Mi odiosa madrastra, capítulo 8
No había imaginado que el encierro de esa primera semana de cuarentena podía hacerse más denso de lo que ya era. Creo que en mi ingenuidad, había pensado que con cuidarme como me cuidaba, bastaría para no contraer ese maldito virus. Pero obviamente me equivoqué.
A primera hora de la mañana, Nadia había llamado al ciento siete. La operadora le pidió que le dijera los síntomas, y le informó que durante el día enviarían a una ambulancia para hacerme el hisopado, mientras tanto debía mantenerme aislado. Y en caso de que resultara positivo, lo que a todas luces iba a suceder, el encierro se extendería por dos semanas. Ahora ya ni siquiera tendría el alivio de salir a la calle un par de veces al día. Debería conformarme con el balcón, aunque eso, en teoría, tampoco estaba permitido, pues los contagiados debían guardar un estricto reposo.
En la noche anterior apenas había podido pegar un ojo. El dolor y la fiebre habían empeorado. Además, apenas podía hablar. El sentido del gusto no lo había perdido, aunque no percibía los sabores con la intensidad normal. Todo mi cuerpo estaba hecho una miseria. Parecía que había envejecido veinte años en un solo día.
Después de que mi madrastra me informara del protocolo, me dejó descansando un par de horas más, hasta que se hizo el mediodía. Entonces llamó a la puerta.
— Mirá lo que había en la entrada —dijo, cuando entró a mi cuarto, para luego dejar un papel sobre mi cama.
— ¿Acaso saliste? ¡Estás loca! —dije, aunque ni siquiera tenía energías para sentirme irritado.
— No seas tonto, sólo salí al pasillo para agarrar la caja con mercaderías que nos dejó tu amigo Joaquín —contestó ella, como si le estuviera hablando a un niño con el que se veía obligada a ser indulgente.
— ¿Joaco vino a dejar cosas? ¿Vos le contaste? —pregunté, extrañado.
— Sí, tus amigos están muy preocupados por vos —respondió ella, para luego desviar la mirada, como si hubiera algún detalle que no quería decirme.
— Lo que quieren ellos es quedar bien con vos —contesté, con la voz rasposa.
— Bueno, dejalos que queden bien conmigo entonces. Vamos a necesitarlos. ¿Vas a leer ese cartel o no? —insistió.
Desplegué la hoja que me había entregado, y la leí: “Atención, la pareja de este departamento contrajo coronavirus. En caso de que salgan fuera del departamento, avisar a la administración con urgencia. Mantenerse alejado. Muy peligroso. #quedateencasa”.
— Hijos de puta —dije.
— Y Juan me confirmó que todo el edificio ya sabe que hay un caso positivo —comentó Nadia.
Eran los primeros momentos de la pandemia, por lo que cada caso que se conocía era una noticia. Pero no me esperaba tanta hostilidad. En todo caso que me reprendieran si rompía con la cuarentena, cosa que obviamente no iba a hacer, pero esto del cartel era cosa de alcahuetes y fascistas. Suponía que era mucho pedir que nos ayuden con las compras de la casa, pero esto era demasiado. ¿Y qué mierda era eso de que nosotros éramos pareja? Estaba claro que, quien había puesto el cartel, tenía mucha mala leche. Todo el mundo sabía que Nadia era la pareja de mi difunto padre, así que no tenían por qué afirmar cosas como esas. Salvo que…
— ¿No habrá sido el propio Juan el que puso el cartel? —pregunté, recordando que nos había visto por la cámara de seguridad, mientras nosotros fingíamos besarnos y tocarnos en el ascensor.
— Eso fue lo primero que pensé. Pero no estoy segura. Más bien me pareció que quiere aprovechar la oportunidad para congraciarse conmigo. Hasta me ofreció hacer compras por nosotros en caso de que lo necesitemos. Me preguntó que como estaba, si a mí no me había agarrado fiebre, y esas cosas.
— Lo que quiere ese tipo es cogerte —respondí.
— Dejalo, que quiera lo que tenga ganas de querer.
— ¿Lo hicieron alguna vez? ¿Te lo cogiste? —pregunté. Si bien recordaba que en su momento me lo había negado, y había tratado a Juan casi como un acosador, el hecho de que ahora haya hablado con él con tanta confianza me daba mala espina.
