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Anónimo

abril 9, 2016

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Despertar

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Despertar

por María M

 

Ese año cumpliría dieciocho, en junio. El quince.

Cada año, como ocurría desde siempre, las vacaciones nos encontraron en el pueblo, sin colegio, y sin nada que hacer; y como era habitual, los mayores nos dejaron a los chicos a la buena de Dios, holgazaneando en libertad, con el sólo recurso de pasear por el campo y bañarnos en el arroyo, por ahí; o pasear en bicicleta con rumbo a ninguna parte en medio de la llanura. Después de todo, en un pueblo de provincia como el nuestro, no había problemas, y nunca pasaba nada.

El arroyo, corría mansamente en una hondonada sombría, llena de árboles y rodeado de algunas playas mezquinas. A poco, se convirtió en un punto de reunión de todos los chicos de siempre: mis hermanos y yo, separados apenas por meses de edad unos de otros, que vagábamos bajo la vigilancia del mayor, libres de preocupaciones. César, el mayor, tenía 19 recién cumplidos y Hernán rozaba los 18; yo tenía 17 para ese entonces. Pero además de nosotros había otros más, todos de la misma camada de la clase de Hernán, que rondaban los 18 años: Pedro, apenas mayor que yo, Delfina, también apenas mayor; Juanita también compañera de colegio de ellos y Hernán, Felicitas, Rocío y Adolfo y Joaquín, todos un poco más grandes que yo. En realidad eran todos un poco mayores que yo, porque iban al colegio con Hernán. Las otras chicas estaban algo más formadas, y al decir de los mayores se estaban haciendo señoritas, y yo era la más chiquita, la más flaca, que aceptaban en el grupo como de relleno, por ser hermana de mis hermanos, pero que estaba muy lejos de parecerme a ellas.

Ese era el grupo central, aunque a veces se nos unía algún primo o algún amigo; eso era circunstancial y los íntimos y de todos los días, éramos solo los nombrados y los demás no eran admitidos fácilmente en nuestros juegos. Ahí nos juntábamos a diario, charlábamos, pescábamos o simplemente la pasábamos tirados a la sombra al lado del agua, huyendo del calor del día holgazaneando como los mejores, discurriendo sobre cualquier cosa.

Fue César, mi hermano mayor, el que primero que nadie, propuso el tema. Él tenía una clara autoridad porque era el mayor de todos. Era una   siesta morosa, en la modorra del calor, y entre charla y charla salió  la idea  de mostrarnos y conocernos; fue un día de esos, llenos de ocio cercano al aburrimiento. César tenía autoridad por ser el mayor, y lo que decía se hacía siempre: ese día sugirió que mostráramos cada uno lo nuestro para ver cómo eran los varones y cómo eran las mujeres. Nunca antes nos habíamos adentrado en ese camino. La idea prendió enseguida en medio de comentarios, dudas y cuestionamientos que llevaron un rato de conversación con un fondo ansioso. La curiosidad nos acicateaba y al rato los varones, más desenvueltos, tomaron la iniciativa y se bajaron los pantalones dejando ver sus pitos pequeños y lampiños y sus huevitos chuzos, para sorpresa y curiosidad de las niñas que los miramos atónitas; nos arrimamos y los miramos de cerca observándolos con detenimiento. Se veían flacos, blanquitos, unos colgajos inocentes y proporcionados a los chicos. Éramos tan inocentes que ni nos atrevíamos a tocarlos.

A las mujeres nos costó más mostrar nuestras vergüenzas. No nos resultaba fácil desnudarnos y mostrar lo nuestro frescamente, pero el tema estaba impuesto y ninguna quería ser menos, ni aparecer como una tonta o una mojigata, o quedar fuera de juego. Así fue como aceptamos la cosa, y terminamos bajándonos las bombachas y levantando nuestros vestidos, para mostrar nuestros cuerpos flacos y lisos que los varones atisbaron con minuciosidad, arrimándose a ver estos pliegues misteriosos. Nos pusimos todas en línea en semicírculo y nos atisbábamos para ser parejas, para no ser más ni menos ninguna de nosotras. Nos costaba mostrarnos, pero con el tiempo nos habituaríamos.

Todo era un descubrimiento y un despertar lleno de curiosidad con juegos que se repetían avanzando tímidamente en el tema. El asunto de mostrarse se repitió varias veces, cada vez con menos  vergüenza y reticencia. Algunas hasta se prestaron a abrir las piernas y separar sus labios, para que los varones las vieran bien cómo eran; en esto Felicitas y Rocío eran las más decididas. Al final terminaríamos bañándonos desnudos y paseándonos sin vergüenza alguna.

Las conversaciones se hacían largas y llenas sorpresas, de cosas nuevas, de descubrimientos, y cada uno traía de su casa las experiencias y quería aparecer como conocedor y avispado, cosa que nunca pude hacer yo, que siempre fui una mera espectadora.

Una siesta, Delfina, que era más grande y avispada de todos nosotros, comentó que le habían dicho que los pitos de los varones eran duros. Lo soltó como una sentencia desafiante a ver qué opinaba o decía el resto. Todos opinaron, que si habían oído o que no, o que habían visto, con algún temor a equivocarse. Charla sin sentido. Ya habíamos visto colgar inertes los pitos de estos varones nuestros, con su forrito cuerudo, pero eso no fue suficiente para abandonar el tema, había como un deleite en hablar de estas cosas aunque fueren sabidas.

César, con aires de sabedor y con autoridad, le contestó que así era, pero solamente a veces, que a los varones el pito se les ponía duro siempre que los tocaras un poco, porque si no quedaba inerte. Todos escucharon atentamente. Nuevamente el intercambio y mi silencio, y palabra va, palabra viene, entonces César propuso hacer la prueba y le invitó a Delfina a que lo hiciera, que hiciera la prueba, que le agarrara su pito, que lo tocara y moviera un poco y lo pusiera duro, para que todos viéramos como era. Le pedía a Delfina porque todos la preferían y en especial César, que tenía una onda especial con ella.

