Por

Anónimo

mayo 9, 2013

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PUDIERON MAS LAS GANAS...

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PUDIERON MÁS LAS GANAS�

Hay cosas o situaciones que para uno son tabú en su momento y muchas veces se piensa que nunca se podrán realizar, ya por respeto, ya por agüero o inclusive por convicción, pero a veces pueden más el deseo y la pasión y se termina por sucumbir ante las oportunidades, que como dicen por ahí, las pintan calvas�

Eran las tres de la tarde aproximadamente. La luz refulgía por los vitrales de colores que adornan las ventanas de mi oficina. Si bien, me encontraba en vacaciones de fin de año, había ido a mirar unos documentos que me habían llegado de otra localidad y que tenían que ver con las labores que desempeño como abogado en mi ciudad.

El edificio se encontraba completamente vacío y en silencio total ante la ausencia de personas que laborasen por esos días. A través de los parlantes de mi computador se dejaba escuchar quedamente la quinta sinfonía de Beethoven mientras que por los resquicios de la ventana se escuchaba el leve sonido de los carros que circulaban por la avenida.

Mi mujer me había llamado hacía unos 15 minutos informándome que iba a recogerme para que nos fuéramos juntos para la casa� Como casi todos los días, mientras escuchaba la música, ingresé a la página de Guía Cereza y me di a la tarea de leer algunos relatos mientras llegaba mi mujer. Leí �La lamparita de los deseos� y mi piel sufrió algún escalofrío; continué con �Con la luz apagada eso no se ve�� y comencé a sentir algo que se encendía en mi ser; continué con la lectura y leí de corrido �Las ganas que me despiertas� y guauuuu, mi pene comenzaba a inflarse; concluí la lectura con �La inocente roquera de décimo grado� y fue un total acabose� ¡¡¡Parolera total!!!

Estaba tan caliente y mi vástago tan tieso que me dije: �¿Ahora quién pagará los platos rotos?�

Como respuesta a mis pensamientos, sonó el citófono. Era mi mujer que llegaba a recogerme. Una idea cruzó fugaz por mi cabeza. Claro, pensé, ella será�

¿Ella?

Yo siempre había sostenido que la oficina es un lugar sagrado y que no es de buen agüero tener faenas sexuales en ella ya que eso �trae la mala suerte� y se frenan los negocios que ya están en curso o no llegan nuevos procesos.

Pero con esta parolera que tenía, quien se aguantaba.

Oprimí el botón que abre la puerta y mi mujer accedió al interior del edificio e instantes después ingresaba a mi oficina.

¡Que linda estaba!

Venía enfundada en un leggins negro completamente ceñido al cuerpo que permitía que se notara la redondez de sus caderas, lo parado de su culo y por la parte delantera asomaba un delicioso monte de Venus partidito levemente por toda la mitad�

Uffff, y yo con esta arrechera que tenía luego de leer los relatos de Guía y mirar algunos perfiles.

Completaba su vestimenta una blusita morada con algún encaje y con un delicioso escote que dejaba ver el nacimiento de sus deliciosos senos. Sus pies los vestían unas sandalias negras con correítas del mismo color. Su frondosa cabellera negra caía en cascada sobre sus hombros dejando ver una linda mujer llena de encanto y solaz.

– Hola amor, fueron sus palabras. Moría de ganas por verte.

– Bienvenida querida, respondí mientras admiraba su figura.

Le di un besito andeniado y mordelón mientras con la mano derecha le daba una suave nalgadita.

– Hummmm, que rica estás. Qué bueno que viniste.

Me miró y sonrió mientras que mi entrepierna seguía tan caliente y deseosa como antes. Sin querer me agarré el bulto con la mano y apreté mi pene. Lo sentía grande, duro, tieso, parado y completamente mojado. Sentía unas ganas tan grandes de rajita. La miré fijamente y le dije:

– Amor� Tengo unas ganas inmensas de romper el tabú

– ¿Cuál?

– Me muero de ganas por darte una culiadita acá en la oficina. Sabes lo que pienso al respecto pero mira como tengo esta cosa� La tengo como pata de muerto� Tiesa.

– En serio amor� ¿Quieres?

