 
Por
Anónimo
Vacaciones en Japón
Marta trabaja en una agencia de viajes. Cuando estábamos planificando las vacaciones, yo solo le pedí que fuesen al extranjero, que por España había viajado mucho, pero que fuera solo había estado en Francia. Así que quedamos en que, si veía alguna buena oferta, hiciera la reserva. Me dijo que preparase el pasaporte, por si era fuera de Europa, y que ella se encargaba del resto.
Un mes después me llamó para decirme que tenía una opción muy interesante y con muy buenas condiciones: un viaje a Japón. No era un país que estuviera en mis preferencias iniciales, pero parecía interesante. No es que supiera mucho antes de ir, solo lo poco que se ve en la TV, tampoco nunca he sido lector de mangas ni seguidor de las series de anime ni de la cultura japonesa, nunca he tenido un interés especial. Pero si a Marta le parecía una buena oportunidad, a mí también. Así que le di el visto bueno y que continuara adelante con el papeleo.
Unos días más tarde me dijo que tenía todo listo, que era un viaje de 11 días, que saldríamos de Madrid y que tendríamos un guía de confianza con nosotros todos los días, que se encargaría de prepararnos todas las visitas y viajes dentro de Japón para que fuese más cómodo para nosotros. Me pareció genial, porque con el inglés me puedo defender, pero me da que el japonés iba a ser un problemilla.
Ya con todo preparado y el equipaje en sus maletas, nos fuimos cada uno a su propio aeropuerto para vernos en Madrid. Una vez allí, nos juntamos y Marta saltó a darme un besazo en los morros. Hacía unas semanas que no nos veíamos. Después procedimos con todo el proceso de embarque, mucho más lento que en mi anterior vuelo, pero bueno, había tiempo de sobra hasta la salida, así que con paciencia. Puntualmente salió el vuelo. Nos esperaban unas 15 horas de viaje.
Marta aprovechó para contarme más cosas del viaje, algunas cosas que visitaríamos y me habló más sobre nuestro guía. Me dijo que era una mujer japonesa con la que trabajan desde hace muchos años. Que había estudiado en la universidad de Salamanca con su compañera de trabajo y que desde que había vuelto a Japón se había convertido en su guía de confianza y que siempre es a quien recurrían cuando algún cliente quería viajar a Japón. Además de guía, era profesora de español para japoneses y de japonés para extranjeros. Por último, su nombre era Naoko y nos estaría esperando en el aeropuerto.
Entre charlar, leer, ver alguna película y dormir, se nos pasaron las 15 horas y llegamos a Japón. Seguimos a todo el mundo, recogimos las maletas en las cintas y fuimos hacia la salida. Entre todo el mundo que estaba esperando pudimos distinguir a una mujer bajita y delgaducha que pegaba saltos gritando el nombre de Marta. Chocaba entre el resto de japoneses quietos y tranquilos que había a su alrededor. Llegamos a donde estaba. Saltó a dar un abrazo a Marta, luego se me acercó, se presentó, inclinó la cabeza para saludar y luego se acercó a darme un par de besos en las mejillas. Yo no soy muy alto, rozo el metro ochenta, pero ella no debía llegar al metro y medio. Iba vestida con un pantalón corto y una camiseta blanca con unas letras en japonés. Cuando se dio la vuelta para indicarnos hacia dónde teníamos que ir, me fijé que en la espalda llevaba escrito «Soy tu guía, no me pierdas». Me hizo gracia. Le dije a Marta y nos reímos. Al oírnos, se dio la vuelta y nos dijo, señalando a las letras de delante de la camiseta, que ponía en japonés «Guía trabajando, disculpe las molestias». Nos volvimos a reír.
Naoko no paraba de un lado a otro, como se movía la mujer. Sobre la edad, no era capaz de adivinarla. Parecía muy joven, yo diría que poco más de 20, pero eso no me cuadraba con que hubiese ido a la universidad con la compañera de Marta. Más tarde le pregunté a Marta y me dijo que creía que unos 38, que era la edad de su compañera. En serio que no lo aparentaba por ningún lado.
