Por

Anónimo

enero 5, 2024

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UN DÃ?A DE TIENDAS

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Rachel, como le gustaba que la llamaran, me había texteado sorprendentemente después de mucho tiempo, que tenía ganas de verme y explicarme cosas importantes. Parecía prometedor y aunque hacía mucho calor en el mes de Agosto y más a la 16:00 acudí ilusionado.

La había conocido hace ya más de 5 años en un curso de formación que impartí para una empresa de logística donde ella trabajaba entonces. Su figura rotunda y su belleza natural provocaban que destacase en casi cualquier ámbito. Esos 175 cm, con una figura atlética y muy delgada, pero con un pecho desafiante y un más que atrayente trasero seguramente quitaban la respiración, el pelo rubio y la bellos rasgos de su cara remataban e impedían que pudieras no estar mirándola continuamente, especialmente si la vestimenta potenciaba esos activos. Físicamente casi un 10 pero de carácter fuerte e indomable, absorbía conocimientos con avidez y se postulaba la mejor y más interesada, ambición, talento y una ligera mala leche, serían sus señas de identidad para completar el perfil.

La primera interacción no profesional que tuve con ella al salir de la formación y coincidir en las cercanías de la salida, mientras yo desencadenaba la moto y me disponía a marcharme, pasó, me saludó y correspondí y me quedé embobado viendo como se marchaba moviendo esa increíble grupa mientras fumaba, se giró de pronto y creo que debió leer en mi despejada frente las intenciones y un tatuaje que me había salido en los últimos segundo dónde ponía “miraculos”. Volvió sobre sus pasos y me temí lo peor, aunque únicamente quería hacerme una pregunta y felicitarme por lo amenas que eran las clases, que esos chistes tan malos hacían más llevadera la ardua formación. Se lo agradecí, intenté mostrar mi simpatía en una rápida interacción y nos despedimos, yo aún un poco temblando por dentro, la proximidad a Rachel subyugaba al más pintado, aunque le llevara casi 2 décadas y fuera un especialista reputado y respetado.

Como es habitual en muchas de estas formaciones se genera una cena de despedida, excusa barata para ir a cenar, beber y si es posible divertirse. Me apunté, aunque no iba convencido. Como siempre, pues el vino regado hizo que las conversaciones se animasen y estuviera siendo una velada agradable. Rachel se sentó a mi frente y su delantera, con un vestido rojo muy corto y escotado me perturbaba, pero intenté no añadir en mi frente al tatuaje de “miraculos” el de “miratetas”, aunque estoy convencido que no lo logré.

Al salir, tras el vino de la cena, los carajillos y alguna que otra copa, el nivel de perjuicio en el conocimiento a nivel general era importante, en mi caso bastante controlado, ya soy experto y no hay que perder la reputación ni la dignidad, así a las primeras de cambio. Rachel, en cambio, bebió considerablemente, de hecho, bajo mi punto de vista era una campeona, si yo hubiera intentado seguir su ritmo, probablemente hubiera sufrido un desvanecimiento etílico de primer orden. Coincidimos siendo los últimos en la salida y con cierto cachondeíto, me dijo: – profeeee, que majo eres, te vienes conmigo a tomar la última. Observé que el grupo se había dispersado y repasé de nuevo la figura de Rachel y, no pude negarme, claro.

Cogimos un taxi y nos dirigimos a una zona de bares cercana a mi domicilio, no demasiado glamourosa pero eficiente al objetivo de tomar la última. De hecho, fueron últimas, por su parte. No quedó otro remedio que subiera a mi casa y la dejé dormida en el sofá una vez le quité los zapatos, con el trasiego de la bebida y en el camino se le había bajado un poco el vestido y se veían sus pechos, en una visión espectacular. Fui caballeroso y la cubrí con una colcha realmente no estaba en condiciones de volver a su casa, ni de nada.

