Mis odiosas hijastras (13)
Me quedé un rato parado en el umbral de la puerta, mirándola con cara de estúpido, sin saber qué decir. Sami me había dicho que me amaba. Estaba claro que no le podía decir que yo sentía lo mismo, porque no era cierto. La quería, de eso no tenía dudas. Me generaba una increíble ternura y un sentimiento de protección que hacía mucho no sentía por nadie. Una sentimiento que podría considerarse paternalista, si no fuera porque por momentos se mezclaba con una lujuria arrolladora que distorsionaba y pervertía el sentimiento original. Pero no la amaba.
—Nos vemos en un rato, en el almuerzo —dijo la pequeña rubiecita, desligándome de la obligación de responderle.
—Dale, nos vemos en un rato —respondí, y cerré la puerta lo más rápido que pude, como si al no hacerlo de esa manera corriera el riesgo de que alguna cosa que no pudiera controlar se escapara de la habitación.
Volví a la sala de estar, pero ninguna de las hermanas andaba por ahí, cosa que me generó cierta inquietud. ¿Estarían en sus dormitorios? En teoría las hostilidades habían quedado de lado, al menos de momento, hasta que terminásemos de definir cuál sería la medida que tomaríamos en contra de Mariel, pero ambas, sobre todo Valu, me producían desconfianza. Era increíble lo insensato que podía llegar a ser debido a la esperanza de tener un buen polvo. Pero en realidad, ya lo había tenido ¿cierto? Sami me había hecho un pete con bastante torpeza, pero con mucha dulzura y obediencia. Con eso debería bastarme. Ahora era oportuno escaparme, de una buena vez, de esa locura en la que me había enredado.
Rita ladró, precediendo el estallido de un trueno. Me encontraba en una situación surrealista, mezcla de película de terror con un filme pornográfico. Y eso me asustaba y fascinaba en partes iguales. Y ahora Sami me había dicho que me amaba. No podía irme de ahí después de que me hiciera una mamada para luego largarme esas palabras. Era muy chica, y ese repentino abandono podría herirla más de lo que me gustaría.
¡Mierda! Tenía que haber usado la cabeza. Al menos con Sami tenía que haberla usado. Era muy pequeña, y muy frágil. Y me amaba… Qué locura. Eso no tenía sentido. Seguramente no era más que un capricho adolescente, pero mientras no se le pasara el capricho, debía andarme con cuidado.
—¿Todo bien? —escuché decir a Valentina, de repente—. Digo… con Sami, ¿Todo bien?
—Todo lo bien que se pueda estar después de sacar un recuerdo tan feo como ese —dije yo, e inmediatamente me vino a la cabeza la imagen de mi verga introduciéndose en la boca de mi hijastra más pequeña. Vaya manera de consolarla, pensé para mí—. ¿Y Agos? —pregunté después.
—A ver —Valentina se revisó los bolsillos, como si la estuviera buscando ahí—. Acá no la tengo —dijo después. Pero enseguida su semblante cambió por uno en el que fingía seriedad —. ¿Tenés miedo de estar a solas conmigo? —preguntó, con voz melosa, dando pasos de pantera—. Ah no, cierto que la que debería tener miedo soy yo —se corrigió después, recordando, supuse, cómo mi mano hurgaba en su orto cuando subíamos por la escalera.
Se tiró sobre el sofá de tres cuerpos, como era su costumbre, en esa pose que me hacía pensar en una emperatriz egipcia. Por enésima vez la tenue luz de las velas y de la miserable claridad que entraba de afuera, recortaban su imagen de manera exquisita. Las caderas hacían una curva irreal y sus labios formaron una sonrisa de diabla. Estaba claro que me estaba provocando.
—No estoy para jueguitos —dije, con determinación.
—¿Jueguitos? —preguntó ella, haciéndose la tonta—. Si yo solo estoy acá recostada. Además…
—Además, ¿qué? —pregunté.
