Por

Anónimo

septiembre 16, 2013

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La hermana de mi compañera

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este relato os describo el primer encuentro con Lola, la segunda mujer mayor que yo con la que estuve, aunque en este caso ella tenía �solo� 29 años, 11 más que yo.

Sólo habían pasado tres semanas desde mi primer encuentro con Erika. En ese tiempo habíamos vuelto a quedar una o dos veces por semana, dependiendo de que las exigencias que tuviese Hans en su trabajo me permitiesen ir a su casa sin peligro de ser descubiertos en plena faena. Se podía decir, por tanto, que me había convertido en su amante estable, y bajo la sabia dirección de Erika fui ampliando muchísimo mis conocimientos sobre el sexo, al mismo tiempo que aumentaba mi autoestima y mi seguridad con las mujeres.

Volvía a mediodía de pasar una mañana en la playa con los amigos, pensando que en la comida mi padre me daría pistas sobre si esa tarde podría subir al piso de Erika. Mi madre me dijo que me había llamado María, una compañera.

María era más que una compañera de clase. Había sido uno de los vértices del triángulo diabólico que me amargó el primer año de facultad, y al que ya hice referencia en mi anterior relato. Estaba enamorada de mí, al mismo tiempo que yo me había enamorado de Tere, su mejor amiga. Así que como ya os podéis imaginar mi relación con ella, a pesar de que era una tía muy maja, había sido durante casi todo el curso bastante peculiar.

En otra situación me hubiese resultado muy incómodo volver a hablar con ella. Pero los últimos acontecimientos me habían cambiado mucho, y ya no me preocupaba lo que pudiese pasar o dejar de pasar con mis compañeras de clase. Así que cogí el teléfono y le llamé.

La charla fue muy agradable, contándonos como estábamos pasando el verano como si no hubiese ocurrido nada entre nosotros distinto de una relación normal entre compañeros y amigos. Realmente no había pasado nada, pero los dos sabíamos cuales habían sido sus sentimientos hacia mí y cuales los míos respecto a Tere, pero todo eso quedó aparcado. Después de un rato de charla intrascendente, me dijo que me había llamado para pedirme mis apuntes de Teoría Económica, que le había quedado para septiembre y estaba repasando. Como aún no sabía qué pasaría esa tarde, le dije que se los llevaría esa misma tarde o a la mañana siguiente, y quedamos para tomar un café juntos y charlar.

Mi padre llegó a comer, y a los cinco minutos por sus comentarios yo ya tenía claro que esa tarde no podría subir a casa de Erika, así que cuando acabó la comida cogí los apuntes para María y me fui a su casa.

Cuando llamé al timbre, me abrió la puerta Lola, la hermana de María.

– Hola, Juan, cuanto tiempo. María no está ahora. Han venido a buscarla para ir a la playa y luego a cenar, así que no vendrá en toda la tarde.

– No pasa nada, Lola. Solamente vengo a dejarle unos apuntes que me ha pedido. Te los doy y tú se los pasas.

– Me había dicho que no sabía si pasarías hoy o mañana. Entra si quieres. Mis padres se han ido unos días al chalet y estoy sola. Podemos tomar algo y charlamos, que hace mucho que no nos vemos.

Acepté la invitación, porque mi relación con Lola era muy buena. Empezó a venir a las cenas que organizábamos los compañeros de clase, según me dijo después, para conocer al chico que le gustaba a su hermana, y el primer día estuvimos mucho tiempo charlando en los pubs donde fuimos a tomar copas. A pesar de que era 11 años mayor que yo, la charla fue agradable. Ella se dio cuenta enseguida de lo que pasaba entre María, Tere y yo, y después del tercer cubata, comenzó a hacerme confidencias.

Tenía novio, pero por motivos de trabajo se pasaba las semanas viajando por toda España y muchos fines de semana no podía venir a verla. Ella trabajaba como encargada en un comercio, y también tenía que trabajar bastantes sábados, por lo que a veces estaban tres o cuatro semanas sin verse. Quería mucho a su novio, pero más de una vez la encontré un poco harta de la situación.

