Ashley

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septiembre 18, 2025

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Función privada en la última fila

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El día de ayer un «follamigo» quiso una salida más seria, y le dio por invitarme al cine. Como estaba aburrida y no tenía más que hacer, le dije que sí. Pasó por mí a eso de las 9 de la noche, y fuimos a ver Los 4 Fantásticos, entramos a la última función del día, y elegimos la última fila. La película estuba de lo más aburrida, pero encontré la forma de hacerla divertida: me fui al cine en falda, sin bragas, por lo que logré un intercambio de masturbadas que nos dejó a los dos al borde del delirio.

Apenas se apagaron las luces, su mano encontró mi muslo con una naturalidad que me hizo sonreír en la oscuridad. Sus dedos subieron lentamente, dibujando círculos en mi piel hasta que, sin prisa pero sin pausa, se deslizaron bajo la tela de mi falda. Yo respondí desabrochando su pantalón, sintiendo cómo palpitaba bajo mi toque. La sala estaba casi vacía, solo un par de adolescentes en la fila de adelante que no se daban cuenta del espectáculo que tenían detrás.

Mientras en la pantalla explotaban cosas sin gracia, nosotros estábamos en nuestro propio universo. Su respiración se volvió más pesada, y yo ahogaba mis gemidos contra su hombro. Con cada movimiento de sus dedos, yo le correspondía con mis manos, sintiendo cómo se endurecía más y más. Era un juego peligroso, pero eso lo hacía aún más excitante. El riesgo de que alguien nos descubriera nos prendía como locos.

Cuando la película llegó a su punto más aburrido, él se inclinó y susurró: «¿Quieres que nos vayamos?». Asentí sin dudar, y salimos de la sala con las caras coloradas y la ropa un poco desordenada. Pero en lugar de irnos a casa, nos dirigimos al estacionamiento del cine, que a esa hora estaba casi desierto.

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Junto a su coche, me empinó contra la puerta trasera y levantó mi falda. Esta vez no hubo preliminares: me penetró con una fuerza que me hizo gritar y agarrarme al techo del auto. Cada embestida era más salvaje que la anterior, y yo gemía sin importarme quién pudiera oírnos. Él me mordía el cuello y me jalaba del pelo, mientras yo le arañaba la espalda a través de su camisa.

Después de corrernos los dos, jadeantes y sudados, nos arreglamos en silencio. Él me miró con una sonrisa pícara y dijo: «La próxima vez, mejor nos quedamos en casa». Yo solo reí, sabiendo que la emoción de hacerlo en público era lo que lo hacía tan adictivo.

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