La Bruja y el Ogro. Capítulo 1
La ventisca traía esa noche en sus remolinos polvo del desierto del norte, casi se podía sentir uno como los nómadas que lo habitaban. Desde lo alto de la muralla un soldado hacía la guardia, para hacer más agradable la noche había contratado los servicios de una ramera. Ésta, extremadamente delgada, chupaba enérgicamente la polla del soldado, como si quisiera alimentarse de ella. Era de las que habitualmente se ocupaban de hacerles servicios a los soldados. Le faltaban más dientes en su boca de los que tenía, llevaba su pelo negro recogido en una trenza que llegaba a media espalda y vestía una túnica que había sido blanca en alguna ocasión. El soldado la cogió con fuerza del pelo, la levanto y sacando su esquelético cuerpo por un hueco de las almenas y comenzó a penetrarla con violencia. Empezó a gemir fuertemente para dar la sensación de que disfrutaba las embestidas del soldado, no era cuestión de enojarlo, pues no hubiera sido la primera ramera que caía desde lo alto de la muralla. Sabía que no tendría que fingir durante mucho más tiempo cuando empezó a sentir como el soldado daba los últimos empujones. Emitió unos últimos gemidos mentirosos, notó como el esperma del soldado llenaba su vagina y como su coño expulsaba la polla ya flácida. Se bajó la túnica, recogió las dos monedas que le correspondían por su servicio y empezó a descender las escaleras. El movimiento de sus piernas al bajar hizo que el esperma empezara a deslizarse por su entrepierna, se paró y se limpio con la túnica. Cuando continuó con el descenso un grito la sobresaltó.
-Maldita sea, guardias, guardias- era el soldado que corría hacia ella guardándose todavía el rabo entre sus ropajes. Se asustó pensando que venía a por ella, pero cuando llegó a su lado la sobrepaso y se dirigió exhaltado hacia los guardias de la puerta.
Se montó un gran alboroto en la entrada del castillo, soldados, rameras, mendigos y mercaderes se juntaron para ver que pasaba.
-Hay que avissar a la Bruja, hay que avisssar a la Bruja- gritó la ramera, el aire salía por el hueco que había en lo que un día albergo sus dientes y silbaba al hablar.
En el suelo tumbado al otro lado de la puerta se podía ver un caballero de plateada armadura, la sangre que lo rodeaba esparcida por el suelo presagiaba la gravedad de su herida. Nadie se atrevía a acercarse a él, hasta que uno de los soldados que guardaba la puerta se aventuró a examinarlo.
-Está vivo, respira, pero ha perdido mucha sangre- grito mirando a la muchedumbre.-No vivirá más allá de ésta noche- aseveró.
Nubes tenebrosas rodeaban el castillo, los rayos proyectaban sombras sobre el patio, sombras de cabezas clavadas en picas, cabezas de hombres, mujeres y niños, todas conocidas, eran sus subditos. Miró hacia el centro de la plaza y horrorizada vió los cuerpos desnudos sin cabeza girando en una hoguera. -!Poco hechos!, sino no saben a nada- grito una enorme silueta siniestra, no conseguía verla con claridad. De repente los cuerpos sin cabeza que permanecían amontonados a un lado de la hoguera comenzaron a moverse…Se dirigían hacia ella, la rodearon, los vió desnudos, se miró y ella también estaba desnuda. Intento escapar y la atraparon, las mujeres y los niños la sujetaron y los hombres uno tras otro la penetraron…corriendose encima de ella con un esperma sanguinoliento. Intentó hacer uso de su magia pero no recordaba las palabras ni los gestos necesarios para elaborar sus conjuros. Gritó, pero no oía su voz, únicamente podía oír risas, risas siniestras que provenían de las cabezas clavadas en las picas…Se despertó, su cuerpo desnudo se encontraba empapado en sudor, miró a su lado y encontró a sus dos esclavos sexuales tumbados a su lado. Se escuchó una voz al otro lado de la puerta de su estancia, -¡Ama, Ama!- la puerta se abrió y apareció un duende de escasa estatura, con cara de niño, -Hay un extraño en las puertas del castillo- dijo exhaltado, -lo ha encontrado uno de los vigías de guardia, se encuentra gravemente herido, necesita su ayuda Ama.
La ventisca arreciaba, se crearon fuertes remolinos de arena que dañaban la piel de los presentes, decidieron trasladar al caballero al interior del castillo mientras esperaban que la bruja hiciera acto de presencia. Lo tumbaron en una de las alfombras de la entrada y le quitaron la armadura.
-Buen mossso para echarsselo a la entrepierna, jijiji- todos los presentes miraron a la ramera con desaprobación, pero ninguno dijo nada. En realidad todos estaban de acuerdo, era un hombre entrado en los 30, moreno de ojos claros, de cuerpo musculoso y de una altura bastante considerable, quizás en todo el castillo sólo el capitán de la guardia de la bruja lo superara en altura.
La herida tenía mala pinta, iba desde la cadera izquierda hasta el pecho derecho, conservaba trozos de metal incrustados, no se podía saber si eran esquirlas del arma o de la misma armadura. Uno de los soldados, que hacia la veces de médico en el campo de batalla se acerco al cuerpo con unas pinzas, su propósito era el sacarle las esquirlas para intentar a continuación limpiar y cerrar la herida.
-¡Alto!- grito la bruja, inmediatamente el soldado dejó de hacer fuerza para extraer los trozos de metal insertados en el cuerpo del caballero.
-No os dais cuenta malditos estúpidos que ha sido herido con algún tipo de arma mágica- dijo la Bruja reprendiendolos, – si extraeis los trozos de metal la poca vida que hay en él se ira con ellos. -¡Apartaos!- ordenó.
Aunque ya habían visto a la Bruja en alguna ocasión utilizar sus poderes, no podían apartar los ojos del espectáculo que se mostraba ante sus ojos. La Bruja se quitó su vestido, su piel brillaba a la luz de las grandes lámparas, cada una con cientos de velas, que iluminaban la estancia. No podían apartar los ojos ante su extrema belleza, se arrodilló completamente desnuda al lado del caballero, impuso sus manos sobre la herida y comenzó a pronunciar palabras que helaban la sangre. De los pezones firmes de la bruja surgía una neblina oscura, casi negra, que creo una esfera que rodeo los cuerpos bellamente esculpidos de la bruja y el caballero. A través de la niebla se podía apreciar la silueta de la bruja. Su cuerpo realizaba movimientos sutiles, contoneandose en una coreografía altamente sensual. Las pollas de los presentes palpitaron deseosas, las mujeres se levantaban las túnicas e invitaban a las penetración. En un breve instante todos follaban con cualquiera, el mercader cabalgaba a una ramera mientras veía como un joven mozo sodomizaba a su esposa, las doncellas del castillo chupaban las pollas de unos mendigos mientras por detrás eran penetradas por varios soldados, el bufón de la bruja hacia chillar a su mascota, un cerdo enano, metiendole repetidamente su pequeño miembro. El ambiente se lleno de un fuerte aroma a sudor y sexo. Los gritos de placer hacían eco en las paredes de la sala, un concierto de gemidos y jadeos que alcanzaron su clímax cuando la bruja arqueo su cuerpo hacia atrás. En ese momento el esperma abandono el cuerpo de los hombres para ocupar vaginas, culos y bocas, mezclándose con los fluidos de las mujeres. En ese mismo momento los pedazos de metal salieron de la herida del caballero, provocando de éste un alarido que resonó por todo el castillo…la esfera de oscuridad se difuminó y en ese mismo instante la bruja cayó desvanecida al suelo…Continuará.
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2 respuestas
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