
Por
Anónimo
El amigo de mi novia me vendió un teléfono y descubrí que se la coje.
El mejor amigo de mi novia cambio de teléfono y yo que ya tenía la pantalla quebrada y viejo el mío, en una fiesta en que coincidimos, me platico de su nuevo teléfono y le pregunté si me podía vender el otro y me dijo que si. Unos días después que le transferí, mi novia fue a verlo para traerlo y yo la dejo ir porque siempre me dijo que su amigo era Gay. Qué ingenuo fui al creerle.
Tras empezar a configurarlo y todo, el teléfono estaba limpio, no tenía nada (que sería obvio porque no dejaría nada de información o fotos ahí) pero dejo iniciada su sesión de Google y por curioso me metí a su app de Google fotos…
¡Gran error! La primera imagen fue un puñetazo en el estómago: Valentina arrodillada sobre las baldosas frías de lo que reconocí como el baño de Gabriel. Llevaba solo unas medias de red rotas en las rodillas y un collar de perro con su inicial. Su mirada (esa que conocía tan bien) no era la de mi dulce novia, sino la de una extraña sumisa. La descripción decía *»Putita aprendiendo su luga,r – 15/03″*. Esa fecha… había sido nuestro aniversario. Yo esperé tres horas con rosas y champagne mientras ella «consolaba a Gabriel por su ruptura».
Otro video que me descompuso Gabriel la tiene doblada sobre el lavamanos, su falda levantada hasta la espalda. «¡Repite, perra! ¡Dile a tu novio maricón que prefieres mi verga!». Valentina gime, no de dolor, sino con una voz ronca que nunca me dirigió a mí: «Soy tu zorra… solo como tu polla, papi». La cámara enfoca sus uñas arañando el porcelana mientras él la embiste con una violencia que hace temblar el espejo. El sonido de sus nalgas golpeando contra sus muslos es obsceno, metódico. «Más duro ¡ROMPEME!», grita. Él responde escupiéndole en la nuca y tirándole del pelo hasta arquearle la columna.
Una foto que guardé como prueba en mi nube personal era de ella a cuatro patas sobre la cama que elegimos juntos en IKEA. Lleva mi corbata (la que usé en nuestra primera cita) como una venda en los ojos. Gabriel, sonriente ante el espejo del fondo, sostiene un vibrador rosado contra su clítoris mientras con la otra mano graba. El ángulo captura el brillo de lo mojada que estaba.
Había otro video en donde no se veía nada pero se escuchaba gemidos agudos, camas crujiendo, y luego la voz de Gabriel, baja y cruel: «Abre ese culo, puta. Quiero que sientas quien manda aquí». Un quejido ahogado, seguido de un golpe sordo. «¡SÍ! Así… grita que te duele… a ver si tu noviecito te oye». El sonido de una bofetada. Valentina solloza, pero no es llanto de angustia; es ese sollozo entrecortado que precedía sus orgasmos cuando yo la cogía.
Pasé horas comparando fechas en mi propio calendario.
Lo más perverso fue mi reacción, descargué todo en una carpeta oculta llamada «Proyecto Tesis». Esa noche, bebí tres rones y me masturbé frenéticamente frente al collage de su traición. Cerraba los ojos e imaginaba ser yo quien le azotaba las nalgas hasta pintarlas de morado. Yo quien le torcía los pezones mientras escupía obscenidades. Yo quien la reducía a ese animal jadeante que nunca mostró conmigo. Al climax, grité su nombre contra el sofá, odiándola por excitarme más que nunca.
Ahora tengo el dilema de enfrentarlos mañana con las pruebas y Ver cómo palidecen o esperar. La cuenta de Gabriel sigue sincronizada. Cada vez que suba un nuevo video de Valentina tragando su semen o recibiendo azotes con el cinturón, mi telébro vibrará con la notificación. Quizás… quizás la próxima vez los grabe juntos.
Mientras tanto, ella acaba de enviarme un mensaje: «Amor, ¿pedimos sushi? 💖». Sus uñas pintadas de rojo en el último video destrozaban la espalda de Gabriel mientras él la llamaba «cerda de crianza».
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