agosto 7, 2025

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Le reventé el culo a la esposa de mi primo en año nuevo

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La fiesta de fin de año del año pasado estaba en su apogeo cuando llegué a la casa de mi primo. Las luces parpadeantes, el olor a cohetes recién explotados y el sonido de los vecinos borrachos cantando en la calle creaban el ambiente perfecto para lo que estaba por pasar.

Mi primo, el pobre tonto, estaba demasiado ocupado sirviendo tragos y jugando al anfitrión perfecto como para notar cómo su esposa, Claudia, me miraba desde el otro lado de la sala. Esa mujer, que me saca unos buenos diez años, con ese vestido rojo que le apretaba las curvas como si fuera una segunda piel, tenía una mirada que decía más que mil palabras.

El alcohol fluía libremente y, con cada trago, Claudia se acercaba más. Sus tetas, grandes y firmes, rozaban mi brazo cada vez que pasaba cerca, y su perfume, una mezcla embriagadora de vainilla y algo más picante, se me metía en la nariz como un recordatorio constante de lo que quería hacer con ella.

«Roy, ¿no vas a brindar conmigo?» me dijo, alzando su copa de champagne con una sonrisa pícara.

«Claro, pero no con eso», contesté, señalando su copa. «Yo brindo con algo más fuerte».

Ella rió, pero sus ojos no dejaron de mirarme con esa intensidad que me hacía sentir como si ya la tuviera desnuda frente a mí.

 

La medianoche llegó, los abrazos y los besos de felicitación se repartieron por doquier, y en medio del caos, Claudia me agarró de la mano y me susurró al oído:

«El baño del segundo piso está libre».

No necesité más invitación.

Subí las escaleras como si fueran el camino hacia el cielo, y cuando entré al baño, allí estaba ella, sentada en el borde del lavamanos, con las piernas abiertas y ese vestido rojo levantado hasta la cintura. No llevaba nada debajo.

«¿Siempre recibes el año nuevo así?» le pregunté, cerrando la puerta con seguro.

«Solo cuando sé que alguien como tú me lo va a poner difícil», respondió, mordiendo su labio inferior.

No hubo preámbulos. Le arranqué ese vestido como si fuera papel de regalo, dejando al descubierto ese cuerpo que, a sus cuarenta y pocos, seguía siendo una obra de arte. Sus tetas, pesadas y perfectas, se mecían con cada movimiento, y sus caderas, anchas y listas para ser agarradas, me tentaban como un imán.

La levanté del lavabo y la giré, empujándola contra el espejo. Su culo, redondo y firme, rebotó contra mi entrepierna, y no pude evitar gemir al sentir su calor a través de mi pantalón.

«¿Te gusta lo que ves?» preguntó, mirándome por encima del hombro.

«Prefiero probarlo», dije, bajándome el cierre y sacando mi verga, ya dura y palpitante.

Claudia no necesitó más indicaciones. Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en el espejo, y arqueó la espalda, ofreciéndome ese culo que había estado imaginando desde que llegué. Escupí en mi mano y me froté la punta contra su ano, sintiendo cómo se estremecía al contacto.

«Relájate, putita», le dije, mientras con una mano le agarraba la cadera y con la otra guiaba mi verga hacia su agujero apretado.

El primer empujón fue lento, deliberado, dejando que sintiera cada centímetro de mi grosor abriéndola. Claudia gimió, una mezcla de dolor y placer, y sus uñas se clavaron en el marco del espejo.

«Ahhh, mierda… es más grande de lo que pensé», jadeó.

«Y todavía no te la he metido toda», le recordé, agarrando sus caderas con más fuerza y hundiéndome hasta el fondo de un solo golpe.

Ella gritó, pero no de dolor. No, ese sonido era puro éxtasis.

Empecé a moverme, despacio al principio, luego más rápido, sintiendo cómo su culo se adaptaba a mi forma, cómo sus músculos internos me apretaban como si no quisieran soltarme. El sonido de nuestras pieles chocando se mezclaba con sus gemidos y mis gruñidos, creando una sinfonía de lujuria que solo nosotros podíamos escuchar.

«¿Te gusta que te den por el culo, Claudia?» le pregunté, dándole una nalgada que dejó su piel marcada con mi mano.

«La verdad sí, me encanta… dámelo todo», gimió, empujando su culo contra mí.

No necesité más invitación. La agarré del pelo y la obligué a mirarse en el espejo mientras le daba duro, cada embestida más profunda que la anterior. Su cara de placer, sus tetas rebotando con cada movimiento, el brillo del sudor en su espalda… todo era perfecto.

«Vas a venirte, putita», le ordené. «Vas a venirte mientras mi verga te abre el culo».

Y ella obedeció. Su cuerpo se tensó, sus gemidos se hicieron más agudos, y sentí cómo su interior se contraía alrededor de mí, apretándome como un puño. Eso fue suficiente para mandarme al borde.

«¿Dónde quieres mi leche?» gruñí, sintiendo cómo el calor se acumulaba en mi base.

«¡Dentroooo! ¡Lléname el culo!» gritó, y eso fue todo lo que necesitaba.

Exploté dentro de ella, cada chorro caliente llenándola mientras mis piernas temblaban. Nos quedamos así, jadeando, conectados, hasta que finalmente me deslicé fuera, dejando que mi semen escapara por su agujero bien usado.

Claudia se giró y se arrodilló, limpiándome con su boca mientras yo todavía palpitaba.

«Feliz año nuevo, Roy», dijo con una sonrisa sucia.

«Feliz año nuevo, prima», respondí, sabiendo que mi primo estaría abajo, borracho y feliz, sin tener idea de que acababa de convertir a su esposa en mi puta personal.

Debería sentirme culpable por mi primo, pero su esposa es muy puta y se cuentos de ella con otros amigos de la familia, además estaba riquísima esa noche.

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