Mis odiosas hijastras (10)
La situación no podía ser más bizarra. Valu estaba recostada boca abajo. Le débil claridad que se metía por la ventana me permitía ver su imponente cuerpo semidesnudo. Su ropa interior negra estaba bajada hasta las rodillas, y su pomposo orto manchado con semen (por mi semen) estaba expuesto. Había levantado su torso con la ayuda de los brazos, y había girado la cabeza para escupir esas palabras cargadas de veneno.
—Fue mamá. Todo fue idea de mamá.
—¿Qué? —pregunté, sin terminar de comprender lo que esas palabras podrían significar—. ¿Qué cosa fue idea de tu mamá?
Valu volvió a hundir la cabeza en la almohada. Eso me irritó muchísimo. Estaba claro que lo había dicho para molestarme, pero eso no significaba que fuera mentira. De hecho, parecía todo tan inaudito, que de alguna manera eso terminaba de darle credibilidad a sus palabras.
La pendeja no había soltado una sola palabra desde que me metí en su habitación hasta que le lamí el culo para luego acabar encima de él, pero ahora soltaba esa bomba como si nada y volvía a sumirse en el silencio. Era obvio que pretendía jugar con mi cabeza. ¿Pero lo estaba haciendo inventándose mentiras o largando la verdad cuando le convenía hacerlo?
Me acerqué a ella, furioso, la agarré del brazo y tironeé de él obligándola a erguirse. Ya era hora de terminar con ese juego.
—Si no me soltás ya mismo voy a gritar como una loca. Te juro que me van a escuchar hasta los vecinos —amenazó.
Por esta vez su semblante con aire burlón cambió a uno completamente serio. Una mirada fría, muy parecida a la que me había lanzado Sami hacía un rato, me fulminó de tal manera, que sin siquiera percatarme de ello la había soltado y había retrocedido un paso.
—¿Me querés explicar de qué carajos estás hablando? —dije, recuperando mi compostura, en un tono más calmado, aunque con la misma determinación de antes. No había manera de que abandonara esa habitación hasta obtener respuestas. Pero no quería que ella hiciera algún escándalo.
—Mirá cómo me dejaste —dijo ella por toda respuesta.
Lanzó una mirada a su propio trasero. El semen se deslizaba lentamente por esa espectacular superficie esférica. A pesar de que sus palabras intentaban sonar a reproches, no parecía disgustada al ver el viscoso líquido blanco en su piel. Entonces, justo cuando un hilo de semen empezó a descender por su cadera, amenazando con ensuciar las sábanas, hizo un movimiento que no me vi venir. Estaba tan ofuscado con lo que me había dicho de Mariel, que no se me hubiera ocurrido que la escena erótica se iba a extender aun más. Agarró el culote de encaje que yo le había bajado, y en un santiamén se lo quitó. Luego se limpió el semen de su trasero con esa misma prenda, frotando más veces de las necesarias, según me pareció, en un gesto sumamente obsceno. La mocosa todavía quería provocarme.
Me miró, con una sonrisa cargada de perversión. A pesar de lo mucho que me apremiaba obtener una respuesta, me había quedado boquiabierto mirando la escena que me estaba regalando, y se había percatado del efecto que había causado en mí. Luego hizo un bollo con la prenda íntima. Estuvo unos segundos como sin saber qué hacer con ella. después me miró, y la lanzó hacia mí.
—Vos la manchaste. Vos la limpiás —dijo.
Instintivamente la había agarrado en el aire. No pude evitar pensar que sería un buen suvenir para conservar durante un tiempo. La ropa interior de mi hijastra con mi semen en ella. Pero no era momento de dejarme llevar por mis perversiones.
—¿Mariel te dijo que me seduzcas? ¿En serio esperás que crea esa locura? —dije.
Guardé el culote en mi bolsillo. La verdad es que no me parecía descabellado que fuera cierto que Mariel había utilizado a sus hijas para poner a prueba mi fidelidad (desde ese fin de semana nada volvería a parecerme descabellado). Pero necesitaba que me lo dijera directamente. Que usara palabras claras y directas.
