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EL ENCUENTRO
EL ENCUENTRO
Estaba Leyendo el diario después del almuerzo cuando sonó el teléfono. – Aló…dije. Del otro lado una voz femenina me preguntó: – ¿Se encuentra el señor Andrés? – Con él habla, respondí. De inmediato, me dice: – Habla Cecilia Hernández, ¿te acuerdas de mí? – Sinceramente no, contesté. – Quizás hablo con el hijo, me retrucó. – No tengo un hijo conmigo, debe haberse equivocado señora, le respondí. Ella me dijo: – Entonces debes ser la persona con la que me escribía hace unos 30 años ¿No me recuerdas?
En ese momento me acordé, que cuando estaba en los primeros años de facultad me carteaba con una chica de un país vecino, con la cual sostuve una correspondencia por más de un año, hasta que ella me contó que se había comprometido y que se iba a casar en un par de semanas, rompiéndose así el amor a la distancia que sosteníamos.
De inmediato le dije: – ¿Tú eres la linda chica que se carteaba conmigo? ¡Teníamos 18 años cuando nos carteábamos y ahora tenemos 50! – Efectivamente, soy yo, me respondió, con un tono alegre. He llegado a tu país hace tres días y recién he podido contactarte. En seguida le pregunté ¿Cómo me encontraste? Pero mejor, no me respondas ahora, dime dónde estás que paso a verte de inmediato. – Mira, me dijo, vendrán a recogerme en unos minutos. Por qué no nos vemos a las 7 de la noche, ¿te parece? Estoy en Hotel Bolívar. – Listo, respondí. Me dará mucho gusto retomar nuestra antigua amistad.
Así, luego de esa rápida charla telefónica, me brotaron de la memoria los sentimientos de amor que manifestábamos en ese entonces. Intercambiamos fotos, en donde se mostraba muy hermosa; las desaparecí luego de la noticia que me dio. Entrada la noche y a la hora fijada, estaba ya en el hotel preguntando por la señora Hernández. Yo trataba de recordarla, pero solo me acordaba que era de tez blanca, alta y de cara muy simpática. Yo estaba bastante interesado en ella, pero me había desinflado con su noviazgo de buenas a primeras. Bien dicen: ¡Amor de lejos, es amor de pendejos!
A los cinco minutos que el recepcionista me anunció, se abrió la puerta del ascensor que daba directamente al lobby y veo salir a una hermosa mujer con lentes oscuros, alta, tez blanca y con el cabello de color castaño claro. Estaba un poco robusta pero aún atractiva, a pesar de esas redondeces que se le notaban por el vestido ligero que llevaba puesto. Como era el único que estaba en posición de espera, se acercó directamente a mí y sonriendo me dijo: – Hola Andrés, que gusto de encontrarte. También es el mío, le respondí, mientras que nos abrazábamos y nos dábamos sendos besos en los cachetes.
Nos dirigimos al bar y nos sentamos en una mesita y pedimos un par de tragos. Empezamos una charla que no terminó hasta pasadas las tres horas y dos vueltas más de “pisco sour” y picadas. Nos contamos nuestras vidas, desde la época que nos conocimos “vía air mail”, en la forma como lo harían dos íntimos amigos que se reencuentran después de años. Me contó que se había casado al poco tiempo que cortó la correspondencia conmigo, que había tenido dos hijos los cuales ya habían hecho sus vidas y finalmente, que había enviudado hacía tres años. Que había sentido mucho el haber cortado nuestro contacto y que siempre me había mantenido en su memoria.
Se le notaba muy sincera y con muchos ánimos de contarme más de su vida. Para darle, fuerzas pedí otra ronda de pisco, como si fuera la del estribo y más nueces saladas. Así fue que se abrió con toda confianza y me contó que había sido muy infeliz en su matrimonio, brindándome detalles íntimos para demostrarme la veracidad de los hechos. Eso me facilitó también el contarle de mis dos matrimonios frustrados y las causas que motivaron la ruptura de los mismos.
Con la confianza que ambos ganamos al contar algunas partes de nuestras frustraciones maritales, nos dimos cuenta que aún quedaba un sentimiento de cariño entre nosotros, afirmado ahora al contarnos que habíamos sufrido decepciones similares, las que no nos habían permitido gozar de nuestra sexualidad a plenitud, como hubiéramos querido.
