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Anónimo

septiembre 17, 2025

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El jefe de mi esposo

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Hola, esta es la primera vez que escribo en una página así, pero necesito desahogarme. Recientemente me casé con mi novio después de dos años de relación. Todo iba bien en nuestra unión, pero últimamente mi esposo ha estado muy estresado. Su trabajo no es ni bueno ni malo, pero nos da lo necesario para vivir. El problema es que ha tenido algunas distracciones y errores, y su jefe le dijo que está bajo vigilancia y a prueba. Lo veo tan angustiado en casa, distraído y preocupado, porque podría perder el empleo con el que nos sostenemos.

La semana pasada, su jefe vino a buscarlo un viernes para la entrega de unos documentos importantes, pero mi esposo había salido a acompañar a su papá a un chequeo de rutina. Como vivimos en la casa de mi suegro, yo me encargué de hacerle entrega de los papeles. Su jefe, un hombre de unos cincuenta años, con traje caro y una actitud que impone, me explicó que mi esposo tenía problemas serios de desempeño. Me pidió que lo apoyara, pero luego bajó la voz y dijo que quería charlar conmigo en privado para explicarme mejor la situación. Quedamos en un café cercano, y aunque sentí que algo no estaba bien, acepté por mi esposo.

Al llegar al café, todo parecía normal al principio. Hablamos de los errores de mi esposo, de cómo estaba afectando a la empresa, y de lo mucho que él había intentado cubrirlo. Pero entonces, su tono cambió. Me miró fijamente y me dijo: «No puedo seguir protegiéndolo. Está representando pérdidas para la empresa… a menos que tú me hagas algunos favores». Sus palabras me helaron la sangre. Básicamente, me estaba diciendo que si quería que mi esposo conservara su trabajo, yo tendría que entregarme a él. No supe qué responder. Mi mente se nubló entre el miedo, la rabia y una curiosidad malsana que nunca antes había sentido.

Después de un silencio incómodo, asentí lentamente. No podía creer lo que estaba haciendo, pero la imagen de mi esposo sufriendo me rompía el corazón. El jefe sonrió, pagó la cuenta y me llevó a un motel cercano. Una vez allí, no hubo preámbulos. Me empujó contra la pared y me besó con una fuerza brutal, sus manos recorrieron mi cuerpo como si me estuviera reclamando. Me desvistió sin miramientos, y yo, aunque sentía una culpa enorme, no me resistí. Su experiencia se notaba en cada movimiento: me manoseó con rudeza, me mordió los pezones hasta hacerme gemir y luego me penetró con una violencia que me dejó sin aliento.

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Grité de placer y dolor al mismo tiempo, mientras él me susurraba al oído: «Tu esposo nunca te ha cogido así, ¿verdad?». No podía negarlo. Era verdad. Su verga era más gruesa, más dura, y sabía exactamente cómo moverla para dejarme temblando. Me puso en cuatro patas y me dio por detrás, agarándome del cabello para controlar el ritmo. Cada embestida era una mezcla de humillación y éxtasis. Yo gemía como una puta, pidiéndole más, olvidándome por completo de mi marido.

Cuando acabamos, quedé tendida en la cama, llena de sudor y de sus fluidos. Él se vistió como si nada hubiera pasado y me dijo: «Tu esposo tiene trabajo seguro… por ahora. Sabrás cómo encontrarme si quieres repetir». Salí de allí sintiéndome sucia pero increíblemente viva. Ahora, cada vez que mi esposo me abraza, no puedo evitar recordar los manosazos y gemidos de aquel día…

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