—Yo no espero que creas nada. Más bien agradecé que te lo dije. ¿De verdad pensabas que te habías levantado a tres adolescentes, y que encima son tus hijastras? No estás tan bueno —largó, desalmada.
¿Tres adolescentes? Entonces era cierto. Sami también estaba metida en el juego, solo que no les había seguido la corriente a las otras como ellas lo esperaban. Pensé que lo mejor era no delatarla. Ella se había arriesgado por mí. Lo menos que se merecía era que la protegiera.
—Así que sabés que con Agos también pasaron cosas… ¿Se estuvieron riendo de mí a mis espaldas?
Valu giró su cuerpo, quedando boca arriba. Por primera vez vi su pelvis, totalmente depilada. Supuse que tenía planeado verse con algún chongo, pero el clima del sábado había arruinado sus planes. Y ahora la había dejado bien calentita, sin haber acabado. Se lo merece por calientapijas, pensé.
—No tengo nada que decirte —respondió—. De hecho, ya te dije mucho. Ya sabrás armarte tus ideas por tu cuenta.
Estaba abatido e indignado. Había estado conviviendo en un nido de víboras, y había caído en una simple trampa puesta por mi propia mujer. Y sin embargo ahí estaba, incapaz de desviar la mirada del perfecto cuerpo de Valentina. Pensé que ya que estaba todo perdido, quizás lo mejor sería que me quitara de una vez las ganas de meterle la verga en todos sus orificios. Cuando eyaculé me sentí satisfecho, pero apenas habían pasado unos minutos de eso y ya sentía cómo mi miembro viril empezaba a hincharse de nuevo.
—Ni se te ocurra —dijo Valentina, fulminándome con la mirada, aparentemente adivinando mis intenciones—. Recién no te dije nada. Es cierto. No me negué. Pero ahora sí. Desaprovechaste tu oportunidad. Ahora Jodete. En tu vida vas a volver a tocarme, y mucho menos a cogerme. De eso no tengas dudas —sentenció.
Me di cuenta de que estaba molesta porque no había hecho que llegara al orgasmo, mientras que yo sí había acabado. Esa era su venganza, restregarme en la cara su hermosura, a la vez que se burlaba de mí por haber arruinado mi matrimonio. La verdad era que se merecía que le diera su merecido, pero su negativa era totalmente sincera. Si me acercaba a ella, se iba a armar un escándalo de proporciones inimaginables. Valentina era capaz incluso de ponerme una denuncia, de eso estaba seguro. Pero, por otra parte, no me exigía que me fuera.
Y entonces separó las piernas. Lo hizo lentamente. Flexionó las rodillas, y luego sus muslos se abrieron. Todo esto sin apartar la vista de mí. En ese cuarto pobremente iluminado pude vislumbrar sus labios vaginales empapados. Valu escupió en su mano. Un grueso hilo de saliva cayó en la palma que esperaba abierta. La cosa pareció divertirle. Luego, asegurándose de hacerlo lentamente, llevó la mano a su entrepierna.
—¿Es verdad que ella también me engañó? ¿O eso también fue una mentira? —quise saber.
Pero mi hijastra hizo oídos sordos a mi pregunta. Comenzó a frotar su clítoris con la mano ensalivada. Se la notaba claramente excitada. Sus enormes tetas apenas eran contenidas por el top que llevaba puesto, y los pezones duros se marcaban en él. Valu cerró los ojos. Su respiración se tornó entrecortada. La mano se movía con velocidad en su sexo. Ahora ya no parecía tener el menor interés en mí. Estaba consciente de que hiciera la pregunta que hiciera, no me la iba a responder, así que me quedé viendo la morbosa escena que se desarrollaba frente a mis narices.
Su mano izquierda se deslizó lentamente hacia sus labios. Se metió dos dedos adentro de la boca, y los empezó a chupar, sin dejar de masturbarse con la otra mano.
