Por

Anónimo

enero 8, 2021

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Mala leche

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Me gusta vestir con estilo, Springfield, Massimo Dutti… y no, no soy de los que se ponen lo primero que pillan. También me gusta oler bien, que para mi es oler a Sports-Man o Boss Bottle, en días señalados.

En cuanto al sexo, ya no poseo el vigor de hace veinte años, época en la que tuvieron lugar los hechos que detallaré a continuación. No obstante, suelo follar a mi fascinante esposa un par de veces por semana, que no está mal después de quince años juntos. Debo confesar que siempre he tenido cierta fascinación por el sexo anal, lo que durante algún tiempo me resultó bastante inquietante. Sin embargo, con el paso de los años acabé descubriendo que, simplemente, me cautiva someter a las mujeres a mi voluntad. Por último, sólo me queda aclarar que tengo entre las piernas más de lo que a la mayoría de ellas les coge en la boca.

Por aquel entonces yo tendría veintiún años y por tanto estaba en la universidad. En cambio, algunos amigos míos no habían estudiado y ya estaban trabajando. A pesar de esto, yo seguía saliendo con ellos cada fin de semana. De modo que cuando se terminaron los exámenes les propuse que nos fuéramos juntos de cámping. Allí fue donde empezó todo.

Yo estaba junto a otros chavales en el lugar donde habíamos quedado para salir cuando vi aparecer a mi prima Natalia cargada con una mochila casi tan grande como ella. Llevaba años sin verla, puede incluso que desde el día de su primera comunión. Aún así, la reconocí de inmediato. Apenas había cambiado. Con aquella sonrisa angelical y ese cuerpo menudo, nadie hubiera pensado que mi prima tuviese casi dieciocho años.

Nata, como solíamos llamarla, era una mujer en miniatura. No mediría más de metro y medio, pero como estaba delgada, su cuerpo gozaba de unas proporciones adecuadas. Tenía un culito súper macizo que parecía mayor de lo que era a causa de su cintura de avispa. De lo que carecía era de pecho, sus peritas se habían quedado a medio madurar.

Aunque Natalia era la más bonita de todas mis primas, su nueva y estridente apariencia no era de mi gusto. Me sorprendió que mi prima se hubiera convertido en lo que entonces llamábamos una choni. Llevaba puestos unos minishórts de lycra que se infiltraban vertiginosamente entre sus nalgas y, en la parte superior, una fina y escueta camiseta de tirantes que a duras penas contenía la consistencia de sus pezones.

Al parecer, Nata era amiga de la amiga de alguien y se venía con nosotros a pasar el fin de semana en la sierra. No sé cómo ocurrió, pero el caso es que cuando quise darme cuenta mi prima se había subido en mi coche o, mejor dicho, al coche que mi madre me había prestado. Seguimos hablando y gastándonos bromas, no sólo nos tratábamos con familiaridad, había buen rollo.

El padre de Nata, mi tío, era médico militar, aunque en realidad era más militar que médico. Capitán del ejército de tierra, había ostentado el mando de su casa con la misma disciplina castrense de un cuartel. Sin embargo, el tiro le salió por la culata. Harta de vivir con sus padres, mi prima había dejado los estudios y se había puesto a trabajar en una tienda de Levi’s. Independizada económicamente, Nata soñaba con irse de casa en cuanto cumpliera los dieciocho.

Cuando llegamos al cámping, yo ya tenía claro que algo iba a pasar entre nosotros. Aquella misma noche nos liamos. Habíamos estado bebiendo calimocho con los demás, pero cuando nos dimos cuenta de que la gente se iba dispersando en parejas, nosotros hicimos lo mismo.

Como ya habíamos bebido suficiente, solamente nos incautamos de una bolsita de golosinas antes de desaparecer entre las tiendas de campaña. Yo había llevado coche, pero, para ahorrarnos unos euros, lo habíamos aparcado fuera del recinto del cámping.

En cuanto estuvimos sentados en el asiento de atrás Nata se echó sobre mí como una pantera. Sus labios me devoraban con ansia. Yo no me había atrevido a preguntar cual era su experiencia sexual, pero al notar que metía su mano bajo la costura de mi pantalón y se apoderaba de mi erección tuve la certeza de que mi prima no tendría el coño sin estrenar.

Natalia sacó mi pollón con resolución y, al verlo, sonrió contenta. Cuando apartó su larga melena relucieron dos grandes pendientes de aro. Unas largas e inquietantes uñas de color rosa adornaban los ágiles dedos que meneaban mi miembro. Nata ya estaba preparada y mi polla también.

