
Por
El secreto de mi cuñada gorda
Marico, te juro que esto no me lo invento, y aunque suene a porno malo, paso tal cual como se los voy a contar. Resulta que tengo dos cuñadas: una que es gemela de mi esposa (pero ni se parecen, la verdad la mia es mas linda) y la otra, Carmen, que es la hermana mayor. Carmen es gorda, de esas gordas que no tienen gracia, con rollos que se le cuelgan por todos lados y una cara que ni el amor de madre le ve lo lindo. Pero eso si, tiene unas tetas que parecen dos sandias y un culo que aunque esta enterrado bajo grasa, cuando se para se ve que tiene forma.
Ese dia habia ido a la casa de mi suegra a buscar unas herramientas que le habia prestado a mi cuñado. Mi mujer estaba en el trabajo y como tengo llave, entre sin tocar. La casa estaba silenciosa, solo se escuchaba el zumbido del refrigerador y algo asi como unos gemidos apagados que venian del cuarto de Carmen.
La puerta estaba entreabierta y por el hueco pude ver el espectaculo mas surrealista de mi vida: ahi estaba Carmen, en cuatro patas sobre la cama, completamente desnuda, con la espalda arqueada y las tetas colgando como globos medio desinflados. Tenia un pepino entero metido en la concha y se lo movia con una mano, mientras con la otra tenia un cepillo de dientes viejo metido en el culo. Gemia como becerra herida, toda sudada, con ese olor agrio a sexo y grasa que hasta por la puerta se sentia.
«Coño, duro, si, ahi mismo», jadeaba, y el pepino salia y entraba con un sonido mojado que me puso la verga dura al instante. No podia creerlo, esta mujer que siempre me parecio asquerosa, de repente me estaba dando una ereccion que me dolia.
Sin pensarlo dos veces, empuje la puerta. Carmen grito y trato de cubrirse, pero con ese cuerpo no habia forma de esconder nada. «Jhonatan, por favor, vete», suplico, pero ya estaba encima de ella.
«Callate, gorda», le dije mientras le quitaba el pepino de la concha. Estaba caliente y resbaladiza, y el olor a pescado era fuerte, pero algo en su mirada de perrita asustada me prendio mas. «Te gusta que te den por el culo, ¿eh?», le pregunte, metiendole los dedos en ese hoyo que aun tenia el cepillo de dientes.
Ella asintio, llorando, pero ya estaba empujando contra mis dedos. «Por favor, no me hagas dano», murmuro, pero sus caderas no dejaban de moverse.
Le saque el cepillo y lo tire al piso. «Vas a gritar lo que te gusta», le ordene, bajandome el pantalon. Mi verga estaba palpitando, dura como una roca.
Cuando se la meti por el culo, Carmen grito como si la estuvieran matando, pero sus muschos temblaban de placer. Estaba tan apretada adentro que cada movimiento era una batalla, pero la muy puta no dejaba de empujar. «Asi, papi, rompeme el culo», gemia, y yo, marico, le daba con toda mi rabia, agarrandole esos rollos de grasa como si fueran manillas.
El olor era insoportable, a sudor viejo y a culo sin lavar, pero no podia parar. La voltee y le meti la verga en la boca, ahogandola con mis embestidas. «Chupa, gorda de mierda, chupa como te gusta», le decia, y ella me miraba con esos ojos llorosos mientras la saliva le corria por la barbilla.
Nos vinimos al mismo tiempo, yo en su boca y ella en su propia mano, con unos espasmos que hicieron temblar la cama. Quede tirado sobre ella, sin aliento, sintiendo como su grasa se pegaba a mi sudor.
Despues, mientras me vestia, Carmen se quedo en la cama, mirando al techo. «No le digas a nadie», murmuro, y yo solo asenti.
Ahora, cada vez que la veo en las reuniones familiares, con su vestido ajustado y su sonrisa timida, no puedo evitar sonreir. Porque se que bajo esa fachada de señora decente, hay una puta gorda que espera que le den por el culo con un cepillo de dientes.
Y aunque el olor aun me persigue a veces en las noches, marico, te juro que no me arrepiento. Porque en esta vida, hasta la mas fea tiene su lado sabroso. Solo hay que tener el estomago pa encontrarlo.
Una respuesta
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muy buena amigo
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