Por

Anónimo

noviembre 29, 2018

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Una historia que contar

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Recuerdo que era todo empezó un día bastante lluvioso. Desde la ventana de mi habitación veía como los árboles se agitaban debido al fuerte viento y como los pocos valientes, que se habían atrevido a hacerle frente al temporal, luchaban para mantener en sus manos sus respectivos paraguas. En este pueblo era normal que a finales de octubre hubiera este clima, y la verdad es que esto no facilitaba -ni mucho menos- la vida a los vecinos del pueblo, pues sin campos que cultivar y viviendo la mayoría de la poca industria que había era cuestión de tiempo que el pueblo desapareciese, los jóvenes estudiaban en la ciudad y solo volvían para ver a sus familias, luego volvían a la ciudad y ya no se sabía más de ellos.

 

Hice mi cama, me dí una larga ducha caliente para meterme el calor en el cuerpo y me hice comí el desayuno que mi madre había preparado para mí. Después de todo esto aún me sobraba tiempo para ver un poco la televisión antes de que volviera mi padre para acercarme al instituto. Cuando encendí la televisión puse el canal de noticias para informarme sobre que tiempo haría el resto del día, pero la verdad es que yo ya suponía que llovería todo el día, y así fue.

 

Sonó el timbre, cogí mi mochila y me fui al encuentro con mi padre. Mi padre trabajaba de administrativo en una de las fábricas industriales locales, y aprovechando que tenía que ir siempre de fábrica en fábrica buscaba tiempo para llevarme al instituto. La verdad es que ese día no tenía nada importante que hacer. Estaba seguro que no seríamos más de cinco en clase y los profesores no dejarían las horas libres para estudiar y ponernos en días con trabajos y tareas atrasadas, y yo, que iba al día en todo, me pasaría el día jugando a cualquier cosa con mi compañero de mesa, Matias.

 

Llegué al instituto, fui el primero en entrar en clase, dejé la mochila y salí al pasillo para hacer tiempo hasta que sonara la sirena de aviso. No me agradaba la idea de ser el primero pues se podía interpretar como si fuera un empollón, y la verdad es que siempre he preferido pasar desapercibido. Pasaban los minutos y ninguno de mis compañeros de clase llegaba. A falta de cinco minutos para que empezase la clase entré y me senté, saqué mi móvil y empecé a jugar. Poco después de sonar el timbre entró el profesor de Geografía -la asignatura que me tocaba a primera hora- y dos compañeras de clase. Se llamaban Andrea y Sandra, y la verdad es que no podían ser más diferentes. Andrea era alta, delgada, rubia pero teñida de azul, callada, aplicada y amante de los deportes, mientras que Sandra era baja, regordeta, pelo moreno y piel trigueña, hablaba por los codos, extrovertida, curiosa, no le gustaba mucho eso de estudiar o hacer deporte, era más de jugar a juegos de ordenador y la verdad es que a mi no me caía muy bien.

 

Andrea y Sandra se sentaron juntas lejos de mí y como el profesor salió a por un café, ya que no iba a avanzar temario habiendo solo tres personas, empezaron a cuchichear al principio para luego hablar animadamente. A mi me daba igual de lo que hablara, yo prefería estar tranquilo jugando con mi móvil, sin embargo Sandra se levantó, se acercó a la pizarra y voceó:

 

– Luis, ¿cuántas veces te tengo que decir que en clase no se usa el móvil? Tienes un parte.

 

– Sandra, no me toques los huevos y déjame en paz. – le respondí bastante mosqueado.

 

Sandra se sentó, no sin antes coger un puñado de tizas de la pizarra y, de vez en cuando, me las lanzaba con el único propósito de molestar. Aguanté diez minutos y cuando vi que el profesor no tenía pensamiento de volver salí de clase y me fui a la biblioteca.

 

El día pasó bastante rápido para mí ya que no hice más que jugar con el móvil o mirar Internet desde el ordenador de la biblioteca. Diez minutos antes de que sonara la alarma que marcaría el final del día escolar me acerque a clase para coger la mochila. Cuando llegué a clase no había nadie, como suponía, por lo que cogí la mochila, salí de clase y me fui al porche a esperar a que viniera a recoger mi padre.

 

Llegué a casa y me encontré con que mi madre había cocinado una buena cantidad de mi comida favorita: macarrones con tomate. Comí dos platos y subí a mi cuarto, y como no tenía tareas para mañana ni ningún examen previsto me dispuse a reparar el ordenador, pues se me había roto el día anterior. Mientras me dirigía a mi cuarto pasé por el tocador que hay en el pasillo y me vi a mi mismo reflejado en el espejo, y para tener solo dieciséis años la verdad es que me veía cada día más alto y delgado. De cara no era muy guapo, pero mi pelo largo y mis músculos que empezaban a marcarse por las muchas horas que dedicaba al baloncesto hacían de mi una persona atractiva, pero como soy algo asocial pues a nivel social daba un poco igual. No deseaba tener parejas, ni siquiera tener amigos, solo quería terminar de estudiar e irme a la ciudad pues cada día que pasaba en ese pueblo sentía que me ahogaba.

 

Después de arreglar el ordenador, a media tarde, me dispuse a abrir mi mochila para sacar los libros que no me iban a servir al día siguiente y meter los que sí lo harían. Cuando saqué todos los libros vi un pedazo de papel rosa que sabía que no era mío. Suponía que bien Sandra o Andrea lo habían metido en mi mochila cuando me fui, aunque estaba casi seguro que había sido Sandra y que en el papel no habría nada interesante.

 

Me disponía a tirar el papel sin siquiera leerlo cuando de reojo vi números en el papel, y al mirarlo detenidamente pude contemplar que en el papel solo se habían escrito números, por lo que la curiosidad pudo conmigo y leí el papel. En este papel estaba escrito lo siguiente:

 

01001000 01101111 01111001 00101100 00100000 01100001 01101100 00100000 01100001 01101110 01101111 01100011 01101000 01100101 01100011 01100101 01110010 00101100 00100000 01101110 01101111 01110011 00100000 01110110 01100101 01101101 01101111 01110011 00100000 01100101 01101110 00100000 01101100 01100001 00100000 01110000 01110101 01100101 01110010 01110100 01100001 00100000 01110000 01110010 01101001 01101110 01100011 01101001 01110000 01100001 01101100 00100000 01100100 01100101 00100000 01101100 01100001 00100000 01101001 01100111 01101100 01100101 01110011 01101001 01100001 00101110

 

Supe al instante, como buen amante a la informática que soy, que eso era código binario y me animé a convertirlo para poder interpretarlo. Lo que no sabía era lo que esto supondría y todo lo que iba a desencadenar.

 

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2 respuestas

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