julio 22, 2022

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Mis odiosas hijastras (4)

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 —¿Vos tenés todavía el celu cargado Sami? —preguntó Valentina, recostada en el sofá. Su silueta estaba sumergida en la semipenumbra, y si bien ahora no podía ver su rostro con claridad, sí se notaban las líneas que le daban forma a ese voluptuoso cuerpo. Líneas curvadas y vertiginosas.
—Sí, todavía tengo bastante —respondió Sami, que aún estaba a mi lado.

Yo la agarraba de la cintura, con la naturalidad con la que un padre abraza a su hija, aunque hacía algunos minutos me había aventurado a manosear a la hermosa rubiecita, algo que solo haría un padre depravado. Pero la cosa había sido tan sutil, que aún no me quedaba claro si ella se había percatado de mis lascivas intenciones. 

Yo me había quedado sin batería en el celular, por lo que se apagó. De todas formas, además de haberse cortado la luz, tampoco estaba funcionando la conexión a internet, por lo que todos estábamos incomunicados. Igual estaba tranquilo, porque nos encontrábamos a salvo, y si bien la violenta tormenta de a ratos parecía a punto de romper las ventanas, hasta el momento no parecía que corriéramos ningún riesgo real. Valentina estaba a punto de seguirme los pasos. Su celular apenas tenía carga, y ella no se lo estaba tomando con la tranquilidad con la que yo lo hacía.

Rita se había sumado a la reunión, acurrucándose a los pies de Valentina.
—Bueno, hagamos algo copado para pasar el rato, que esto parece un velorio —dijo la más tetona de mis hijastras.
—No somos tus payasos, ni tenemos la obligación de entretenerte —respondió Agos, mordaz.

De repente parecía que la tregua que reinaba entre ellas en el último momento había llegado a su fin. Estar en el medio de dos mujeres que no se llevaban bien podría ser algo estresante. En una situación normal hubiera desaparecido de donde estaba, pero todavía me quedaba ese gran misterio por resolver: ¿Quién me había manoseado la pija en la oscuridad? Además, Sami estaba conmigo… Qué más daba, pensé para mí. Si querían comenzar una lucha en el lodo, mejor.

—La única que ve a los demás como pobres criaturas inferiores sos vos —retrucó la despampanante Valentina, quien de alguna extraña manera se estaba haciendo eco de algo que yo también pensaba—. En ningún momento dije que ustedes deberían entretenerme a mí, princesita. Solo sugerí que hiciéramos algo para pasar el rato.
—Ay, no empiecen a discutir —pidió Sami, y apretó mi mano como si me estuviera pidiendo que intervenga. Sólo por eso lo hice. Sami se estaba convirtiendo en mi debilidad. Una dulce debilidad.
—Tratemos de no hacer conflicto por cualquier cosa —dije. Noté que las tres prestaban atención a mis palabras, cosa que me gustó. Era como una pequeña muestra de sumisión. El macho alfa dando indicaciones a las jóvenes féminas de la casa. Así que proseguí—: Es muy probable que tengamos que estar así durante algunas horas. Seguro esta tormenta afectó muchas antenas y rompió muchos cables. Así que tratemos de pasar este rato lo mejor que podamos —. Luego dirigiéndome a Valentina, agregué—. ¿Y vos qué proponés?
 

Ella respiró hondo, cosa que hizo que sus pechos parecieran inflarse, como si las tremendas tetas no llamaran ya suficiente atención. Yo desvié la mirada enseguida, pero esa mocosa siempre notaba cuando la miraba con lujuria, y ahora no parecía haber sido la excepción. Me miró con intensidad, mientras sus labios insinuaban una sonrisa que no terminaba de materializarse.
—Bueno, dejame pensarlo un rato —respondió.

De repente me di cuenta de que las cervezas que me había tomado hacía un rato, me empezaban a generar muchas ganas de orinar. Como había estado al palo desde hacía rato, no me había percatado de la necesidad de evacuar líquidos.
—Ya vengo. Voy un segundo al baño. Si quieren traigo un mazo de cartas —propuse.
—¡Sí! —respondió Sami con una euforia que me resultó divertida, pero las otras no dijeron nada.