Nos acercamos a los taxis, y primera cosa curiosa: los coches no eran especialmente modernos, pero eso no era lo curioso. Lo curioso fue que las puertas se abrieron y cerraron solas y que al entrar el conductor, uniformado, llevaba guantes blancos. Naoko le dijo el nombre del hotel y el hombre arrancó. Ni una palabra hasta el final del camino. Naoko pagó, nos ayudó a registrarnos en el hotel, nos acompañó a dejar las cosas en la habitación y nos llevó a cenar. El restaurante estaba cerca del hotel, no era muy grande, y comí, por primera vez, algo con lo que decidí que podría alimentarme el resto de mi vida: «Ramen». Nunca lo había probado y estaba riquísimo. No era la última vez que lo comiera en este viaje.
Charlamos bastante, pero estábamos realmente agotados, así que Naoko nos llevó de vuelta al hotel. Nos dijo que descansásemos, que nos esperaban unos días moviditos y que se pasaría pronto para llevarnos a desayunar. Entramos en la habitación; ambos nos quitamos la ropa, y aunque estábamos realmente cansados, nos tumbamos en la cama y nos pusimos a comernos en un grandioso 69, hasta que ambos nos corrimos y nos quedamos fritos, sin deshacer maletas ni nada, hasta el día siguiente. Estábamos fundidos.
Los siguientes 2 días nos los pasamos haciendo de turistas, visitando templos, edificios, parques, yo pidiendo comer ramen en todo momento, Marta y Naoko negándose casi siempre. Y follando al llegar a la noche al hotel. Como visita curiosa un día, Naoko nos llevó a un baño público. Ya que yo tendría que ir solo, no son mixtos; Naoko me estuvo explicando el «protocolo» para entrar. Quitarse toda la ropa en el vestuario y coger la toalla que habría en la taquilla, limpiarse bien antes de entrar en unos lavabos bajos que habría a la entrada, meterse en el baño caliente, sin sumergir la cabeza nunca y llevando siempre mi toalla, no estar más de 10 minutos dentro del agua y no secarse al salir, primero enfriarme con los cazos de agua templada y luego de vuelta al vestuario. Ah, y la más importante: no quedarse mirando a la gente. Pues con todo eso en la cabeza e intentando hacerlo todo bien, me quité la ropa, la dejé en un cesto que había y lo cambié por la toalla que había dentro; toalla minúscula, por cierto, a duras penas podría taparme el culo si quisiese. Para mí tampoco es un problema la desnudez entre hombres, lo normal en los gimnasios en los que he estado, así que realicé todo el «protocolo» hasta que puse un pie en el agua. ¡Pero que quieren escaldarme! Estaba ardiendo, no sé cómo podían aguantar dentro. Hasta ese momento ni me había fijado en nadie, muy pendiente de seguir los pasos. Pero al ver lo caliente que estaba y sacar el pie, me di cuenta que todo el mundo me miraba; parece que lo de no quedarse mirando fijamente era para los extranjeros. Me fijé que yo era realmente más grande que todos los presentes y que no había occidentales. Me armé de valor y al final conseguí entrar. Después de unos minutos era relajante, pero no aguanté los 10 minutos y salí a esperar a las mujeres fuera. Ellas salieron 10 minutos más tarde que yo muy sonrientes; parece que lo habían disfrutado más que yo.
Al siguiente día Naoko vino a buscarnos pronto, como siempre, y después de desayunar nos dijo que hoy tocaba viaje. Dejaríamos el hotel, llevaríamos las maletas a su casa, cogiendo ropa para 2 días en unas mochilas, e iríamos al tren. Así que eso hicimos, recogimos todo, fuimos en taxi a casa de Naoko y allí, en unas mochilas que ella nos dio, metimos la ropa para un par de días. Los 3 nos metimos en otro taxi y nos llevó a la estación. Allí Naoko nos dijo que iríamos al norte, a un hotel tradicional japonés, que está en un pueblo en el que había muchos artesanos y se podía ver como trabajaban. Siguió contando cosas que no recuerdo porque en ese momento nos señaló el tren en el que íbamos a ir. ¡Era un Shinkansen! ¡Un tren bala! Yo ya, como ingeniero, no presté mucha atención a nada de lo que decía Naoko, ni durante el viaje; de vez en cuando la preguntaba algo sobre el tren y seguía mirándolo todo. Creo que se dieron cuenta porque de vez en cuando me miraban y se reían. Llegamos a nuestra estación, me despedí del precioso tren, y seguimos a Naoko. Esta vez no íbamos a coger un taxi, sino alquilar un coche. Naoko me preguntó si queríamos conducir, pero con eso de conducir por el otro lado y que no entendíamos las señales indicativas, preferimos que lo hiciese ella. El coche era realmente pequeño, básicamente era un cubo con ruedas, pero entrabamos bien los 3.
