
Por
Anónimo
La Enfermera que Encendió mi Curiosidad
El pantalón ajustado revelaba unas piernas torneadas y esa figura irresistible; un simple vistazo y quedabas atrapado. Su piel tenía ese tono suave de los latinos, blanca con un bronceado sutil que resaltaba bajo la luz. Pero eran sus ojos, tan profundos y oscuros, los que me hicieron perder el sentido, y cuando me devolvió la mirada, supe que en algún momento tendríamos que coincidir.
Pese a la conexión evidente, descubrí que estaba acompañada de alguien en el grupo. Esa noche nos limitamos a mirarnos en silencio, intercambiando una conversación secreta sin decir una palabra. Cada vez que la veía reír o cruzarse conmigo, había algo en su sonrisa que parecía saber más de lo que dejaba entrever.
La siguiente vez que nos vimos, era su cumpleaños. Me acerqué para felicitarla y me sorprendió lo fácil que fue hablar con ella. Le pregunté qué le gustaría tomar, y cuando mencionó el ron, entendí que teníamos otro punto en común. Me ofrecí a ir por una botella especial, y al regresar, me recibió en la puerta con una sonrisa cautivadora que me hizo olvidar la lluvia que caía. Subimos las escaleras juntos, y el movimiento de su cuerpo me tenía hipnotizado; cada paso parecía hecho para mantener mi mirada en ella, y no podía evitar perderme en la vista de su cintura curvada y esa línea sutil de encaje que se asomaba con cada paso.
Apenas días después, me enteré de que estaba casada y tenía un hijo. Había regresado a casa de sus padres tras una pelea con su marido. Le envié un mensaje casual, sintiéndome cada vez más intrigado por esa mezcla de fuerza y sensualidad que irradiaba. Después de varios mensajes, acordamos vernos una noche en la que su hijo dormiría con su padre.
Llegó el día, y cuando la vi esperando, sentí que el corazón me latía más rápido. Lucía increíble: una blusa blanca, apenas translúcida, dejaba entrever el borde de un brasier de encaje, y sus jeans ajustados acentuaban sus caderas de una forma que no podías ignorar. Al subir a la moto y abrazarme para sujetarse, el calor de su piel se sentía incluso a través de la tela. Nos dirigimos a un bar con terraza; la noche era perfecta, el ambiente vibrante, y las luces bajas nos rodeaban en un aura de intimidad.
Pedimos mojitos y la charla fluyó con naturalidad, hasta que la conversación empezó a subir de tono. Me atreví a preguntarle si había recibido un «regalito» por su cumpleaños. Entre risas, confesó que hacía meses que no tenía una relación física desde que se había separado, y al decirlo, pude ver el brillo en sus ojos, como si quisiera más de lo que estaba diciendo. La lluvia comenzó a caer, ligera al principio y luego en un torrente inesperado. Sus hombros se humedecieron, y el encaje de su ropa interior asomaba bajo la blusa mojada, volviéndose más visible con cada gota que caía. Le ofrecí mi chaqueta, y ella me miró con una chispa en los ojos, aceptando mi propuesta de ir a un lugar más privado.
Al llegar al motel, la lluvia nos había empapado. Mientras subíamos las escaleras, el borde de su tanguita blanca asomaba coquetamente sobre el pantalón, y ella, como si supiera cómo me tenía, miraba hacia atrás de vez en cuando, captando mi mirada clavada en ella. Una vez en la habitación, se giró hacia mí con una sonrisa traviesa y me dijo, “Ahora sí, quiero mi otro regalito.”
Se quitó la chaqueta, y bajo la tenue luz, su piel humedecida brillaba, acentuando el tono bronceado y suave. Su blusa estaba casi completamente transparente, y el encaje blanco del brasier apenas ocultaba los contornos de sus senos. Me miró intensamente, como invitándome a perder el control. Despacio, fue deslizándose fuera de la blusa y luego del brasier, revelando una figura que no podía ignorar, y en ese momento, la cercanía y la expectativa colmaron el aire.
La noche recién comenzaba, y ambos sabíamos que ninguno estaba dispuesto a detenerse.
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