Fui tanteando hasta el baño. Como estaba todo oscuro tuve que sentarme en el inodoro para no errar el chorro. No pude evitar pensar —y desear— que podía repetirse la situación que me había impactado tanto. Quizás una de mis hijastras nuevamente me abordaría en la oscuridad. En esta ocasión no la perdonaría. Tal vez no tendríamos tiempo para echarnos un polvo, pero la manosearía de tal manera que descubriría de quién de ellas se trataba, cuál de ellas era la pendeja atrevida que había abusado de su padrastro. Las tres eran muy diferentes en lo físico, por lo que una breve inspección táctil debería bastarme para conocer la verdad. Valentina tenía mucha más carne que las otras, por lo que sería fácil identificar su enorme orto, mientras que Agos y Sami tenían una contextura similar, más esbelta que la otra, pero la diferencia radicaba en que Sami era bastante más petisa que su hermana mayor. Una vez que supiera de quién se trataba, la mocosa en cuestión recibiría una visita de mi parte en plena medianoche, bajo los ruidos de los relámpagos y la lluvia torrencial impactando sobre los tejados, y le enseñaría que no podía andar provocando a un hombre de esa manera, y esperar que este no se lo cobrara. Mariel que se fuera a la mierda. Ella me había engañado, y si por esas casualidades le llegaba el chisme, yo argüiría que en ese momento ya me consideraba soltero, y que las chicas ya estaban lo suficientemente grandecitas como para decidir con quién acostarse. Una explicación endeble, pero era lo suficientemente verosímil como para convencerme a mí mismo, que era en realidad lo único que necesitaba.

El chorro de pis fue muy largo. Cuando agarré la pija para sacudirla, me di cuenta de que estaba bañada en líquido preseminal. Me limpié con papel, y con la persistente fantasía de que pronto me cogería a una de las chicas, me lavé mis genitales en la piletita que estaba frente al inodoro. Pensé en si no sería mejor hacerme una rápida paja para apaciguar tanta calentura. Eso tal vez evitaría que mi verga se endureciera a cada rato, como me venía pasando hasta el momento. Además, al hacerlo, disminuiría las posibilidades de acabar con rapidez cuando llegara el momento de la acción. Pero me dije que era mejor no demorarme tanto, ya que si lo hacía, cabía la posibilidad de que se dieran cuenta del motivo de mi tardanza, lo que resultaría muy vergonzoso.

Así que me sequé, no sin sentirme desilusionado al darme cuenta de que por lo visto no recibiría la visita de ninguna de ellas. Ya le había dado suficiente tiempo como para que se animara a hacerlo, así que debía darme por vencido, al menos por el momento.

Fui hasta la habitación que compartía con mi mujer. En un cajón había un mazo de naipes españoles. Solía usarlos en el trabajo, cuando compartía guardia con otros vigiladores, en algún puesto en el que no había mucho que hacer. Apostábamos montos pequeños de dinero para hacer la cosa más divertida, y así pasábamos el rato. Quizás ahora funcionaría, pensé, aunque la única que se había entusiasmado con la idea había sido Sami. Realmente era muy difícil entretener a unas adolescentes, pero de momento quería mantenerlas en el mismo espacio, y ver qué actitudes tenían. También era buena idea pasar el rato a solas con cada una, como lo había hecho con Sami. Pero eso lo dejaría para más adelante.

Fui de nuevo a la sala de estar. No quería estar mucho tiempo lejos de ellas. Cualquier mínima pista que me indicara quién era mi admiradora secreta, me serviría. Por ejemplo, a alguna se le podía escapar que mientras yo estaba en la sala de luces, una de ellas se había ido de la sala de estar. Solo eso me bastaría para descubrir a la culpable. Además, era muy importante tener esa pista antes de que terminara el día, porque quizás al otro día ya se arrepentiría de lo que había hecho. Las chicas de esa edad eran así, increíblemente volátiles, y yo no me quería perder esa oportunidad, no solo por lo mucho que me calentaban esas pendejas, sino por las ganas de revancha que me habían quedado desde que supe que Mariel me metía los cuernos.

Cuando llegué, me encontré con que habían acercado los sofás a la mesa ratona. Valentina por fin se había sentado. Había un celular sobre la mesa, el cual estaba colocado en un soporte, de manera que el aparato se encontraba parado. Me sorprendió notar que lo que estaban viendo era un animé. Por lo visto había buscado los naipes en vano. Las chicas ya tenían con qué entretenerse. Aunque aquel video que se reproducía me pareció extraño.
—¿Volvió internet? —pregunté, intrigado, mientras me acomodaba al lado de Samanta.
—No, pero Sami tenía esto descargado —respondió Agos.