Ya estábamos prácticamente solos en ese bar. Los mozos nos miraban discretamente por lo avanzado de la hora. Así es que consideré oportuno proceder a invitarla a pasear para que conozca un poco la ciudad de noche. Así lo hicimos. Tomé el coche y la llevé al centro para que vea las plazas y demás edificios cargados de historia. Mientras tanto, la conversación empezó a girar en torno a nuestros gustos respecto a los diferentes aspectos de la vida diaria. Coincidimos en varios y en especial, por el gusto a la música alegre y al baile. Ello me dio la idea para invitarla a tomar un último trago en una discoteca de música, no tan moderna. Aceptó de inmediato. Nos instalamos en una mesa y pedimos un par de refrescantes cervezas. La música que sonaba era tropical y muy agradable. El ambiente poco iluminado y bastante confortable. La conversación seguía muy animada, comentando nuestras anécdotas y demás experiencias. Hasta que empezaron a sonar las notas de un bolero danzón interpretado por Bienvenido Granda, acompañado por la Sonora Matancera, cuando estirando la mano me dijo: – ¿Me invitas a bailar Andresito? Esto me hace recordar tanto aquellas épocas… Le cogí la mano y la conduje a la pista en donde ya estaban bailando dos parejas más.
La ceñí de la cintura y ella recostó su mejilla en la mía. Empezó a susurrar la letra de la canción. Yo sentí que la sangre se me agolpaba en la cara y que un cosquilleo me recorría la espalda, cuando me di cuenta que ella buscaba de acomodarse a mi cuerpo. Sentía en cada paso de baile como sus muslos se chocaban con los míos y como sus senos más bien, no se movían de su ubicación pegados a mi pecho. Ya ella no cantaba más. Me decía con voz sedosa: – Andrés, que feliz y contenta estoy de haberte encontrado de nuevo. Yo siempre te llevé en mi pensamiento y por fin estoy logrando la fantasía que tanto soñé.
Sentir esas palabras y ese cuerpo pegado al mío, hicieron que mi miembro buscara el calor, a través de nuestra ropa, de esa conchita que habitaba debajo de su pubis. Pero la canción llegó a su fin y tuvimos que separarnos. Siendo ya tarde, le propuse a Cecilia vernos al día siguiente que era sábado, para pasar la tarde juntos. Asintió y quedamos que yo la recogería a las 3 de la tarde. La dejé en el hotel, luego del beso de reglamento, y me fui a casa dirigiendo mi carro y con una sonrisa de felicidad, que no la experimentaba hacia buen tiempo. Me costó mucho conciliar el sueño por la erección de mi falo, que hubiera querido entrar en acción.
Al día siguiente, estuve a las 3:15 en el hotel, para que no se diera cuenta que estaba muy deseoso de verla. Ella a su vez, demoró unos 10 minutos en bajar. Las mujeres siempre nos salen ganando, pensé. Se abrió la puerta del ascensor y salió ella deslumbrante con una sonrisa de contenta. Nos besamos en la mejilla y salimos. Hicimos turismo toda la tarde, sacando fotos y riéndonos mucho. Al término del día, la invité a tomar un lonche reparador. Era tal su mirada cariñosamente escudriñadora, que me animé a contarle detalles adicionales de los motivos de mis dos divorcios, las frustraciones y sequedad amorosa que encontré en ellos. Curiosamente, Cecilia también tenía una historia de vida muy parecida a la mía, respecto a la carencia de afecto pero que, a pesar de todo, había sido feliz criando y cuidando de sus hijos.
Fueron tantas las intimidades contadas, que poco a poco sentía que me estaba calentando sexualmente y percibía, por los movimientos de la boca que hacía Cecilia, que ella también estaba andando por esa vía. Al levantarme para ir a los servicios, hice una torsión involuntaria al levantarme, que me hizo hacer una mueca por un dolor lumbar. – Que bien me caería un masaje, dije para disimular el suceso. – Pues si no tienes inconveniente, yo te puedo dar uno, me respondió. Creo que nunca había respondido tan rápido: – Trato hecho, pero lo necesito hoy le respondí.
