Ufff el domingo estaba tan aburridaaa que hasta me puse a stalkear las fotos de la novia del hijueputa de mi compañero de trabajo (el Marco ese que se hace el difícil). Como siempre, terminé con la panty mojada y cero ganas de tocarme sola otra vez. Entonces dije: «Nei, amor, es hora de que Tinder haga su magia» y prendí la app como si fuera la salvación hahaha.

El primer pendejo que me salió era un tipo que parecía mi tío borracho en una boda, pero el SEGUNDOOO… ay dios mioooo. Un moreno de 1.90 que en la tercera foto mostraba un bulto que parecía tener su propio código postal. Le di like tan rápido que casi rompo la pantalla jajajaja.

Match al toque! El muy hdp me escribió: «Hola bombón, ¿te gusta el café… o algo más fuerte?» Y yo, que no tengo filtro, le contesté: «El café me da ansiedad, pero una buena verga me calma los nervios» 🤭. El tipo no perdió el tiempo: «Dirección? Voy en 20».

Cuando tocó el timbre, casi me caigo de culo (literal). En persona era MÁS GUAPOOO, con esos brazos que parecían troncos y una sonrisa que prometía pecados ricos. Lo peor? Olía a ese perfume caro que usa Marco en la oficina (ay no, otra vez pensando en ese hijueputa).

«¿Entro o nos quedamos aquí mirándonos como pendejos?», dijo mientras me mordía el labio inferior. Obvio lo dejé pasar y en dos segundos ya tenía su lengua en mi boca y sus manos en mis tetas.

«Espera, espera, quiero ver ese monstruo del que tanto alardeas», le dije, tirándole del cinturón. Cuando bajó el pantalón… AY SEÑORRRR. Era más grande que mi futuro financiero, gruesa como mi muñeca y con una cabeza tan rosada que parecía un chupetín.

«¿Te asusté, princesa?», me preguntó burlón.

«Callate y métemela», le contesté, arrodillándome para mamársela como si fuera el último helado del verano. El muy cabrón me agarraba del pelo y gemía cosas en un acento raro (era venezolano, pero eso solo lo hizo más excitante).

La primera cogida fue contra la puerta. Me levantó como si fuera de papel y me la metió toda de una. Grité como loca porque DIOS MÍO, SÍ DOLÍA, pero dolía rico. «Relájate, mi amor, que esto es pa’ que lo disfrutes», me susurró mientras me mordía el cuello.

El muy hdp tenía técnica. Cada embestida me hacía ver estrellas, y cuando sentía que me acostumbraba, cambiaba el ángulo para dejarme temblando. «Así no piensas en tu amiguito, ¿verdad?», me dijo, como si hubiera leído mi mente hijueputa.

La segunda ronda fue en mi cama. Me puso en cuatro y me dio nalgadas hasta dejarme las pompis rojas. «Este culo merece algo más grande», gruñó antes de meterme DOS DEDOS EN EL CULO SIN AVISAR. Casi me desmayo del susto (y del placer).

Cuando por fin me la metió por atrás, grité como si me estuvieran matando (pero del buen modo). El cabrón no paraba de decirme cosas sucias: «Mira cómo te lleno, putita», «Este coño es mío ahora», y yo ahí, toda pendeja, asintiendo como si fuera una muñeca inflable.

La tercera vez fue en la ducha. El agua caliente, su cuerpo pegajoso contra el mío, esa verga gigante entrando y saliendo… ufff hasta me vino dos veces seguidas (algo que no pasaba desde que me cogió el profe de matemáticas en la prepa hahaha).

Cuando se fue, me dejó 500 pesos en la mesa («pa’ tu taxi mañana», dijo) y un culo que todavía me duele al caminar. Lo mejor? Me escribió hoy diciendo que quiere repetir, pero esta vez grabándonos. Ay no, Nei, qué haces con tu vida jajajaja.

Ahora estoy aquí, en la oficina, viendo a Marco pasar con su cafecito y su cara de santo… mientras yo me cruzo de piernas porque todavía siento al venezolano. Y lo peor? Sé que apenas salga voy a abrir Tinder otra vez.