En el video se veía a un profesor y a una alumna en un aula. La clase había terminado, y no parecía haber nadie más. El profesor la estaba reprendiendo. La chica era muy pequeña, de pelo corto, pero su cuerpo era exageradamente sensual. Si no conociera a Valentina pensaría que solo a un ilustrador de animé se le ocurriría crear a una adolescente tan voluptuosa como esa, pero lo cierto era que yo conocía a alguien con esas cualidades en la vida real. La chica vestía un uniforme cuya falda era muy corta. No pude evitar rememorar el día en el que conocí a mi vulgar hijastra. Ella usaba una pollera tableada igual de corta. Si se la levantaba apenas unos centímetros más, se le vería el trasero. En el video se mostraba a la chica de espaldas, como si una cámara la enfocara desde atrás, pero, además, desde una posición muy baja, casi como si estuviera en el suelo. Se veía una bombacha color blanca con pintitas rosas, cuya tela se metía en la zanja que separaba sus carnosos glúteos. Me pregunté si se trataba del mismo tipo de películas que me estaba imaginando que era, y si mis hijastras sabían de qué iba la cosa.

Las miré, una por una. Valentina tenía una sonrisa pícara. Pensé que ella sí se había dado cuenta de que no se trataba de un animé común y corriente, pero por lo visto no pensaba decirle nada a sus hermanas, ni a mí. Sami observaba con suma atención, con sus enormes ojos azules bien abiertos. En ese momento, viendo solo su singular rostro, parecía una niña. Agos miraba sin mucho interés, aunque tampoco despegaba la mirada de la pantalla.

El personaje femenino del video empezó a sollozar. Decía que no podía desaprobar la materia, que su padre no se lo perdonaría. Le rogó al profesor que le diera otra oportunidad. Las lágrimas empapaban sus mejillas, y tenía las manos unidas, como si estuviera rezando. Se dibujó una sonrisa perversa en el tipo, que vestía un traje y lucía un anteojo cuyos cristales brillaron como dos soles cuando escuchó a la chica suplicar. A esas alturas ya estaba claro cuál sería el desenlace del filme. Me pregunté si no sería oportuno decirles a las chicas a qué debían atenerse, pero por otro lado me daba mucho morbo ver eso junto con ellas.

No tuve que esperar mucho para que sucediera lo que esperaba que ocurriera. La escena saltó a otra, en donde las rodillas de la colegiala tocaban el piso. El profesor, cuyo ombligo estaba a la altura de la cabeza de su alumna, se bajó el cierre del pantalón y liberó una verga ridículamente gorda considerando la contextura física del personaje, mientras mostraba sus dientes en una retorcida sonrisa de victoria y satisfacción.
Valentina soltó una carcajada.
—Sami ¿Qué es esto? —preguntó Agos, sorprendida, aunque no indignada.
—Ya me parecía raro, esto no es lo que quería bajar —dijo la más pequeña de las hermanas.

La miré de reojo. No parecía decepcionada del contenido del video, más bien al contrario. Se mordió el labio inferior y no quitó la vista de la pantalla. Aprovechando la posible excitación que supuse que sentía en ese momento, aproveché para rozar sutilmente su brazo. No era la parte más sensual de una mujer, pero lo que pretendía era hacer contacto con su piel. La escuché suspirar profundamente, por lo que supuse que el contacto que había hecho con ella mientras veía la pornográfica escena, no había pasado desapercibida.

Mientras ellas deliberaban, el profesor metía su verga en la boca de la chica, la cual empezaba a segregar abundante saliva que caía al piso. ¿Con esto voy a aprobar? Dijo la chica del video, cuando el docente le dio un respiro. Valentina soltó otra risotada. El profesor le prometió que aprobaría con las mejores calificaciones, y le metió la verga de nuevo. La colegiala abrió bien grande los ojos y su rostro empezó a tornarse rojo cuando el miembro viril del docente pareció llegar a su garganta.
—Bueno, basta —dijo Agos.
Pero cuando estuvo a punto de poner su mano en el celular, Valentina la detuvo.
—No, esperá, está divertido —dijo esta última.

Yo sospechaba que lo que la instaba a querer continuar viendo la escena no era solo el morbo, sino que le gustaba llevarle la contraria a su hermana y ponerla incómoda.
—No seas tonta. ¿No ves que es desubicado verlo delante de él? —dijo la mayor de las hermanas, refiriéndose a mí. No se me escapó el hecho de que no parecía escandalizarla el video en sí mismo, sino el hecho de estar viéndolo frente a su padrastro. Ahora en el video el profesor se había dignado a liberar a la chica de su verga.

Esta tosía y escupía en el piso, y le pedía que por favor se detuviera.
—Pero si Adrián ya está grandecito —respondió Valentina—. ¿Cierto que te gustan estos videos Adri? —dijo después. Creo que era la primera vez que me llamaba Adri—. Un veterano abusando de una colegiala… —agregó al final, sin terminar la frase.
—¡Valu, no te pases! —dijo Agos.