Ahí se armó el alboroto porque Delfina no tenía previsto tocar nada a nadie y menos en el pito, y puesta en la disyuntiva no se decidía a tocarlo o a rechazarlo: que si… que no… No quería hacerlo, ni quería quedar como una niñata que no se atrevía. El tema dio vueltas y terminó con una rueda en la que todos opinando esperábamos ver, con la expresión de que todos querían ver qué pasaba y querían que lo hiciera; y ella presionada por el grupo, optó por ceder.

Entonces César sacó el pito arrimándose a Delfina y ella, cuando lo tuvo a mano se lo tomó con su manito inexperta en ese entonces, y empezó a apretarlo un poco moviéndolo todo a lo largo, sobándolo y explorando con su inexperiencia. Le corría el cuerito, le tocaba la cabecita, lo volvía a cubrir, le acariciaba el tronco; con el tiempo sus manitos se convertirían en expertas manipuladoras y maestras en sacar de un buen pito lo mejor que tenía. César era el mayor de todos y su edad se le notaba en su miembro, que era más nervudo y grande que el de los otros. Apenas sintió el contacto de la manito de Delfina, y que ella le corría el prepucio y lo volvía a cubrir, el pito de César reaccionó a sus manejos, y al poco rato estaba bien parado, sostenido en la mano de Delfina, enfundado en su capucha de piel generosa. Todos mirábamos asombrados y curiosos, mientras Delfina se movía orgullosa y lentamente le corría el cuerito descubriendo la cabecita y volviéndola a cubrir. Cuando lo sintió bien parado, disimuló su curiosidad, lo soltó y lo dejó para que todos vieran su obra, que César exhibía con orgullo. Algo había salido del pito de César que le había untado la mano, porque ella se la limpió inmediatamente con su ropa.

Por cierto que todos quisieron probar cómo era, después de verlo, varones y mujeres. Todos querían ser protagonistas.

El tema se fue repitiendo de inmediato con los otros chicos del grupo, con las mismas dudas y pedidos y negativas y con el mismo resultado final: que  los varones se sacaron el pito afuera, y dijeron que se prestaban a que alguna de nosotros lo tocara y amasara, ofreciéndose a la más valiente y más madura. Las chicas se miraron entre si, luego miraron los varones como eligiendo, y se fueron animando arrimándose aleatoriamente a los varones, para terminar al fin todas, con una pijita en la mano cada una, inclusive yo que fui la última.

Las chicas, que al principio se mostraban dubitativas, se fueron animando de a poco, primero una y luego otra. Por cierto Felicitas y Rocío fueron las primeras, y al rato todas tenían sus manos ocupadas meneando los pitos de los chicos para ponerlos duros, mientras los atisbaban las caras de ellos, preocupadas de hacerlo bien.

Así fue, aunque a mi, en principio, no me buscó ninguno y quedé para el final; en realidad, raramente me buscaba alguno para que lo tocara o para tocarme; me consideraban una niñata, y era muy delgada y escasa de carnes con poco para tocar, a diferencia de las otras, y en especial de Delfina que tenía unas tetitas incipientes y una cola redondita. Superados los temores iniciales, primó el entusiasmo en las chicas, al ver que lograban endurecer los pitos de los chicos, que gozaban enormemente con el sobeteo.

Por aquel entonces también nos dio por jugar al doctor: las chicas nos desnudábamos hasta la cintura y los varones nos auscultaban y aprovechaban para toquetearnos, amasarnos las tetitas incipientes, hurgarnos y luego invariablemente recomendaban inyecciones, que no eran otra cosa que metidas de un dedo en nuestro culito, medida a la que no nos resistíamos.

Delfina era la preferida en todos los juegos, era la más despierta y con más experiencia y se diría que la más desarrollada. Era ella la que todos querían atender y deliraban por ponerle inyecciones en su colita redonda que realmente era hermosa. Vaya uno a saber cuántos dedos se perdieron en ese culito delicioso ese verano. Yo por el contrario, era una flacucha insignificante, y los varones no me caían demasiado en cuenta para atenderme, dejándome al lado, por lo común, aunque muchos dedos pasaron por mi culito.

Curiosamente, mi hermano Hernán se hacía siempre el enfermo y pedía inyecciones.

Así pasábamos el día investigándonos y charlando, casi siempre en temas que rozaban lo sexual  y el descubrimiento de nuestras sensaciones a los que atendíamos ansiosamente. Era evidente que, a diferencia de las chicas que éramos más reprimidas, los varones gozaban grandemente, y también que en muchos casos la inmadurez quitaba componente erótico al asunto. Eso no quiere decir que a las chicas no nos gustara, pero éramos más temerosas y vacilantes.

Cuando estábamos reunidos, sin mayor motivo, varones y mujeres nos abrazábamos, acariciábamos afectuosamente, aleatoriamente, como se diera, cualquiera con cualquiera; no sabíamos por qué lo hacíamos, pero respondíamos a un impulso natural que nos llevaba a eso. Era curioso, porque la iniciativa no siempre era de los varones. Los chicos, con aire de cancheros, nos tocaban el cuerpo investigando, buscaban si teníamos tetitas o revisaban nuestros pliegues; se detenían en nuestros asomos de pezones, hurgaban nuestro culito y en cualquier otra parte; nos querían besar y pedían que los besemos, avanzando cada vez más en la relación y la experiencia, que siempre fue general, haciéndose parejas al azar; cada día se juntaba cada uno con cualquiera otro, aunque siempre todos preferían a Delfina, que prefería claramente a César.