Así seguimos conversando y empezamos a tocar ciertos temas picantes que estaban revestidos de un erotismo cómplice. Al dar las 8 de la noche, la invité a dejar la cafetería para enrumbar a su hotel. Al llegar me dijo a boca de jarro: – Y… ¿te animas al masaje o no? – Pero por supuesto, respondí. Tomamos el ascensor y nos dirigimos a su habitación. Esta era amplia, muy bien arreglada, con un ventilador y una cama “king size”. Cerramos las cortinas por razones obvias y pusimos la habitación a media luz. Pedimos dos cervezas más y mientras que las traían, le pedí el baño para asearme y prepararme para el masaje. Así lo hice.
Me desnudé y cubrí la parte baja de mi cuerpo con una toalla. Salí y Cecilia me recibió con una sonrisa y acercándose, me besó suavemente en la boca antes de dirigirse a su vestidor. Me fui a la cama y me eché boca abajo, acomodándome al centro. A los minutos, Cecilia salió cubierta con una bata de seda roja, con dibujos chinos, que le llegaba a la rodilla. Se ubicó a la altura de mis pantorrillas y se untó las manos con una crema humectante, diciéndome: – A relajarse caballero, que ese dolor se lo voy a quitar. Seguidamente me empezó a masajear desde los tobillos hasta las rodillas. Primero una pierna y después la otra. Me separó suavemente las piernas para empezar a masajearme los muslos. Yo sentía una gran suavidad en sus manos y un gran placer, especialmente cuando se acercaba a mis nalgas. En unos momentos más me sacó la toalla que me cubrían las caderas y me dejó, como se dice, con el culo al aire. Empezó a masajearme las nalgas y fue subiendo por la zona lumbar, donde se entretuvo más rato, para pasar luego a la espalda, hombros y cuello. Yo estaba ya con los músculos sueltos, salvo los que estaban en la zona perineal y los del pene. Ella ya se había arrodillado y ubicado a horcajadas sobre mis piernas para alcanzar mi espalda en forma balanceada. Le dije: – ¿Por qué no te quitas la bata para que estés más cómoda? – Tienes razón, me contestó.
Percibí que se la quitaba quedando desnuda y que reiniciaba nuevamente con el masaje sobre mis pantorrillas. Ya no usaba más crema. Bastaba con la que tenía yo encima. Sus manos estaban tibias y suaves. Yo sentía que el cuerpo se me escarapelaba y deseaba que subiera más sus manos por las entrepiernas. Estaba yo pensando en mis deseos cuando sentí que me estaba pasando su lengua por las pantorrillas. Iba y venía entre los tobillos y las corvas. Siguió lamiéndome los muslos, pasó rápidamente por las nalgas y empezó a entretenerse con mi espalda, hombros y cuello para lo cual, se recostó cuan larga era sobre mi cuerpo. Los dos desnudos como vinimos al mundo, era una sensación de placer muy especial.
Recogió su cuerpo y nuevamente empezó a besarme los muslos, siguió subiendo mientras que abría mis piernas y trataba de alcanzar con su lengua mis testículos y mi verga, que ya estaba erecta. Por la posición en que estaba era un tanto difícil, así es que con su fina lengua le era más fácil alcanzar mis nalgas y lo que ellas protegían. Me besó mordisqueando suavemente la parte interna de las nalgas para seguir lamiéndolas. Como me había abierto las piernas, le quedo fácil pasarme la lengua hasta alcanzar mi orificio. Esto fue algo nuevo para mí, era una nueva y agradable sensación la que sentía. Al darse cuenta de lo que yo estaba gozando, Cecilia se reincorporó a medias y empezó a jugar con sus grandes senos, coronados con oscuros y duros pezones, sobre mis nalgas tratando de ponerlos lo más profundo que podía, para lo cual iba y venía con su cuerpo. Subía, besando mis caderas y espaldas y volvía a bajar, yo sentía sus pezones duros cual dedos presionándome el ano y de rato en rato, su húmeda y ágil lengua lamiéndome alrededor y centro del ojete, tratando de ingresar. Yo estaba crispado del raro placer que sentía, escuchando su acompasado gemido. No me quedó otra cosa que decirle: Que rico amor, sigue, sigue… Y ella, me contestaba repetidamente: ¿te gusta? ¡te gusta? En determinado momento, sentí que me agarraba de las caderas, me levantaba un poco, y ponía su pubis pegándose a mí todo lo que podía, tratando de alcanzar con sus labios vaginales mi orificio, sobándose a ratos sobre mis nalgas y arremetiéndome rítmicamente. Yo ya estaba prácticamente en cuatro. Con la verga tiesa al aire y los huevos hinchados. Yo sentía que su pubis chocaba con las partes profundas de mis nalgas, como si quisiera penetrarme por atrás. Como estaba seguro de su sexo, me dejé llevar y atiné a seguir su cadencia de movimientos mientras ella gimiendo, prácticamente yo sentía que me “cogía” o culeaba. Yo la ayudaba con mis movimientos a izquierda y derecha, mientras que me separaba más las nalgas y sentía que su vello púbico me rozaba el ano, dándome un placer jamás sentido por mí. De repente, dio un largo gemido y me abrazó por detrás quedándose fuertemente estirada, rectas las piernas y pegada a mí, con el síntoma claro que había alcanzado un orgasmo en grado superlativo. Yo seguía con la verga dura y palpitante pero extrañamente complacido. Sentí que sus jugos se escurrían por mis muslos.