La clara alusión al encuentro que habíamos tenido hacía poco más de un año terminó por disipar una duda que tenía desde entonces. En efecto, Valentina parecía recordar la vez que la abordé cuando apenas contaba con dieciocho años. Pero no parecía haber rencor en sus palabras, sino que lo hacía solo para incomodarme, como era su costumbre. Muchas veces me pregunté cómo se vería aquel momento desde la perspectiva de ella. Siempre di por sentado que para la sensual adolescente no había sido más que otro viejo verde que anhelaba llevársela a la cama. Pero si ella me recordaba, quizás, solo quizás, no había dejado una imagen tan negativa como había pensado. Sabía que había chicas extremadamente jóvenes que se sentían atraídas por hombres maduros. De hecho, era una realidad que al menos una de ellas tenía esos gustos.
—¿Qué? No estoy diciendo que disfrute de abusar de colegialas —aclaró después, clavándome una intensa mirada—. Es solo ficción. Eso todos lo sabemos.
—De todas formas, no me gustan mucho los dibujos animados. Me parece raro la pornografía en ellos —dije yo, mintiendo, ya que me estaba poniendo al palo de nuevo debido al video.

Me pareció lo más oportuno actuar con naturalidad. Después de todo, todos los que nos encontrábamos ahí ya estábamos grandecitos. Incluso Sami apenas había cumplido la mayoría de edad, ya estaba lo suficientemente crecidita como para no espantarse por ese tipo de videos, cosa que de hecho me lo demostró con la fascinación que reflejaba susemblante. Fue justamente la más chica de las hermanas la que puso fin al video, y guardó el celular en su bolsillo.
—Perdón Adri —dijo. Y como si acabara de caer en la cuenta de que yo estaba a su lado viendo la misma película, se sonrojó, o al menos eso me pareció.
—Está todo bien —dije yo, y palmeé su pierna, como para tranquilizarla.
—Pero si Adrián habrá visto cosas mucho más zarpadas que esa —insistió Valentina—. Y también las habrá hecho …
—Pero ese tipo de cosas son asquerosas —intervino Agos—. Un adulto aprovechándose de una menor. A vos no te gustan ese tipo de películas, ¿No? —me preguntó.

Medité bien en lo que iba a decir. Lo cierto era que solo se trataba de ficción, tal como lo había dicho Valentina. En ese sentido no tenía nada de malo disfrutar de esos videos. Eso no significaba que uno fuera a hacer lo mismo en la vida real. Pero no podía olvidarme de que Valentina sabía perfectamente lo mucho que me atraían las colegialas sexys. Así que tampoco podía andar con mentiras tontas.
—Bueno, esto es solo una película. En la vida real, mientras todo sea consensuado, no debería haber límites para disfrutar del sexo —respondí al fin.

Sentí que Sami me apretaba el brazo. Yo tenía miedo de que Valentina me hiciera alguna pregunta que me expusiera. Pero por lo visto parecía que mi fallido intento de seducirla era algo que quedaría entre nosotros por el momento. Ahora las sospechas apuntaban de nuevo a ella, aunque la inocente Sami, que no se alejaba de mí, también era una posible candidata para ser cogida por su padrastro. Me hice una pregunta que no me había hecho hasta el momento: ¿Sami era virgen? Estaba claro que las otras no lo eran, pero la más pequeña, además de ser muy chica, se mostraba inocente y tímida, tanto que parecía que era la primera vez que veía pornografía. Nunca había tenido un fetiche con las vírgenes, pero la idea de ser el primer hombre de ella me despertaba nuevamente esa ternura que se tornaba muy extraña cuando se mezclaba con la lujuria. En ese sentido, lo que empezaba a experimentar por Sami era bien diferente a lo que sentía por las otras dos, sobre todo por Valentina, quien me despertaba una excitación primitiva, que me hacía sentir un animal alzado.

Valentina sonrió. De repente pareció acordarse de algo. Colocó su celular en el soporte. Abrió una conversación de WhatsApp, y dio play a un video que le habían mandado.
—Miren lo que mandaron los chicos de vóley —dijo.

Valentina era la más hiperactiva de todas, y entre sus muchas actividades se encontraba la de jugar al vóley para un club del barrio. Nunca había ido a verla, porque para empezar jamás me había invitado. Sin embargo pude husmear en varios videos que subía en sus redes sociales. Verla con el pelo atado, la expresión concentrada y el cuerpo brilloso por el sudor, era un espectáculo digno de apreciar. Y ni hablemos de ese short que utilizaba, que dejaba sus gruesos muslos al desnudo y se adhería a su cuerpo como una segunda capa de piel. Como era costumbre en ella, había intimado más con los varones del club antes que con las chicas, cosa que hacía preguntarme si alguno de esos deportistas había tenido la suerte de ejercitarse con ella.