Cierto día, Pedro besaba a Delfina, a quien tenía abrazada y tocaba sus tetitas incipientes por dentro del traje de baño, y en medio de entusiasmo de sus caricias le quiso besar la boca. Estaba en traje de baño, sentado contra un árbol y ella apoyada entre sus piernas y recostada sobre su pecho. Él había metido sus manos debajo del traje de baño de ella y se regodeaba acariciando sus tetitas incipientes y besuqueándola en la cara y el cuello. Ella, con las piernas recogidas, abría y cerraba sus rodillas distraídamente. Delfina no era remilgosa ya que se dejaba tocar y besar por cualquiera, sin reservas, pero se negó terminantemente cuando él quiso que lo besara en la boca. Se negó a que lo hiciera en su boca, porque no quería quedar embarazada. Ahí nomás se instaló el tema y se armó la discusión.

-Pero- le dijo Pedro -¿Cómo vas a quedar embarazada?-, sin soltar las tetitas que seguía teniendo en sus manos y toqueteaba.

-Yo lo se, lo se- repuso Delfina con autoridad y sin moverse de donde estaba– Lo sé porque siempre la oigo a mi hermana cuando está con el novio en casa. Yo siempre la suelo estar espiando a mi hermana Elvira a ver qué hace con el novio. El otro día, que estaba con su novio de visita en casa y él le besaba la boca, ella lo detuvo. Delfina hizo un alto para aumentar el interés y ansiedad del auditorio. Pedro la apretó un poco para que no se le fuera. Luego siguió:

-Él le había metido la mano bajo el vestido y la tocaba entre las piernas, mientras no dejaba de besarla. Elvira, que respiraba pesadamente, estaba como entregada, cuando él la besaba lo paró y le dijo: -Eso no-, y como él insistía preguntando por qué, y le decía otras cosas que no escuché, ella argumentó: -no quiero quedar embarazada-. Delfina se detuvo nuevamente. Todos escuchábamos atentamente tratando de entender y aprender. Nunca habíamos pensado en embarazos, pero si los mayores no los querían, nosotros tampoco. Pedro soltó una de las tetitas y bajó su mano hasta la entrepierna de Delfina, donde se detuvo a hurgar cuidadosamente.

-Yo lo se bien,- dijo Delfina sin moverse de donde estaba y con aires de sabedora, -porque entonces él le dijo otra cosa que no entendí. Yo oí que él le pidió otra vez que le diera un beso, insistentemente. Un beso,  si, pero esta vez no en la boca, porque ella no quería y es peligroso, porque te puede dejar embarazada. Así que le pidió un beso en otra parte y ¿saben dónde?, en el pito. Yo no sabía que se besaban en el pito-.

Nuestra atención y curiosidad se dispararon. Todos nos reímos nerviosamente, queríamos oír más y saber. Pedro le agarró y le apretó la conchita con toda la mano como queriendo arrancársela, y Delfina siguió contando:
-El había sacado el pito. Era un pito grande, largo y grueso, con una punta colorada brillante. Se lo mostraba y le pedía a Elvira: -dame un beso acá entonces-.

Por supuesto que seguía con sus manos entre sus piernas y le había sacado una tetita al aire. A mi hermana que al principio no quería besarle el pito, pero tanto insistió él, amenazando con irse, que ella después de dudar mucho cedió, para que él no se fuera, y entonces le agarró el pito, así como hice yo con César y le dio un beso en la punta.

            Todos atendíamos callados, absortos, sin saber qué hacer. Los chicos se tocaban el pito que algunos habían sacado.

-Bueno- le dijo Pedro sacando el suyo. –Besámelo entonces-.

Delfina lo miró indecisa, en definitiva no era su novia…, y ella era como que se debía a César. Su hermana Elvira lo había hecho, pero era con su novio, le dijo, mirando a César; Se lo dijo, pero el ambiente era propicio y Pedro insistió de modo que una vez más Delfina cedió, se incorporó un poco, se dio vuelta, le tomó el pito en su manito, se inclinó hacia él y se lo besó. Pedro había dejado de tocarla y el traje de baño le había quedado en la cintura; sus tetitas amagaban colgar. Le dio un beso seco y corto en el cuerito de la punta, un beso más de compromiso que de lujuria y lo dejó. Ahí nomás todos pretendieron su beso.

            Desde entonces, se produjo una nueva situación entre nosotros, que afectó las relaciones y nuestros juegos. Todas las siestas o las tardes cuando nos juntábamos, en la rueda de los chicos, comenzábamos ahora a sobetearnos y besuquearnos, pero nunca en la boca. Los varones aprovechaban para explorarnos, tocando nuestras colas y nuestras tetitas, y luego, ellos los varones sacaban sus pitos, y nos pedían que los besemos y que los toquemos, y nosotras, entre pícaras y juguetonas, lo hacíamos. Algunas les dábamos un solo beso, otras, más lanzadas, se entretenían en repetirlos besuqueándoles el pito; también fuimos avanzando, porque se hizo frecuente que dejáramos los trajes de baño y nos metiéramos al agua en cueros y luego pasábamos así el resto de la tarde; También se hicieron frecuentes los abrazos, toqueteos y besuqueos y que mientras teníamos a mano el pito de alguno de ellos, aprovechábamos para tomarlos en nuestras manitos y acariciarles sus bolitas, que nos parecían fascinantes, y sentir la suavidad de la piel de esos pitos. Pero nunca nos besamos la boca.

Especialmente se daba en la modorra de las siestas calurosas, echados a la sombra, después de bañarnos en el arroyo, momentos en que se asentaba un ambiente propicio y se producía la situación. Era un besuqueo torpe pero no impedía que los chicos anduvieran con el pito parado.

            Un día Hernán pidió que le dejaran a él también hacerlo y tomó el pito de Pedro que después de masajearlo y pararlo, besó en la punta.