—Además, acá no podés hacer nada. Mirá si nos ven las chicas.
Así que ese era su jueguito, pensé para mí. Pretendía provocarme, instándome a que hiciera algo con ella a pesar de que sus hermanas en cualquier momento podrían aparecerse.
—Por el único motivo que estarías conmigo es para molestar a tu mamá. ¿Te pensás que no me doy cuenta de eso? —dije, recordando lo que Sami me había contado.
Aunque sospechaba que también lo hacía para darle celos a Agos. Se suponía que el último acercamiento que había tenido con la mayor de las hermanas era algo que había quedado entre nosotros dos, totalmente ajeno a ese teje y maneje de los últimos días, pero Valu podría estar sospechando que había algo entre nosotros, y le encantaría ganarle a su hermana mayor en cualquier tipo de competencia. Aunque, pensándolo bien, ni siquiera yo tenía en claro qué era lo que había entre Agos y yo. Pero sea lo que fuera, no le gustaría saber que tuve algo con Valentina. Era muy probable que tuviera que decidirme por alguna de las dos, lo que no era poca cosa considerando que ya había estado con Sami.
También me daba cuenta de que más allá de las maldades que esa adolescente tetona tuviera entre manos, tampoco era de madera. Siempre supuse que era una chica que vivía su sexualidad planamente, y el encierro de ese fin de semana, sumado a que el sexo y el erotismo siempre estaban sobrevolando sobre nosotros, la habrían de poner muy caliente, y el único hombre que había a mano para apaciguar esa calentura era yo.
Pero ¿de verdad estaba tan entregada? En su habitación me la podía haber cogido, pero ahora no estaba tan seguro de eso. No me extrañaría que su objetivo fuera simplemente volverme loco para después dejarme con las ganas. O quizás exponerme frente Agos y Sami, quienes podían bajar en cualquier momento, y así hacer que cambiaran de opinión sobre mi persona, es decir, que pensaran que no era más que otro viejo verde. Era cierto, ahí no podía hacer nada. Debía esperar a la noche, para ir a visitarla, a ella o a Agos, o quizás a las dos. O a las tres…
—¿Y? —preguntó Valentina—. ¿Desde cuándo a los hombres les importa los motivos que tenemos las mujeres para acostarnos con ustedes? Lo importante es que lo hagamos ¿no? —preguntó descaradamente.
—En una circunstancia normal te daría la razón —admití—. Pero esto no tiene nada de normal.
—No pensaste eso cuando fuiste a mi cuarto —dijo ella.
—De hecho, sí lo pensé. Pero en ese momento no me importó. Había tomado la decisión de irme después de eso.
—¿Y ahora te importa? —Me preguntó, para luego responderse ella misma—. No te creo —dijo—. Lo único que te mantiene quietito ahí es el hecho de que pensás que me estoy burlando de vos. Que te estoy provocando para después decirte que no. No te importa que yo lo haga solo por despecho hacia mamá; ni tampoco te detiene el hecho de que las chicas puedan bajar. Si fuera por eso ya estarías encima de mí. Lo único que te contiene es que pensás que solo te estoy molestando para después negarme y dejarte con el pito duro.
—Ya no tengo ganas de estas estupideces. Voy a cocinar —dije, poniéndome de pie.
La pendeja me había sacado la ficha. Todo lo que había dicho había dado en el blanco, pero no le iba a dar el gusto de reconocerlo.
—¿Y si te digo que solo lo podés hacer ahora? —preguntó Valen, con voz susurrante.
—Qué cosa —pregunté.
—Cogerme —explicó ella—. Este es el único momento en el que lo quiero hacer. A la noche me voy a encerrar con llave —agregó, encogiéndose de hombros—. Si me quedo caliente usaré el consolador y listo.
