Por

Anónimo

agosto 21, 2022

702 Vistas

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La renta (H,32) (M, 29)

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La mujer abre el portón y se sorprende al verme, creo que esperaba a alguien más. Lleva un vestido veraniego, suelto, con una abertura en el costado de la pierna derecha. La tela es muy delgada, no lleva bra. Los pechos y los pezones se le marcan como si estuviera desnuda.

—Buenas tardes, señora —le digo—, vengo a cobrar la renta.

La cara de la mujer se descompone.

Me invita a pasar. Veo a dos niños, como de seis años, jugando en el patio. Los tendederos están llenos de ropa, la agarré lavando. La imagen del hilo con sus tangas colgadas me perturba.

Pasamos a la sala. La casa parece un desastre. El refri está abierto, sin comida, en la mesa hay varias botellas con velas. No tienen luz. Ella se disculpa, me pide que le dé más tiempo. Me jura que en unos meses me va a pagar todo lo que debe.

Suena el timbre. Cuando se levanta la mujer, no puedo evitar mirarle el culo. Tal vez es la visita que esperaba. Escucho en el portón a otra señora grande, tal vez una vecina. Después de unos minutos la mujer vuelve cargada con algunas latas de atún y unos cartones de leche. Los coloca sobre la mesa y se sienta a mi lado. Entonces empieza la llorona: el marido perdió su empleo al inicio de la pandemia y tuvo que irse a otro estado a trabajar, no gana ni la mitad de lo que le pagaban antes. Ella no es de aquí y no tiene familiares que la apoyen. Yo soy firme, le digo que ya debe más de medio año y que si no paga hoy mismo, me voy a ver en la necesidad de enviar a algunas personas para que la desalojen.

La mujer solloza, no sabe qué hacer, su marido vuelve hasta el otro mes, no tiene internet ni saldo en su teléfono para hablar con él. Yo la dejo de escuchar, me distraigo viendo la abertura del vestido que casi le llega al muslo. Mientras ella intenta contener el llanto, contemplo su pierna desnuda cruzada, su pie y sus deditos, con sus uñitas rojas, sosteniendo la tira de la chancla. De repente siento mucho calor y burbujas en la panza, me empiezo a hacer ideas.

—Ya, ya, no llore —le digo y me siento a su lado en el sillón—, si quiere podemos llegar a otro arreglo.

Yo pongo mi mano sobre su rodilla.

La mujer se estremece como si la hubieran electrocudado. Me quita la mano de la pierna. Me mira con desprecio.

—Bueno, esa es la única forma en que la puedo ayudar —le digo.

La mujer agacha la cabeza por un momento. No dice nada. Se levanta y va al patio de la entrada. Recoge algunos juguetes y los pone en una cubeta. Se lleva a los niños al patio de servicio y les da los jugutes. Les dice que juguen ahí y que no entren. Les cierra la puerta de la cocina con seguro y regresa. Se dirige al pasillo, abre una puerta y me voltea a ver. Yo la sigo. En la cama matrimonial hay una montaña de ropa recién lavada, ella se sienta en una esquina y espera. Yo me acerco, ella se acuesta y cierra los ojos. Yo me agacho y le quito las chanclas, le acaricio los pies. Después le desato las cintas de su vestido, queda semidesnuda, a mi merced. Tiene unos calzones rosas de encaje gastados. Se los bajo. Ella tiembla. Tiene el coño lleno de pelos, seguro el marido no se la ha follado en mucho tiempo. Subo a sus pechos de señora, mamá de dos niños, aguaditos, con algunas estrías. Me prende mucho. Se los mamo. Le mordisqueo sus pezoncitos y le dejo algunos chupetones en las tetas. Ella solo se deja hacer. Subo un poco más y la beso en la boca. Se resiste pero yo insisto. Cede. La beso muy despacio.

Llevo mis dedos a su coñito. Por instinto cierra las piernas. La sigo besando, no me rindo. Poco a poco, le separa los piernas. Juego con sus labios y su clitoris. Me corresponde los besos. Siento su respiración tibia y agitada. Cuando la penettro con mi dedo medio, ella me muerde, sin fuerza el labio. Me desabrocho el pantalón. Le tomo su mano y la pongo en mi verga desnuda y erecta. Me masturba. Despues, de un rato me acomodo entre sus piernas. Le acaricio el rostro, le doy besitos en la frente y en los cachetes. Antes de hacerla mi mujer le susurro:

—Mi amor, yo te voy a cuidar.

—Ahhh —gime cuando me siente entrar, sin preservativo y a pelo.

No me cuesta trabajo, siento su coñito hinchado y húmedo. Ella me abraza, me la cojo con ternura, como si fueramos esposos. Siento cuerpo caliente y sudado contra el mío. Me acaricia la espalda, me jala el cabello y enrolla sus piernas en mi cintura. Definitivamente no se han follado a esta hembra en mucho tiempo.

—Más fuerte, más fuerte —se empieza convulsionar.

—¿Más fuerte, qué? —juego con ella.

—¡Cógeme más fuerte!

Acelero las embaestidas hasta que ella se empieza venir: AHHHHHHHHHHH!. Continuo con la follada, se escucha el chillido de la cama contra la pared y afuera a sus niños jugando. A ella no le importa, se returce, gruñe, se entrega. Yo la lleno de leche hierviendo.

Me visto y observo su coño peludo que chorrea semen. Mientras ella se arregla, yo le dejo unos billetes sobre la cómoda y le anoto mi número para que me llame por si necesita algo.

—Nos vemos el mes que viene —me despido.

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Una respuesta

  1. helenx

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