Los dedos entraban y salían de su boca, como si estuviera haciendo una felación. Parecía una bebita que se rehusaba a soltar el chupete. A pesar de que me ignoraba por completo, casi parecía que cada movimiento lo hacía para su único espectador, el cual era yo. Un hilo de baba se deslizó por su barbilla, cosa que no pareció molestarle en absoluto a la muy puerca. Valu gemía, y los movimientos de su mano masturbadora eran cada vez más veloces, a la vez que ahora los acompañaba con movimientos pélvicos, que no eran voluntarios, sino más bien una reacción inevitable al tremendo estímulo que estaba recibiendo, que la hacía retorcerse a cada rato.
Mi verga se había endurecido por completo. Otra vez me atormentó la idea de que había cometido un terrible error. Debía haber aprovechado para cogerme de una vez a ese caramelito. Debía haberme montado en esa yegua, y debía haber cabalgado hasta quedar exhausto. Pero mi orgullo me había ganado. Pensé que saldría victorioso si acababa a la vez que la dejaba a ella a punto caramelo sin haber alcanzado el clímax. Pero como debí haber supuesto, Valentina era perfectamente capaz de autocomplacerse. Y ahora el que se iba a quedar con la calentura en los pantalones iba a ser yo. Estuve tentado de pajearme. Si ella lo estaba haciendo frente a mí, sin ningún tipo de vergüenza, suponía que no se iba a molestar si me veía sacudiendo la verga a unos centímetros de ella. Pero lo más probable era que ella fuera a acabar mucho antes que yo, y no quería que me dejara solo en la habitación mientras terminaba una paja solitaria.
Los muslos de Valu se cerraron en su mano. Eran muslos carnosos y musculosos. Muslos de una mujer que hacía muchas sentadillas a diario. Pero a pesar de que me dio la impresión de que su orgasmo era inminente, pasaba el tiempo y ella continuaba estimulándose mientras soltaba esos enloquecedores gemidos de hembra en celo, que me excitaban por sí solos casi tanto como la escena pornográfica que se desarrollaba frente a mí.
Cuando pareció cansarse de chupar su dedo, llevó la mano baboseada a sus tetas. Las estrujó con una violencia que me sorprendió. Luego, por primera vez desde que empezó a masturbarse, dejó de frotar su clítoris. Con ayuda de ambas manos se quitó el top, y lo dejó a un lado de la cama. Ahora sí, por primera vez estaba viendo a Valu totalmente en pelotas. Las tetas tenían enormes areolas oscuras. Y los pezones, tal y como lo había comprobado antes, estaban increíblemente erectos. Podría sacarme un ojo con uno de ellos.
Pellizcó uno de los pezones con sus dedos. Sus dientes se apretaron, y pude ver un rictus de dolor en ella. No obstante, ese acto de violencia autoinfringida parecía excitarla, porque no dejó de hacerlo por un buen rato. Incluso cuando por fin se decidió a volver a estimular su clítoris, la otra mano seguía castigando su pezón.
Y así siguió por unos minutos más. Sus partes íntimas eran presas de sus propias manos que hurgaban en ellas con la misma vehemencia de un hombre lujurioso que tendría vía libre para manosearla a su gusto.
Y entonces sus músculos parecieron tensarse. Los movimientos se redujeron. Los dientes se apretaron, y tiró la cabeza hacia atrás. El torso se elevó. Las tetas, por fin liberadas, se bambolearon en el aire. Los muslos se apretaron aún más a la mano que todavía estaba ensañada con el clítoris. Y entonces se vino. Intentó reprimir el potente gemido, seguramente para evitar que Sami la escuchara desde su habitación. Pero igual hizo un sonido gutural que reflejaba la explosión que había estallado en su entrepierna.