Se puso boca abajo, exponiendo su tremendo culo. Apoyó el mentón en el apoyabrazos del sofá. Tenía un gesto de indiferencia. Se quedó quieta, como esperando a que yo simplemente actuara. Era como si sobre la mesa hubiera una bandeja llena de manjares, esperando a que yo los devorara. La tentación era impresionante.
—Quedate tranquila, no hace falta que pongas llave a la noche. No voy a volver a entrar a tu cuarto —aseguré.
No sé si mi envalentonamiento era producto de que acababa de tener un orgasmo, o de que esa pendeja me estaba haciendo enojar y no quería que se saliera con la suya. Pero la dejé ahí y me fui a la cocina. No iba a seguirle la corriente, y menos después de insinuar que podía reemplazarme fácilmente con un consolador.
Me preguntaba si alguna vez había sido rechazada de esa manera. Lo dudaba, mucho menos cuando ella misma había confirmado que dejaría que la coja. Quizás algún despistado podría no haber captado sus indirectas y por eso se había perdido la oportunidad de comerse ese caramelito, pero nadie que recibiera una propuesta tan directa como la que me acababa de hacer se negaría. Pero la mocosa debía aprender su lección.
Revisé en la heladera qué había para preparar, tratando de espantar la persistente imagen de Valu desparramada en el sofá, esperando, supuestamente, a que yo hiciera lo que quisiera con ella. Vi que quedaba un pedazo de carne picada. En el freezer había tapas de empanadas, así que con los condimentos que había por ahí podía hacer unas cuántas empanadas. Igual, alguna de las pendejas tendría que ayudarme, tampoco es que yo fuera su sirviente.
Me pregunté cómo estaría Valu. No pude evitar sentir temor. Si se había ofendido por mi rechazo quizás me la había ganado definitivamente como enemiga. La verdad es que no estaría mal disfrutar del tacto de su terso orto en mis manos una vez más, pero lo más probable era que después de mi negativa ni siquiera me dejaría poner una mano encima de ella. A la noche iría a visitarla, para confirmar si mi temor era cierto. Si no tenía puesta la llave, lo tomaría como una invitación. Pero cogérmela en la sala de estar… Ya había corrido demasiado riesgo con Sami. Era hora de andar con cuidado, sobre todo cuando se trataba de Valentina.
De repente me di cuenta de que la cocina estaba más iluminada de lo que debería estar. Rita ladró, como percatándose también del cambio que se había producido. Miré hacia arriba. La lámpara estaba encendida. La electricidad había vuelto. Ese hecho tan insignificante me produjo sentimientos encontrados. La magia de esos días se rompió en parte debido a eso. ¿Qué significado tenía que hubiera regresado la luz? Podríamos cargar los celulares. Encender la computadora, los televisores. Podríamos entretenernos, ya sin sentir ese aislamiento sobrenatural que, en lo personal, percibía desde el sábado. Pero sobre todo, ahora que podíamos encender los celulares de nuevo, ya no había excusas para seguir postergando algo que ya venía postergando todo lo que pude: debía enfrentar a Mariel. Llamarla, decirle que sabía de su traición y de la manera perversa en que usaba a sus hijas. La alianza que había forjado con las chicas me parecía ya no absurda, sino algo totalmente infantil. Algo que, cuando lo recordara en el futuro, me haría sentir profundamente avergonzado.
Y sin embargo no quería hacerlo. No quería enfrentarla aún. No quería dar la cara a una situación tan incómoda como esa. Deseé que ese aislamiento forzado se extendiera hasta el otro día, tal como había estado seguro de que sucedería. No obstante, la tormenta se había apaciguado de un momento a otro.
Decidí hacerme el tonto. No fui a enchufar el celular, que sería lo primero que debía haber hecho. Empecé a sacar las ollas para empezar a cocinar.
—¿Te ayudo? —dijo Valentina, entrando a la cocina.