Esa situación de infelicidad compartida nos hizo estrechar bastante nuestra relación. Aunque nunca quedé con ella fuera de esas cenas de clase, me confesó que le apetecía mucho venir, y que si faltaba a alguna era porque ese fin de semana había podido por fin quedar con su novio. Según me dijo, me consideraba su mejor amigo, y tengo que reconocer que yo sentía por ella lo mismo. Probablemente, de no saber que iba a poder charlar con ella, hubiese dejado de ir a las cenas.

Me hizo pasar al salón, puso música en la cadena y me preguntó si me apetecía un cubata. Me reí y le dije que era un poco pronto para empezar, pero entonces me dijo toda seria que como siempre nos veíamos en pubs, se le haría raro estar conmigo sin música de fondo y un vaso en la mano. Los dos bebíamos lo mismo, whisky con limón, así que no tuvo que preguntar. Preparó los vasos, me dio uno y se sentó a mi lado en el sofá.

Sinceramente, siempre había visto a Lola como una magnífica amiga, pero mi experiencia con Erika había hecho cambiar mi forma de ver a las mujeres. Esa tarde, mientras la veía preparar los cubatas, la valoré por primera vez como mujer, imaginando cómo sería el cuerpo que cubría la camiseta larga de algodón que usaba para estar en casa, y que le llegaba a la altura de las rodillas.

La verdad es que Lola era bastante atractiva. Un poco bajita (1�60 calculaba yo), con pelo negro, liso y muy largo, y una carita dulce sobre la que destacaban unos preciosos ojos verdes. Tenía un buen tipo, aunque era algo ancha de caderas y un poquito culona, pero era de cintura estrecha y tenía unas piernas bien torneadas que mostraba siempre con minifaldas. El pecho era normal, y además lo solía disimular con jerseys o blusas anchas, nunca enseñaba escote. Unicamente recordaba una cena en la que se puso un jersey ajustado que resaltaba unos pechos como he dicho normales de tamaño, aunque muy bien colocados.

Estuvimos un rato charlando sobre temas intrascendentes, películas, libros, el calor que estaba haciendo ese verano, y contándonos como nos iba en el trabajo y en los estudios, respectivamente. Así nos acabamos la primera copa y una segunda.

Después de prepararnos la tercera, cambié de tema y le pregunté que tal seguían las cosas con su novio. Se puso seria un instante, luego afloró a su cara una sonrisa triste, y me dijo que igual que siempre. Hacía dos semanas que no lo veía, y ese fin de semana tampoco iba a ser, porque ella trabajaba el sábado y el no podía venir. Se quedó con la mirada fija en un cuadro de la pared, perdida en sus pensamientos. Yo la había visto así ya otras veces, y empecé a consolarla y darle ánimos. Era una situación que ya habíamos vivido, y sabía que con un poco de esfuerzo volvería a arrancarle una sonrisa, como así fue.

Entonces me preguntó ella a mi, y le dije que en mi vida sí había habido un cambio, que había decidido olvidarme completamente de Tere. Se sorprendió, y me preguntó si era sólo un propósito o es que había conocido a alguien. Le dije que ambas cosas.

– ¡¡¡¿Tienes novia?!!!

– No, novia no

– ¿Entonces? ¿A quien has conocido?

– Tengo un rollo� con una mujer madura.

Se quedó sin palabras, mirándome con la boca abierta y cara de absoluto asombro. Yo era un chico serio y formal, demasiado maduro para mi edad, me repetía siempre, y lo que le acababa de contar no cuadraba con la imagen que tenía de mí. Tras reponerse de la sorpresa, llegó la batería de preguntas ¿Quién era? ¿Cómo había ocurrido? ¿Qué habíamos hecho? ¿Era algo estable?.

Me asusté un poco. Había prometido a Erika total discreción y ahora mi mejor amiga me estaba pidiendo respuestas que no podía darle, pero tampoco me veía con ánimo de mentirle. Así que le dije la verdad, o al menos la parte de la verdad que podía contarle sin dejar pistas de quién estaba hablando. Le conté que tenía que ser muy discreto, porque era una mujer casada, que había sido ella la que me había seducido, utilizando un truco, aunque no le dije cual, para llevarme a su casa (por supuesto, no le conté nada de la playa), y que seguíamos viéndonos una o dos veces por semana. Respiré tranquilo: todo lo que le había dicho era cierto, pero no le había dado ningún dato que pudiese hacerle sospechar de quien hablaba.