El corto video no tardó mucho en desvelar de qué se trataba.
—Qué carajos —dijo Agos.
—¿De verdad una mujer puede aguantar eso? —preguntó Sami.
—¿Y eso te mandan tus amigos? Qué desagradables —opinó Agos.
—No es que me lo mandaron a mí. Tienen un grupo y yo estoy en él. Y bueno, ya saben cómo son los hombres. Tienen la idea fija, y se piensan que las mujeres somos unos juguetes sexuales.
—Así será como piensan los hombres con los que vos tratás —dijo Agos, que no perdía oportunidad para dejar mal parada a su hermana.

No atiné a decir nada, pero no se me escapó el hecho de que mientras hablaban no sacaban los ojos del video, al igual que había sucedido con el que había puesto Sami. Sabía que a las mujeres también les gustaba la pornografía, pero este video en particular parecía más adecuado para un público masculino, ya que así como lo había mencionado Valentina, la mujer estaba siendo usada como un mero juguete sexual. En el video se veía a una voluptuosa actriz, cuyas tetas se bamboleaban mientras era penetrada. Se encontraba sobre un hombre que le enterraba una gruesa verga en el sexo, mientras que otro se la metía por el culo. Pero eso no era todo. La mujer estiraba ambos brazos para masturbar dos pijas a la vez que era penetrada por sus dos orificios. Como frutilla del pastel, un tercer hombre apareció en escena, ofreciéndole una grande y venosa verga, que ella se metió a la boca sin dudarlo un segundo.
—Wow, qué sincronización —dijo Sami, y nuevamente sentí que apretaba mi brazo con sus manitos pequeñas.

En efecto, la mujer era toda una experta, que chupaba la verga sin dificultades a pesar de tener ambas manos ocupadas, y de que su cuerpo se movía constantemente debido a las intensas penetraciones. La imagen se tornó algo grotesca cuando un montón de saliva de la chica se fue deslizando por su rostro. Era el efecto que le producía el miembro que entraba una y otra vez en su boca. Vi que Agos ponía cara de espanto, pero sin poder dejar de mirar. Valentina parecía una niña viendo un programa que la divertía mucho, pero detrás de ese aparente disfrute infantil noté que de verdad le gustaba la manera en que poseían a la mujer del video. Sentí la respiración entrecortada de Sami, quien parecía agitada. Me dieron muchas ganas de meter mano en ella, esta vez sin ninguna contemplación, pero me contuve. Delante de las otras no podía hacerlo.

Nadie dijo nada más. El video apenas duraba minuto y medio, y ninguno quiso interrumpirlo. Era un fragmento muy corto de una película, pero fue más que suficiente para encandilarnos. Yo había visto miles de películas igual de intensas, y otras que lo eran mucho más. Pero el hecho de compartir ese momento con mis hijastras le daba otro color a ese momento. Además, imaginaba que para ellas también era algo especial. Me pregunté qué pensaría Mariel si supiera de la inusual escena que se estaba dando en nuestra casa. Agos había mencionado que su madre les sonsacaría la verdad, y ellas se verían obligadas a contarle cada cosa que había pasado en su ausencia. Lo cierto era que en ese momento el rencor me instaba a sentirme muy poco preocupado por ello, pero no podía evitar preguntarme por qué a las chicas tampoco parecía importarles. Quizás lo veían como algo si bien atípico, no anormal. Pero eso no terminaba de convencerme. Esa tarde se estaban produciendo muchas situaciones excepcionales, y no podía evitar sentirme, al menos por momentos, un simple títere manejado al antojo de alguna de ellas.

La mujer del video, desnuda y sudorosa, gemía a pesar de que tenía un enorme miembro en la boca. La verga que se enterraba en su culo entraba con increíble facilidad, lo que demostraba que tenía a cuestas incontables experiencias anales. Al final el video dio un salto temporal. Ahora las cinco vergas se agitaban a centímetros del rostro de la chica, que se encontraba de rodillas, y cuyo maquillaje se había corrido y le daba un aspecto patético, aunque no perdía cierta cuota de sensualidad. Estaba muy agitada, y sacaba la lengua como si fuera un perrito sediento. Uno a uno fueron descargando el semen en ella, dejando su cara bañada de fluidos masculinos, que se chorreaban por su piel hasta llegar a la barbilla, desde donde luego caía lentamente, en forma de densos hilos blancos, suspendidos en el aire durante unos segundos, hasta que por fin caían al piso.
—Los hombres tienen una fijación con eso de acabar en la cara de las mujeres —comentó Valentina mientras terminaba el video.
—Y eso que es una de las cosas que menos nos gusta hacer —dijo Agos.