La miré, estupefacto. Si hacía apenas unos instantes había creído que la extraña magia que se había cernido sobre esa casa se estaba esfumando, ahora parecía ser conjurada con más fuerza que nunca. Era como ver una ensoñación. Valentina se había cambiado de ropa. Ahora llevaba un uniforme que yo conocía muy bien. El uniforme escolar que había utilizado aquel día en el que la conocí, cuando era tan pequeña como Sami, aunque en su caso, no lo aparentaba.
—¿Qué hacés vestida así? —pregunté.
—Nada —respondió, haciéndose la tonta.
Si las débiles luces de las velas bañaban su cuerpo mostrando así su exuberante silueta de manera deliciosa, ahora que podía verla bajo la potente luz artificial de la cocina, reparaba en cada detalle de su imagen. El uniforme parecía quedarle incluso un poco más chico que cuando la conocí. La muy zorra seguramente lo usaba para coger y había achicado la falda tableada unos cuántos centímetros más. La camisa le quedaba muy ajustada y los botones parecían a punto de salir disparados por la presión que sus enormes tetas ejercían desde adentro. La corbata estaba desajustada y la había colocado a un costado. El pelo castaño estaba suelto. Ahora sí, parecía toda una actriz porno.
—Qué vas a cocinar —dijo.
Se subió a la mesada, apoyando su enorme trasero en ella. Las piernas quedaron un poco abiertas. Desvié la vista, instintivamente, y me encontré con la bombachita blanca de bordes rosas que estaba usando. La misma que yo había visto que seleccionaba de su cajón antes de meterse al baño para darse una ducha.
Respiré hondo, sintiendo como si estuviera siendo poseído por un espíritu maligno y depravado. Miré hacia la puerta de la cocina. La primera vez que había metido mano en ella habíamos escuchado que alguien bajaba las escaleras. Ahora también podríamos hacerlo, pero si estábamos cogiendo sería más difícil detenernos y disimular que nada estaba pasando. Incluso corríamos el riesgo de no escuchar cuando alguien bajaba. Pero lo cierto es que en ese momento no pensé en nada de eso. Valu estaba sobre la mesada. Se hacía la tonta, fingiendo que no me estaba prestando atención. Su pollerita, además de ser muy corta, había quedado muy levantada. Los muslos aparecían desnudos y su braga blanca seguía a la vista.
Me acerqué a ella. Valu no pudo contener su sonrisa cuando vio que estaba consiguiendo lo que pretendía: provocarme hasta el punto de obligarme a actuar con insensatez. Me arrimé tanto que mi ombligo quedó apoyado en la mesada. Sus piernas flanqueaban mis caderas. La agarré del rostro, apretando sus mejillas con mis dedos. Apoyé la otra mano en su muslo y empecé a deslizarlo por su piel tersa, en dirección hacia su entrepierna.
—No —dijo Valu, haciendo un movimiento de cabeza con el que se liberó de la mano con la que apretaba su rostro—. Ya te lo dije. Hace unos minutos podías haberme tenido y te hiciste el importante. Ahora te vas a quedar con las ganas —dijo.
Era obvio que se había puesto ese atuendo para asegurarse de que me iba a excitar al verla. Si con cualquier otra prenda no podía dejar de mirarla, ahora con ese uniforme pornográfico era imposible no irme al humo. Se notaba que le había herido profundamente el ego. Solo así se explicaba que decidiera recurrir a ese golpe bajo. La pendeja era muy predecible, pero aún así muy eficiente a la hora de idear sus maldades. ¿De qué me servía intuir por dónde iba la mano si de todas formas iba a actuar como ella quería que actuara?
Valu se bajó de la mesada, con cierta dificultad, pues yo no me moví de donde estaba. Cuando cayó en el piso la agarré de la muñeca. Después de todo, ella no era infalible. Había algo que, según yo, era su punto débil: ella terminaba cayendo en sus propios juegos. Al igual que lo que pasó en su cuarto, no me cabían dudas de que ahora estaba tan excitada como yo.