Respiraba afanosamente, como si acabara de correr una maratón. Cada breve intervalo de tiempo su cuerpo entero era presa de un temblor que la atravesaba desde la cabeza hasta la punta de los pies. Recién cuando su respiración se normalizó un poco volvió a dirigir su mirada hacia mí. Temí que me recriminaría el hecho de que aún me encontraba en su habitación, sabiendo que estaba realizando una práctica sumamente íntima. Pero lo cierto es que no parecía en absoluto molesta por eso. Y conservaba su desnudez con total naturalidad, como si no estuviera mostrándosela a su padrastro. Además, las palabras que pronunció a continuación eran exactamente lo opuesto a un reproche.
—Perdoname —dijo, con la voz entrecortada, todavía agitada—. Mamá no entiende. O mejor dicho, no quiere entender.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Que todo esto es al pedo. Todos los hombres caen.
—No me contestaste lo que te pregunté antes —dije. No me molesté en reiterar la pregunta. Ella sabía muy bien lo que necesitaba saber.
—Sí. Obvio que mamá te engaña. Por eso esta vez es diferente —dijo.
—Diferente ¿Cómo? —pregunté.
—Dejame en paz. Me voy a dar una ducha. Y cuando vuelva, quiero un poco de privacidad ¿Puede ser?
—No. No puede ser —respondí, resuelto—. Estoy a punto de tener un giro de ciento ochenta grados en mi vida. Me voy a tener que ir de acá y todavía no tengo idea de en dónde mierda voy a dormir. Así que no. Me voy a quedar acá hasta que te dignes a decirme qué mierda está pasando.
Valentina suspiró, exasperada. No insistió en que me fuera, por lo que supuse que aceptaba lo que le había planteado. Se irguió. Sacó una de sus piernas de la cama y la apoyó en el piso. En ese breve momento en donde sus piernas quedaron separadas, su sexo quedó más expuesto que nunca. Luego salió de la cama del todo. Quedó de pie frente a mí, a apenas unos centímetros de donde me había sentado. Podría haberse levantado del otro lado de la cama, pero lo había hecho de manera que yo quedara nuevamente a merced de mi lujuria. Su sensualidad era tal que a pesar de que a esas alturas no solo sabía que todo era un engaño, sino que ella misma me lo había confesado, aún así me resultó una tortura controlarme para no agarrarla del brazo, tumbarla en la cama y violarla ahí mismo. Así de peligroso podía ser una adolescente. El cuerpo de una chica como Valentina era un arma, en todo el sentido de la palabra.
Pasó a mi lado, meneando las caderas. Su enorme trasero nuevamente causó un efecto hipnótico en mí. Y eso se intensificó mucho más cuando se inclinó para sacar de uno de los cajones de su ropero un nuevo conjunto de ropa interior. Solo la curiosidad de saber qué era lo que llevaría puesto de aquí en más me hicieron desviar durante unos segundos mis ojos de ese orto criminal. Era una bombacha blanca con los bordes rosas y pintitas del mismo color. Era una prenda más propia de Sami que de ella. No obstante, no me decepcionó el hecho de que esta vez tampoco llevara una tanguita, ya que cualquier prenda era sensual en ese impresionante cuerpo.
Caminó hasta el baño, y cerró la puerta tras de sí. Quedé sentado, totalmente al palo. Escuché el agua de ducha que empezaba a caer. Me acaricié la verga por encima del pantalón. Realmente ya no daba más de lo caliente que estaba. No sería mala idea acabar de nuevo, así sería más factible controlarme frente a esa chica que no perdía oportunidad de provocarme.
Pensé que quizás sería lo mejor irme de ahí de una buena vez. No tenía donde caerme muerto, pero ya no había motivos para seguir ahí. Era cierto que tenía varias preguntas que hacer, pero lo esencial ya lo sabía: mi mujer le había ordenado a sus hijas que me sedujeran y les informara cuál era mi reacción. Y yo había caído con mucha facilidad.
—¡Adrián! —gritó Valu desde el baño. Cuando pasaron apenas unos segundos, volvió a hacerlo, esta vez mucho más fuerte—. ¡Adrián!