Valentina sonrió con ironía. Estaba claro que a la muy zorra le encantaba que le acaben en la cara.
—¿Por qué es eso? —preguntó Sami, dirigiéndose a mí—. ¿Por qué les gusta tanto hacer eso?
—Eso —apoyó Valentina—. Es bueno tener la opinión de un hombre al respecto.

Pensé que Agos les iba a decir que no me molestaran, pero me clavó su mirada profunda, como esperando a que respondiera.

Si se tratara de una sola de ellas, estaría convencido de que lo hacía para provocarme. Pero el hecho de que fuera cosa de las tres me hacía pensar que quizás tenían una verdadera curiosidad por conocer el punto de vista masculino en algunas cuestiones sexuales. De todas formas, no por eso la cosa se me hacía fácil. Había vuelto a tener una erección mientras veía los videos pornográficos y el hecho de que el sexo siguiera siendo el tema de conversación me la hacía más difícil. Para colmo, ahora todas las miradas apuntaban a mí. Y tenía la vela tan cerca, que alumbraba mi regazo. Miré de reojo a mi entrepierna. Mi remera tapaba el bulto, pero se notaba cierta forma fálica debajo, aunque quizá ellas no lo atribuirían a mi excitación sino a la posición en la que estaba mi verga.
—Bueno —dije. Aclaré mi garganta. Me acomodé en el asiento. Ahora la cercanía con Sami me inquietaba. Pero aún así continué—. Creo que el acto sexual es algo sumamente íntimo. Pero a veces uno termina acostándose con gente por la que uno no se siente tan atraído. Creo que ese tipo de cosas… —me aclaré la garganta de nuevo. Estaba claro que cuando me refería a “ese tipo de cosas” estaba hablando de la eyaculación facial, y esperaba que ellas lo entendieran así—. Ese tipo de cosas —repetí—, se deja para situaciones especiales, con personas especiales. Es una manera de que la intimidad entre esas personas llegue a otros límites.

Hubo un momento de silencio en el que me sentí muy nervioso. Miré a las tres hermosas chicas, sin poder evitar imaginarlas con sus lindas caritas bañadas con mi leche. Al menos a una de ellas podría hacérselo. Así la erección nunca se me iría.

—Mmmm Me parece que Adri nos está mandando fruta —dijo Valentina—. Todos los hombres quieren acabar en la cara de la mujer. Qué persona especial ni ocho cuartos. No conocí a ninguno que no quisiera hacérmelo.
—En eso tenés razón Valu —dijo Agos—. Pero entendamos a Adri. Él piensa que tiene que tener mucho cuidado con lo que nos dice —Luego, dirigiéndose a mí, agregó—. De todas formas, no tenés por qué contestar preguntas tan íntimas.

No supe qué decir. Había tratado de ser sincero sin ser vulgar, pero por lo visto había quedado como un idiota ante las chicas. Lo que había dicho no era del todo errado. No en cualquier relación sexual se da que la mujer se deje acabar en la cara, pero eso sucede porque es justamente la mujer la que decide si lo permite o no. En eso Valentina llevaba la razón. Si fuera por nosotros, acabaríamos en la cara a todas nuestras compañeras sexuales. Los hombres éramos muy básicos. Había cosas que gustaban a todo el mundo, y realmente nadie se preguntaba por qué. 
—Es todo por dominación —dijo Valentina—. Les gusta vernos sumisas, y no hay acto de sumisión mayor que una mujer arrodillada recibiendo el semen de un macho. Y ni hablemos de si nos lo tragamos todo —terminó de decir—. Si hacemos eso, prácticamente se creen nuestros dueños.
—No hace falta que seas tan explícita —le recriminó Agos—. Somos todos grandes. Podemos hablar de esto, pero no es necesario caer en la vulgaridad.
—¿Y vos tomaste muchas veces la leche? —quiso saber Sami.