            Fueron Juanita y Rocío las que trajeron la gran novedad que una vez más varió las cosas: Según decían ellas, si uno lo hacía para arriba y para abajo, moviéndolo, el pito escupía una cosa blanca. Se armó la discusión en medio de comentarios y el interrogatorio. Todos querían saber más y Rocío, con autoridad dijo:

-Yo lo he visto. Mi mamá ayer, entró a la pieza de Javier, mi primo, y lo encontró con su pito en la mano. Él tenía el pito duro y parado, y se lo hacía para arriba y para abajo así-. Y nos mostró con el de Joaquín, que tomó en la mano para que viéramos. -Yo los veía desde la puerta. Mi primo se quedó inmóvil, duro en la cama, sin saber qué hacer, pero mamá le dijo:

-Ay hijito ¿qué te pasa? ¿necesitás una ayuda?- y tomándole el pito, que le quitó de sus manos, se lo friccionó mucho con las dos manos, hasta que le salió disparada del pito una escupida blanca que salpicó todo. Era como una leche-. Delfina miraba como asintiendo.

 Probemos, probemos, dijeron todos entusiasmados y las chicas tomaron la iniciativa, se repartieron tomando el pito de cada uno al azar y comenzaron a pajearlos torpemente. Rocío miraba lo que hacían y daba instrucciones y corregía, sin soltar el pito de Joaquín, al que pajeaba enérgicamente, como queriendo ser modelo y monitor. Yo quedé sola para el final, como siempre, pero Adolfito se arrimó a mi con su pijita afuera que ya estaba medio paradita y me dijo:

-Dale, dale, tomá-.

Yo, que no quería ser menos ni quedar al margen, no dudé un instante, lo tomé con mi mano inexperta y comencé una fricción cuidadosa, pendiente de no hacerle doler, corriéndole su cuerito para arriba y para abajo, descubriéndole la cabecita que se asomaba y escondía, mientras lo miraba atentamente, ya a la cara, ya al mismo pito, para asegurarme de no ser rechazada, de ser aceptada y aprobada. Le tomaba el tronco o le tomaba la cabecita que acariciaba con ternura. Con la otra mano, tenía cuidadosamente sus huevitos, que masajeaba suavemente. Me sorprendió cuando comenzó a escupir su leche blanca, casi junto con los otros, sacudiéndose como en convulsiones. Por un momento tuve miedo de haberle hecho daño, pero en seguida advertí que no era así. Todos estábamos asombrados. Adolfito ya más relajado y con el pito medio blando, me abrazó y me dijo al oido:

-Besámelo-. Yo lo hice, me agaché y lo besé; tenía restos que tenían un sabor salado.

            Se convirtió en una cosa habitual la prueba de la masturbación. Todos los días pajeábamos a los chicos y tras un par de días, jugábamos a ver quién de las chicas le hacía saltar más lejos el juguito blanco a los varones, en una suerte de juego erótico. Los varones elegían cada vez una distinta, y las chicas fuimos pasando de uno a otro, a ver quién conseguía que escupiera más lejos su leche; no había parejas fijas.

Yo fui la mejor haciéndoselo a Pedro, que arrojó cantidades y lejos. Él se paraba derechito, con las piernas separadas y yo, ya sabía lo que me tocaba. Ahí nomás me arrimaba a él, por su espalda, y medio desde atrás, me colocaba de tal forma que pasando la mano izquierda desde atrás, entre sus piernas, le tomaba los huevos envolviéndolos cuidadosamente, en tanto que con la derecha pasaba por el frente, le agarraba el pito y se lo sobaba hasta que terminaba. Me pegaba a su costado para sentir su piel y su calidez; me encantaba sentir mi cuerpo pegado a él.

Pedro quedó encantado de ganar esa primera vez, tanto que me empezó a reclamar para que lo pajee y comenzó a aficionarse a mi, y a pedirme todos los días que se la menee y también que se la bese. Me sentía orgullosa que Pedro me pidiera y puse esmero y voluntad en masturbarlo con eficiencia y lo besé con avidez cada vez mayor tratando de que me aprobara: lo besaba desde la punta hasta sus pelitos incipientes con besitos seguidos; a él parecía gustarle porque me pedía siempre y se quedaba quietito.

Cada uno tenía sus gustos; a mi me encantaba que Pedro me usara a su antojo, pero me fijaba bien que los otros chicos también me pidieran. No quería ser abandonada, ni despreciada por ninguno de ellos. Las chicas fueron desarrollando aficiones; Felicitas, por ejemplo, se convirtió en una lamedora. Le encantaba lamer los pitos y las bolitas y atrás de las bolitas, y por todas partes de los chicos. A mi no se me ocurría eso.

            Fue Delfina la que trajo luego otras novedades para enseñarnos cómo besaban los grandes: había visto que su hermana sacaba leche de la pija de su novio y nos había contado con detalle; y agregó que su hermana, además de besarlo en la pija, lo recibía en la boca. Nos quedamos perplejos y asombrados. La había visto en la escena estando con Juanita, espiando las dos juntas y nos contó, en medio del silencio ansioso que provocaba nuestra atención, con la aprobación de Juanita:

-Primero, una tarde estaban en el living de casa solos, Juanita y yo los espiábamos y ellos,  sin saber que estábamos ahí mirando y que nosotras espiábamos lo que hacían, junto con Juanita, los vimos. Pregúntenle a Juanita.- Juanita asintió en silencio.

-Elvira tenía en su mano el pito de su novio y se la besaba, mientras él le acariciaba una tetita. Y justo cuando ella se la estaba besando en la punta, él comenzó a largar eso blanco de adentro contra sus labios. Ella se sorprendió, y cuando ella se corrió asustada, quitándola de sus labios, él le pidió que no lo hiciera, que no dejara de besarle su pija, que se quedara-.

