se fueron, pero unos cuantos seguimos la fiesta. La música seguía sonando y el alcohol fluía sin parar. En un momento, me animé a bailar con ella. Sonó un merengue y ahí fue donde todo se calentó. Ella se movía con una sensualidad que me volvía loco, restregando su culo contra mi verga cada vez que podía. Mi compañero, ya borracho perdido, ni se dio cuenta; estaba tirado en una silla, roncando como si no existiera.
Cuando casi todos se habían ido, ayudé a la esposa a cargarlo hasta la cama. El muy borracho no se enteró de nada. Ella me agradeció con una sonrisa que ya prometía más. Yo me despedía, pero me detuvo: «Quédate, tómate una cerveza conmigo». No me lo tuve que pensar dos veces.
Nos sentamos en el sofá, compartiendo una cerveza y hablando de tonterías, hasta que de repente me soltó: «¿Te gustó cómo bailaba?». Le dije que sí, que se movía delicioso. Ella se acercó, me tomó de la mano y empezó a bailarme otra vez, ahora más lento, más pegado. Sentía sus curvas presionando contra mí, su aliento caliente en mi cuello. No aguanté más: la agarré de la cintura, la giré y la besé con toda la lujuria que llevaba dentro.
Ella respondió al instante, metiéndome la lengua y apretando mi verga a través del pantalón. «Se siente más grande que la de mi marido», susurró entre besos. Esas palabras me prendieron como gasolina. La llevé al baño de un empujón, le subí la falda y descubrí que no traía nada debajo. ¡Estaba completamente depilada y ya goteaba! Sin perder tiempo, le metí dos dedos para abrirla bien y luego se la embuté toda.
La apreté contra el lavamanos, agarrándola de las nalgas para clavar cada embestida. Ella gemía como puta en celo: «¡Sí, dame más duro, que tu verga me llena como él nunca pudo!». Le di unas nalgadas que le dejaron las nalgas rojas y marcadas, jalé su pelo para controlarla y la monté sin piedad. El sonido de nuestros cuerpos chocando era obsceno, pero eso solo me excitaba más.
En un momento, la cargué y la pegué contra la pared, envolviéndome las piernas alrededor de la cintura. Ahí le di con todo, sintiendo cómo se contraía alrededor de mi verga. Ella me mordía el cuello y me arañaba la espalda, gritando que no parara. Cuando sentí que me venía, se lo avisé, pero ella me gritó: «¡Adentro, quiero tu leche!». Exploté como un toro, llenándola hasta que me escurrió por los muslos.
Después, se arrodilló y me limpió la verga con la boca, chupándomela hasta dejarla impecable. Me vestí rápido y me fui a casa, donde mi esposa dormía sin sospechar nada. Hasta hoy, mi compa no sabe que le llené a su mujer de leche y que su señora prefiere mi verga.
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