Largó la pregunta con tanta naturalidad que sentí que me estremecía. Sobre todo me llamaba la atención la liviandad con la que pronunciaba la palabra leche. Me estaba costando mucho escuchar a la pequeña rubiecita preguntar abiertamente sobre sexualidad. Pero tampoco quería quedar como un anticuado. Si me levantaba y me iba, para dejarlas solas, lo único que demostraría era que hablar de eso con ellas me incomodaba. Así que seguí con mi decisión de actuar con normalidad.
Valentina se encogió de hombros.
—Es un premio que doy solo si me gusta mucho el tipo —aclaró—. Pero no es rica —agregó después, como si acabara de recordar el sabor que tenía el semen.  
—¿Y por qué te la tomás si no es rica? —preguntó Sami.
—Porque me gusta ver lo locos que se ponen cuando lo hago. Los pobres no se dan cuenta, pero cuando te la tragás son ellos los sometidos, porque después de eso los tenés comiendo de tu mano. Hacen cualquier cosa para que vuelvas a hacerlo. Hasta se humillan ellos solos mandando montones de mensajes, inventándoles excusas a sus novias para sacárselas de encima, o suspendiendo salidas con sus amigos para hacerse espacio.
—Que mala —dijo Sami, aunque también soltó una risita—. ¿Y vos? —le preguntó a Agos.
—Yo nunca lo hice —dijo, impertérrita.
—¿Qué? ¿Nunca tomaste semen? —preguntó Valen, tan sorprendida como yo mismo lo estaba.

En ese punto ya estaban hablando como si yo no estuviera presente, cosa que por un lado me gustaba, ya que no era común para un hombre conocer tantos detalles íntimos de las mujeres, lo que me hacía sentir afortunado, pero por otro lado, mi verga parecía querer dar un salto hasta romper el cierre del pantalón y quedar liberada. La imagen de las tres hermosas criaturas salpicadas por mi semen no me abandonaba. Me arrepentí de no haberme masturbado cuando tuve la oportunidad. No recordaba cuándo fue la última vez que había estado con mi pija dura durante tanto tiempo. Necesitaba con urgencia eyacular, pero me encontraba en el momento más inoportuno. 
—Nunca —respondió la mayor de las hermanas.
—Pero… —insistió Sami, dispuesta a saciar todas sus inquietudes— ¿tampoco te acabaron en la cara?
—No. Eso es un asco —respondió Agos.

Sabía que la chica tenía una obsesión con eso de mantener su imagen perfecta y pulcra, pero no tenía la certeza de que eso se trasladaba a sus momentos de intimidad. Pero saber este detalle, lejos de tirarme abajo la imagen sensual de Agos, me hacía sentir por ella una mayor lujuria. Nuevamente fantaseé con poseer a esa chica de gesto siempre altivo. Ya iba a ver si cogía conmigo y no me dejaba acabarle en la cara.
Y lo de Valentina era otra cosa que me traía como loco. Así que la pendeja tenía experiencia en tomarse la lechita, y encima lo usaba para manipular a los hombres. Bien putita había resultado la hermana del medio. Y eso que apenas tenía diecinueve años. Pero seguro que tomaba la mamadera desde incluso antes de que yo la conociera en ese minimercado de mi barrio.
—Igual en las películas siempre exageran ¿Cierto Adri? —dijo Sami—. Cinco hombres con una chica. Qué locura…
—La realidad siempre supera a la ficción —acotó Valentina.
—No me digas que vos estuviste con muchos hombres a la vez —quiso saber la pequeña curiosa.
—Con dos. Más que eso, ni loca —confesó Valentina sin ningún problema. Hablaba de sus experiencias sexuales como si estuviera hablando de lo que iba a comer a la noche, o de la ropa que se había comprado el fin de semana. Sabía que las chicas de esa generación solían ser extrovertidas y no se molestaban en ocultar cosas que al fin y al cabo eran normales. Pero esta mocosa estaba exagerando.
—¿Y lo hicieron a la vez? —dijo Sami.
—Bueno chicas. Basta —intervino Agos, consciente de que la conversación se había tornado muy personal.

Pero por un momento me pareció que su disgusto se debía a otra cosa. Al hecho de que ella no estaba siendo el centro de atención. En lo que respectaba a sexualidad, parecía que su hermana le sacaba mucha ventaja. Y muchos preferían a una mujer sumamente sexual antes que a una criatura perfecta e inalcanzable como ella. Aunque no estaba seguro de si esto último le importaba mucho. Simplemente no tener el rol protagónico en una situación cualquiera era lo que la sacaba de sus casillas.

—¡La puta madre! Se me acabó la batería —se quejó de repente Valentina, cortando el ambiente erótico que se había armado.
—Jodete. Encima que tenías poca batería, ponés un video… —se burló Sami.               