— ¿A qué viene esa pregunta? —dijo ella, poniéndose seria.
— Es solo una pregunta…
— Una pregunta que no pienso contestar —dijo, tajante.
— Entonces lo hicieron —concluí.
— A veces sos muy básico —respondió ella ofendida, y se fue de la habitación dando un portazo.
Traté de pasar ese primer día con covid lo mejor que pude. Pero fue difícil. Nadia se comportó de manera osca desde que le hice esa pregunta. Me llevaba la comida a la cama, y me preguntaba si necesitaba algo, pero nada más. Así que ni siquiera podía contar con sus ideas locas para pasar el rato. Traté de leer algún libro, pero el dolor no me permitía concentrarme, y aunque lo lograra, ni siquiera podía con el peso de un libro por mucho tiempo. A la tarde vinieron a hisoparme dos médicos que parecían más bien astronautas, todo vestidos de blanco, con una mascarilla de un duro plástico transparente cubriéndoles los rostros. Me dijeron que en cuarenta y ocho horas me llamarían para darme el resultado. Después llamaron mis amigos.
— ¿Qué pasa Leoncio? Se supone que a la gente joven no le afecta tanto el virus. Ya sabíamos que eras un abuelo —bromeó Edu.
— Abuelo tu hermana —contesté.
— Bueno, no nos riamos de León, que tiene a la mejor enfermera con él —dijo Joaquín.
— Lo que daría por estar enfermo y que esa hembra me cuide y me haga mimos —dijo Toni, y después, recordando algo, agregó—. ¿Ya viste el video donde a tu madrastra le dan unas buenas nalgadas? Está increíble.
Vi que Joaquín abrió bien grande los ojos. Quizás notó algo inusual en mi expresión y de esa manera dedujo que el del video era yo. Pero los otros dos jamás supondrían eso. Edu porque siempre me estaba subestimando, y cree conocerme mejor que nadie, y Toni porque era un poco lento. En todo caso, ya habría tiempo de contarles aquella anécdota.
Trataron de levantarme el ánimo con chistes tontos, pero sólo lograron ponerme de peor humor. Corté la videollamada, y luego no atendí cuando volvieron a llamarme. A la noche no tuve apetito, así que le mandé un mensaje a Nadia avisándole que no se molestara en llevarme nada.
Era todo realmente frustrante. Pero, cerca de la medianoche, cuando me di cuenta de que no iba a poder conciliar el sueño pronto, me percaté de que no sólo mi salud era lo que me deprimía. La idea de que Nadia hubiera estado con Juan no se me salía de la cabeza, mucho menos después de esa respuesta que me había dado. ¿Qué le costaba responderme? Ahora la imagen que tenía de ella en un primer momento, resurgía. Volvía a verla como una mujer con secretos, mentirosa, taimada y traicionera.
Todo eso me entristeció más de lo que había imaginado. Justamente en los últimos días había logrado que bajara la guardia. Nos estábamos llevando bien, y en cierto sentido teníamos más intimidad que la que jamás tuve con nadie. Pero debía dejar de pensar en eso. En algunas semanas, cuando todo terminara, pondríamos el departamento en venta, y cada uno haría su vida. De hecho, apenas consiguiera un trabajo propio, alquilaría un lugar sólo para mí. No veía la hora de que esa bizarra forma de vivir que teníamos quedara en el pasado. En algunos años recordaría esta época con Joaco y los demás, y nos descostillaríamos de la risa mientras repasáramos las situaciones más estrafalarias que había atravesado con mi madrastra.
A eso de la una de la madrugada recibí un mensaje de Nadia. ¿Pudiste dormir?, decía. Dejé el celular a un lado, y no le respondí, de manera que creyera que ya estaba dormido. Había visto el mensaje desde el sector de notificaciones, así que ella no sabría que lo había leído. ¿Ahora se venía a preocupar por mí? Que se joda, pensé, más molesto de lo que me había percatado que estaba. Aunque por otra parte, ese mensaje hizo más difícil que me la pudiera sacar de la cabeza. De repente recordé aquella noche en la que pensaba salir de casa. Me había dicho que iba a ver a una amiga, pero… ¿A quién se cogía Nadia? Una mujer como ella no podía estar sin alguien que la complazca. Y ya había pasado una semana en confinamiento, y ahora debería pasar otras tantas en una reclusión mucho más estricta, pues era obvio que también estaba contagiada. Cuando tuviera el alta, seguramente tendría la necesidad de satisfacer sus necesidades carnales, y poco podría hacer al respecto.