Me tomé un ibuprofeno efervescente, una sal de frutas y casi un litro de agua para intentar paliar los efectos de una resaca más que segura. Me fui a dormir con una tumescencia tras la visión de esos gloriosos pechos, pero son gajes del oficio y honor es honor, y no volví a observarlos ni palparlos. No sé aún si arrepentirme de tal gesto o enorgullecerme. 

Por la mañana, Rachel, un poco avergonzada se despertó despeinada y me preguntó: – ¿qué ha pasado? no hemos follado, ¿verdad? La miré de arriba a abajo, y aún que soñoliento y con un dolor de cabeza contundente y una pena interior por lo que pudo pasar y no pasó, contesté: – No Rachel, no estabas en condiciones. Se te bajó un poco el vestido, pero no quise tocarte ni despertarte, únicamente te cubrí y te descalcé.

Lo tomó con total naturalidad, desayunamos en el bar de debajo de mi piso y la llevé a casa en mi moto. Agradeció el gesto y aprovechamos para intercambiar el teléfono. Se despidió con un beso en la boca y con un: – eres legal profe, a ver si me llamas y cenamos.

Rumiando, excitado aún por la visión de esa parte de su anatomía, por su despedida y con el dolor de cabeza que no me dejaba pensar con claridad, me preguntaba cuanto tardaría en llamarla. Tras otro ibuprofeno y una siesta más profunda, me despertó la sorpresa del sonido de notificación de mi móvil, era Rachel: – profe! ¿Qué tal? Se me ha ocurrido en invitarte a cenar para agradecerte lo de ayer, pero necesito antes ir de compras, ¿me llevas?

Atónito y entregado, contesté: – Será un placer. ¿A qué hora te recojo?

Y tras unos pocos mensajes más y un parde horas de interminable espera me encontraba con Rachel subida en mi moto, camino de una gran superficie. Ella vestía con un pantalón corto y un top muy, muuuuuy escueto y con una chaqueta, consciente de que en moto el aire es muy traicionero y que debía protegerse.

La primera tienda que visitamos fue una de bisutería, quería tener un detalle con su tía, anduvo un rato toqueteando y curioseando, colgantes, cadenas, anillos y pendientes hasta que adquirió uno de estos últimos, muy bonitos, por cierto. Yo la observaba y rumiaba, y tras admirarla y desearla, bramaba, interiormente eso sí, no era cuestión de dar un espectáculo en público, y pensaba que estaba haciendo de pagafantas.

La segunda tienda a la que acudimos fue una de ropa, muy conocida y estuvo Rachel zascandileando emocionada, recogió un vestido y unos pantalones y me pidió que la acompañara que se los quería probar. Asentí, y la seguí obedientemente, eso sí, por dentro con los ojos cerrados y cabeceando, uno de mis fetiches, los probadores y Rachel, tan voluptuosa, estoy convencido que la erección fue casi instantánea, más que el Nescafé. Entró, me quedé galantemente a la puerta y en primer lugar se probó los pantalones, muy ceñidos, le quedaban de lujo. Luego llegó el turno del vestido, se lo probó, como un guante le quedaba y me preguntó: – ¿cómo me lo ves? Cerré los ojos un segundo y confesé: – te queda de ensueño Rachel, vas a romper muchos corazones con él. Me miró, río y tras mirarse, hizo un mohín y me dijo: – espera, me lo probaré sin sujetador. Sentí que mi cara se ponía roja, que mi erección dolería y volví a sentir en mi frente el tatuaje de “miratetas”, únicamente acerté a balbucear un: – vaaaaale.

Dicho y hecho una vez mas un correr y descorrer de la cortina del probador y apareció sonriente, con el vestido ceñido y que acariciaba esos senos, estaba de infarto y por ahí exactamente transitaba yo, me empezaba a faltar un poco el aire, es lo que tienen los probadores. Tuvo que vérmelo en la cara y Rachel divertida me dijo: – viéndote, no te voy a preguntar, creo que te gusta como me queda. No me quedó más que asentir y darme la vuelta, la esperaría fuera de los probadores, me iba, no sé si la vida, pero la dignidad seguro en ello.