Pedro se puso mi lado con la pija afuera y me abrazó gentilmente con un gesto tierno y me acarició el cuello y el pecho, deteniéndose en el botón de mis pezones. Delfina siguió contando sus experiencias:

-Después, otro día, cuando ella lo besó en la punta de la pija, él le pidió que le corriera el cuerito y le besara la boquita, en la boquita del pito esa que tienen los varones si le corres el cuerito, y ella lo hizo y entonces el novio le pidió que lo acaricie con los labios y ella abrió un poco la boca y lo acarició con los labios varias veces, suavecito. Entonces, cuando ella tenía la cabeza de la pija entre los labios, él le soltó la tetita que le estaba acariciando y la tomó de los pelos y de la cabeza para que no se fuera a ir, ni se pudiera apartar, y le echó todo el líquido blanco en la boca.-

            La curiosidad nos volvía locos. Pedro había tomado mi mano y la había puesto en su pija que se había empinado y estaba dura, yo lo agarré bien dedicándome a acariciarle la cabecita con mis dedos. Ya para ese entonces había aprendido mucho en esto de acariciar pitos. Pensaba cómo sería eso que estaban contando, con la seguridad de que querríamos experimentarlo. Delfina siguió contando:

-Ayer a la tarde cuando los espiaba, pasó lo mismo. Yo la vi a Elvira cuando se levantó, tenía toda la boca blanca y la cara chorreada con lo que el novio le había echado, que había salido de adentro de su pija. Tenía el vestido bajado y las tetitas fuera del corpiño. Y entonces él le dijo:

-Tragátela-, y ella lo hizo, se la tragó a la que tenía en la boca,  y luego se pasó la lengua por la cara y se limpió. Estaba contenta, tenía cara de contenta, se veía que le había gustado-. Quedamos ansiosos, siempre rondaba la idea de probar nosotros, de ser grandes.

            Rocío completó la historia, contando que había visto que cuando su papá y sus tíos tomaban mate en la galería, su mamá se levantó de la reunión sin llamar la atención y fue al dormitorio de su primo, que una vez más estaba con la pija dura en la mano. Siempre era a la misma hora. Rocío los veía desde el baño sin que advirtieran su presencia y siguió contando:

-Mamá se fue derechito a él diciéndole: ¿estás jugando bebé? Dejame a mi. Entonces le agarró la pija que estaba dura y parada, se la movió un poco y antes que largara su leche blanca, se la metió en la boca bien adentro, un ratito, hasta que él comenzó a sacudirse y jadear y mamá a tragar lo que él largaba en la boca. No se la soltó, ni se la sacó de la boca hasta que mi primo quedó despatarrado en la cama acezando. Después mamá se levantó y se fue a tomar mate con papá y los tíos, sin decir agua va. Se ve que a las mujeres grandes les gusta la leche de los varones-. Sentenció. La ansiedad se apoderaba de nosotros.

            Rocío nos siguió contando que le había preguntado a su mamá si se tragaba lo que largaba su primo. Su mamá quedó de una pieza cuando le preguntó, pero después, tras prometerle que no diría nada a nadie y que no comentaría, su mamá le dijo que si.

            Las enseñanzas de las chicas no cayeron en vano. César se puso de pie, diciendo que habría que ver y le pidió a Delfina que se la bese como lo vio hacer a su hermana, para que todos puedan saber cómo fue. Además tenía que decir si le gustaba. Ella dudó apenas, se acomodó frente a él, le sobó un poco la pija que le había sacado del traje de baño y se la metió en la boca chupándola torpemente hasta que consiguió hacerlo acabar y tragó todo, para finalmente limpiarlo y dejarlo con el pito muerto. Nos miró a todos con orgullo poco disimulado y con la pija en la mano aun, dijo:

-Es riquísimo-.

            Rocío quiso hacer lo mismo con Hernán, pero él no quiso. Entonces lo buscó a Adolfo y se aplicó a acariciarlo y chuparle su pijita, buscando que acabara en su boca. Yo quedé apartada a un lado, pero se me había arrimado Pedro que me tenía abrazada y me acariciaba el pecho e hizo una caricia en la cara, mientras yo tenía su pija en la mano acariciándole la cabecita. Yo no quería ser menos, me agaché y la metí en mi boca sin correrle el cuerito. La chupé cuidadosamente, hurgando con la lengua dentro del cuerito para acariciarle la cabecita, hasta que acabó en mi boca; yo no dejé escapar una gota y me tragué todo. Tenía un gustito salado pero no me pareció tan rico como dijo Delfina.

            Cuando fueron acabando, las chicas fueron diciendo y comentando de los gustos. En los días siguientes siempre fue así. Casi fue una costumbre porque después de chupar cualquiera de las pijas y tragar la eyaculación, las chicas decían sus comentarios: Es más rico que el de Joaquín; el de César es más espeso; El de Pedro es más abundante; El de Adolfo es más salado; y así todo tipo de comentarios, no siempre fundados, pero que se consideraban como obligados y propios de mujeres cancheras y sabedoras.

            Felicitas y Rocío, presumían de ser las mejores en esto de chupar pitos y tragar volcadas; a medida que fueron perdiendo la vergüenza, comenzaron a presumir de su capacidad de distinguir sabores y proponían competir. Se jactaban de usar solo la boca y hacerlos terminar sin las manos; con la boca les corrían el cuerito y lo volvían a colocar y así una serie de habilidades. Las chicas se vendaban los ojos y comenzaban a chupar pijas y apenas recibían en la boca la volcada, la saboreaban y tras tragarla, decían un nombre porque decían reconocer el sabor. Al principio no acertaban nunca o si lo hacían era de casualidad, pero con el tiempo aprendieron a distinguirlos. Se pasaban el día con un pito en la boca, jugando sus juegos.