La atraje hacia mí. Me entusiasmó percatarme de que no fue muy difícil hacerlo. No ofreció mucha resistencia. Rodeé su cintura con mis brazos.
—Soltame tarado —dijo Valu, ahora haciendo fuerza hacia atrás, pero deshacerse de mis brazos no iba a ser tan fácil—. No me vas a coger.
Me incliné, para comerle la boca. Ella me esquivó, pero lo hizo con una sonrisa, cosa que me entusiasmó aún más. Mis labios terminaron en su cuello. Esto pareció hacerle cosquillas.
—No, ya te dije que no —dijo ella, corriendo la cara hacia el otro lado, pero ya sin intentar alejarse de mí. Le di un beso en la mejilla. Una de mis manos bajó, despacito, a su hermoso culo—. Basta —agregó, ya con mucho menos convencimiento.
Mi boca siguió besando su rostro. Fui dándole piquitos, acercándome poco a poco a sus labios. Cuando estuve a punto de llegar a ellos, corrió rápidamente la cara hacia el lado opuesto, lo que solo sirvió para que empezara a besar su otra mejilla, y nuevamente acercarme a sus labios con dulces piquitos húmedos en su piel. Mi mano se apretó con violencia en sus nalgas.
Seguimos un rato así. Ella jugando a que no quería que la besara, pero solamente corría la cara. No hacía casi ninguna fuerza para alejarse de mí, y mi mano se ensañaba con su orto sin encontrar resistencia alguna. La escuchaba susurrar una y otra vez “basta Adrián”, pero ni siquiera levantaba la voz, cosa con la que sí podría llegar a lograr que la soltara.
En un momento, cuando quiso voltear la cara de nuevo, arrimé mi rostro y usé una de mis manos para presionar en su nuca y así inmovilizarla. Nuestras narices quedaron pegadas, como si nos estuviéramos dando un inocente beso esquimal. Valu, al verse ya imposibilitada de escapar de mi boca, empezó a reír.
—Sos un boludo —dijo.
Y entonces le comí la boca. Una vez que lo hice, toda resistencia se esfumó. Su lengua se frotó con ímpetu con la mía. Besaba muy bien, de forma apasionada, como si tuviera tantas ganas de hacerlo como yo. Mi mano se metió por debajo de esa faldita tableada que me venía volviendo loco desde hacía tanto tiempo. Sentí la piel desnuda de ese voluminoso y suave culo. Agarré del elástico de la bombacha y se la fui bajando de a poco. Cuando había llegado hasta sus muslos, Valu dejó de besarme. Entonces sentí un fuerte empujón. Un empujón que no me hubiera imaginado que podía realizarlo una mujer.
Trastabillé y caí al piso, de culo. Rita empezó a ladrarme, como sumándose al ataque de una de sus dueñas. Valu pareció asustarse, quizás creyó que se le había ido la mano, pero cuando notó que no me había hecho daño, soltó una carcajada. Se subió la ropa interior y se dirigió a la puerta que daba al patio trasero.
—¿No entendés? ¡No es no! —gritó, dando un portazo para luego salir.
Sin embargo, todo eso lo dijo con un tono jocoso. Me puse de pie. Me pregunté si Agos y Sami habrían escuchado el grito y el portazo. Esperaba que no, pero no podía estar seguro de eso. Ya era tiempo de rendirme. Que la pendeja siguiera con sus locuras ella solita. Pero a pesar de que sabía que lo mejor era quedarme en la cocina, lo cierto era que mi verga estaba totalmente erecta, y no podía evitar que ese hecho repercutiera en la toma de decisiones.
Salí al patio trasero. Valentina estaba apoyada sobre uno de los soportes de madera del pequeño techo que había en la parte del lavadero. Estaba agitada, y no dejaba de reír como si fuera una niña que estaba jugando con un amiguito a la mancha, y ya estaba lista para salir corriendo apenas el otro se acercase.