Después de unos 40 minutos de viaje llegamos por un caminito al pie de una casa típica japonesa. Un sitio precioso, rodeado de árboles. Nos recibió una señora que aparentaba tener 100 años, al menos por fuera, porque se movía con mucha agilidad. La señora solo hablaba japonés, así que hablaba con Naoko y nosotros la seguíamos por la casa. Las paredes parecían de papel y todo eran puertas correderas. Nos llevó a lo que dijo que era nuestra habitación, aunque no había cama, solo más puertas correderas. Como aún no habíamos comido, la señora nos llevó al salón y en unas mesas bajas nos sentamos en el suelo. Nos sirvió… ¡ramen! Yo ya quería a la señora. Naoko nos explicó que dormiríamos en futones, que estaban guardados en uno de los armarios y que los desenrollaríamos en el suelo antes de ir a dormir. El plan para lo que quedaba de día era ir a las termas que había en el propio hotel; luego nos servirían un té, paseo, cena y a dormir.
Hablamos un rato después de comer y volvimos a la habitación; nos dijo Naoko que la habitación era para los 3, que eran habitaciones hasta para 6 y que era lo típico. Algo distinto a los hoteles habituales. Nos explicó que las termas eran como los baños en los que habíamos estado, pero más bonitos y pequeños. También abrió una de las puertas; era un armario; sacó 3 quimonos y los repartió. Era lo normal moverse con ellos por la casa; me dijeron que saliendo por la puerta contraria a por donde habíamos entrado había un baño, que me pusiese el quimono y volviese. Eso hice: entré en el baño, muy rústico, me quité la ropa y volví a la habitación. Ellas ya estaban cambiadas, muy guapas la verdad; Marta, ya sin sujetador, se notaba por la altura de sus pechos. Naoko se me acercó y me corrigió un poco como me lo había abrochado. Y así volvimos a salir y fuimos a las termas, que por lo visto estaban en el interior del edificio, había varias. Al llegar a las puertas Naoko me dijo cual era mi vestuario, que me quitase el quimono y cogiese la toalla, que saliera por el lado opuesto y, muy importante, que entrase por la segunda puerta de la izquierda que había al otro lado.
Me desnudé, cogí la toalla y al salir había 4 puertas, hice lo que me pidió Naoko, la segunda puerta por la izquierda. Descorrí la cortina y entré en la que supuse que era la terma de hombres. Al entrar no había nadie, así que eché un vistazo. Era precioso, parecía que era natural y siempre hubiese estado allí, la «piscina» estaba entre las rocas, los baños eran todos de madera y todo era mucho más pequeño, más íntimo. Empecé el protocolo, me limpié bien en los taburetes pequeños, y me metí, poco a poco, en el agua. Estaba también muy caliente, pero creo que no tanto como los baños de Tokio. Me puse la toalla en la cabeza; lo había visto en los baños anteriores, y me recliné sobre las rocas. En ese momento oí ruidos y pensé que vendría algún otro inquilino. Pero la sorpresa fue que la que corría la cortina era Marta; entraba desnuda con sus enormes pechos libres y el pelo recogido en un moño. No me di cuenta hasta que entró del todo que detrás entraba Naoko, también completamente desnuda. Se puso a su lado y no podían ser más diferentes. Marta mide algo más de uno setenta; Naoko apenas uno cincuenta. Marta tiene un pecho enorme y Naoko prácticamente no tiene tetas; en ese momento pensé que debía usar sujetadores con relleno porque vestida parecía que tenía el pecho más grande. Los pezones de Marta son rosados y los de Naoko marrones muy oscuros. Marta llevaba el coño depilado y Naoko no, de hecho, tenía el vello púbico liso y larguísimo.