Eso me hizo pensar que Valentina realmente tenía mucho interés en mostrar ese video. La idea de que buscaba provocarme tomaba mucha fuerza.  También me percaté de que Sami no había hecho mención a ninguna experiencia personal. Eso no resultaba raro, ya que era de carácter tímido. Pero el hecho de que Valentina no insistiera en que contara algo, así como lo hizo con Agos, sí que me llamaba la atención. ¿Sería que había algo en la vida sexual de Sami que era considerado tabú, incluso para su extrovertida hermana? No pude evitar pensar en que alguno de los hombres con los que había salido Mariel le había hecho algo malo. Eso podía explicar el hecho de que a pesar de que ya estaba crecidita parecía desconocer muchas cosas sobre el sexo, pues una experiencia traumática en este aspecto podía hacer que sintiera rechazo por las prácticas sexuales. Incluso la pornografía parecía una novedad para la chica. Sentí que la sangre me hervía de la bronca que me había despertado la idea de que hubiera sido abusada. Un sentimiento de protección que no creí que iba a sentir en ese momento apareció con mucha fuerza. ¡Mierda! Los sentimientos hacia Sami eran tan ambiguos, que incluso siendo un hombre hecho y derecho, que ya había pasado hacía rato los treinta, me sentía confundido.
—Me agarró sed. Voy a tomar un vaso de agua —dijo Agos.

Su elegante figura se irguió en medio de la oscuridad, y se fue caminando, con la espalda recta, meneando las caderas de manera sutil, sin exagerar, como si fuera una modelo. En los últimos minutos había estado pensando tanto en sus hermanas, que su exacerbada belleza casi había sido olvidada. Pero ahí estaba, la más grande, la más inteligente, la más hermosa —al menos en lo que respecta a rasgos faciales—. Si había una mujer a la que sería lindo acabarle en la cara, era ella. No solo por el morbo que me generaba el hecho de eyacular sobre una mujer que aseguraba que no le gustaba que se lo hicieran, sino por lo bello que sería manchar esa perfecta carita de piel lozana. Una cosa que no les dije —y no les diría— a las hermanitas, era que las mujeres de rostros hermosos despertaban más ganas que cualquier otra de que larguemos nuestra virilidad en ellas.
—¡Ay! —gritó Agos desde la cocina.  

Inmediatamente después del grito, se escuchó el sonido de cristales rompiéndose.
—Esperen acá, yo voy a ver si está bien —dije.

El grito no había sido muy escandaloso. Supuse que se había tropezado con algo y eso hizo que se le cayera el vaso de vidrio que contenía la vela. Pero de todas formas tenía que asegurarme de que no había pasado nada. Las velas iluminaban lo suficiente como para que me moviera con soltura por el living. Pero cuando atravesé la puerta que daba a la cocina me di cuenta de que había cometido un error, pues ahora que Agos no tenía una, el lugar estaba en la absoluta penumbra.

Aun así, no tuve la inteligencia suficiente como para ir con cuidado. Los primeros pasos que di fueron rápidos. Y entonces fue cuando me choqué con Agos. Y por supuesto, no es que habíamos chocado de manera normal. Por lo visto, ella se encontraba inclinada. Yo había empujado sus nalgas con mi pelvis, lo que para empezar dejaba en evidencia la calentura que tenía encima. Pero para colmo, el empujón fue tan violento, que sentí cómo ella se iba para adelante. Si llegaba a caerse podría lastimarse con el vidrio roto. Pero esta vez sí actué con rapidez. La agarré de las caderas y la ayudé a enderezarse. Ella se irguió. Al hacerlo, su pulposo trasero se frotó con mi miembro. Era imposible pensar que creyera que se trataba de mi celular o de alguna otra cosa, ya que con ese contacto pudo corroborar la forma fálica que tenía ese instrumento durísimo que ahora se hincaba en ella.
—¿Estás bien? —le pregunté, sin poder soltarla.
—Sí. Gracias —dijo ella.

Quedamos unidos, como dos piezas de rompecabezas, en medio de la oscuridad. Sentí el perfume de su cuello.
—¿Pensás que soy una frígida? —preguntó en un susurro.

Me pareció sentir que se apretaba más a mí. Yo a su vez, hice un movimiento arriba abajo sobre sus caderas, usando el sentido del tacto para percibir sus formas.
—Claro que no —le aseguré.
—¿Está todo bien? —preguntó Valentina a mis espaldas.

Me separé de Agos, pero sin dejar de poner mis manos en ella, como si la estuviera ayudando a mantener el equilibrio.
—Sí, todo bien —dijo ella—. Alumbrame por acá, así junto el vidrio.

Valentina y Sami entraron a la cocina, con los vasos con las velas encendidas en ellas. Enseguida me fui a un rincón para agarrar una escoba y una pala. En un veloz y arriesgado movimiento me acomodé la verga para disimular lo mejor que podía la erección. Igual a esas alturas tampoco era que me preocupara mucho.

Agos. Siempre fue Agos, pensé para mí. 

Continuará..

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Una respuesta

  1. helenx

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