Traté de tranquilizarme. No podía hacer lo que ella quería que hiciera. No iba a andar corriéndola por todo el patio para capturarla.
—Qué lastima —dijo, con un fingido gesto compungido—. Acá no podés hacer nada.
Miró hacia ambos lados, señalando que, estando afuera, podíamos ser descubiertos. En efecto, había vecinos que podrían vernos. Una de las paredes medianeras no era muy alta, y la vecina podía vernos desde su casa con suma facilidad. No obstante, que yo recordara, en los últimos días no la había visto, y según sabía, esa mujer solía pasar los fines de semana en los campos que sus padres tenían en Córdoba. Del otro lado la pared sí era bastante alta. Valu se equivocaba, coger ahí no era mucho más riesgoso que hacerlo adentro. El único peligro extra era que sería difícil escuchar si alguna de mis otras hijastras había bajado.
Me apoyé en la pileta de cemento que a veces usábamos para lavar algunas cosas que no se podían lavar en el lavarropas. Me di cuenta de que yo también estaba agitado. Respiré hondo hasta que sentí que el mi ritmo cardíaco volvía a la normalidad. Pero mi erección seguía óptima, y Valu la podía ver claramente. De hecho, eso era justamente lo que estaba haciendo. Me estaba mirando la pija con una sonrisa traviesa en sus labios.
—Sos una pendeja perversa ¿Sabías? —dije—. Pero ya basta de juegos. Andá a ponerte de nuevo la ropa que estabas usando. No quiero que tus hermanas te vean así.
Ella me observó, con una mirada cargada de ironía. Yo estaba a apenas unos pasos de la puerta trasera. Sería cuestión de estirar el brazo cuando ella pasara a mi lado para capturarla de nuevo.
—Mirá que si me tocas voy a empezar a gritar como loca. Lo digo en serio —dijo, y cuando pronunció la última frase hizo un visible esfuerzo por ponerse seria—. Estoy hablando en serio. Este juego ya fue —agregó después, dando los primeros pasos hacia mí.
Yo me encogí de hombros.
—Igual la que empezó con esto fuiste vos —dije.
—Y ahora soy yo la que lo doy por terminado —aclaró ella, dando otro paso.
—Okey —dije yo simplemente.
—Entonces alejate un poco —exigió ella cuando ya estaba muy cerca de mi alcance.
—Y por qué iba a hacerlo, si acá estoy muy cómodo —respondí. Valu no pudo contener la risa.
—Sos un tonto si pensás que no voy a gritar —dijo.
—Vos sos más tonta si pensás que te voy a hacer algo. Ya me cansé de tus histeriqueos —retruqué.
—Claro, cuando una mujer no quiere coger es una histérica —dijo ella, avanzando lentamente, ahora con mayor recelo que antes. Tenía un brazo levantado, como si pretendiera defenderse de un inminente golpe.
—No. Histérica es una mujer que dice que quiere coger y a los dos minutos dice que no.
—Eso no importa. Lo importante es que ahora no quiero. ¡No es no! —reiteró Valu—. Ya perdiste dos oportunidades. A ningún hombre le doy una tercera oportunidad. Así que te jodés. Ahora voy a pasar.
Ahora se encontraba en el punto justo en el que, si avanzaba un paso más, se ponía en mi radio de alcance. Amagó con hacerlo, pero cuando adelantó una pierna, volvió de nuevo atrás. Miró mi reacción. Era evidente que esperaba que en ese mismo momento yo intentaría atraparla. Pero no hice el más mínimo movimiento.
—Así me gusta. Quietito ahí —dijo ella.
Ahora sí, dio una pequeña corrida hacia la puerta. Cuando puso la mano en el picaporte, actué. Fue solo cuestión de girar hacia la derecha y dar dos pasos largos. Valu ya estaba abriendo la puerta. Se había demorado más de la cuenta porque se había quedado mirando si yo me movía o no. Y en efecto, ahora me estaba viendo írmele al humo. La agarré del brazo.