– Pues claro� Con esta arrechera. Grrrrrrrrr�

– Ay Guille� esa ha sido mi fantasía. Que me comas en tu oficina, que me arranques la ropa, que me metas debajo del escritorio y darte una mamada bien rica y ojalá con un cliente ahí sin que este se dé cuenta mientras haces un esfuerzo sobrehumano por no delatarte�

– Calla�

– No amor� Sueño con que me subas a tu escritorio y me lo metas todo bien rico y hasta el fondo mientras me chupas las tetas que tanto te gustan. Que luego me pongas en cuatro y me des chimbo hasta desfallecer y me llenes la cosita de leche espesita. Mira como se me pusieron de duros los pezones, concluyó ella mientras desenfundaba sus tetas�

Si� estaban completamente enormes. Ella tiene pezones muy normalitos pero cuando se emociona y se llena de ganas, triplican su tamaño y se ponen como rocas. Unos senos coronando sus senos� Ufffff, me encantan.

No aguanté más y de un solo golpe cerré la puerta de la oficina. Ni necesidad había porque el edificio estaba completamente solo pero era mejor prevenir. Me abalancé sobre ella como un león y comencé a comerle la boca mientras mis manos hambrientas le palpaban las tetas.

No sin ganas, ella y fulminantemente, con la velocidad de un rayo, me quitó la camiseta y comenzó a pasarme las uñas por la espalda. ¡¡¡Uyyyy, estaba como encalambrado, electrizado!!!

Sentía mis costillas galopar al trote suave de sus dedos. La calentura seguía creciendo en mí. Al paso de sus uñas, mi ser se estremecía con celeridad. Ya era imposible detenerse y ni por el putas lo haría. Yo hice lo mismo, me despegué de sus senos y le quite la blusita morada y como un experto, con una sola mano, zafé la hebilla de su sostén. Así, como en las películas�

Sus senos, que ya estaban medio desnudos, saltaron hacia adelante, completamente desafiantes. Mis ojos se abrieron más de lo que estaban. Esa visión me encantaba. Me declaro un admirador de las tetas de las mujeres. Soy un adulador de unos pezones turgentes tras la seda, de un escote entreabierto dejando volar la imaginación.

�Ay, me encantan estas tetas�, decía mientras las acariciaba, las pellizcaba, las besaba, las lamía, las chupaba y las mordía. Sentía su respiración agitada en mis oídos y unos gemiditos se escapaban de su boca.

Ella se entretenía en bajar mi cremallera. Yo, como pude, me quité los zapatos usando un pie y luego otro, sin despegarme de sus senos. El pantalón cayó, lo terminé de sacar con mis pies y quedé en bóxer.

Ella en un santiamén me quitó el interior y se pegó de mi asta con hambre desenfrenada. Con mis manos le acariciaba el cabello mientras con los ojos cerrados sentía esa sensación tan bacana que se siente cuando le maman a uno la verga con harta intensidad. Por momentos la empujaba contra mi para que mi pene se fuera hasta su laringe.

¡¡¡La boca se me hacía agua y llegaba a mí el olor delicioso de su caliente y jugosa chochita!!!

Entonces, sin querer, la despegué cariñosamente de mi verga y la coloque de pie, la alcé entre mis brazos y la descargué encima de mi escritorio. Como pude la despojé del leggins y de su tanguita; me arrodillé y empecé a darle un concierto de lengua como nunca se lo había dado. Ella se recostó en el escritorio con lo cual su monte se elevó mostrando en todo su furor su vagina deliciosa.

Hummmmm� yo aspiraba ese aroma a fresco jardín y me relamía. La comisura de mis labios estaba empapada con los jugos de mi adorada mujer. Ella, cuando está bien caliente y deseosa, se vuelve agüita en mi boca y eso me encanta� me gusta sobremanera tomarme sus aromáticos efluvios, es como mi alimento espiritual.

– Asi amor, asiiiii� que rico.

Ella gemía con ganas, sentía en cada poro de su piel cada uno de mis lengüetazos; su cuerpo caliente no paraba de sudar y se sentía físicamente cada uno de sus estremecimientos. De pronto sentí que se puso como rígida, estiró sus pies en su máxima extensión, gritó ininteligiblemente y de su vagina salió un chorro de agua blanquecina gigantesco que me llenó la boca y se regó por mi pecho. El escritorio quedó como cuando se riega un vaso de agua sobre la mesa del comedor, inundado ¡¡¡Que orgasmo tan hijueputa!!!

– Ahhhhhhhhh� gritaba. Que rico mi amor, que ricoooooooo�

Esos gemidos me enardecían mucho más y casi ahogándome en sus jugos me tragué lo que pude mientras que seguía lamiendo su clítoris que lo tenía hinchado, cabezón y redondo, tembloroso aún por el relámpago de energía que había acabado de lanzar.