Pendeja boluda, pensé, ¿acaso quería que Sami se despertara? En ese punto eso no resultaba un peligro tan grande como lo hubiera imaginado hacía unos minutos. Pero de todas formas no quería que la pequeña entrara y se encontrara con esa situación, con Valu desnuda y yo con la verga dura en su habitación.
Me puse de pie. Me acomodé la verga, ya que estaba a cuarenta y cinco grados y apretaba mucho. Parecía que tenía la nariz de Pinocho dentro del pantalón. Abrí la puerta apenas, y le hablé.
—¿Qué querés? —dije.
—La bombacha —dijo—. Pasame la bombacha.
Me quedé un instante descolocado. Luego lo recordé. Tenía en mi bolsillo el culote manchado con mi semen. Lo saqué, y entré al baño.
—Pendeja de mierda ¿Tanto te gusta que te vea desnuda? —dije.
Valu no había corrido la cortina de baño. Como ahí había solamente una pequeña ventana, permanecía aún más oscuro que la habitación. No obstante, la débil claridad que entraba era suficiente para poder apreciar las exageradamente pronunciadas curvas de mi hijastra.
—¿Y vos? ¿Tanto te gusta mirarme en bolas? —retrucó ella.
—No soy de madera. Cualquier hombre en mi lugar haría mucho más que mirarte —dije, con sinceridad.
—¿Estás hablando de un violín? Bueno, te felicito por ser mejor que un delincuente sexual.
Le entregué la prenda. A partir de ahí hizo de cuenta que yo ya no estaba. Dejó caer el agua en la prenda y luego le pasó el jabón.
—Así que hacen eso con todas las parejas de tu mamá —dije. No era una pregunta, ya que ella misma me había dado a entender que ese era un modus operandi que utilizaban con todas las parejas de Mariel—. Pero, de todas formas, no termino de creer que ella está detrás de todo esto —. Dije, aunque no con mucha convicción. Bajé la tapa del inodoro y me senté en él.
—Lo hacemos con todos. Aunque tengo que felicitarte. Porque con vos mamá se demoró mucho más en darnos la orden —dijo, ahora enjuagando la prenda. Al hacerlo, se inclinó, por lo que sus enromes tetas quedaron colgando en el aire. Imaginé que, si se quedara mucho tiempo soportando semejante peso, seguramente tendría problemas en la columna—. Supongo que te quería de verdad, y por eso por esta vez prefirió no arriesgarse a comprobar si eras un depravado como los demás. Pero cuando se fue a San Luis…
—Ahora ella tiene a otro —dije, interrumpiéndola—. Por eso hizo esto. Quería dejarme mal parado en caso de que yo me enterara de su traición. O simplemente quería terminar conmigo, independientemente de si yo me enteraba o no —teoricé.
Valu soltó una risita que me exasperó. Mientras había dicho esto último, había agachado la cabeza, meditabundo. Pero ahora la veía de nuevo. Su mano enjabonada se estaba frotando en su sexo.
—De qué carajos te reís —dije.
—Me río de lo inocente que sos —respondió, sin inmutarse al descubrirme con la mirada clavada en su entrepierna mientras ahora dejaba caer el agua en ella para enjabonarla—. Si Mariel quisiera terminar con vos lo hubiera hecho y ya. Hay miles de maneras menos rebuscadas de hacerlo. ¿No te parece?
Evidentemente tenía razón.
—Entonces ¿Por qué hace todo esto?
Valu se encogió de hombros. Se enjabonó la mano de nuevo y la llevó a su trasero.
—Andá a saber lo que pasa por la cabeza de esa mujer —respondió. Esta vez parecía que sus palabras tenían una nota de rencor. Recordé que tanto Agos como Sami se habían mostrado disgustadas con su madre—. Viste cómo son los artistas. Muy raros. Y en particular los escritores tienen mucha imaginación.
Escarbaba su trasero con los dedos con total naturalidad mientras me respondía.
—¿Vos me mandaste la foto del supuesto chat que tuvo con su amante? —le pregunté.
—Sí —respondió ella, sin inmutarse.
—¿Vos fuiste a mi cuarto anoche? —le pregunté después, omitiendo, instintivamente, lo que me habían hecho en la oscuridad.