Me quedé sorprendido, pero recordé lo de no quedarse mirando; así que bajé la cabeza y miré al agua. También recordé que Naoko nos había contado que antes los baños eran mixtos, así que esto al ser tradicional debía ser lo normal. Sin mucho descaro las vi como se lavaban, se aclaraban y venían al agua conmigo. Una vez ya dentro y con ellas tapadas por el agua, empezamos a hablar. Me dijeron que ellas ya lo sabían y que Marta había decidido no decirme nada para sorprenderme y Naoko nos dijo que era un baño privado, que cada puerta era para una habitación y que se seguían las tradiciones, que en muchas zonas rurales se siguen usando. Como si no estuviésemos desnudos, comentamos cosas del viaje y al de 10 minutos yo me levanté y empecé el protocolo de salida… Menos mal que el excesivo calor impidió que me empalmase, que vergüenza. Me despedí y las dije que las veía en la habitación. En el vestuario y con menos calor, no pude evitar empalmarme. Una cosa os puedo contar, es una situación muy incómoda si solo llevas un quimono. Rápido me fui a la habitación a esperar a las chicas, rezando porque se bajase la calentura y no me cruzase con nadie. Pasaron unos minutos, mi polla se había relajado y entraron las chicas. Naoko nos dijo que tocaba ir a por el té. Nos dijo que podíamos ir en quimono y así fuimos. Yo me senté en un lado y ellas en el lado opuesto, Marta y yo con las piernas cruzadas y Naoko de rodillas. No sé como podía aguantar así. La señora de la casa nos trajo el té, siguiendo también unos pasos muy precisos que nos iba explicando Naoko. En una de estas me di cuenta que al tener las piernas cruzadas podía ver todo el coño pelado de Marta, menuda distracción. Y claro, mi polla reaccionó; empalmado, no sabía cómo sentarme para disimular; no podía dejar de mirar a Marta, así que no se bajaba.
Llegó el momento de levantarse e ir de paseo. Yo seguía empalmado; esperé a que se levantasen ellas, me levanté seguido y me pegué a Marta. Ella enseguida notó mi polla en su espalda, y sin mirar para atrás echó una mano y me la tocó. Eso no ayudaba a que se bajase. Llegamos a la habitación y directamente fui rápido a por ropa y sin girarme las dije: voy a cambiarme al baño. Resoplé, y me cambié. Ya con pantalones no era lo mismo, así que volví a la habitación. Ellas ya estaban cambiadas; me fijé en el pecho de Naoko; efectivamente debía usar sujetador con relleno porque ahora sí parecía tener tetas. Salimos de la casa, nos pusimos el calzado que habíamos dejado al entrar y fuimos a pasear por los alrededores. Paseamos un rato por el bosque, llegamos al pueblo, lo vimos un poco por encima y se nos hizo la hora de cenar, así que volvimos. La señora ya estaba esperándonos. Naoko nos dijo que nos volviésemos a poner los quimonos y fuimos a cenar. Esta vez no había ramen, una pena, pero nos sacó mucha comida, desconocida, pero deliciosa.
Estuvimos bastante tiempo hablando hasta que se hizo tarde y había que ir a dormir. Volvimos a la habitación y Naoko sacó de otro armario los futones. Estaban enrollados, los estiramos, los pusimos en el centro de la habitación y pusimos una manta encima de cada uno. Yo no llevaba pijama; siempre duermo desnudo, pero bueno, dormiría con una camiseta y los gayumbos; les dije que iría a cambiarme al baño. Me aseé un poco; me cambié de ropa y volví a la habitación. Era tarde, así que estaba todo a oscuras; entre en la habitación y me encuentro, en penumbra, a Marta y Naoko sentadas una frente a la otra hablando. Ambas con camisetas largas para dormir. Al entrar se dieron la vuelta y me miraron; Marta empezó a decirme, mientras se reía:
—¿Sabes que me ha preguntado Naoko mientras estábamos cambiándonos? —mientras Naoko agachaba la cabeza. —Que sí me podía tocar una teta. —Yo le he dicho que te tenía que pedir permiso —dijo riéndose.
Yo no sabía qué decir, ¿pedirme permiso a mí? En ese momento Naoko se puso en pie, hizo una reverencia y sin mirarme en ningún momento me preguntó si podía hacerlo, con una voz casi inaudible. Yo no pude más que reírme y le dije que no eran mis tetas que si quería tocarlas y Marta le dejaba que adelante. En ese momento, volvió a inclinarse hacia Marta y se lo preguntó, añadiendo un por favor. Todo muy chocante. Marta se rio, se cogió sus tetas con ambas manos y le dijo:
—Cuando quieras —dijo riéndose.