Mi pepino estaba a mil, grande como nunca lo había visto antes. Entonces sin que terminara de venirse la levanté y la coloque de rodillas en la silla giratoria, como si estuviera en cuatro y me di a la tarea de clavarla fuertemente. Ella cuando está emocionada le gusta que la clave duro, muy duro. Mi chimbo entraba y salía de su cueva velozmente; sus paredes vaginales se contraían y aflojaban como si me lo mamase con su cosa. Ella estaba superarrecha. Al fin y al cabo era su fantasía.

Terminó de venirse ya que algunas gotas aún rodaban por sus piernas. Yo seguía martillando con mi herramienta en su cuquita que ya se veía rojita de tanto roce pero se notaba que quería más.

Yo todavía tenía mucha madera que cortar ya que no me había venido. Mi leche aún se encontraba en sus aposentos.

Entonces le dije:

– Ven� hagamos de cuenta que hay un cliente y que estás bajo la mesa.

Me miró pícaramente comprendiendo mis negras y calientes intensiones. Sin decir palabra se metió bajo el escritorio que no es muy amplio que digamos pero se acomodó como pudo; yo corrí la silla giratoria y me acerque a ella con mi pene a mil. Entonces comenzó a darme nuevamente una mamada de película. Que sensaciones las que me recorrían desde los pies hasta la cabeza. Su boca se tragaba mi pene como quien bebe un trago de agua antes de morir de sed.

Era tal la mamada que sentí que desde mis entrañas la leche comenzaba a emanar. Unas grandes goteras de lubricación asomaban en la uretra y ella las devoraba una a una. Le encantan esas goteritas semitransparentes que brotan de mi verga enardecida.

– Hummmm, balbuceaba mientras usaba mi chimbo como un labial humectando sus labios con mis gotitas. Me encanta tu chimbo, mi amor.

– Y a mí me fascina como me lo mamas, mi corazón.

Pasaron tantos minutos de tan suculento banquete que estaba a punto de venirme. Si no paraba ahora, llegaría al punto de no retorno y la faena quedaría incompleta.

Como pude me incorporé. Ella me miraba desde debajo del escritorio con tristeza, como un bebé cuando le quitan su biberón. Estiré mi mano y la ayudé a colocar en pie. Nos dimos un beso apasionado; a mí me encantan sus besos porque me los entrega con una pasión y una devoción casi sagrada.

Asidos de la mano accedimos al baño, no sin antes despojarme de mis calcetines que era la única prenda que me acompañaba en esos momentos.

– Que tienes en mente, culicagado, me dijo.

– Ya verás� mamasita. Ya lo verás.

Corrí la cortina de la ducha y la recosté, de espaldas, contra la pared. Tomé mi pene que seguía duro como un riel del Metro y lo coloqué en la entrada de su cosita y me di a la tarea de metérselo hasta el fondo. La posición era un tanto incómoda pero alucinante. Su piel estaba bañada en sudor y por sus espaldas resbalaban algunas indiscretas goteras que yo, hambriento, lamía para alimentarme de su pasión.

Le di estaca por muchos minutos. En mi mente aguantaba las ganas de venirme para poder alargar el placer. Tenía que sacarle cuantos orgasmos pudiera, lo cual no es difícil ya que ella es multiorgásmica y se viene seguidamente. Pues no pasó mucho tiempo más para que sintiera que su respiración se aceleraba nuevamente y explotaba en pedazos soltando nuevos chorros de agua.

– Marica� me vas a matar.

Ella muy rara vez dice palabras soeces pero en estas circunstancias se le escapan algunas como sinónimo del placer que la estremece cuando desfoga sus orgasmos.

– Pues prepárate que lo mejor ya casi llega� Hoy te tomarás toda mi mermelada.

– ¿Sí?, dijo relamiéndose los labios.

Seguía dándole verga de pie pero sentía como que se me encalambraban las piernas, entonces le saqué mi ganoso tolete de su mojada cuevita antes que me diera un calambre bien verraco y se me dañara el programa tan chimba que estaba viviendo. Además me tenía que cuidar porque por ahí dicen que culiar de pie produce várices�

Bajo esas circunstancias y con mi asta completamente perpendicular me senté en el baño y halé mi hembra hacia mí. Ella, sin remilgos, se sentó en mi verga y se la enterró hasta el fondo para luego quedarse completamente inmóvil. Entonces comenzó, con su vagina, un ordeñe lento y cadencioso, como si me lo exprimiese, como si quisiera sacarme toda la leche sorbiendo con su cosita� ¡¡¡Ahhhh, que delicioso se sentía!!! Me la mamaba con su rajita�

Pasaban los minutos. Yo creía que estaba en las nubes, como volando en un cielo de placer, navegando en un océano de lujuria. Mi pene estaba completamente perdido y arrobado en medio de tanta dulzura y mi corazón quería explotar. La sangre me galopaba por las venas muy a prisa y mi respiración estaba cada vez más agitada de tanto delirio.