—Anoche, anoche —repitió ella, algo exasperada—. Ya me habías preguntado algo de eso ¿No? No me digas que alguna de las chicas se pasó de la raya.
—Supongo que eso significa que no fuiste vos. O, mejor dicho, que no querés decirme si fuiste o no fuiste —dije.
—No fui yo. ¿Por eso abusaste de mi hace un rato? —preguntó, con malicia—. Ay, qué frío que hace. No veo la hora de que vuelva la maldita luz. Ya no queda agua caliente. Apenas está tibia —dijo después, cambiando de tema, aunque no supe si lo hizo a propósito, o solo porque realmente le restaba importancia a lo que le había hecho cuando supuestamente dormía.
Cerró la llave de la ducha. Estiró un brazo, cosa que hizo que mi mirada se fijara inmediatamente en sus tetas, las cuales se sacudieron. Agarró el toallón que había dejado colgado, y empezó a secarse el pelo.
—No me digas que te cogiste a una de las chicas —comentó después, divertida—. Bueno, al menos tuviste una alegría antes de caer en desgracia. O, mejor dicho, dos alegrías —agregó después, recordando lo que le había hecho en la cama.
—Yo no me cogí a nadie, y no caí en desgracia. Ningún hombre aguantaría tantas provocaciones, por más fiel que sea —me defendí.
—Bueno. Eso puede que sea cierto. Si al final todos terminaron mostrando la hilacha.
—No sé cómo tenés la cara de decir eso. Ustedes usan a los hombres y se acuestan con las parejas de su mamá —dije, indignado
—Yo nunca me acosté con las parejas de mamá. Apenas sacan los colmillos los mando al frente con mami.
—¿Y por qué conmigo fue diferente? —pregunté.
—¿Podés aflojar con el interrogatorio? Ya te respondí todo lo importante. Lo demás andá a reclamárselo a ella, que por algo es tu pareja.
Terminó de secarse el cuerpo sin decir nada más. Se puso la braga que había separado hacía unos minutos. Aún tenía gotitas en sus senos. Salimos de la habitación. Agarró una remera limpia y se la puso. Como de costumbre, a pesar de que la prenda no era particularmente ceñida, sus atributos hacían que pareciera que en cualquier momento se iban a hacer hilachas por la presión que recibían desde adentro.
Entonces escuchamos que alguien golpeaba la puerta. Supuse que era Sami, aunque Agos podría haber vuelto sin que la hubiéramos escuchado. En esos minutos en el baño había bajado la guardia nuevamente. Miré a Valen, que parecía tan contrariada como yo. Pareció a punto de decir algo, pero antes de que pudiera abrir la boca, la puerta se abrió.
La pequeña silueta de Samanta apareció en el umbral de la perta. Aún vestía su pijama, aunque no se había puesto la capucha. Nos miró con seriedad, pero sobre todo, con decepción. Aunque no parecía sorprendida. Y eso que la imagen que tenía delante era muy llamativa. Mi erección nuevamente quedó expuesta ante la más pequeña de mis hijastras, y detrás de mí, Valu aparecía con una remera y una bombacha como únicas prendas.
—¿Cogieron? —preguntó, con una frontalidad que no me hubiese esperado de ella—. Se supone que no tenías que hacerlo —dijo. Pero no me hablaba a mí, sino a su hermana—. Mami se va a enojar.
—No cogimos —dijo Valu—. El señor supo contenerse.
No era estrictamente una mentira. Pero me sorprendía que no le dijera que, si bien no la había penetrado, sí le había hecho otras cosas. Pero supuse que tarde o temprano todas se enterarían de todo. ¿O sería que entre ellas también tenían sus secretos? Fuera cual fuera la respuesta, ya no estaba dispuesto a seguir con esos juegos.
—Es hora de que hablemos —dije—. Basta de juegos. Las espero a las dos abajo.