Quince minutos después de haber recibido su mensaje, escuché el toque de la puerta. Tampoco respondí a eso. Mi orgullo es probablemente mi mayor defecto, y en ese momento Salió a relucir acompañado de la terquedad. Pero, de todas formas, Nadia abrió la puerta y encendió la luz.
— Vine a ver si el bebé estaba bien —dijo, adivinando mi postura infantil.
Abrí los ojos. Ella estaba en el umbral de la puerta. Llevaba puesto un pijama de satén de dos piezas, con bretel. La pieza de abajo era un pequeño short con encaje, y tenía un moñito en el medio de la cintura.
— Estoy bien, gracias —respondí, lacónico.
Se acercó a la cama, y luego se subió en ella, recostándose a mi lado.
— Quiero dormir —dije, intuyendo que haría algo que me obligaría a espabilarme.
— Pero no podés hacerlo ¿Eh? —aventuró ella.
— Si me dejás, voy a poder.
No quería que estuviera ahí, en parte porque me daba un poco de vergüenza, ya que imaginaba que tenía un aspecto lamentable. Y el canasto lleno de pañuelos descartables usados que estaba sobre la mesita de luz no era algo muy estético que digamos.
— No me cogí a Juan —afirmó ella, de repente. Me gustaba que fuera al grano, y que no usara eufemismos como: No estuve con… no pasó nada con…
— Y por qué no me lo dijiste antes —pregunté.
— Porque pensé que no tenía por qué hacerlo. Pero luego lo medité y pensé que quizás, lo que te impulsaba a querer saberlo era el hecho de que necesitabas tener la certeza de que nunca traicioné a tu papá.
— Y por qué otra cosa iba a preguntártelo.
— No lo sé. A veces pienso en tonterías —dijo ella, sin aclarar en qué consistían esas tonterías.
— Así que nunca estuviste con otro hombre mientras salías con papá. Bueno, tranquilamente podrías estar mintiéndome —dije, no sin esfuerzo, pues la garganta aún me dolía.
— No, supongo que no tenés por qué creerme —respondió ella.
A través de las sábanas y el cubrecama, sentía cómo mi madrastra se acercaba más a mí, hasta que sus pechos se apoyaron en mi brazo. Ella extendió una mano, y acarició mi cabeza, con una ternura que no sentía hacía bastante tiempo. Incluso con Érica, las caricias y el sexo en general se habían convertido en algo demasiado monótono últimamente. Casi un trámite.
— ¿Qué hacés? —pregunté.
— ¿No se siente relajante? —dijo ella.
Ciertamente, se sentía muy bien. En realidad no me estaba masajeando la cabeza, sino que su mano se frotaba en mi cabello, haciendo que el cuero cabelludo se estirase todo lo posible, generando esa sensación tan placentera que sentía ahora.
— Sí —respondí.
— Quedate callado, que en unos minutos vas a dormir como un bebé —prometió ella.
Haciendo el menor movimiento posible, salió de la cama, para apagar la luz, y después se colocó a mi lado nuevamente, pero esta vez no se recostó sobre el cubrecama, sino que se cubrió con él y con la sábana.
Sentía el cuerpo de Nadia pegado al mío, como si quisiera darme calor con él. Desde su rodilla hasta sus senos, cada milímetro de esas partes se apretaban en mí, que estaba boca arriba, con un pañuelo en la mano derecha, pues a cada rato tenía que sonarme la nariz. Y ya ni siquiera nos separaba la ropa de cama. Prosiguió con su masaje. Las uñas se raspaban suavemente en el cabello. Sentí que los vellos de todo mi cuerpo se erizaban.
— ¿Así está bien? —preguntó Nadia, susurrándome al oído.
— Sí —respondí.
— Bueno, ahora no digamos nada —dijo ella—. Vas a ver que enseguida te vas a dormir.
El aliento de mi madrastra era fresco, como si acabara de lavarse los dientes. También sentía el olor del jabón que usaba para ducharse, y que siempre quedaba impregnado en su piel. Esa piel suave que ahora se frotaba conmigo. Por esa vez deseé que vistiera sólo la ropa interior, así podría sentir la suavidad de su cuerpo no sólo a través de su pierna, como la sentía en ese momento.