Mi prima se puso a mamar con la misma voracidad con la que me había comido a besos un momento antes. Yo dejé que ella se saciara a su gusto y, para no perder el tiempo, le bajé los leggins y el tanga a medio muslo con ideade mojar mis dedos en su rajita.

No me costó dar con su clítoris, pues éste aguardaba erguido en medio de su rajita. Nata gimió al sentir el roce de las yemas de mis dedos, pero continuó cabeceando con vehemencia.

Jamás hubiera imaginado a mi primita mamando la polla de un hombre, y menos con aquella desenvoltura. Nata había lamido mi verga de arriba a abajo, luego la había cubierto de besos y por último, había chupado el glande sorbiendo su propia saliva como una auténtica cerda. Ni siquiera parecían incomodarla los grandes aros que se bamboleaban alborotadamente en los lóbulos de sus orejas.

Mi prima Natalia debía haber pecado mucho desde su ya lejana Primera Comunión. De modo que decidí a averiguar hasta donde había llegado la impureza de sus actos. Mojé mi pulgar en su sexo y, acto seguido, fui rozando con la punta desde la nuca de mi prima, bajando por su espalda, siguiendo el surco entre sus nalgas hasta que mi pulgar fue absorbido por la irresistible atracción de su agujero negro.

Nada más encajarse mi dedo en el ano de mi prima, el resto de mis dedos comenzaron a hacer diabluras en su sexo. Aticé su clítoris, pellizque suavemente sus inflamados labios mayores y, por último, hundí dos dedos dentro de su coñito.

Dentro de la boca de Natalia se estaba librando un combate encarnizado. Su ágil lengua se blandía contra mi pesado mandoble sin arredrarse en ningún momento. Hasta ese momento, yo me había limitado a defenderme sin presentar batalla. Sin embargo, viendo que mi prima me estaba comiendo terreno, no tuve más remedio que contraatacar. Hundí mis dedos en su pelo y, a la voz de: ¡Baja!, invadí su garganta, su ano y su ardiente vagina, todo al mismo tiempo.

Sometida y desbordaba por cada uno de sus orificios sexuales, mi prima Natalia arqueó la espalda y, tras una brusca sacudida, tuvo un fenomenal orgasmo.

Satisfecho al ver como Natalia se estremecía merced a mis atenciones y caricias, sujeté con fuerza su cabeza obligándola a chuparme la polla mientras se corría. Después de ese primer clímax, en cuanto mi prima empezó a serenarse, yo azucé su sexo febrilmente hasta hacerla tener un nuevo orgasmo. Nata se retorcía como una alimaña salvaje, pero aún tuvo otros dos o tres orgasmos más antes de que mi pollón saliese del interior de su boca.

Yo había supuesto que, una vez liberada, Natalia se subiría a horcajadas sobre mí, pero, en vez de eso, ella siguió follándome con su boca hasta hacerme eyacular. Luego, sí, después de tragarse mi corrida, Nata me montó y cabalgó sobre mi regazo hasta quedar exhausta y temblando de tantísimos orgasmos como tuvo.

Poco a poco recuperamos la escasa cordura que teníamos a esa edad. Entre una chupada mía a su pezón y un mordisquito suyo en mi oreja, reuní el coraje suficiente para hacerle esa delicada pregunta que me nublaba el pensamiento.

— Oye, Nata. ¿Alguna vez te han sodomizado?

Mi prima sonrió.

—Aún no he conocido al hombre adecuado.

—¿Ah, no? —dije francamente extrañado.

La experiencia y las confidencias de mis amigos sobre sus novias me habían hecho saber que, tras perder la virginidad, la mayoría de las chicas no tardaban en probar por atrás. A Esther, una enfermera alta y flaca, le flipaba el sexo anal. Casi todos la habíamos metido entre sus nalgas. Sin embargo a la mayoría de chicas eso les resultaba demasiado forzado y engorroso y sólo volvían a dejarse dar por el culo de forma ocasional.

—¿Y cómo sabrás quién es ese hombre? —inquirí con

—Porque antes de metérmela en el culo tendrá que casarse conmigo. ¡No te jode! —clamó con desparpajo.

Aquel fin de semana mi prima andaba con una calentura continua. Se despertaba con ganas de comerme el rabo, por la tarde se restregaba conmigo en la piscina y luego, al caer la noche, sus gemidos transgredían el toque de queda nocturno. Yo siempre llevaba un par de condones por si acaso, pero el sábado tuve que ir a comprar. Acabé con la polla en carne viva. El roce del calzoncillo me dolía como si me pellizcaran en el glande y, cuando volví a casa el domingo por la tarde, tuve que untarme la polla con crema Nivea por su culpa.