Cecilia al cabo de unos minutos reaccionó, me llenó de besos en el cuello, mejillas y boca, mientras me decía: – Amor, no sé qué me pasó. Es la primera vez que tengo un orgasmo de esa manera. Te lo juro. Me has hecho muy feliz. No sabía que podía lograrlo así. Estoy “mojadita” como hace tiempo no lo estaba. – Yo tampoco lo sabía, le respondí. Pero me gustó mucho que me “montaras” y que hayas gozado con mi cuerpo. Tu gozo es mi gozo. Ahora descansa, que siento como te “golpea” el corazón. Nos quedamos abrazados y ella con su cabeza sobre mi pecho. No te preocupes por mi dura verga, que luego tendrá su momento.
Durante ese respiro, yo pensaba que, muy probablemente, en todo ese tiempo de insatisfacción sexual con el difunto de su marido, Cecilia se había comprado un consolador para auto satisfacerse, fuera de las comunes masturbaciones. Además, me había hecho el comentario que, por lo menos una vez por semana, recibía un magnífico masaje, que le daba una de sus vecinas del edificio, lo que me hizo pensar, que había tenido gratas experiencias lésbicas con su amiga, utilizando esa verga artificial. Por mi parte, nunca me habían lamido el ojete, aunque yo si lo había hecho, con bastantes tragos encima, a una joven de 19 años que tuve como secretaria y amante.
Así estuvimos un buen rato, hasta que sentí que me estaba acariciando con sus labios una de mis tetillas. Inmediatamente se me pusieron duras ambas. Ella al darse cuenta, empezó a succionarme la que tenía al alcance. En unos momentos más, le dije: – Cecilita ¿y la otra la dejas con hambre? – De ninguna manera mi amor, respondió pasando de inmediato a besarme y a juguetear con la otra. Luego atraje su cara a la mía y empecé a darle los mejores besos que pude, introduciéndole la lengua y empujando la suya que me venía al encuentro.
Fue un momento muy apasionado que me puso la verga totalmente erecta y deseosa de ser introducida en su concha. Ella al subir un muslo sobre mí para alcanzar con sus besos mi cuello y mis orejas, sintió la dureza de mis normales 18 centímetros, los que cogió con su mano. – Suavecito, le dije en un murmullo. Ella me obedeció y empezó delicadamente a subir y bajar su mano lentamente alrededor de mi verga ardiente. Mientras lo hacía, empezó a descender con sus besos desde mis tetillas hasta el abdomen y de allí a mis entrepiernas. Yo me dejaba hacer, por el placer que sentía y por la calidez con que actuaba Cecilia. Poniéndose en cuatro se puso cómoda para iniciar una mamada extraordinaria, a la vez que me dejaba su conchita al alcance de mis manos, así como sus hermosas y redondas nalgas.
Mientras ella devoraba mi verga con su linda boca, yo inicié una delicada, pero precisa caricia principalmente sobre su clítoris. Ella separó sus muslos favoreciendo mis exploraciones. No estaba recargada de vellosidades en la zona. Los labios de su vulva se sentían congestionados e hinchados. Su monte de Venus se sentía prominente. Los pliegues superiores de su vulva cubrían un clítoris, hermoso y como un pequeño pallar, pero escurridizo hasta que lo llegué a fijar entre dos yemas de mis dedos, haciéndola gemir de placer y mover sus caderas de un lado a otro.