— Estás caliente —murmuró.
Quedé petrificado. ¿Acaso tenía una erección? No, no era el caso. Como era de esperar, mi verga comenzaba a hincharse, y sólo sería cuestión de tiempo para que se empinara, pero por el momento no estaba dura. ¿Acaso escuché mal? Después de todo, estaba a punto de dormirme. Nadia estaba de costado, sus tetas apoyadas en mi brazo, su ombligo un poco arriba de mi cadera, y su pierna izquierda flexionada, como abrazándome con ella. Si la levantara un poco, podría hacer contacto con mi verga. Pero no era el caso. No estaba rozando mi verga, y de todas formas, esta no estaba rígida.
— Estás caliente. Todo el cuerpo caliente. Pobrecito —dijo.
Ahora lo entendí. Se refería a la fiebre que había elevado mi temperatura corporal. Me sentí aliviado de nuevo. Con ella era todo así, de repente parecía estar en una montaña rusa, pero de manera brusca la cosa se clamaba.
— Ya estaré mejor mañana —dije, optimista.
Nadia me frotó con más intensidad el cabello, ahora con la palma de la mano en lugar de con los dedos, para luego volver a realizar el masaje original.
— Shhhh —dijo, a pesar de que había sido ella misma la que había roto el silencio.
Ahora metió su otra mano por adentro de mi remera, cosa que me tomó desprevenido. Algo me decía que en cualquier momento podía estar de nuevo viajando en esa montaña rusa que era mi madrastra. Los dedos reptaron hacia arriba, con una lentitud calculada. Las uñas rasparon la piel, pero con la intensidad apenas necesaria como para dejar algunas marcas, casi invisibles en ella. Finalmente llegaron al pecho, en donde mi madrastra comenzó a hacer movimientos circulares en el centro, ahí donde tenía una modesta mata de vello. Esto, sumado al relajante masaje de cabeza, me hizo sentir en el paraíso, aunque no dejaba de ser polémica la forma en que Nadia había metido mano.
Sentí, con mucho alivio, que me estaba quedando dormido. Aunque ella lo había dicho en broma, me sentía como un bebé que estaba siendo arrullado para que se durmiera. Me dejé llevar por el placer que me producían sus hábiles, o más bien expertas, manos. Cerré los ojos.
Menos mal, pensaba, mientras me sumía en el sueño, que esperaba que fuera profundo. Menos mal que me estoy durmiendo ahora, porque unos minutos más con mi madrastra tocándome así, y ya sabía lo que iba a generar en mi cuerpo. Y es que en aquel masaje había algo maternal, a la vez que había algo pervertido.
Finalmente sentí desconectarme de todo.
Me dio la impresión de que habían pasado horas, pero cuando abrí los ojos de nuevo, encontrándome con la absoluta oscuridad de la habitación, y la carencia de los rayos de sol que solían filtrarse, dejando en evidencia que aún era de noche, me di cuenta de que, como mucho, había pasado una hora. Pero ese no era el problema. El problema era que Nadia seguía encima de mí. Su mano izquierda metida dentro de mi remera, sus tetas apretándose en mi hombro, y su pierna flexionada incluso más cerca de mi verga de lo que había estado.
Había imaginado que abandonaría mi alcoba una vez que estuviera segura de haber conseguido que me durmiera. Y probablemente esa era su idea, pero la tonta se había quedado dormida a mi lado. También noté, apesadumbrado, que aquello que pude evitar mientras estuve despierto, no logré controlar en el mundo onírico: Tenía una tremenda erección, de esas que se suelen tener a primera hora de la mañana, y que son muy difícil de hacer que se bajen.
— La reputísima madre que me re mil parió —dije en medio de la oscuridad.
Nadia largaba el aire de su nariz en mi cuello. Supuse que había sido eso lo que me había despertado, pues me generaba cosquillas. Pensé en despertarla, y decirle que ya se podía ir a su habitación. Pero eso sería grosero, teniendo en cuenta que ella había ido a hacer las paces después de que yo la había tratado de traicionera. Además, si se despertaba, era muy probable que hiciera un movimiento y notara mi potente erección. No sería la primera vez que lo haría, pero que lo hiciera a través del tacto, se me antojaba algo muy violento.
