
Por
Anónimo
En promesa en años. Hecho infidelidad
Andrés me había dicho que iría en la noche, a donde su madre. Su madre era una vieja alcólica de 71 años, en lecho de muerte. Aunque no me llevaba nada bien con esa señora, no podría negar que me provocaba lástima. Nada más que eso.
Yo, ahora estaba en medio de una cafetería, a las nueve y media de la noche. El té se había congelado. No me importó.
Por suerte no estaba sola.
Un hombre de poca barba, alto, pálido, delgado, ojos café, mejillas rojas, cabello negro, rebelde, estaba a mi lado. Leonardo Jonnas.
Leonardo fue un viejo amor. Lo conocí a mis diesiocho años, cuando aún la vida era una ruleta para mí. Leonardo era mi tutor. No era mayor. De hecho, yo le llevaba algunos meses.
Durante tres años, me enseñó biología pura, e inglés. En tres años, me enamoré de él. En tres años, besé sus labios. En tres años lloré en su pecho.
Leonardo tenía veinticinco años. Y yo ventiséis. Él cumpliría en diciembre. Yo había cumplido en febrero.
Yo detallé su cara. Sus labios. Me costaba verlo y seguir una conversación. Me costaba más imaginar, pensar, preguntarme: ¿por qué mi corazón dio un salto al verlo?
-Joanne -me ha llamado.
-¿Sí?
-¿No me has dicho que las once? Son las y media.
Esa hora, era mi hora de volver a casa, se lo mencioné muchas veces.
-Mierda.
En aquel momento pensé que más que avisarme la hora, quería desaserse de mí, ir a donde su novia, Anna, ¿esa así su nombre? No me importa.
Me levanté y fui a pagar. No duré un minuto me fui.
Leonardo me seguía. No sé por qué.
-¿Te has enojado?
-¿Yo? No.
-Mentira.
Levanté mis hombros, nunca me detuve.
La noche estaba aquí, y con ella callejones oscuros, calles solas, murmullos, putas en las esquinas, borrachos. Era un sábado. Un caos en esta ciudad.
-… aún te amo.
Escuché. Me asusté. No me detuve.
-Pienso en ti.
No respondí. Sentí la sombre en mi espalda. No dije nada.
-Aún sueño follarte.
-Cerdo -dije, sin pensarlo. No volteé.
-Has escuchado todo. Te quiero. Te he extraño.
-No hables de eso aquí.
-No me des las esplada.
-Vete.
Caminé más rápido.
-No.
Corrí.
-Vete -repetí.
-No.
Corrí. Resbalé.
Vi su rostro en el piso, su cabello estaba en su rostro. Él me trata de levantar, lo manoteo.
-No me pongas la mano encima. Peso cien kilos. Mi grasa puede pegarse a tu cuerpo.
-Párate.
-No.
-¿Te quedarás en el piso?
-Sí.
-Menuda terca.
Sonríe, me jala.
-Te llevo a casa, venga.
-Puedo ir a pie, no queda lejos.
-Te acompaño.
No le miro la cara. Limpio mi ropa. Camino.
-Me mientes -dije.
-¿Cómo?
-Mira, es ese edificio, largo. Llegué. Largo.
Fui derecho. Tomó mi brazo.
-Aún te amo.
-No.
-Hablemos de eso.
-¿Adentro? ¿En mi habitación? Estás loco.
Aquellas palabras fueron en vano. Joanne, 26 años, editora de una revista departamental, con pareja, años de carrera, había cedido a los deseos de un hombre.
-Toma un poco de café, vete. Te dejé entrar por lástima, hace frío afuera. Pero no me importa. Vete.
-¿Cómo se llama él?
Pasé saliva, dejé mi chaqueta aun lado, tomé una silla, me senté al frente de él.
-Andrés.
-¿Cuántos años lleváis aquí?
-7 siete meses.
-¿Lo conoces hace siete meses y vives con él?
-Hace un año. Me mudé hace siete meses.
Él tomó un sorbo más, dejó la taza a un lado. Rodó su silla, lo suficiente para que nuestras rodillas se chocaran y nuestras caras quedarán muy frente a frente.
-¿Has follado con él?
-¿Qué coño te importa eso?