            A partir de esa siesta primera, no dejamos de andar en cueros, manosearnos, masturbarlos y chupar pijas. Todos o casi todos los días, a  veces dos o tres veces Pedro me lo pedía, y yo le chupaba la pija. A Pedro, que acababa en mi boca cuando se la chupaba; me echaba toda su leche blanca sacudiéndose, con muestras de gran placer. A él le encantaba que se la mame yo, mientras le tuviera los huevitos en la mano, pretendiendo que me la deje en la boca después de acabar, y me quería para él. Y yo estaba contenta, aunque si otro me pedía, se la chupaba también; muchas veces mientras se las estaba chupando a alguno, otro me acariciaba o me manoseaba la cola y me metía sus dedos en el culito.

La que más chupaba de todas era Delfina, o tal vez Rocío, a quienes todos les pedían. Todos querían que fuera una de ellas quien se las besaba y chupaba la pija y los hacía acabar tragándose todo. Todos los días chupaban las pija de los chicos y tragaban todo, muchas veces.

A mi principalmente me requería Pedro que parecía tratarme como cosa suya. A veces se tiraba desnudo en el pasto simulando dormir, y yo iba solícita a chuparle el pito sin que me lo pidiera y a hacerlo acabar, o simplemente a quedarme echada en su regazo, con su pito en la boca y los huevos en la mano, haciéndonos los dos los dormidos, apoyada en él, mientras con mi lengua jugaba con su pito. Me encantaba lamerle la cabecita, metiendo la lengua en el capuchón de cuero. En mi boca, el pito de Pedro tomaba vida propia, crecía y después, sin mediar palabra, se echaba su volcada que yo tragaba, sin soltarlo y me quedaba con él en la boca, pasándole la lengua en la cabecita, mientras jugaba con sus huevos tiernamente. Me resultaba fascinante. La situación le encantaba, el proceso se repetía entonces, y al rato nomás su pito que no había dejado de lamer y acariciar con la lengua, volvía a crecer y él a acabar y yo a tragar, y así varias veces, hasta que se cansaba alguno de nosotros, u otro de los chicos me pedía que se la chupe o me quería acariciar; entonces lo soltaba un rato y me iba con el otro. El pito de Pedro parecía hecho para mi boca y yo gozaba de que me buscara, de ser deseable y de ser una mujercita cabal que sabía sacar la leche y tragarla, como hacen los grandes.

A veces Pedro se ponía como loco y me metía el pito duro muy hondo en la boca, haciéndome dar arcadas. Yo quería darle el gusto, pero me costaba mucho. A él parecía no importarle y me la metía bien hondo; alguna vez, me lo metió entero: mi nariz quedó pegada a sus pelitos, mientras yo sentía que me había llegado al estómago: estaba yo echada boca arriba y Pedro me la metió en la boca y comenzó a apretar. No podía pasar pero empujó con fuerza su pito que estaba durísimo, hasta que algo cedió y pasó bien adentro de mi garganta.

-Miren esto, miren esto- gritaba eufórico, mientras mis ojos lloraban, pero yo estaba orgullosa. Al ratito me la sacó y me dejó recuperar, se puso de pie y se arrimó a mi que había quedado sentada y me volvió a apoyar el pito en los labios. Lo miré y abrí la boca. Me la volvió a meter hasta el fondo y mientras me apretaba la cara contra su vientre, volvió a llamar a todos a que vieran.

            Delfina y César se miraron; ella se arrimó lentamente, se arrodilló frente a él, y comenzó a querer comerle el pito. Cuando era requerida por cualquiera, Delfina no se negaba a lo que fuera, pero siendo César, su comportamiento era especial, y no quería ser menos que yo. Luchó contra sus arcadas y vomitó, pero terminó por meterse el pito entero hasta la garganta. Así, lo miraba desde abajo a César con ojos de enamorada.

            Un día, que Pedro no había venido,  me llamó César, mi hermano mayor.

-Todos dicen que se la mamas solamente a Pedro, eso no puede ser. Aquí están Adolfo y Joaquín, que se están quejando, chupáselas, dale-. Yo asentí gustosa. No era cierto lo que decía porque cualquiera de los chicos que me hubiera pedido, se la habría chupado y a estos chicos se las había chupado innumerables veces. Pero obedecí a mi hermano sin discutir ni decir nada.

            Hicieron una rueda entre todos con los chicos al medio, y yo me apliqué a chupárselas como sabía. Los chicos lo llamaron a César para que se uniera:

-Vení, no sabés cómo la chupa de bien-. El comentario me llenó de orgullo. César se incorporó al grupo y se la chupé como a los otros, poniendo esmero, hasta que acabó en mi boca sin que yo dejara escapar una gota. Desde fuera del circulo percibí la mirada enojada de Pedro que había llegado cuando estaba en plena faena. Yo había tragado lo de los tres. El sabor de César me encantó, aunque había largado tanto que me salió por la nariz.

            César quedó encantado conmigo y desde entonces me requería; sobre todo cuando estábamos en casa, en cuanto podía, me ponía su pija en la boca para que lo satisficiera. Normalmente cuando nos sentábamos a ver TV a la tardecita, mientras mamá cocinaba, me hacía que se la chupe silenciosamente y me llenaba de leche la boca, muchas veces, más de una vez. Me sentía orgullosa. Creo que nunca en mi vida tomé tanta leche de macho como en esas tardes de verano.