Así que lo primero que debía lograr era hacer que la rigidez de mi verga desapareciera. Pero pasó un minuto, dos, cinco, y seguía tan dura como una piedra. Incluso parecía endurecerse más cada vez que mi mente le daba la orden de ablandarse. Como si una corriente de sangre fluyera con fuerza y le hiciera dar un salto a mi miembro.
Era realmente una situación incómoda. El cuerpo de mi madrastra y el mío estaban como enredados. Parecían un solo cuerpo. En medio de la oscuridad no podría diferenciarse dónde terminaba Nadia y dónde comenzaba yo.
Lo ideal hubiese sido que ella misma se despertara. Pero de nuevo, mi verga excitada quedaría expuesta ante cualquier movimiento. Intenté librarme de la pierna que estaba encima de las mías, la cual representaba la mayor dificultad para separarme de ella. Pero esto resultó ser un fatal error, porque cuando lo hice, se aferró más a mí, ahora apretándome con fuerza de tenaza, y para colmo, su pierna se flexionó más, y su rodilla quedó a centímetros de descubrir mi calentura.
Y entonces se me ocurrió algo que, para una mente que en ese momento no estaba funcionando al cien por ciento —tanto por la enfermedad que padecía como por lo inusual de la situación—, pareció ser una buena idea. Después de todo, sí había una manera de que la erección menguase.
Llevé mi mano hasta la altura de la cintura, procurando no tocar la mano de mi madrastra, que ahora reposaba en mi barriga. La metí adentro del pantalón, corrí el elástico de la ropa interior, y entonces mis dedos se encontraron con el glande, hinchado, duro y palpitante. Lo froté con las yemas de mis dedos. Ya había soltado presemen. La parte interna de mi bóxer estaba toda pegoteada. Nadia me respiraba en el cuello, y su pierna estaba encima de mí. Su olor, el tacto de sus tetas, su orto al alcance de mis manos, todo eso contribuía a que estuviera en ese estado. Tenía que terminar con eso de una vez. Tenía que acabar. Mientras yo no la tocara a ella, no estaría cometiendo ningún tipo de traición.
Pero a pesar de que los dedos frotándose en la pegajosa superficie del glande resultaban muy estimulantes, me daba cuenta de que podrían pasar unos cuantos minutos hasta que acabara. Minutos en los que Nadia podría despertar y descubrir ya no sólo mi erección, sino que me estaba masturbando mientras ella dormía junto a mí.
No era justo que me preocupara tanto, ya que todo había sido culpa de ella. Pero también era cierto que sus intenciones eran buenas. Había ido a mi cuarto en plena madrugada, para hacer las paces, y se había preocupado — y ocupado—, porque pudiera dormir.
Para acelerar el proceso, retiré mi mano de mi verga, y la llevé hasta mis labios, para, acto seguido, llenarla de saliva. Me aseguré de que fuera abundante. Ahora los dedos se deslizarían con mayor facilidad por mi sexo, y además, la sensación sería más intensa. En resumen: acabaría pronto.
Acerqué mi mano babosa a mi entrepierna, pero antes de que pudiera alcanzar mi verga, Nadia se removió entre sueños. Balbuceó algo incomprensible. Morí de miedo al pensar que se había despertado, pero lo cierto es que estaba hablando entre sueños. Sin embargo, eso no significaba que podía estar más tranquilo, porque ahora Nadia se aferraba con mayor fuerza a mí. Su pelvis se frotó en mi cadera.
Y entonces su mano bajó.
Sólo descendió unos centímetros, pero que sin embargo fueron más que suficientes para tirar abajo todo el esfuerzo que estaba haciendo hasta ese momento, pues la mano se detuvo cuando sintió que no podía bajar más, ya que mi dura verga estaba levantada, y le bloqueaba el paso.
Mientras sucedía esto con su mano, sentí que frotaba cada vez con mayor fruición su pelvis en mi cuerpo. Todo indicaba que yo no era el único que había tenido un sueño húmedo, y más aún, como ya lo había supuesto, no era el único que necesitaba coger con urgencia. Mi madrastra estaba caliente. En sus sueños, alguien se la estaba cogiendo, eso no me cabía dudas. O quizás lo más certero sería decir que era ella la que estaba montando a alguien, pues el frotar de su sexo era tan intenso que parecía que era ella quien llevaba la batuta en aquel sueño lujurioso en la que estaba sumergida en ese momento.
