
Por
Anónimo
La escort y el condón (H, 32) (M, 26)
Ya es de noche y ando caliente. Rento una habitación en el motel más cercano. Primer error, hay más variedad de escorts en las mañanas y en las tardes. Una vez instalado escribo a las agencias con las que he tenido buenas experiencias. Algunas no me contestan y otras no tienen chicas disponibles. Segundo error: termino por buscar el número de agencias que no he utilizado o que me han dado malos servicios. Me pasan las fotos de una extranjera que se ve sabrosa. Tercer error: no busco reseñas sobre la chica. Hay un dicho entre los amantes del deporte: con las venezolanas te va muy bien o te va muy mal, no hay puntos medios. Supongo que la calentura es la calentura.
La mujer se tarda más de una hora en llegar al hotel. Cuando entra a al cuarto, descubro que sí, es muy hermosa pero las fotos están algo retocadas. También que ella, no lleva la ropa sensual con la que anuncian, sino un pijama y tenis.
Le doy el dinero, no es barata su cuota. Ella me pide el extra del Uber. Yo se lo doy, a pesar de que no me lo mencionaron en la información que me dieron. Presiento que esto no va a terminar bien. Me advierte que no da besos en la boca, no la chupa, no deja que le agarren las tetas muy fuertes y tampoco se deja meter dedos en el coño. A pesar de que en sus servicios anunciaba: trato de novia, besos de lengua, masaje, baile erótico y oral al natural.
Ella no se baña, se despoja de la ropa sin ninguna sensualidad y se tira en la cama. Y escribe por teléfono. Yo me acuesto a su lado y la empiezo a acariciar, ella no me presta atención. Le tomo su mano y se la pongo en mi verga para que me la jale. Ella lo hace sin prestar atención mientras mira el teléfono.
Cuando se me pone dura, me pongo un condón. Ella se sube y empieza a cogerme con movimientos mecánicos. Su mente está en otra parte. Le intento agarrar los pechos pero ella, con un movimiento muy sutil me quita las manos y me las pone en su cintura. De repente se detiene y toma el teléfono para ponerse a escribir mientras me está cabalgando.
La erección se me baja. La cagué con esta mujer. Me quito el condón. Lo más recomendable y saludable, cuando se pierde la erección y, después se vuelve a poner duro, es usar un preservativo nuevo porque se puede salir o romperse.
En la cama yo me masturbo mientras la veo en el espejo del techo y ella sigue ocupada en su celular. Es ridículo, ya no hay placer, sino más bien, una obligación que se me vuelva a parar. Definitivamente no lo estoy disfrutando.
Cuando la verga se me vuelve a parar, ella me da otro condón y se pone de perrito.
—Perdón, es que pedí comida de Uber Eats y estoy esperando que llegue, pero tú síguele —me dice a cuatro patas.
Yo la agarro de las nalgas y le doy. No gime ni hace ningún ruido al sentirme, sigue ocupada en el celular mientras yo me la cojo.
Esto está de la verga, después de un rato me rindo, ya se me bajó otra vez. Me acuesto en la cama. Ella no me presta ninguna atención. Mi verga es una lombriz flácida con el condón desinflado. Ella se compadece de mí y me masturba, con el preservativo puesto, y con la otra sigue viendo su iPhone. No siento rico, la fricción me lastima. Ya me quiero ir. Cuando se me pone semi-erecta, ella se acuesta y abre las piernas para que le meta. Esta vez no me cambio el condón aguado.
Yo me la cojo de misionero. No hay ninguna reacción de su parte, pareciera como si le estuviera metiendo el pene más diminuto del mundo.
—¿Te vas a venir? —me pregunta indiferente—. Ya casi termina la hora.
Mi erección se baja un poco, me siento castrado. Empiezo a odiarla. En mi mente la insulto: sí, estás muy, muy, muy buena y rica, seguro en la calle todos los hombres te ven y te desean, pero al final de cuentas, aquí estás, en un motel, desnuda, con las piernas abiertas y las entrañas tienes la verga de un extraño que al que te le vendiste porque en tu país te estabas muriendo de hambre. Eres una puta.
De pronto la verga se me empieza a endurecer. La tomo de las piernas y las pongo en mis hombros. Ella quita una, con un movimiento rápido se la vuelvo a acomodar y no la suelto. Ella me ve como molesta. Me doy cuenta que sus ojos son hermosos, toda ella es hermosa. Me pongo más duro, siento sus pies suaves, perfectamente cuidados en mis mejillas. Le chupo uno. Mi verga ya casi está a reventar.
No se la perdono. Le muevo las piernas, me doy cuenta que casi puedo cerrar la palma de mi mano alrededor de sus dos tobillos. Empujo sus piernas hacía adelante, hasta casi doblarla en dos, con los pies cerca de las orejas. Su coñito queda a mi merced. Ella intenta protestar, pero como dije, yo no se la perdono.
La follo, no me la cojo, la follo con embestidas violentas. Se la saco y se la meto como animal. Se escuchan mis huevos y mi pelvis chocando contra la ella. No tengo piedad. Ella grita, no sé si de dolor o de placer. Hasta a mí me duelen los muslos. Ella nos ve en el espejo del techo. La idea de que ella piense en su vida, y en lo que tiene que hacer por dinero, mientras me mira encima de ella, con sus piernitas temblorosas y sus pies casi en sus orejas, me prende más. Aumento la velocidad y fuerza de las embestidas. Sus gemidos inundan la habitación. De pronto mi verga empieza a sentir muy rico, un calorcito en su coño, y también contracciones de sus paredes vaginales, pareciera como se hubieran lubricado más.
Ya no aguanto más. Eyaculo. Caigo rendido. Salgo de sus entrañas. Ella trata de recuperar el aliento. La calentura desaparece, quiero largarme.
A tientas me quiero quitar el condón para tirarlo. Pero no lo siento. En su lugar toco mi verga empapada. Me alarmo, solo tengo puesta la base del condón, bueno un trozo de ella. Alarmado busco el otro pedazo pero no lo encuentro. Mierda, creo que se rompió. Entonces veo a la venezolana, abierta de piernas. De su coño hinchado y enrojecido, escurre mi semen.
Mierda, me acabo de coger a una puta sin condón.
Una respuesta
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