            Delfina vino un día con más novedades de su hermana y el novio, que todos escuchamos extasiados y llenos de intriga:

-Mi hermana se mete la pija del novio bien adentro en la boca y le saca la leche. Además se la traga. Eso ya se los conté. Pero, ¿saben una cosa?, ayer cuando mi hermana le chupaba la poronga al novio, éste le dijo que se la quería meter, no se dónde porque ya se la tenía metida en la boca. Ella tenía el vestido bajo y las tetitas al aire, que él acariciaba. Sin soltarle la pija, se la sacó de la boca y le dijo que de ningún modo, que no quería quedar embarazada, que no tenía más que quince años y no sé qué cosas más. Entonces el novio le dijo que le dejara hacerlo por atrás, y al principio no entendí, y ellos discutieron un rato. Era gracioso porque Elvira discutía y decía que no, pero mientras tanto  tenía el pito del novio en la mano, porque se lo había estado chupando y él le seguía tocando las tetitas. No quería y decía que no, pero no era una negativa tan firme. Yo vi que después que ella al principio se negó, él la fue convenciendo lentamente y al final la puso de pie siempre con el vestido abierto y las tetitas afuera, la dio vuelta y la puso boca abajo, la apoyó de panza sobre el brazo del sillón, y estando en esa posición le acarició entre las piernas como siempre hacía. Después, le bajó la bombacha dejándole la cola al aire, le hurgó un rato el culito y le metió uno o dos dedos y después, apuntó su pija y teniéndola con la mano para guiarla, se la metió en la colita-.

Se hizo un gran silencio entre nosotros, nadie se animaba ni siguiera a preguntar. Delfina continuó imperturbable:

-Parecía que le dolía, aunque no le había metido más que la cabecita, porque Elvira se quejó un poco, hizo gestos con la cara y lloró silenciosamente, pero no se la sacó de la cola ni se movió, sino que se la dejó adentro; pero luego se ve que dejó de dolerle, porque dejó de quejarse y hacer gestos, y entonces él se la metió toda y la abrazó fuerte, agarrándole las tetitas. Así estuvieron un rato moviéndose con mucho gusto. La pija de él entraba y salía de la cola de Elvira. Ella ya no lloraba, ni se quejaba. Me parece que él siguió hasta que le echó todo en la colita de Elvira, y luego se salió y ella corrió al baño a lavarse-.

El cuento de Delfina  colmó de asombro a los presentes.

            Pedro la tomó del cuello por atrás con una mano, y le dijo algo al oído. Delfina se echó de bruces y se bajó el traje de baño. Pedro sacó la pija, que tenía parada y tras acomodarse bien, le separó los cachetes y le metió la pija en el culo, en medio de un suspiro de ella, que abrió los ojos desmesuradamente y también la boca, como buscando aire. Se veía que le había dolido porque le había cortado la respiración y sus gestos no mentían. Todos parados a su alrededor contemplábamos curiosos y asombrados. Cuando Pedro lo logró y tuvo la pija bien metida en el culito, se quedó pegado a su espalda abrazado fuertemente, bien ensartado; ella tenía un gesto de dolor y él le besuqueaba y mordisqueaba desde la nuca y la apretaba fuerte. César miraba la escena con desagrado, le estaban culeando su nena preferida y evidentemente les dolía a ambos.

Un poco por rencor contra Pedro o para devolverle lo que le hacía, me tomó de la mano y me echó de bruces junto a Delfina, me bajó la bombacha sin muchos miramientos me separó los cachetes y me la metió en la cola, imitándolo a Pedro. No había ni cariño ni amor, sino más bien revancha. Fue un dolor grande porque la pija de mi hermano César era más grande que las pijitas de los otros, yo no tenía lubricación y me ardía y raspaba; yo no dije ni palabra, ni me quejé, porque quería comportarme como los grandes, pero me dolió mucho al principio hasta que me acostumbré.

Yo terminé disfrutándolo, pero me resultó feo, porque mientras tenía su pija en la cola, vi que Delfina y César se miraban intensamente y se habían tomado de la mano mientras culeaban con otros. Era como que Delfina le pedía auxilio, perdón y consuelo y le transmitía su dolor, al tiempo que le quería decir no sé qué, tal vez una disculpa porque su cola estuviera ocupada por una pija distinta de la de César.

Ella tenía una pija ajena en la cola, y un macho echado sobre ella, que la cubría como una perra, pero tenía un vínculo especial con César y mientras culeaba con Pedro, con el culito bien abierto, le expresaba algo a César: cariño y amparo o tal vez una disculpa, porque había dejado de sufrir y su gesto no dejaba de expresar placer.

            Pedro terminó primero y se salió de ella dejándola derrengada en el suelo donde la había tenido aplastada; ella no se podía mover. Es que mientras se la tenía metida en el culito, cuando todavía no se la había sacado, ella tuvo un estremecimiento que la sacudió toda y lanzó como un suspiro o quejido profundo, y se desparramó: había tenido un orgasmo, aunque no lo sabía. Fue la primera de nosotros que tuvo un orgasmo.

Ahí nomás, los otros chicos atacaron a Delfina y se la metieron en el culito, que tenía bien abierto y muy relajado después que Pedro la culeara; Adolfo fue el primero en metérsela y terminar al ratito entre bufidos. Luego vino Joaquín que se vació en el culito de Delfina ante el dolor de César, y quedó echado encima de ella. Por suerte tenían unas pijitas largas y flacas.

            Mi hermano me culeó duramente, sin atisbo de cariño, como queriendo vengarse de Pedro, que todos consideraban como mi querido, y que a su lado tres amigos le hubieran culeado su niña. Yo no lo gocé. Apenas salió de mi, se echó al lado, siempre de la mano de Delfina y Pedro ocupó su lugar y separándome los cachetes de mi colita, me llenó el culito de pija. Me gustó. Se afianzó y se enardeció, se abrazaba fuertemente a mi, pegado a mi espalda, como si tuviera miedo de que me pudiera ir, y se movía entrando y sacando su pija con violencia, que yo sentía claramente como si me quisiera atravesar. Me apretaba fuertemente y mordisqueaba el cuello y las orejas entre bufidos. Me encantaba que me culeara Pedro, que me eligiera y que le gustara, y aunque me doliera, me sentía orgullosa. No era como la culeada de César, sino que esta era posesiva, personal. Me encantó, pero esa vez no tuve un orgasmo.