-¿Te lo ha hecho bien?
-¿Qué?
Se acercó a mí más, me tomó de las mejillas.
-Responde puta. Ese tío, ¿te ha cogio bien?
Me desprendí, lo abofeteé.
-¡Vete! ¡Llamaré a seguridad!
Leonardo tumbó su silla hacia atrás, se arrodilló, se acostó en mis piernas.
-Quiero hacerlo yo.
-¡Vete!
-Déjame.
-¿¡Déjame qué!?
-Reventarte como es debido.
-¿¡Qué!?
-Déjame comerte el coño -murmura, con la cabeza arriba, me toma del cabello. -Abre las piernas, yo te quito eso.
-¿¡Estáis loco!?
-Venga…
En ese momento me di cuenta que perdí. Mi coño se mojó. Mi boca se secó. Cuando sentí su aliento, lo besé. Su mano bajó a mi parte baja.
-No puedo -le dije.
-Estás goteando. Zorra.
Otra bofetada.
-Me las cobraré. Dime. ¿Quieres follar ahora?
-Tengo a… estoy con alguie, Leonardo.
-Estabas conmigo. Te fuiste.
-Ya hemos hablado de eso.
Leonardo se levantó y flotó el rostro.
-Dame tu baño.
-¿Para qué?
-Necesito una paja.
Hice una mueca. Leonardo se había alejado, pero yo me acercé, le dio otra bofetada.
-¡Para ya que van muchas, guarra!
Le di otra más.
-¡Puta!
En mi departamento, había un pasillo, así que el corrió. El final del pasillo, era una pared, se recostó ahí, escondió su rostro entre sus manos.
Mi corazón latía rápido. Seguí lo que mi cabeza me decía. Caminé lentamente por el pasillo. Cuando llegué a su lado, me arrodillé.
Él nunca levantó su cabeza. Me quité la camisa. El sotén me pesaba, también lo hice. Mis tetas quedaron al aire, las acercé a su rostro. Leonardo lloraba, no hablé, abrí con mi boca sus dedos, y metí un pezón en su boca. El lo lamió, pude sentir perfectamente sus lágrimas resbaladisas.
Poco a poco, logré quitarme el pantalón. Mis gruesas piernas quedaron al aire. Leonardo nunca dejó de lamer y morder mis pezones.
-Zorra -dijo de nuevo.
Separé sus labios de mis tetas, y con rostro arriba, golpeé de nuevo sus mejillas.
-Puta -dijo de nuevo.
Otro golpe.
Esta vez guardó silencio, bajó a su trabajo, pero lo detuve, me levanté y rápidamente, lo llevé al sofá. No podía llevarlo a la misma cama en donde follaba con Andrés.
-Quita mis bragas. -le ordené. Su cuerpo cubrió el mío, estaba encima de mí.
-Guarra.
Otro golpe, mejillas ardientes.
-Te saco las bragas si llamas al tío ese.
-No.
-Sí. Llámalo mientras te como el coño.
-No tengo mi teléfono aquí.
-Está en tu chaqueta, iré por él -le escuché decir.
Me sentí intimidada al sentir el vacío en mi cuerpo.
-Aquí está, llámalo.
-Estúpido, sin ideas, esto es de novelas.
-Zorra. Llámalo.
Mi manó se levantó, me detuvo.
-Llámalo.
Otra vez le obedecí.
Primera llamada, no contesta. Segunda, tampoco. Tercera, no. Leonardo me insitió. A la quinta llamada Andrés contestó.
La polla de Leonardo se paseaba por los labios de mi coño. Su pantalón estaba a un lado, su camisa de lana aún seguía en su cuerpo.
-P…para, esto no era… -miró a Leonardo.
-¿Joanne?
-¡Andrés! -gemí.
-¿Qué pasa?
-Quería lla…llamarte.
–Bien…
Hubo silencio.
-¿Joanne?
-An…Andrés.
-¿Qué?
-Me siento un poco… enferma.
-Mierda. Toma algo-
Andrés dijo algo, pero no escuché, colgué, tiré el teléfono.
-Estrecha… estás estrecha.
Gemí. Leonardo se introdujo bruscamente.
-Muerte para ti… -dije, en gemido.