Pasaron unos años sin saber de ella. La verdad es que a mí no se me pasó por la cabeza llamarla pues, sinceramente, después de aquellos días en la sierra pensaba que mi prima no estaba muy bien de la cabeza. Hasta que un buen día recibí una llamada suya.

Nata me convidó a comer en casa de sus padres aquel mismo domingo. También irían mi madre y mis hermanas, pues quería darnos a todos las invitaciones de boda, de su boda. ¡Nata iba a casarse! Después de felicitarla le pregunté cuando pensaba celebrar el evento y ella me informó que la boda tendría lugar a los dos meses. Algo tan precipitado sólo podía deberse a una razón, de modo que ella misma confirmó que estaba embarazada y yo la volví a felicitar.

Aquel domingo había un auténtico gentío en casa de mis tíos, y eso que mi hermana pequeña no había podido ir y que todavía no teníamos niños. También estaban allí mi primo, su mujer, su hija y el futuro marido de mi prima.

Mi tía me contó confidencialmente que el novio de mi prima era un hombre nueve años mayor que ella y que tenía un cocedero de marisco que al parecer daba bastante dinero. Entonces deduje de quién era ese enorme BMW X4 que había visto en la puerta de mis tíos. Alfonso era un divorciado arrogante con más barriga que cultura, extremo que me demostró con una de las primeras frases que le oí decir. “Donde hay calidad, no hay competencia”. Alfonso no se refería a su futura esposa si no a la bandeja de gambones que ésta estaba colocando en la mesa. Yo, en cambio, no podía dejar de venerar el culazo de la prometida. Nata iba enfundada al vacío en unos jeans que pronto no se podría abrochar.

A pesar de las críticas de su cuñada, mi prima insistía en ayudar a mi tía a servir la mesa. Se notaba que Nata se mordía la lengua para no mandar a la mierda a la mujer de su hermano. Mi tía nunca me había dicho nada, pero estaba claro que no se llevaban nada bien, y a mí no me extrañaba. María solo hacía comentarios envenenados y despreciativos o hablaba en representación de mi primo que, obviamente, pasaba de llevarle la contraria.

En aquella época yo no tenía pareja, de modo que no dejaba de mirar a mi prima con una entrañable sonrisa pintada en la cara. Todos pensaban que la contemplaba con ternura a causa de su anunciado embarazo. Sin embargo, lo que yo hacía era recordar con que entusiasmo la mamaba mi prima y los grititos que daba cuando se la metían.

Me sobresalté al toparme de pronto con los ojos de desaprobación de mi tía. Fingí no darme cuenta y le pedí a mi madre que me pasara la botella de Coca-Cola. Estaba convencido de que mi tía se había dado cuenta de que mi forma de mirar a su hija no tenía nada de afecto, si no un repentino e irrespetuoso interés por volver a follarla, de forma que tomé la determinación de comportarme es debido. Quién sabía, cabía incluso que mi prima le hubiera contado a su madre lo de aquel fin de semana.

Curiosamente aquellas miradas furtivas y lascivas me sirvieron de paso para corroborar la antipatía entre Nata y su cuñada. Era como ver a dos gatas a punto de clavarse las uñas. Nata hervía de rabia cada vez que su cuñada banalizaba los comentarios o la opinión de su hermano mayor. Mientras que el aludido hacía caso omiso a los desplantes, cada frase que salía por la boca de su arrogante esposa era como un nuevo soplido que iba inflando la paciencia de mi prima.

Para sorpresa de todos, la cuñada de Nata era la que mejor se entendía con el nuevo fichaje familiar. La verdad era que María y Alfonso compartían ese cáustico sentido del humor tan desagradable para los demás. A ambos les gustaba hacer leña del árbol caído y quedar siempre por encima del resto.

Afortunadamente, el convite concluyó sin que la sangre llegara al río, aunque sí lo hiciera otra clase de líquido corporal.

Como el piso de mis tíos tiene un pasillo muy largo, me levanté a ayudar.

—Alberto, ve apuntando los cafés —me encomendó mi prima— Me he traído la Nespresso.

Uno por uno fui apuntando los caprichos de todos los invitados, desde el solo para mi tío, hasta el cortado descafeinado con un poquito de Baileys de la cuñada de mi prima.