-¿Y qué hacéis cuando os véis?

-¿A qué te refieres?

– ¿Tenéis sexo?

– �. Si, claro�

– Cuéntame qué hacéis.

– No sé qué quieres decir.

– Cuentame como es una cita normal con ella, la última, por ejemplo.

– ¿Quieres que te cuente como� follamos?

– Si�

Me sorprendió la reacción de Lola. Pensaba que iba a seguir interrogándome sobre, por decirlo de algún modo, las circunstancias generales de la relación, y que tendría que seguir mintiéndole, pero lo que quería era un relato erótico verbal. Me había pedido que le contase la última cita y empecé a hacerlo. Erika se había disfrazado de colegiala, y me había hecho a mí hacer de profesor exigente. Con ese juego erótico había comenzado una tarde magnífica. Lola me escuchaba atentamente, y sólo me interrumpía para preguntarme detalles adicionales. Nunca había tenido una charla tan explícita con ella, pero con el tercer cubata casi consumido y la penumbra del salón con las persianas casi bajadas para que no entrase el sol me fui sintiendo cómodo. Lola cada vez necesitaba preguntarme menos porque mi relato iba incluyendo hasta el último de los detalles. Así, mientras hablaba con ella me fui excitando, y como pude comprobar en seguida, no era el único.

En un momento de la cita que le estaba contando, Erika y yo terminamos en su cama de matrimonio haciendo un 69. Lola me interrumpió:

– ¿Haceis sexo oral?

– Si, claro

– ¡Que suerte!

– ¿Tu no lo haces con tu novio?

– No�. Bueno, para ser sincera, yo a el si le hago alguna mamada que otra, pero el conmigo no, dice que no le gusta, y creo que le da asco. ¿A ti no te da asco comerle el coño a una tía de 40?

Me seguía sorprendiendo la naturalidad con que Lola utilizaba ese vocabulario vulgar, tan distinto del que teníamos en nuestras charlas normales, pero llevábamos así ya un rato, y le contesté con naturalidad.

– ¿Asco? Para nada. Es genial sentir como puedes dar placer a una mujer sólo con la lengua, notando como cambia su reacción dependiendo de la zona que acaricias, de la velocidad de�

– Entonces, si no te da asco con una de 40, tampoco te lo dará con una de 29.

Esa frase tenía mucha intención. Hacía dos meses, en una cena en la que estuvimos los dos, me invitó a un par de copas para celebrar su 29 cumpleaños. De una forma muy sutil me acababa de preguntar si estaría dispuesto a comerle el coño. Le seguí el juego, dispuesto a ver hasta donde llegaba.

– Si estuviese tan buena como tu, no sólo no me daría asco, sino que me encantaría.

– ¿Crees que estoy buena?

– Sabes que lo estás, no hace falta que te lo diga yo.

– No te he preguntado por lo que yo sé, quiero saber lo que piensas tú.

– Entonces�. Si, Lola, eres una tía buena.

– ¿Y además de comerle el coño, que más cosas le harías a una tía buena como yo?

– Depende de lo que se dejase hacer�.

Ella había jugado fuerte y yo le había mantenido la apuesta. La situación era muy morbosa. En un momento de la charla, yo había pasado mi brazo por encima del respaldo del sofá y estaba jugando inocentemente con su cabello entre mis dedos. No sé si ella se había acercado a mí o yo a ella, pero estábamos sentados uno al lado del otro, con nuestros cuerpos en contacto. Nos quedamos mirando en silencio, con las caras a pocos centímetros, y de forma casi imperceptible las fuimos acercando. Primero mi nariz rozó a la suya, luego sus labios rozaron levemente los míos, y un segundo después estábamos fundidos en un beso. No era un beso apasionado, al menos al principio, empezamos comiéndonos los labios, dándonos piquitos un buen rato, hasta que por fin ella me introdujo su lengua en mi boca.