Sin embargo, Cecilia no dejaba de chuparme, succionarme y, alternativamente, lamerme la verga. De rato en rato, se la sacaba de la boca y me la recorría de arriba abajo con su lengua, aprovechando cuando estaba por la base, para besarme los testículos y las entrepiernas. Con sus dientes puestos en la base del glande y rotando algo la cabeza y su mandíbula inferior, me hacía sentir un placer indescriptible. Pero yo tampoco me quedaba atrás, su conchita estaba ciertamente muy húmeda y me permitió ingresar con facilidad dos y hasta tres dedos. Con movimientos de vaivén, le acariciaba toda la parte anterior de la vagina, especialmente en la parte donde se encuentra el punto G, tan comentado.
Así, los dos “trabajamos” a conciencia, dando y recibiendo placer, sin darnos respiro ni cuartel. De esa manera Cecilia llegó a dos orgasmos sucesivos y durante los mismos, se mantuvo quieta con mi verga dentro de su boca. Pasados los espasmos del caso, siguió acariciando mi glande y el tronco de mi verga con su lengua, labios y boca entera. Yo ya estaba ansioso por penetrarla, pero eso significaba parar el delicioso momento e interrumpir la dedicación que me estaba brindando Cecilia. Me abandoné a sus caricias y al poco rato, cerré los ojos cuando sentí que me venía bajando una eyaculación como si fuera un torrente, que descendía desde la cabeza. Puse rígido mi cuerpo y ella empezó a recibir mis jugos vitales en la boca. Estimulaba su salida cogiéndome los testículos, succionándome el glande y con la otra mano, recorriéndome el tronco de la verga. Dado el volumen de semen que emití y el deseo de Cecilia de gratificarme, ella se lo tragó con fruición y no separó su boca hasta que, succionándome el pene, se dio cuenta que ya había salido todo.
Ambos estábamos rendidos y abrazados, nos quedamos unos buenos minutos dormitando. Como no podía quedarme a pasar la noche en el hotel por razón de su pronto viaje, tuve que desperezarme. Nos besamos amorosamente y me fui a tomar una ducha de agua tibia. Ella se ofreció para enjabonarme la espalda, cosa que le agradecí. Me pasó sus manos enjabonadas por la espalda y por las nalgas y muslos. Volvió a llenar sus manos de jabón y volteándome, empezó a enjabonarme el pene que, aunque algo flácido, estaba inquieto. Luego me quitó el jabón rociándome agua tibia con la ducha-teléfono y me dio la sorpresa de comerme la verga otra vez con su boca. Esta llegó a ponerse como palo a pesar que mi próstata ya había cumplido con una fuerte descarga. Salí de la ducha con el cuerpo mojado y con la verga en ristre, hice que subiera una pierna y apoyara el pie en el borde de la tina y empecé a acariciarle su conchita que ya estaba húmeda nuevamente, mientras que le besaba el cuello y las orejas. Ella me agarraba suavemente la verga con una mano y con la otra se ayudaba a masturbarse con mi verga, hasta que logró otro orgasmo, el cual la relajó un par de minutos. Al notar que yo seguía empalado, se deslizó hasta quedar de rodillas y tomando mi verga fuertemente de la base, se la metió a la boca. Yo sentía como su lengua se arrugaba para al envolverse sobre el cuello de la base de mi glande, para dar luego pase al movimiento de un lado a otro en su boca, abultando interiormente sus cachetes. Era imposible descifrar todos los movimientos que hacía y todas las sensaciones que sentía, hasta que la tomé de la cabeza con las dos manos por debajo de sus orejas y la atraje hacia mí, clavándole repetidamente todo lo que podía en la garganta, que ella protegía con su lengua. Cerré los ojos y dejé que su sabia boca acabara de sacarme la última gota de semen de mis testículos. Cuando acabó, noté que el glande lo tenía del color de una fresa madura.
Mientras me vestía todo llego a su normalidad. Ella retornaba al día siguiente a su país. Nos besamos largamente y nos comprometimos de repetir esta experiencia bien sea en su país, en el mío o donde llegáramos a coordinar. Este encuentro había sido un hecho inolvidable que me mantuvo muchos días entretenido en su recuerdo y con muchos deseos de revivirlo. Le prometí que en la próxima oportunidad iba a ocupar su vagina con mi verga y luego, probaría de romperle el culo, a pesar que éste probablemente ya había sido roto por su finado esposo o por su consolador manejado por su amiguita masajista.
Una respuesta
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