Cuando entré en la cocina mi tía y Natalia parecían enfadadas. Estaban terminando de colocar todo los vasos en el lavavajillas sin decir palabra. Entonces mi prima me miró por encima del hombro, sus ojos no escondían nada bueno. En efecto, me quedé pasmado al ver como mi prima bajaba la cintura de su pantalón y me enseñaba la mitad de su espléndido trasero. No entiendo por qué, pero me resultó raro ver que mi prima llevaba tanga estando embarazada. Mientras mi tía seguía con los vasos, mi prima dio un paso atrás y, disimuladamente, llevó una de sus manos a su espalda y agarró mi miembro, que ya empezaba a desperezarse. Con el pantalón ligeramente bajado y mirando a su madre, mi prima procedió a estimular mi erección.

— Mamá, ve y tráete las tazas —dijo tras subirse de nuevo el pantalón.

Después de preguntarme cuántos solos y cuántos cortados habían pedido los invitados, mi tía enfiló la puerta. Sin embargo, se detuvo antes de salir.

— Cinco minutos —dijo en tono de advertencia, y cerró la puerta tras de sí.

— Sí, mamá —asintió Nata con una mueca divertida.

— ¿Cinco minutos? —no entendía qué demonios estaba pasando.

— Anda, calla y sácate la polla —me ordenó mi prima con desaire.

Como me quedé petrificado, ella misma se encargó de sacar mi miembro a través de la abertura del pantalón. Siguiendo las nuevas instrucciones de mi prima, me giré para vigilar si alguien venía. Después de cubrir de besos mi inflamado glande, Nata me explicó el plan que obviamente ya le había contado a su madre.

Básicamente, Nata pretendía preparar el cortado de su cuñada con un chorrito de Baileys y cinco o seis de esperma. Con esa intención, mi primita empezó a lamer toda la longitud de mi verga. Se notaba que había ganado en experiencia, no comenzó a mamar como loca si no que siguió lamiendo hasta cubrir toda mi polla de babas. Luego se puso a chupar mi glande como un caramelo. Yo notaba como la lengua de mi prima jugaba dentro de su boca. Aquello era demencial y me dejó a punto de reventar.

Entonces, me dio por pensar lo afortunado que iba a ser el imbécil de su novio. Después de tantos años, mi prima seguía siendo la mejor felatriz que había tenido el placer de conocer y no sólo eso, si Nata había cumplido lo que una vez me dijo aquel imbécil tendría el honor de ser el primero en follarla por el culo.

Recuperé súbitamente la cordura y, cogiéndola del moño, saqué mi polla de su boca. Nata se quedó jadeando.

—Antes tendrás que prometerme una cosa.

—¿Qué? —rabió Nata sin entender.

—Que antes tendrás que prometerme una cosa —repetí.

—¿Qué coño quieres?

—El tuyo —me mofé.

—¡Pues esta noche me paso por tu casa, joder! —respondió la muy zorra.

—No, tendrás que esperar —dije con maldad.

—¿Esperar? ¿A qué?

—A tu boda —la prepotencia de aquellas tres palabras superó la de mi polla.

—¡Serás cabrón!

Aguanté el tipo. La pelota estaba en su tejado. Si quería esperma, tendría que concederme ese capricho.

—Y pienso follarte el culo, eso tenlo claro —le advertí.

—Hijo de…

Esperé, esperé y al final, su madre abrió la puerta de la cocina. Yo la vi venir por el pasillo, pero no dije nada.

—¡Pero niña! ¡Aún estás así!

—¡Alberto quiere darme por el culo! —protestó mi prima indignada.

—¿Ahora?

—No, ahora no —aclaró Natalia.

—Pues todos son así, no sé de que te extrañas —razonó mi tía.

Natalia sabía que su madre llevaba razón.

—Mira, hija. Tu abuela tenía un refrán para esto: “Tiran más dos tetas que dos carretas, y un culo que cuatro mulos”.

—¡Mamá! —protestó Natalia. Ni ella ni yo podíamos dar crédito a lo que acabábamos de oír de labios de su madre.

—¡Ni mamá, ni leches! ¡Date prisa!

Mi tía dejó las tazas en la encimera y, después de mirar de reojo mi monumental erección, volvió a salir de la cocina. Natalia resopló cabreada y volvió a echarse para adelante, pero yo me aparté alejando mi polla de su boca.

—¿Y? —pregunté.