Naoko se sentó frente a Marta y muy tímidamente acercó una mano y la puso sobre uno de sus pechos, por encima de la camiseta. Parecía otra Naoko. Durante estos días había sido una mujer charlatana, súper activa y movida, pero ahora era súper tímida y delicada.
La verdad es que la escena me puso cachondo y, nada más ver que Naoko posaba la mano sobre su pecho, me empalmé, pero me quedé en pie, observando. Naoko solo usaba una mano y apretaba delicadamente sus pechos. En un momento, Marta le dijo que esperase, se levantó, se quitó la camiseta y se quedó totalmente desnuda frente a Naoko. Se volvió a sentar y le dijo:
—¿Mejor así? —Si —dijo Naoko susurrando y agachando la cabeza. —Vale, pero yo también quiero tocar —dijo Marta señalando la camiseta de Naoko.
Yo no me lo podía creer. Seguía ahí, sin moverme y disfrutando del momento. Naoko no dijo nada, se levantó, se quitó la camiseta y se quedó en bragas. Unas bragas de algodón blancas con algún dibujo. Se sentó, todo sin levantar la cabeza, y dejó que Marta le pusiera la mano en el pecho. Como apenas tenía, Marta acarició uno de sus pezones. Las dos siguieron así unos minutos hasta que Marta decidió acercar su boca a uno de esos pezones y lamerlo. Naoko no opuso ninguna resistencia y se dejó hacer; después Marta se incorporó y le acercó una de sus tetas a la boca. Naoko empezó a chupar el pezón mientras sujetaba el pecho de Marta con las 2 manos. Marta cogió una de las manos de Naoko, se abrió de piernas y se la llevó a su coño. A mí me iba a reventar la polla. Pasados un par de minutos, Marta cogió a Naoko de los hombros, la reclinó sobre el futón, bajó hacia sus bragas y suavemente se las quitó. Le abrió las piernas y empezó a comerle su peludo coño.
Marta se había puesto en cuatro para comerle el coño a Naoko. Yo no pude aguantar más, me acerqué por detrás, le separé las nalgas y empecé a comerle el culo y el coño. Marta, al notar mi lengua, se giró y sonriéndome, me dijo que había tardado mucho. Yo la comía el coño y ella ahogaba sus gemidos comiéndose el coño de Naoko. Seguimos así un rato; yo cada vez le comía más rápido su culo y su coño, y ella aceleraba la comida de coño de Naoko. Yo me puse de rodillas detrás de Marta y se la clavé sin avisar en su húmedo coño. Estaba chorreando. Marta gimió más alto y yo empecé a darle más fuerte. Estaba a punto de terminar y Marta se separó y se la sacó. Subió hacia la cara de Naoko y le preguntó varias cosas al oído. Naoko asintió a cada pregunta sin decir nada. Marta se incorporó y se puso de cuclillas, dándome la espalda, sobre la cara de Naoko, plantándole todo su coño sobre su boca. Nada más hacerlo giró la cabeza y me dijo, ahora fóllatela a ella. Me acerqué, la levanté las piernas, vi que la mata de pelo iba hasta su culo. Efectivamente, tenía el pelo lacio, largo y frondoso. Se la metí en ese coño peludo; era muy estrecho. Empecé a darle cada vez más rápido mientras Marta gemía cada vez más fuerte, pero la verdad es que yo, aunque disfrutaba del coño estrecho, no estaba disfrutando de la follada. Naoko no contribuía mucho, apenas se movía o gemía; era como follarse una muñeca hinchable. Marta se dio la vuelta para verme mientras me la follaba y debió notar algo, porque me dijo:
—Ponte detrás mío, y me follas el culo —mientras se ponía a hacer un 69 con Naoko.
Me acerqué a su culazo, le comí un poco el ano, le metí un par de dedos y apunté mi polla a su agujero. Entró con facilidad y empecé a darle con fuerza, como le gusta. Pocas embestidas después, Marta empezó a moverse para todos lados y ahogó un fuerte gemido contra el coño de Naoko mientras yo le rellenaba su culo con mi corrida. Naoko por el contrario ni se había inmutado; sino nos hubiese dicho al día siguiente que había tenido 2 orgasmos, pensaríamos que ni le había gustado. Nos tumbamos en los futones y nos quedamos dormidos.
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