Por

Anónimo

agosto 27, 2022

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La jefa me pidió hacer horas extra [H31]

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La jefa siempre ha sido bastante dura y exigente conmigo. Al principio me causaba un conflicto interior, porque pensaba que tenía algo contra mí, pero pronto esa idea se fue desvaneciendo, pues si algo le he de reconocer es que siempre ha sabido reconocer y recompensar mi trabajo, sin contar todo lo que he podido aprender. He podido ascender y ahora trabajo muy de cerca con ella, incluso empezando a formar una amistad, aunque ella sea aún de cáscara muy dura.

Todo empezó una semana especialmente estresante. Entregábamos un proyecto importante para un cliente nuevo, pero tremendamente exigente. El último día de la semana estábamos ajustando los detalles finales para enviar los entregables y hacer la presentación final la siguiente semana, y aunque no estábamos tan ahorcados por los tiempos, el perfeccionismo de la jefa sí se convirtió en una carga bastante pesada.

Después de la comida se nos ocurrió comprar algunas cervezas para aligerar las últimas horas de trabajo en el día, aunque las cosas se empezaron a salir de control cuando llegó una segunda y tercera ronda de tragos. Hacia el final de la tarde, sólo la jefa y yo quedábamos en la oficina, aún ultimando detalles. Cuando nos dimos cuenta de que serían inevitables un par de horas extras, decidimos hacer una pequeña pausa en la terraza.

La acompañé a fumar. La conversación abandonó el tema del proyecto rápidamente, pues la terminó con un largo suspiro de ella. Le pregunté qué pasaba y empezó un relato sobre el novio de varios años, y con el que acababa de terminar por que sus planes de vida simplemente no se acoplaron. Noté que necesitaba desahogarse, no en lágrimas, porque no es su estilo, pero sí que alguien la escuchara.

«En fin, es hora de disfrutar la vida», dijo muy convencida mientras apagaba su cigarrillo, me guiñaba el ojo y se mordía el labio. El gesto me congeló y fui incapaz de contestarle. Mientras la seguía por el pasillo de regreso se volteó y nuevamente con un gesto de coquetería me preguntó «¿No crees que lo merezco?»

Debo admitir que siempre sentí una enorme atracción sexual por la jefa. Sus ojos grandes coronaban un rostro angelical que aparentaba al menos un lustro menos en su edad. Pechos generosos que lucían siempre muy bien con los trajes sastre que lucía en la oficina. Caderas bastante pronunciadas y unas nalgas que no podían pasar desapercibidas. Más de una vez me sorprendí a mi mismo fantaseando con tener a esa mujer en mi poder. También bastantes veces ella me sorprendió mirando de más su escote o las marcas de su ropa interior. Aunque siempre fue dura con su equipo, de vez en cuando dejaba escapar un gesto de coquetería. Era una maestra en ese arte y sabía cómo sacarle provecho.

Regresamos a las labores y noté que los compañeros nos dejaron varias raciones extra de cerveza. Ahora sí éramos los únicos en la oficina, y sentí la obligación de tomar las latas a manera de venganza para la clase trabajadora. Dejé una en el escritorio de la jefa y luego de agradecerme me pidió, con una voz casi pornográfica, que me quedara un par de horas extra. «Te lo recompensaré», finalizó.

Luego de ello yo ya había clausurado las funciones de mi cerebro, y gracias al alcohol empezaba a planear alguna faena para hacer caer a esa hembra. Seguirle el juego de los placeres de la soltería y demás, para luego sacarle un beso, ponerla sobre su escritorio y atravesarla rabiosamente con mi carne. Me apresuré, no tanto para cumplir con el trabajo, sino para tener una buena oportunidad con ella.

Le envié los últimos documentos y llegué a su lugar con otra ronda de cervezas. Mientras hacíamos una última revisión, reanudé nuestra conversación sobre la soltería, intentando indagar si ya se había descargado Tinder, por lo menos. Ella se mostró indecisa y giró el tema para saber sobre mi propia soltería, si la disfrutaba y mis gustos. Durante la conversación no dejaba de mirar sus labios y hacer pequeños gestos mordiendo los míos o remojándolos brevemente para hacerle saber de mis intenciones. Las pausas, cada vez más intensas y en las que nos quedábamos mirando directamente, me indicaron que todo iba viento en popa.

«Yo puedo ayudarte a regresar al ruedo». Con un tono coqueto lancé la oración como el primer movimiento de mi faena. «¿Ah sí?» ¿Serías tan amable como para ofrecerme tu ayuda?», me respondió mientras mordía por enésima vez sus labios. «¡Claro!» Lancé mientras me acercaba a sus labios.

Nos fundimos en un beso bastante profundo. Luego de varios minutos noté que me había llevado todo su labial en mi boca, lo que extrañamente me excitó aún más. Nos levantamos y mientras la ponía contra la pared reanudamos el beso, esta vez acompañada de manos exploratorias en nuestros cuerpos, que intentaban memorizar las siluetas disimuladas por las ropas formales del día a día. Fui desabotonando su blusa y luego entre los dos liberamos sus pechos. Me tomó de la camisa, también ya desabotonada y me sentó en una silla, para arrodillarse enfrente de mi. Esperaba con ansias ese momento y disfruté cada centímetro de su boca, extrañamente fría pero deliciosa. Mientras ensalivaba mi erección, yo alargaba mis manos para alcanzar sus pechos y empezar a estimular sus pezones, que noté tremendamente sensibles, pues empezó a gemir cuando mis palmas los recorrían.

Ella empezó a succionar con más fuerza, alternando con el trabajo de su profunda garganta. Suerte de nuestra soledad, pues nuestros gemidos empezaron a sincronizarse para inundar la oficina. Nuestros cuerpos también lograron sincronizarse, pues mi cuerpo se vio invadido por sacudidas de placer que ya eran incontenibles. Los espasmos recorrieron todo mi ser, terminando en la punta de mi pene, que intentaba crecer aún más, o por lo menos explotar en la boca de aquella diosa. Cuando sentí desvanecerme, ella también detuvo sus movimientos, y clavó sus uñas en sus muslos, claro indicio de que pudimos sincronizar nuestros orgasmos.

Rápidamente volví a la realidad, y noté una nueva serie de succiones en mi verga, que sentía levemente flácida. Era ella, que se empecinó en no desperdiciar nada de mí y succionó cada mililitro de mi semen. Poco a poco sacó mi verga de su boca y noté una mueca de placer en ella. Me miró a los ojos y riendo me dijo: «¿Entonces sí te quedas unas horas extra?»

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Una respuesta

  1. helenx

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