Me cogí al novio de mi mejor amiga y le pasé su leche de boca a boca
Uff lo que me pasó el finde, fue una locura total. Había quedado con un chabón para coger en un refugio cerca del Lago Puelo, pero el muy boludo nunca apareció. Me quedé re plantada, con la calentura a full y sin ganas de volver a casa así, con las ganas intactas. Entonces, me mandé a lo de mi amiga de la infancia, Vero, que vive cerca de ahí.
Cuando llegué, ella estaba con su novio, Matías, tomando un vino en el patio. Me invitaron a sumarme y, la verdad, ni lo dudé. Después de unas copas, ya estaba re picante, mirando a Matías con esa carita de buenorro que tiene (alto, morocho, con unos brazos que delataban que labura en el campo). Vero notó mi mirada y, en vez de ponerse celosa, se rio: «Lucía, pará, que me lo vas a derretir con esos ojos».
Yo, sin filtro ya, le solté: «Che, Verito, tengo unas ganas de coger que no aguanto más. ¿Me prestás a tu novio?». Ella se quedó mirándome un segundo, como procesando, y después sonrió con una malicia que no le conocía: «Bueno, pero con una condición… Nunca besé a una mina y quiero probar, así que cuando acabe…».
Casi escupo el vino. ¡¿Qué?! Pero la calentura pudo más, y dije que sí. Matías no decía nada, solo se ajustaba el pantalón, que ya tenía un bulto considerable.
Nos fuimos al living, donde había una alfombra re peluda y unos almohadones gigantes. Vero se sentó en un sillón, con un dildo enorme que sacó de la nada —¡parecía un pepino de huerta!—, y nos miró como si fuera el espectáculo principal. Yo empecé a manosear a Matías, desabrochándole el jean y sacándole la verga, que era tan linda como me la imaginaba: gruesa, con unas venas que marcaban recorrido, y un color rosado que daba ganas de chuparla hasta ahogarse.
Me arrodillé y se la empecé a mamar, bien babosa, ahogándome a propósito para que se escuchara. Matías gemía y me agarraba del pelo, mientras Vero se masturbaba mirándonos fijo y jadeando: «Así, dale, chupasela como a mí me gusta».
Después, Matías me dio la vuelta y me penetró por detrás, agarrándome de las caderas y metiéndomela toda. ¡Uf, cómo sentía esa verga adentro! Vero se acercó y me besó el cuello, susurrándome: «Qué lindo verte coger…». Yo, en pleno trance, le metí la mano en la bombacha y noté que estaba empapada.
Cuando Matías dijo que iba a acabar, Vero se puso frente a mí, con la boca abierta. Él se sacó la verga y se vino directo en mi boca, caliente y espeso. Yo, sin tragarlo, me acerqué a Vero y le pasé toda la leche a besos, mezclada con nuestra saliva. Fue re cochino, pero morbo puro. Ella gimió y se limpió la boca, riendo: «Qué hija de puta, Lu…».
Al día siguiente, ni una palabra. Desayunamos en silencio, como si nada hubiera pasado. Pero cuando me fui, Vero me guiñó un ojo. Seguro se repite.
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