Salíamos de la tienda con el vestido en una bolsa que galantemente le llevaba yo, cuando propuse ir a tomar algo, necesitaba reponerme, Rachel aceptó encantada y nos dirigíamos a tomar una cerveza cuando al pasar delante de la tienda de ropa interior y por sorpresa, se paró y exclamó al ver en el escaparate una combinación en rojo muy escueta y transparente: – Uihhh! Espera, qué bonito, creo que vamos a entrar y me lo quiero probar también. – Por supuesto, como quieras. Atiné a murmurar, a la vez que me venía a la cabeza esa situación en la que te das dos golpes seguidos en el mismo sitio y el segundo duele mucho más que el primero. Esto iba a ser muy duro, por cierto, y no era lo único duro que ya estaba.

Lo pidió a la dependienta en su talla, se giró y con una sonrisa picarona, me dijo: – me acompañas, creo que tienes buen ojo. No hizo falta decir nada más, la seguí convencido de seguir sufriendo el ver y no tocar y no poder satisfacer el instinto. Por lo menos, me queda el consuelo del voyeur pensé y que ella se lo está pasando bien conmigo, aunque no acaba de tener claro aquello de si se reía conmigo o de mí.

Y como un castigado contra la pared, dejaba pasar los eternos segundos hasta que se abriera la puerta del probador. Se abrió la puerta y apareció y repitió: – ¿cómo me lo ves? Se han encendido incendiado bosques con menos calor del que soportaba yo en mi faz al observar el pecado de Rachel vestida combinación muy transparente y en un color rojo vivo. Atiné a tartamudear: – peeerfeecto, creo. Rachel se río y me dijo: – no sé, ¿crees que me ciñe bien el pecho? Mientras se apretaba los senos por debajo y provocaba que subieran más mientras me guiñaba un ojo y se daba la vuelta para que pudiera apreciar su glorioso culo. Creo que hay emoticonos en el whatsapp para reflejar mi cara, si ese, el de la cara roja con la boca abierta. Pero ahí estuvo el punto de inflexión, dejé de razonar con mi cabeza de arriba y me dejé llevar por el instinto, avancé y le acaricié las perfectas semiesferas que constituían su trasero mientras le decía: – no te preocupes, el pecho perfecto y este tanguita te deja un culito precioso. Rachel se giró, se río y me dijo: – profeeee ¡! Sí que has tardado, ¿no? Cerré la puerta y la besé, sin dejar de acariciarle con bastante fuerza el trasero.

Empezaba algo que quizás Rachel no esperaba, por lo menos en este lugar, momento ni contundencia. No me frené, le retiré el sostén y mis labios prestos acudieron a la cita con sus pezones, succionando, besando, lamiendo mientras empecé a bajar la parte inferior del breve atuendo de Rachel, que ya había cerrado los ojos. Tras quedar liberado su monte de Venus, perfectamente calvo como yo, por supuesto, lo ataqué con una mano, mientras con la otra seguía masajeando ese majestuoso culo.

Estaba desatado, y por primera vez en nuestro encuentro creo que Rachel quedó en fuera de juego, le pedí: – abre las piernas un poco, creo que te va a gustar. No dijo nada, me miro, sonrío y accedió abriendo y dejando que empezara una serie de caricias a su vagina, de vez en cuando se produjo alguna invasión que se evidenciaba por unos gemidos más intensos. No quise perder el tiempo y mi boca oscilaba entre seguir con un trabajo contundente en sus tetas y sus carnosos labios. La giré y la puse de espaldas, con los brazos levantados apoyados en la pared del probador, que afortunadamente era amplio y sorprendentemente discreto. Me agaché y por detrás empecé a lamer con fruición esa zona que va desde la parte de arriba de la vagina hasta el asterisco. Rachel entregada gemía y únicamente atinó a decirme: – vaya sorpresa profe, se te da bien enseñar y … esto.