Mi prima consiguió lo que quería. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Oí a Alfonso elevar la voz mientras su prometida callaba y comía. Me imaginé yendo a la suite nupcial mientras los camareros servían el segundo plato del banquete. Me imaginé a mi prima abriendo la puerta echa un manojo de nervios. La tumbaría sobre la cama y, después de subir la falda de su vestido de novia, le lamería el coñito con ternura al tiempo que dilataba su esfínter con mis dedos. Luego pondría su ano y mi órgano perdidos de lubricante, la arrastraría hasta el borde del colchón y colocaría sus tobillos sobre mis hombros. Se quedaría abrumada, sin aliento, cuando notase mi miembro entrar y después empezaría a resoplar. Enardecería su clítoris con mi pulgar, pues la fiesta no empezaría hasta que sonase su primer gemido de placer. Entonces le indicaría que se masturbase para que se excitara lo antes posible, aunque con lo zorra que era, no tardaría en perder los papeles. En cuanto la oyese gritar, liberaría sus tobillos, le indicaría que se sujetase a mí y, sin sacársela del culo, la levantaría en volandas. Nunca he sodomizado a una chica en esa postura, pero con sus cuarenta y pico kilos, sin duda mi primita era la candidata perfecta.

Cuando Natalia escupió mi corrida en la taza de su cuñada, ésta se llenó hasta casi la mitad.

—Perfecto —sonrió satisfecha.

Mientras ella iba preparando los cafés, yo empecé a servirlos. Empezamos por los de los hombres, que estaban mas impacientes, y luego seguimos con los de las señoras. Como era de esperar, la víbora de María no quedó satisfecha con su café, pues, según ella, Natalia había sido tacaña con el Baileys.

—Si quieres te pongo un chupito —ofreció mi prima con una rara mezcla de placer y resentimiento.

En cambio, yo a quien observaba era a mi tía que en ese momento paladeaba el primer sorbo de su café solo. Al hacerlo, se quedó extrañada, como si notase algo raro en su café. Al final abrió los ojos como platos y me miró desconcertada. Entonces, se llevó la taza a la nariz para apreciar más finamente el aroma y ya no tuvo duda alguna de que la mitad de su café era esperma, el esperma de su sobrino. Poco a poco su gestó se suavizó hasta esbozar una tibia sonrisa y tomar un nuevo sorbo con sus ojos clavados en mí. En efecto, a mi tía Pilar le gustaba el café amargo, sin azúcar, de modo que apreció que le hubiera servido un café tan cargado.

Al rato, durante la sobremesa, mi tía se acercó a mí mordiéndose el labio. Caminaba inquieta. Después de confesar que hacía tiempo que no se ponía tan cachonda, me preguntó si podría echarle un vistazo a su ordenador.

—Ya tiene algunos años y hace tiempo que nadie le da un buen repaso —se insinuó lascivamente.

En cuanto pasamos al despacho de su marido mi tía echó el pestillo en la cerradura. Estudié rápidamente la sala y fui a dejar mi gin-tónic sobre la mesa. Cuando mi tía se aproximó, le hice un gesto para que se detuviera y le indiqué que se quitara las bragas. Sus besos fueron los más perturbadores de mi vida.

En vez de acuclillarse, mi tía se puso de rodillas para chupármela, era una mujer de las de antes. La chupaba sin hacer extravagancias, con elegancia, era toda una señora. Desde luego no tenía nada que ver con la zorra de su hija. Yo la dejaba hacer y, de vez en cuando. tomaba un trago de mi copa. Nunca había imaginado que se pudiera mamar una verga de forma tan educada. De buena gana la habría premiado con una copiosa eyaculación, pero ella misma me había solicitado que le diera un buen repaso.

Hube de esperar durante un buen rato para que mi tía se saciara. Yo había aprovechado para hacer un ovillo con sus bragas y, cuando le dije que abriera la boca, los ojos le chisporrotearon. Antes de que la amordazara, mi tía me pidió que mirara en el último cajón del escritorio.

Fui a ver y descubrí una buena colección de juguetes eróticos, un frasco de gel lubricante Durex y hasta un par de esposas. Cuando alcé la vista vi que mi tía Pilar ya estaba preparada para que la montara. Sólo cogí el lubricante.

Como había eyaculado una hora antes, no tuve problema en follarla primero y sodomizarla después. Mi tía había ido hilvanando un orgasmo con otro hasta desfallecer. Si los orgasmos de su coño habían estremecido su cuerpo, su clímax anal la había dejado despatarrada y casi sin conocimiento.

Aunque mi tía ya no gritaba, ni se movía, yo seguí embistiendo su recto con mala leche, hasta el final. Luego le saqué las bragas de la boca, me limpié la polla con ellas y salí de allí.

— Natalia, yo me marcho. Ha dicho tu madre que subas a ayudarla al despacho…

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2 respuestas

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