Me pregunté —y no sería la última vez que lo haría—, si Nadia realmente no estaría despierta. Pero su respiración —esa respiración sonora típica de cuando estamos dormidos—, era tan natural, que me instó a pensar que estaba dormida de verdad. Quizás esa duda, que se convertiría en una duda muy persistente, se debía más a la fantasía que a otra cosa.
Parecía que la cosa no podría ir peor, pero lo cierto es que desde que convivía con ella había aprendido que las cosas siempre podían ser más extrañas de lo que ya eran.
La mano de Nadia, traviesa, ahora se abrió y se apoyó encima del tronco, como para medir su tamaño. Luego se cerró con fuerza en él, como si estuviera acogotando a un animal pequeño.
Tosí, como si quisiera aclarar mi voz, pero no dije nada.
Ya estaba perdido. Estaba siendo violado por mi madrastra, y no podía hacer nada al respecto. A pesar de que me estaba tocando por encima del pijama, sentía claramente la presión que ejercía en mi verga, y si bien no me frotaba, la intensidad con que me apretaba variaba levemente, como si estuviera estrujando una naranja, tratando de extraerle todo el jugo, lo que generaba que mi sexo se estimulara notablemente.
En ese momento, sin meditarlo, casi como un acto de inercia, estiré el brazo, y con esa mano con la que había pretendido autocomplacerme hasta acabar, acaricié el pulposo culo de mi madrastra. Era quizás, como una especie de devolución de gentilezas. Ella se había mostrado molesta cuando yo hacía algo que no habíamos acordado que hiciera. Y sin embargo ahí estaba Nadia, apretujando mi verga sin permiso alguno. Así que me sentí con derecho de acariciar ese ojete, cuyo tacto resultaba tan adictivo.
Luego de unos segundos sucedió lo que era evidente que pasaría. La verga, ya mucho más caliente que el resto de mi cuerpo afiebrado, víctima de esa mano invasora que la palpaba con violencia, y ahora incitada también por la textura de esa suave tela que cubría el terso culo de mi madrastra, soltó tres potentes chorros de pegajoso y caliente semen. No solo había salido con abundancia, sino que la eyaculación fue muy potente, por lo que un poco de mis espermas salieron a la superficie, pasando por alto el elástico de mi bóxer.
A pesar de que por fin había acabado, mi verga se tomó sus varios segundos para ir deshinchándose y ablandándose. La mano de Nadia, de todas formas, se negaba a liberarla. No obstante, ya dejó de apretarla, quizá debido a que su consistencia había cambiado.
Agarré un pañuelo descartable y me limpié debajo del ombligo. Después, muy despacio, corrí a un costado la mano de mi madrastra. Ahora ya no tenía la terca fuerza que la poseía hacía unos minutos, por lo que no fue difícil sacarla. Lo que sí resultó difícil fue correr a un lado su pierna, que todavía me apresaba. Pero como el temor a que notara mi erección ya no existía, la aparté sin preocuparme si se despertaba o no. Ahora lo que urgía era ir a limpiarme, pues a pesar de que ahora toda la leche había quedado dentro del bóxer, era probable que ella pudiera percibir el olor, lo que sería mucho más grave, pues descubriría que me estaba masturbando teniéndola a ella al lado.
Saqué otra ropa interior del ropero. Fui al baño. Me limpié con papel higiénico, y después me lavé en la piletita. Me cambié de bóxer y volví al cuarto.
Encendí la luz de mi celular, y apunté a donde estaba Nadia. Seguía durmiendo. No tenía idea de que tuviera un sueño tan profundo. Se veía con una tranquilidad contagiosa. Como si estuviera en paz con el mundo. Además, se veía muy hermosa. No quería molestarla, así que apagué la linterna, y dejé el celular en la mesa de luz, donde estaba el canasto con los pañuelos usados.
Me metí en la cama de nuevo. La abracé. Ahora sí, dormí como un bebito. Por la mañana aún estaba en mi cama.
Continuará…
Una respuesta
-
Stop jerk off. I know a site where thousands of single girls are waiting to be fucked. Look at them: http://xnice.fun/rt
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.