Mientras decía esto, traté de sonar duro, pero le dediqué a Sami una mirada que no reflejaba ningún tipo de rencor. La verdad es que no estaba enojado con ella. Aunque estuve a punto de pisar el palito cuando fui a llevarle el desayuno, ella misma se había encargado de evitar que continuara por ese camino. Ahora me preguntaba si lo había hecho de manera premeditada, o si aquella mirada que me heló el corazón y me hizo huir le salió de manera espontánea, al ver que estuve a un paso de correrle la bombacha a un lado para descubrir el manjar que escondía. Pero cualquiera que fuera la respuesta me hacía sentir un profundo agradecimiento hacia ella.
Las dejé solas en la habitación. Pero me quedé unos segundos detrás de la puerta. Las oí discutiendo. Sami le preguntaba que qué había pasado realmente. Valu le respondía que había ido a su cuarto, justo cuando terminaba de bañarse y había intentado tener sexo con ella, pero cuando se negó di marcha atrás. En efecto, las mocosas se ocultaban cosas entre ellas. ¿La petera anónima había actuado por su cuenta en aquel momento? Me fui de ahí, para no exponerme.
Para mi desgracia la luz no había regresado, no solo en mi casa, sino en todo el barrio. El día se tornó mucho más oscuro, y a lo lejos se veía la tormenta que no tardaría en caer. Pasaban los minutos y las chicas no bajaban. Daba igual, no iban a poder escaparse a ningún lado. Tarde o temprano tendrían que dar la cara. Una vez que hablara con ellas, iría al centro a algún cibercafé para dejarle un mensaje a Mariel. Aunque todavía no tenía en claro qué le pondría.
De repente Rita empezó a arañar la puerta. Era lo que solía hacer cuando olía que se acercaba alguien familiar desde afuera. Unos segundos después, Agostina Entró a la casa. La princesa de la casa pareció contrariada al verme solo en la sala de estar. Me costó un poco recordar el motivo. Teníamos supuestamente algo pendiente. Desde la mañana que yo quería concretar lo que había comenzado en el pijama party, debajo de las mantas. Después de lo sucedido con sus hermanas, eso parecía haber quedado años atrás. Pero ella habría de pensar que ahora, encontrándonos a solas, iba a intentar algo.
—¿Todo bien? —preguntó la princesa de la casa, ahora dándose cuenta de que mi expresión sombría no reflejaba nada bueno.
Estaba un poco despeinada por el viento. Pero aun así mantenía la pulcritud y elegancia que la caracterizaban.
—Todo mal —dije—. No me gusta que me manipulen. Ni que se rían de mí.
Agos no atinó a decir nada, al menos durante unos segundos. Luego se sentó en uno de los sofás individuales.
—Perdoname. Eso algo que hacemos por mamá —dijo al fin, seguramente viendo que negarlo era absurdo—. No me gustó hacértelo. Y no quería que esto se nos fuera de las manos. Se suponía que con lo de la cocina debería haber bastado, pero…
—Pero ¿qué? —la insté a responder.
—Pero después, en el pijama party… Bueno, no sé. Es que esta vez es diferente.
Otra vez con eso de que esta vez era diferente. Pero antes de que pudiera preguntar a qué carajos se refería con eso, escuchamos que las otras dos bajaban por la escalera.
—Reunión familiar —dijo Valentina, jocosa.
Las recién llegadas se sentaron en el sofá más grande. Ahí las tenía a las tres. Me vino a la mente algo que Valentina me había dicho hacía unos minutos. ¿De verdad pensaba que había podido seducir a esas tres adolescentes? Lo cierto era que mi imaginación había volado demasiado lejos, sin embargo, resultaba curioso que justamente fuera ella la que lo dijera, después de todo lo que había dejado que le hiciera en la habitación.