-Preciosa…
-Cálla…
-Diosa -dice. Da otra estocada. Mis piernas se aferran más a su cuerpo, mis manos están en su cuello.
-Come… come mis tetas…
-¿Te gusta eso?
-Me ayuda a venirme-
El río, me besó. El estómago me dolió.
-Zorra. Te amo.
-No… -gimoteé.
-Puta. Hoy. Mañana. Siempre… -dijo. Bajó a mis tetas. -Mi Diosa. Reina -chupó, mordió.
Sentí la presión en la parte baja de mi estómago.
-¿Te vienes? -preguntó.
La cabeza se me puso blanca. Condón.
Estaba a punto de llegar y recordé que Leonardo me había metido la polla sin protección.
-Sal… salte. Tío. Salte. Estás…
Él se detiene, para las estocadas.
-¿Sin globo?
-Sí…
Sonríe.
-Pare un hijo mío.
-¿¡Qué!?
Me toma una teta, la chupa.
-Toma la pastilla. Diosa. Esta noche es de ambos, no me detendré por nada. Pare o toma la pasta, no me importa -toma mis mejillas, sus dedos se entierran en ellas- mi amor, no me prohibas esto, mi vida, mi corazón, no me mates envitando eso.
Comienza a moverse de nuevo.
Cierro mis ojos, no hablo más. Él toma eso como un sí, me muerde, sube, va a mi cuello, llega a mi oreja. Me enloquesco. Eso es. He llegado, los espamos llegan. Él sonríe, no para, no se detiene.
Mi orgamos dura segundos, caigo rendida, ojos cerrados. Él se detiene, me toma la cabeza, me besa el pelo, saca su polla.
-¿Quieres seguir?
-Yo… sí… -respondo, sin ganas. Él no ha llegado, no quiero que esto sea injusto.
-Estás cansada mi amor.
Abro los ojos, mi boca está entre abierta. Miro sus ojos y él los míos. Mis brazos se aferran a su cuello.
-Tú tienes que hacerlo. Espera. Espera un momento.
-Mi amor, he visto tu rostro. Mi polla no importa, te he visto gemir. Mi Diosa, te has venido, por mí.
-Cállate.
Veinte segundos y no hago más que escuchar halagos.
-Entra de nuevo.
-No.
-Dime guarra, zorra, lo que has dicho.
-Lo quería decir eso, estaba enojado.
-¿Aún está dura?
Bajo mi mano, él me la toma.
-Métela -lo miro. Él pasa saliva, lo hace.
Me aferro de nuevo. Aún cansada, gimo, son suaves.
-Diosa, perdona…
-Cállate.
-Mi amor… te amo -habla en medio de un gemido ahogado.
-Solo porque me estás follan-
-No.
Él se mueve más rápido.
-Te amo.
-No… no es así…
-Te amo mi Diosa. Reina.
Leonardo esconde su rostro en mi cuello. Yo le acaricio el cabello. Siempre soñé eso.
-Diosa… eres hermosa. Nunca… nunca debí perderte… mi amor…
Segundos, sin contar, siento el chorro espeso.
-¡Joder!
Sus gemidos se mezclan, yo también he llegado. Leonardo quiere salir de mi cuello, pero no se lo permito, le jalo el cabello y empiezo a besarle la oreja.
-¿Joanne? -pregunta confundido. Su voz hace cuello en mi cuello.
-Quiero esto. Quiero dejar lo demás.
-¿Quieres dejar el tío con el que estás?
-Quiero dejar todo.
-¿Por mí?
-Por ti. Siempre.
Se intenta levantar. Lo bloqueo.
-Deja salirme… deja sacar mi polla.
-No.
Él sonríe. Pierde, se resposa formalmente en mi pecho.
-Mi amor, tú… mi vida y único amor. Te amo mi vida, no me dejes, guarra, te amo…
Leonardo ha empezado a hablar y decir más cosas.
Yo guardo silencio y enrollo mis dedos más a su pelo.
¿Qué pasará ahora?
Ni coño.
Leonardo está aquí. Pero el futuro es incierto. No me importa.
Le jaló el cabello, su cabeza sube.
-A la cama. Cógeme más.
2 respuestas
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