Hace un par de años estuve en un trabajo donde conocí a muchas personas y me hice amigo de varias.

Una de estas personas es una morrita, a quien llamaré Ari, con un culo delicioso, unas chichis que no son muy grandes pero están muy bonitas, y una apariencia muy llamativa pues es chaparrita, delgada y generalmente se viste como una secretaria sexy: blusas escotadas, faldas o pantalones pegaditos y usaba lentes.

Ari siempre fue muy amable conmigo y su trato era muy cercano y cálido. Cuando nos saludábamos de beso, ella me tomaba de la cara y me daba el besito cerca de la comisura de los labios. Le encantaba provocarme porque sabía que me prendía bastante.

En una ocasión, en una junta que tuvimos con casi todas las personas de la oficina, Ari se paró delante de mí y dándome la espalda, me recargó su nalguitas repetidas veces durante la junta. Me estaba poniendo durísimo y yo la tomaba de la cintura para restregarnos aunque según yo, fingía que no tenía esa intención.

Varias veces por mensajes yo le decía que se me antojaba mucho y que cuando hacía esas cosas de besarme cerca de los labios o arrimarme su delicioso culo, me daban ganas de llevármela a un motel y cogérmela durísimo.

Ella siempre se reía y me decía que no porque me veía como un amigo y que ella no era tan open mind.

Una noche, mientras nos escribíamos, yo le dije que ese día me había encantado como se veía en la oficina. Traía una blusa color verde menta con un escote que dejaba ver un bralette que le acomodaba muy rico sus tetas, y que el pantalón que llevaba estaba tan justo que sentía que un dedo podría romper la tela y tocar la piel de sus nalgas directamente.

Tenía cierto permiso de hablarle sucio o morbosearla muy caliente pero según ella era porque no podía controlar mis pensamientos y por eso me dejaba, pero igual siempre decía que éramos amigos.

Pero esa noche su opinión fue diferente y me dijo “ay amigo, un día tú y yo vamos a terminar en la misma cama”.

Continúa…