Ahí se animaron todos y comenzó la fiesta, en especial para Felicitas, Rocío y Juanita que recibieron la visita de todos los chicos en su culito y más de una vez, porque apenas se recuperaban volvían por ellas. Durante toda la tarde las culearon incesantemente, uno tras otros, mostrando un vigor propio de la edad. César, el más grande, fue marcando su dominio y su prioridad culeándolas primero que nadie, después vinieron los otros. Felicitas y Rocío se quejaron de dolor al rato de estar recibiendo y recibiendo pero habían logrado terminar disfrutando sus orgasmos.

Cuando César fue por Delfina, ella se mostró activa y con sus manitos separó los cachetes de la cola, para que César se la metiera bien. Cuando lo sintió bien, lanzó un hondo suspiro y al ratito, en medio de jadeos, tuvo un orgasmo fenomenal. Yo los veía mientras Pedro me culeaba. Delfina estaba en la gloria y se movía como buscando que se la meta más adentro.

Mientras los otros seguían culeando entre todos, yo seguía con la pija de Pedro metida atrás, que él no sacó cuando terminó, sino que se quedó él abrazado, apoyado en mi espalda, como quedamos cuando terminó. Luego nos adormilamos con Pedro, que quedó pegado a mi, con su pija bien metida en mi cola, aplastándome. Pese a que había acabado, y me había culeado bien culeada, no se le bajó sino que quedó con consistencia sin salirse y al rato recuperó todo su vigor, y Pedro me echó otro polvo, mucho más placentero que el primero. Me hubiera culeado más veces, pero ya se hacía la hora de volver a casa.

Esto se hizo costumbre, y todos los días, después de culearme, Pedro se quedaba pegado a mi, casi siempre en posición cucharita, con su pija adentro, bien adentro, para evitar que otros me requirieran. Así, no era raro que su pija volviera a crecer dentro de mi culito, y el volviera a acabar, después de culearme bien. Enseguida comencé a tener unos orgasmos sensacionales, que al principio no sabía reconocer. Entre tanto, mis tetitas crecían, creo que a fuerza de pija y leche, se fueron formando para delicia de todos y en especial de Pedro que lo disfrutaba enormemente. Lo curioso era que a veces otro de los chicos quería que le chupe la pija, y entonces yo, cuidando de no zafarme de Pedro, me incorporaba a medias y se la chupaba también. Eso si, cuando no me culeaba Pedro, siempre había algún otro que lo hacía aunque César era el que menos. Hernán, nunca. No pasaba un día sin que fuera bien culeada al menos dos o tres veces.

Una siesta que Pedro yacía despatarrado boca arriba, me arrimé a gatas entre sus piernas y tomé sus huevitos en una mano y la pija con la boca. Quería sorprenderlo y darle placer y vaya si lo conseguí, pero cuando la tenía bien en la boca se arrimó por atrás Joaquín, tentado por mi ojetito, y me la ensartó en el culito. Fue delicioso y de la sorpresa me tragué toda la pija de Pedro. Joaquín me culeó bien culeada, con una habilidad que no le conocía de las otras veces que me había culeado, y que no eran pocas; a decir verdad, me llevó al cielo y me arrancó un orgasmo delicioso. Le hubiera querido besar y agradecer, pero tenía la boca llena con el pito de Pedro.

Así pasó ese verano. Cuando terminaba marzo, había probado una variedad de pijas y había aprendido a gozar por la boca y por la cola y me mantenía virgen por suerte y con la seguridad de no estar embarazada.

Así recibí mis doce años.

Los veranos siguientes, no se repitió la escena ni se volvió a armar el grupo.

Pero había quedado una suerte de acuerdo secreto que se perpetuó en el tiempo con todas nosotras, que seguimos chupándoselas o dejándonos culear por éstos varones.

Felicitas solía ir de visita a casa de Pedro, a quien se la siguió chupando y con el que siguió culeando hasta que se casó. Y creo que después también, pero con el novio nada. Se jactaban, ella y su marido, de haberse casado vírgenes.

Delfina, se puso de novia con mi hermano César y siguieron culeando y mamándosela hasta que se casaron y siguieron su vida: Siguieron la amistad con Pedro, que no dejó de culearla, ni hacerse mamar, ni siquiera cuando se casaron. Pedro tenía derecho a culearla y que se la chupen, pero no a cogerla como el marido. Estando Delfina embarazada, Pedro la culeaba sistemáticamente y así siguió siendo durante mucho tiempo. También Adolfo, cuando se encontraba con ella, solía culearla también. Otro tanto ocurría con Joaquín. A veces ella prefería chuparles la pija. Pero solamente usaban su colita o su boca.

Yo me fui a estudiar afuera, pero cuando venía a casa, me usaba mi hermano César que seguía teniendo una leche deliciosa y también Pedro y Joaquín. Los otros chicos se habían dispersado. La pija de Pedro había crecido, como él, y me resultaba enorme y desconocida. Pero lo mismo aprendí a disfrutarla, sobre todo por el culo.

Hernán se manifestó claramente homosexual enseguida. Los chicos lo culeaban y le dejaban que los mamara, para que no estuviera quejoso.

Rocío se puso de novio con Adolfo y Juanita con Javier el primo de Rocío a quien se la chupaba su mamá; competía con ella por la pija de su novio, pero la mamá de Rocío era una experta con la boca y no podía desplazarla. Por otro lado, el novio de Juanita, el primo de Rocío, deliraba por su culo, que usaba sistemáticamente pero nunca le tocó el virgo hasta que se casaron.  Con Rocío y Adolfo se cambiaban permanentemente, y cuando se encontraban con Pedro o con César, ellas celebraban porque también las culeaban y si no les chupaban la pija.

Pero ninguno usó nunca la concha de las chicas, salvo sus maridos.


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2 respuestas

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