Le dejé recorrer el interior de mi boca con su lengua, mientras mi mano, que había dejado de jugar con su cabello, descendía hasta acariciar uno de sus pechos por encima de la camiseta. Llevaba un sujetador muy fino, y a pesar de la camiseta y del propio sujetador, notaba bajo las telas como su pezón se iba poniendo duro y crecía de tamaño al contacto con las yemas de mis dedos.

Entonces fui yo el que puse mi lengua en acción, y el beso pasó a ser de tornillo, con las dos lenguas entrecruzándose. Llevé mi otra mano a sus rodillas, y empecé a acariciarle las piernas, levantándole la camiseta mientras mi mano subía por la cara interior de sus muslos hasta alcanzar la tela de sus braguitas. Lola me dejó hacer, y noté sobre la tela húmeda de flujos el calor que desprendía su coño mientras lo acariciaba. Yo estaba a mil, y era el momento de saber si aquello iba a ir a más o se quedaría en un calentón.

Me levanté, y Lola me preguntó con voz dulce a donde iba. No le contesté. Me arrodillé delante de ella, le separé las piernas y empecé a recorrer a besos el camino que solo un momento antes había seguido mi mano. Lola abrió aun más las piernas, se deslizó hacia abajo para que su culo quedase apoyado en el borde del asiento, y me dejó hacer. Me lo tomé con calma, besando y recorriendo con la lengua cada centímetro de sus muslos, hasta que llegué a sus bragas, y le besé el coño por encima de la tela. Empecé a quitarle las bragas, y ella me facilitó la tarea levantando el culo y doblando y juntando las piernas.

En contraste con el coño completamente depilado de Erika, el de Lola tenía un aspecto salvaje. Estaba claro que hacía tiempo que no veía a su novio, y no pensaba que esta tarde pasase lo que estaba pasando, por lo que no se lo había arreglado. Tenía ante mí una buena cantidad de pelo negro, que fui separando con mis dedos hasta dejar a la vista el trofeo que estaba buscando, caliente y empapado de jugos. Puse en práctica todo lo que había aprendido ya, y regalé a Lola una comida de coño, modestia aparte, de primer nivel. Ella me lo agradeció con cada gesto y cada palabra. Le oía gemir, decir frases entrecortadas, pedirme que siguiese, llamarme guapo y lindo cuando mi lengua titilaba su clítoris y me sujetaba la cabeza con sus manos, para que no la retirase. Estaba descubriendo poco a poco que me iba a costar llevar a Lola al orgasmo mucho más de lo que estaba acostumbrado con Erika, que se corría con mucha facilidad, pero al fin, después de un buen rato de hacer trabajar mi lengua y mis dedos, noté como sus muslos apretaban mi cara, arqueaba el cuerpo levantando el culo del asiento, y se corría casi en silencio, solamente acelerando su respiración mientras mi cara se llenaba de flujo.

– Ha sido genial, Juan� Joder, no sabía que esto era así de bueno.

Lo dijo con un hilo de voz, mientras yo seguía arrodillado entre sus piernas, acariciandole las caderas antes de que mis manos se perdiesen bajo la camiseta en busca de sus pechos. No me dejó alcanzarlos. Se puso de pie y me hizo levantarme a mí.

Empezó a besarme, mientras me desabrochaba los botones de la camisa, y terminaba por quitármela, dejando mi torso desnudo. Mientras, yo le había subido la camiseta hasta quitársela del todo y arrojarla al suelo al lado de mi camisa. Me besó el cuello y me acarició la espalda, mientras yo le soltaba el sujetador, dejándola completamente desnuda. Agaché un poco la cabeza y empecé a comerme sus tetas, mientras ella desabrochaba el cinturón y los botones de mi vaquero y empezaba a bajármelo junto con mis calzoncillos. Se agachó delante de mí y terminó de quitármelos. Ahora estabamos los dos desnudos, y sin levantarse empezó a recorrer mi miembro con la lengua, dándole besitos, mientras me acariciaba el culo con las manos. Huelga decir que yo estaba completamente empalmado, con la polla dura como una piedra.

– Joder, Juan, ¡como la tienes de dura! ¿Qué me vas a hacer con ella�.?