—¡No! —gritó ella.
La atraje hacia mí. Tapé su boca con mi mano. Ella se resbaló y estuvo a punto de caerse, por lo que no pudo generar mucha resistencia cuando la arrastré. La llevé hasta la piletita de cemento. La empujé a propósito para que ella se viera obligada a apoyar las manos en el borde de la pileta para evitar caerse. Con mi mano todavía cubriendo su boca, me bajé el cierre del pantalón y liberé mi verga. Hacía poco tiempo que la dulce Sami se había encargado de apaciguar mi calentura, pero ya estaba hambrienta de nuevo. Me acerqué a ella. Le levanté la faldita tableada. Ella decía algo, pero el sonido de sus palabras estaba apagado por mi mano. En ese momento me di cuenta de que estaba presionando muy fuerte, y que además también le estaba tapando la nariz. Moví la mano hacia abajo y disminuí la presión que estaba ejerciendo.
Le corrí la bombacha a un costado y traté de penetrarla. Esto me costó un poco, pero sin embargo debería haberme costado mucho más si ella realmente hubiera intentado que no lo lograra. Por fin, después de cuatro o cinco intentos, se la pude meter. Lo hice de un movimiento violento en el que enterré una buena parte de mi verga. Una vez que lo hice Valu ya no hizo ningún otro movimiento.
—Así te gustan las cosas ¿No pendeja? —dije, haciendo movimientos pélvicos con los que le enterraba varios centímetros mi miembro, para luego retirarlo y volverlo a enterrar—. Te gusta jugar a esto, pendeja perversa.
Entonces dejé de cubrirle la boca. Retiré la mano toda baboseada. Valu tosió mientras yo la seguía penetrando.
—Sos un bruto —se quejó.
Pero inmediatamente después empecé a oír el sonido más dulce del mundo. La pendeja disfrazada de colegiala empezó a gemir. Ahí lo tenía. Mi intuición no me había fallado. Me había expuesto a quedar como un verdadero violador, pero el riesgo esta vez había valido la pena. Nada de lo que dijera después tendría importancia. Ahora la adolescente tetona estaba gimiendo mientras le metía una y otra vez la verga. Ya no ejercía ninguna fuerza en ella. Podría irse si quisiera. Pero ahí estaba, gozando de la pija de su padrastro.
Retrocedí un poco y apoyé mis manos en sus caderas. Valu separó las piernas. No me había molestado en ponerme un preservativo y a ella tampoco parecía molestarle. Al menos en ese momento ninguno de los dos pensaba en ello. Solo nos importaba sacarnos la calentura que llevábamos adentro.
No sé qué era lo que motivaba a esa adolescente a estar conmigo en ese momento, en el patio de la casa, con el culo en pompa recibiendo mi pija. ¿Sería que más allá de todo sentía cierta atracción hacia mí? ¿O realmente lo hacía solo para vengarse de su madre por haberse acostado con se exnovio? O quizás simplemente le divertía vivir esas experiencias morbosas tanto como a mí. Quizás se encontraba presa de sus impulsos, como yo mismo lo estaba. Concluí que lo más probable era que su motivación fuera una mezcla de todas esas cosas que me había imaginado. Y seguramente había otras tantas que alguien tan simple como yo era incapaz de deducir.
—Admitilo —dije, jadeante, embistiendo una y otra vez, sintiendo el adictivo culo de Valu en mi ombligo—. Admití que esto te gusta.
—No —dijo ella. No obstante, esa negativa salió con una tonalidad totalmente pornográfica, pues la palabra se había fusionado con un gemido—. No Adri, ya dejá de cogerme, por favor no me cojas —suplicó ella.