Comencé un bombeo suave y hacia arriba, un bamboleo casi imperceptible ya que quien tenía dominio pleno de la situación era mi mujer. Ella sí que comenzó a moverlo vertiginosamente. Lo movía en círculos como danzando encima de mi vástago, subía a toda prisa hacia la cabeza de mi pene y bajaba en picada hacia la base del mismo. Ahhhh, que manera de moverlo, de menearlo.

Mientras que ella bailaba encima de mi bastón, con mi mano izquierda le acariciaba los pezones mientras con la mano derecha le acariciaba el clítoris; paulatinamente le daba besitos en la espalda con el fin de que no perdiera su arrechera. La calentura estaba en su máxima expresión y ambos estábamos bañados en sudor, olía a sexo, a pasión, a locura�

Haciendo un esfuerzo me coloque de pie y la conduje al escritorio, la recosté suavemente en el maderamen y continué dándole verga; la vista era fenomenal, veía que mi pene se perdía íntegro en su cosita, era engullido en su totalidad por su vagina. ¡¡¡Que sensación tan magistral!!! Hacía mucho tiempo que no aguantaba tanto sin venirme. Ver como mi pene era tragado por la concha de mi mujer me hacía sentir el mejor de los hombres.

Toda vez que el escritorio no era tan alto, tomé sus pies y los llevé a mis hombros; solo tenía que empinarme un poco para que mi pene se perdiera completamente en la profundidad de la panochita rasuradita y húmeda. Las venas de mi serpiente estaban brotadas lo cual hacía que el roce fuera mucho mejor y más placentero. El bombeo era constante, violento, concentrado, profundo� Cada vez la borrasca de leche se acercaba a la desembocadura; sentía el caudal lácteo fluir hacia el exterior� Un segundo más y toda mi ambrosía saldría, mi mermelada embadurnaría la arepita de mi mujer.

Entonces me retiré extrayendo mi pene suavemente y le dije:

– Recuéstate en el suelo, mi amor.

– Y eso� ¿Por qué?

– Ya lo veras, nena� Hazlo.

Ella me miraba feliz, no sabía lo que iba a hacer pero su calentura y arrechera le hacía seguir el requerimiento. Se tendió boca arriba en el suave baldosín y me miraba extasiada.

– Amor� que rico todo lo que me has hecho. Me siento toda una mujer, tu mujer, tu hembra�

– Lo eres y yo soy tu macho, contesté.

Diciendo esto, me hice encima, de pie, teniéndola entre mis piernas y mirándola a los ojos comencé a masturbarme con fuerza, con vigor. Mi pene estaba completamente duro, erecto, parado, tieso� Aceleré el ritmo de mi manoteo y cuando la leche llegaba a la punta, incliné la verga y la fui descargando en todo su cuerpo. El chorro salía con fuerza, con ímpetu. Una parte cayó en su cara, otra en sus tetas, en su abdomen, en su cosita y alcanzó un poco para sus piernas. ¡¡¡Que chorro de leche!!! Con tal eyaculación me quedé congelado, quieto; solo mis ojos se movían siguiendo el camino de leche que había marcado en su cuerpo con cada espasmo. Esto nunca lo había sentido, nunca lo había hecho o vivido. Era una total novedad.

Pasado el estertor y el estremecimiento inicial me incliné y con un lápiz que había cogido del escritorio fui llevando gotas de semen a su boca. Como el lápiz tomaba poca cantidad, lo arrojé a un lado y me di a esa tarea con los dedos. Le di a comer mermeladita blanca de la que estaba en sus tetas y en su abdomen; la de la cara se la corrí hasta la boca y ella se la lamía con la lengua. Con cada bocadito se saboreaba. Tomé la de las piernas y junto con la que había chisgueteado su cosita la refregué en su clítoris. Mientras le daba de comer la que había salpicado sus tetas, le untaba la demás en su gallito. Cuando ya se terminó toda la leche le di un beso apasionado en la boca y luego otro bien grande en su clítoris, probando con ello mi propio semen que mezclado con sus jugos sabía delicioso� ¡¡¡Hummm� caviar de dioses!!!

Nos pusimos de pie y nos abrazamos. Había superado el tabú de tener sexo en mi oficina con alguien y quien mejor que mi mujer� De hecho sigue siendo un tabú, con otras. Con ella espero que se vuelva costumbre� Bueno, no tanta.

¡¡¡Pudieron más las ganas que cualquier otra cosa�!!!


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2 respuestas

  1. nindery

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