– Llévame a tu cama y lo verás

Me cogió la polla con la mano y me llevó a su cuarto, como quien lleva a un perrito cogido de la correa. Al llegar me pregunto: ¿y ahora qué?. No le contesté. Le dí un empujón que le hizo caer sobre su cama. Me tumbé encima de ella, besándole en la boca y restregando mi miembro en su coñito húmedo. Se lo empecé a meter poco a poco, mientras ella clavaba sus uñas en mi espalda, dando comienzo a un mete y saca cada vez más rápido. Los dos comenzamos a jadear, anunciando lo inminente de nuestro orgasmo, que llegó de forma casi simultánea.

Caí tendido sobre ella, con mi polla ya no tan dura como antes aún dentro de su coño. Estuvimos así un rato, ella rodeándome la espalda con sus brazos y yo besándole el cuello, hasta que me echó a un lado, y quedamos uno al lado del otro.

Empezamos a hablar de lo que había pasado, y ella me dijo que esto no significaba el inicio de ninguna relación sentimental, pero que le había encantado y que tal vez me llamase para repetirlo otra vez. Yo hablaba mucho menos, lo que me estaba proponiendo me gustaba, y traté de crear un ambiente agradable. Le acariciaba el cuerpo, recorriéndolo con un dedo, le daba besitos en los labios interrumpiéndole cuando hablaba hasta provocar su risa, para entonces besarle en el cuello, en los hombros, en los pechos. Lola se dejaba hacer, cada vez participando más de las caricias, y con el continuo contacto yo ya estaba recuperando la erección. La abracé estrechándola contra mí y dándole un beso de tornillo al que Lola respondió.

Giré mi cuerpo, hasta ponerme boca arriba en la cama, consiguiendo que Lola quedase tumbada sobre mi. Mi polla, otra vez completamente dura, quedó atrapada entre sus muslos. Seguíamos besándonos, mientras yo valoraba con mis manos la dureza de su culo. Le dije que me cabalgase.

No se hizo rogar. Maniobró a cuatro patas sobre la cama hasta colocar la punta de mi rabo en la entrada de su coño, y lo fue introduciendo lentamente hasta el fondo. Se quedó sentada encima de mis muslos, con todo mi miembro dentro de ella, y las piernas dobladas a los lados de mi cuerpo. La visión era soberbia, con sus pechos duros moviéndose levemente, y los ojos cerrados mientras se mordía los labios. Lola se lo tomó con calma y yo me convertí en su consolador de carne. Estaba excitado, pero mi reciente corrida me hacía estar muy lejos del orgasmo, y poder dar a Lola una herramienta para su placer.

La aprovechó a conciencia. Disfrutando de cada minuto, creo que probó todos los movimientos posibles sobre mí. Desde un imperceptible movimiento de caderas hacia delante y hacia atrás, con todo mi miembro dentro, hasta un mete-saca a velocidad endiablada que en sus subidas provocaba que casi toda mi polla quedase fuera. Intentó retrasar sus orgasmos al máximo, parando sus movimientos cuando pensaba que le podían llegar, hasta que en dos ocasiones no lo pudo hacer. Ambas veces se corrió quieta, sentada sobre mí, apretándome con su culo al máximo en mis piernas hasta hacerme daño, y gritando como una loca. Después de la segunda vez, cayó sin fuerzas sobre mí. Me dí cuenta de que no habría mas y clavé mis pies en el colchón para poder levantar y bajar el culo mientras bombeaba su cuerpo casi inerte, buscando mi propio orgasmo que llegó sólo unos segundos después.

Nos volvimos a quedar quietos, esta vez en silencio, abrazados el uno al otro. Sólo dijo una cosa más antes de yo me vistiese y me marchase:

– Esto lo repetiremos más veces. Seguro. Te llamaré yo. Por favor, sé tan discreto como me has dicho que eras.

Yo fui discreto, y ella cumplió su palabra. Cada mes o dos meses, dependiendo de las citas con su novio, y de la disponibilidad de su casa, Lola me llamaba para quedar y pasar un rato de sexo desenfrenado.

Espero que os haya gustado, y si es así os contaré mi siguiente experiencia, que fue doblemente especial.


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2 respuestas

  1. nindery

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