diciembre 25, 2020

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LOS BAÑOS DEL INSTITUTO (1)

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LOS BAÑOS DEL INSTITUTO I

De niño fui muy bien estudiante. De adolescente, no tanto. Y para cuando tenía 18 años me dedicaba a pirarme las clases del instituto para ir a los billares con mis amigos Jose y Marimar. Jose y yo repetíamos COU. Marimar tripitía tercero de BUP. Era una chica dura. Los profesores le tenían miedo. Los compañeros, ni se diga. Ella y yo nos entendíamos muy bien. Habíamos crecido en barrios parecidos, éramos rebeldes, nos importaba todo tres cojones. No nos gustaba que nos tocaran las narices. Ella a menudo tenía que escuchar insultos por su forma de vestir bastante masculina y su pelo corto, pero no los dejaba pasar. El que la llamaba “bollera” o “marimacho” solía pagarlo con un ojo morado o un par de dientes rotos. Jose era más tímido, pero era mi mejor amigo desde años atrás. Teníamos los tres, 18 años, y muy poco interés en un porvenir que no veíamos nada claro.

Un buen día, así sin más, Marimar me preguntó si había follado alguna vez. Pensé en mentirle, pero para qué. Había confianza. Nos los contábamos todo. Así que le expliqué que alguna cosa había hecho con mis primas, pero follar, lo que es follar, no.

-¿Y te gustaría?

-Claro.

-¿Quieres follar conmigo?

La pregunta me pilló de sorpresa. Nunca nos habíamos liado. Ni un beso siquiera. Éramos amigos. Colegas. No supe qué decir. Luego, Marimar no es que fuese una belleza. Tenía unos bonitos ojos azules, eso sí, y un culazo grande y gordo. Pero iba siempre en chándal, llevaba el pelo más corto que yo y prácticamente no tenía pecho. Aunque, claro, una oferta para follar así, tan fácil…

-¿Quieres o no quieres?

-¿Ahora?

-No, animal, ahora no. Un día de estos. ¿Quieres o no?

-Sí, vale.

Y así quedó el tema. Pasaron los días y no volvimos a hablar del asunto. Creí que mi amiga me había gastado una broma y no le di más vueltas. Un día, para sorpresa de todos, Marimar vino a clase en falda. No es que se hubiese cambiado mucho el aspecto, sencillamente en lugar de llevar un pantalón de chándal con la camiseta de los Maiden, llevaba una falda. Cuando salíamos camino de los billares en un cambio de clase me agarró del brazo y me llevó aparte.

-Vamos al baño.

-Pero no íbamos a…

-Vamos a follar.

Le dije a Jose que fuera yendo él a los billares, que ya le alcanzaríamos. Y aprovechando la algarabía del cambio de clase, nos colamos en los baños de chicas de la segunda planta y nos metimos los dos en un cubículo. Cuando todo quedó en calma ella se sentó en la taza del váter y me bajó la bragueta. Me sacó la polla, me la sacudió ligeramente y me miró a los ojos, relamiéndose. Luego me pegó un lengüetazo por todo el rabo, de abajo a arriba, y se metió mi capullo en la boca. Yo me agarré a las paredes del cubículo y contuve un gemido. No quería que nos pillaran. Su boca subía y bajaba por mi polla y su saliva iba resbalando por el tronco hasta llegar a mis huevos. Era una gozada. Como a los dos minutos ella interrumpió la mamada, se puso de pie, se levantó la falda, se bajó las bragas hasta los tobillos y me dio la espalda, apoyándose en la pared. Yo me quedé unos segundos como un idiota.

-Venga, metémela.

-Pero, ¿y el condón?

-Tengo una enfermedad de los ovarios, no me puedo quedar preñada. Venga, date prisa.

Yo no sabía muy bien qué hacer. Me la agarré y me acerqué a ella. Incluso sin agacharme podía sentir el olor a mar de su coño. Traté de empitonarla así, a lo bruto, pero no atiné. Mi capullo resbaló por su entrepierna y mi polla quedó atrapada entre sus muslos. Ella echó una mano hacia atrás, me la agarró y me ayudó a dar con el agujero. Me sorprendió lo húmedo y lo caliente que estaba. Así y todo, me costó un poco meterla entera (lo cierto es que calzo un buen pollón), y como no sabía bien qué hacer con las manos, agarré los cachetes del culo de Marimar. Eran suaves, firmes, redondos, muy grandes. No me había imaginado nunca que tocarlos fuese tan agradable. Empecé a moverme hacia adelante y hacia atrás, saboreando la sensación de las paredes de aquel chocho cálido y jugoso rozando mi polla. Ella jadeaba muy bajito, y yo hacía esfuerzos por no hacer ruido. Su culo temblaba al ritmo de mis empujones, y los rizos que cubrían su vulva me acariciaban los cojones con un delicado cosquilleo cada vez que entraba a fondo dentro de ella. Traté de subir mis manos por su torso para tocarle las tetas, pero ella me las bajó de un manotazo mientras echaba el culo cada vez más hacia atrás, ensartándose en mi polla con fuerza, como si quisiera que le metiese las pelotas también.

-Más fuerte-me susurraba-más fuerte…

Yo la agarré de las caderas y me dejé llevar. Se la metía a ritmo frenético, y notaba que la humedad de su conejo me iba empapando las bolas. El roce de su coño era sublime, y yo ya no podía más.

-Me corro…-susurré

-Así, lléname de leche

Y con un espasmo de placer empecé a largar chorretones de semen dentro de su chocho. Me corrí tanto que la lefa le rebosaba del coño y le caía por la cara interior de los muslos. Segundos después fue mi polla, convertida en un pingajo blanducho y pegajoso la que salió de dentro de ella. Suspiré. Estaba como ido. Me sentía en el paraíso. Mis expectativas con lo de follar eran inmensas, y habían sido ampliamente superadas. Ella se limpió con papel rápidamente y se recompuso la ropa. Yo estaba como extasiado. Tanto que miré sus profundos ojos azules y le dije suavemente:

-Creo que te quiero.

-No digas gilipolleces. Y vístete, no nos vayan a pillar.

Desde aquel día, cada vez que Marimar quería que echáramos un polvo llevaba falda, y nos íbamos a alguno de los baños del instituto a aliviarnos los bajos. Lo hacíamos deprisa, para no ser sorprendidos, y teníamos que inventarnos excusas absurdas para guardar las apariencias frente a nuestro amigo Jose. Eran polvos rápidos y urgentes, pero con magia. O será que uno idealiza los recuerdos de la juventud. Algunas veces, además de follar, yo le chupaba un poco su raja peluda y sabrosa. Algunas veces conseguía robarle algún beso, aunque a ella lo de los besos le parecían “mariconadas”. Así estuvimos casi todo aquel curso. Acabaríamos compartiendo nuestro secreto con nuestro amigo Jose. Y acabaríamos siendo sorprendidos. Pero eso ya son otras historias…

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2 respuestas

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