En efecto, eso era lo que le gustaba, eso la excitaba sobremanera: fantasear con que estaba siendo violada por su padrastro. En ese momento algo atravesó mi cabeza, y por un instante mi mente voló muy lejos de ahí. Nunca lo había pensado. Pero qué pasaba si lo de Mariel era algo relacionado con lo sexual. Qué pasaba si no era simplemente una inseguridad enfermiza que la obligaba a “testear” a todos sus parejas, sino que la excitaba mucho la idea de que sus hijas coquetearan con ellos.
—¡Basta! Esto está muy mal. ¡Sos el novio de mamá! —dijo Valu.
Pero obviamente no hacía nada para evitar que lo siguiera haciendo. Por lo visto había heredado los gustos retorcidos de su madre. En ella la cosa degeneró en retorcidas fantasías de violaciones. Ahora, viéndolo en retrospectiva se me ocurre imaginar que después de tantas veces que se vio obligada a seducir a los hombres de Mariel para luego mandarlos al frente al primer indicio de traición, quizá fue eso lo que hizo clic en la cabeza de esa chica, y por eso empezó a fantasear con que alguno de aquellos veteranos la violase. Al igual que Sami y Agos, no era más que una pobre víctima de Mariel.
Pero como es natural, en ese momento no podía importarme menos los problemas psicológicos que podría tener la despampanante Valentina. Lo único que me importaba era poder usar esas debilidades a mi favor, tal como lo estaba haciendo en ese momento.
De repente detuve mis penetraciones. Había algo que necesitaba hacer además de cogérmela. Quería saborear de nuevo ese perfecto culo que tenía mi hijastra. Retiré la verga. Estaba bañada en flujos. No me molesté en guardarla en el pantalón. Me puse en cuclillas. Metí la cabeza adentro de la falda. Valu se inclinó un poco más. Vi cómo sus nalgas se separaban y dejaban ver la profunda raya de su orto. No esperé un segundo más y empecé a devorarlo. No sabía qué era más rico, si besar y mordisquear sus carnosas nalgas, o frotar mi lengua en su ano, con tanta intensidad que, por momentos, hasta la metía unos milímetros adentro del agujero.
Cuando me quedé saciado me puse de pie. Apunté la verga de nuevo a su vagina. No creía que tuviera problemas en que se la metiera en el culo, pero dejaría eso para otro momento. Le di una nalgada y la penetré de nuevo. Agarré su cabello y tironeé de él, para que se hiciera hacia atrás. Mi torso quedó pegado a su espalda. Arrimé mis labios a su oído.
—Ahora decime que no te gusta —dije, metiéndole la verga entera con violencia.
No dijo nada. Se limitó a llevarse el dedo pulgar a la boca, y a empezar a chuparlo, como si fuera una nena de cuatro años. Pero claro, ella de nena no tenía nada, y mientras se chupaba el dedo yo me la seguía cogiendo de parado en el patio trasero de la casa.
Estaba completamente ofuscado. Mi cabeza apenas tenía espacio para ocuparme de esa preciosa adolescente a la que por fin me estaba cogiendo, por lo que es natural que no me diera cuenta de lo que estaba pasando a mi alrededor.
—¿Y…? ¿Están acá? —escuché decir a alguien.
Levanté la vista, horrorizado. La que había hablado era Sami, que acababa de atravesar la puerta trasera de la casa. Se quedó atónita mirándonos.
—Sí, están acá —dijo Agostina, que, para mi absoluta estupefacción, ya estaba en el patio trasero, a varios pasos de la puerta.
Era evidente que había llegado antes que Sami. Pero ¿cuánto antes? ¿Me había visto mientras le chupaba el trasero a su hermana?
—Tranquilos. Sigan nomás —dijo Agos, pero no se marchó, sino que se quedó ahí, de brazos cruzados, sin dejar de mirarnos a Valu y a mí, que en ese momento parecíamos estar pegados.
Igual retiré mi verga. Pero apenas lo hice, el semen salió expulsado y cayó sobre el piso, muy cerca de mis dos hijastras que me miraban con incredulidad.
Continuará…
Una respuesta
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