—Les voy a decir una cosa —dije, tratando de sonar con la mayor seguridad posible—. No me voy a defender. No voy a meter excusas. Estuve mal, sí. Me dejé llevar por la impotencia que me generó saber que Mariel me engañaba. Algo que fue cortesía de ustedes mismas. Fui un estúpido. Lo sé. Pero pónganse en mi lugar por un segundo. Un hombre con el corazón roto, que se acaba de enterar de que su mujer lo traiciona. Tres adolescentes hermosas, de las cuales dos no paraban de provocarme —respiré hondo y largué el aire. Esas palabras las había dicho de corrido, y ahora necesitaba unos segundos para pensar en lo que seguía—. SI es verdad que esto es un experimento de su madre, bueno, ya tienen los resultados. Ya le pueden decir que soy un idiota. Ahora mismo dejo esta casa —terminé de decir, con la sensación de que seguramente el discurso no me salió tan bien, ni fue tan contundente como esperaba.
—No seas boludo, ¿acaso vas a dormir bajo un puente? —dijo Valu, solidarizándose conmigo, a su manera.
—Es verdad —apoyó Sami—. Además, mami viene recién mañana a la tarde. Quedate a dormir y hablá con ella mañana. Yo le voy a decir que cuando estuviste en mi cuarto no me hiciste nada, aunque casi me desnudé frente a vos.
La sinceridad de la pequeña Sami me enterneció. Temí que Valu dijera que tuve una actitud totalmente diferente con ella, pero por el momento mantuvo la boca cerrada. La que habló, sin embargo, fue Agos.
—Bueno, en realidad… —dijo, e hizo una pausa, para observar a sus hermanas—. En realidad, ya habíamos hablado de esto ¿no? Todos los hombres terminan rindiéndose en algún momento. Y Adri siempre nos trató bien. Es un poco baboso, sí. Pero dentro de los parámetros normales. Y no hizo nada hasta hoy. Y con lo que le hizo mamá…
—Yo les dije que no le mandaran la foto, que era trampa —les recriminó Sami.
Me resultaba extraño, y hasta un poco gracioso, que estuvieran hablando como si yo no estuviera presente.
—Eso fue cosa de Valu —dijo enseguida Agos, desentendiéndose del asunto.
—No me molesten. La vieja se lo merecía. Tanto romper las guindas con que si le metían los cuernos, que ella anda puteando con cualquiera. Perdón Adri, pero es así —dijo después, como recordando que yo existía.
—Eso es cierto. Lo de mami es cualquiera. Además… —dijo Agos.
—Además ¿qué? —preguntó Valentina.
—Vamos Valu, si ya sabemos que estás enojada con mamá desde lo de Ramiro.
Las tres hicieron silencio. Estaba claro que Agos estaba tocando un tema delicado para ellas.
—Enojada estás vos desde que sabés que mami no es tan progre como para aceptar a una hija tortillera —largó la aludida.
—¡Valu, no seas mala! —intervino Sami, indignada.
¿Qué mierda estaba pasando? Eso no era parte de ningún maquiavélico plan. Las tres estaban hablando acaloradamente, y sacaban los trapitos al sol. ¿Agos era lesbiana? Me negaba a creerlo.
—Dejá Sami, no esperes que esta troglodita use la cabeza —dijo Agos.
—¿Qué dijiste? —reaccionó Valu, molesta.
—¡Bueno, basta! —grité, exasperado—. ¡Pendejas de mierda! ¡Yo no soy un juguete, no soy la ficha de un tablero que pueden mover a su antojo!
Por una vez hicieron silencio. Me miraron, como esperando a que siguiera regañándolas.
—Ya veo que me metí en una casa de locas —susurré.
—Loca tu mamá —respondió Valu.
—No te enojes Adri —dijo Sami, con un puchero. Parecía a punto de largarse a llorar, cosa que me sorprendió mucho—. Además… yo también estoy enojada con mami.
Sus hermanas mayores la miraron, sorprendidas. No parecían saber de qué estaba hablando. Valentina la agarró de la mano con ternura.
—¿Qué pasó? —le preguntó.
—¿Y si le contamos? —dijo Sami sin embargo, ignorando la pregunta, formulando otra en cambio—. ¿Y si le contamos todo a Adri?
Continuará…
Una respuesta
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