Las respiraciones intensas y el incremento de fluidos iban en aumento, en ese momento creí oportuno empezar a recibir placer y la senté en el banquito. No hizo falta ninguna indicación, ella sabía lo que yo tocaba, bajó mi bragueta, liberó mi miembro y tras un par de caricias, se relamió los labios antes de empezar a chupar y lamer con fruición, era buena y no era su primera felación, miraba hacia arriba mientras me sorbía.

Tarde o temprano tenía que pasar, y el momento complicado se produjo, oímos un repiqueteo en la puerta y un: – va bien todo ahí dentro, ¿verdad? Tras un segundo de sorpresa, Rachel contestó tras dejar huérfana de mi humedad mi poya: – si claro, aún no me decido. Sin solución de continuidad, volvió a la importante tarea que tenía, por lo menos para mí, que tras recuperarme del sobresalto valoraba como acabar la faena. Decidí acudir a las fuentes y opté por un Carpe Diem, por tanto, aproveché el momento y me dije que mejor meter y no dejar nada pendiente, nunca se sabe cuando te puede tocar la lotería otro día y no era cuestión de desaprovechar la increíble situación morbosa que estábamos viviendo.

La levanté del asiento, la besé con pasión, me bajé los pantalones y me senté yo en el asiento. Rachel, intuitiva era y accedió, aunque me dio unos instantes para que me pusiera la correspondiente protección. Se sentó en mí de cara y yo pude seguir besándola, mientras magreaba sus pechos e introducía mi lengua en su boca buscando desesperadamente la suya. Empezó a subir y bajar. Estaba siendo memorable, esa calidez de su coño abrazando mi miembro, esa tensión en sus músculos vaginales que hacia que tocara las estrellas a cada sentón suyo, estaba en una nube. Llevo mis manos de sus pechos a su culo y entendí, empecé a magrear su trasero con caricias primero, con energía después y con un poco de violencia, al final, al medida que ella incrementaba el ritmo de la cabalgada. Ya los gemidos y el trasiego eran más que audibles por parte de ambos, pero ya habíamos sobrepasado de mucho el punto de no retorno y no cabía no finalizar. Un poco ya al límite, mi boca oscilaba entre sus labios y sus pechos a los que he de reconocer que se me escapó algún que otro mordisco y su boca. Ella me cogía detrás de la cabeza y me empujaba hacia ellos susurrándome: – dame, dame. Y yo le daba, claro. Un poco ido ya, se me escaparon algunas cachetadas e incluso me atreví a introducir un dedo en su ano. Rachel, no protesto, al contrario, gimió más e incrementó más el ritmo.

Estaba yo ya a punto cuando ella, se paró en la embestida, alargándola y apretando hasta exprimirme el miembro mientras notaba más humedad. No aguanté nada y me dejé ir, consciente de que había cumplido. La respiración de ambos fue paulatinamente acompasándose y tras varios resoplidos procedimos a vestirnos y recoger el desaguisado. Inicialmente, no nos dijimos nada, la situación se torno un tanto incómoda, aunque tras unos segundos pude argüir: – creo que se me ido la olla, no he podido aguantarme. Ella me contestó: – pues es cierto profe, pero me ha molado y ya has podido comprobar que mucho.

Luego una risa terapéutica nos invadió, aunque pendía sobre nosotros una incertidumbre, temíamos el momento de la salida, a ver que nos encontrábamos. Pues sorprendentemente, mucha profesionalidad, no creo que fuera la primera ni única vez que alguien conectaba emocionalmente en un probador de la tienda y la dependiente con absoluta naturalidad nos preguntó: – ¿le queda bien? ¿se lo queda?. Zanjé yo el asunto asintiendo con un: – le queda muy bien. Nos lo quedamos. Te pago con tarjeta.

Rachel, me acarició el trasero y me dijo sonriendo: – muchas gracias profe, ¡qué detalle!, te compensaré con la cena.

La mire y también sonriendo asentí, e imaginaba lo que podría llegar a pasar, aunque eso, no es para este relato.

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