Por

Anónimo

diciembre 19, 2020

1146 Vistas

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Cuanto más primo...

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-Venga, mujer, no seas así…

-No, no, de eso nada.

No había manera de convencer a mi prima Rocío de que me dejase tocarle el coño. Chupárselo, menos aún. Y ya lo de follar, ni mencionarlo. Quería llegar virgen al matrimonio. Y en mi familia, eso de la virginidad y el matrimonio no era ninguna broma. Yo lo sabía, pero estaba loco por probar ese coño peludo y pringoso que tenía. Me ponía como una moto verlo, oler su aroma levemente marino, sentir la caricia de su vello púbico contra mi pierna cuando nos pegábamos un restregón…pero no había nada que hacer.

-Venga, no pongas esa cara, te presto mi culo para que te desahogues si quieres.

Y dicho esto, se puso a cuatro patas sobre la alfombra de la habitación, con todo su culazo en pompa y su melena negra cayendo desordenada sobre su espalda. Yo alcancé el tarro de vaselina para los labios que solíamos usar para estas ocasiones, y unté generosamente la raja que separaba sus nalgas. Ella ronroneó, juguetona.

-Me haces cosquillas…

Luego me puse un poco de vaselina en la polla y me la embadurné bien. La apoyé en la raja de su culo, apreté sus glúteos regordetes con mis manos y empecé a restregar mi rabo entre ellos. Mi prima tampoco me dejaba darla por el culo, pero me permitía que frotase mi cipote entre los cachetes de su culazo hasta que me corría, mientras ella se masturbaba. Así era como solíamos terminar la faena…

Mi prima Rocío y yo siempre nos habíamos llevado muy bien. Siempre habíamos tenido una complicidad especial. Me sacaba dos años, pero estábamos todo el día juntos, jugando, hablando de nuestras cosas. En un momento dado habíamos empezado a contarnos cosas íntimas. Luego habíamos empezado con lo típico, que si dejámela ver, que si enseñámelo, que si déjame que toque…Unos meses atrás habíamos empezado a pegarnos el lote siempre que podíamos. Yo le comía las tetas, ella me hacía pajas, nos morreábamos…yo siempre intentaba que ella me dejase hacerle un dedo o comerle el conejo, pero no había tu tía. Así que un día que estaba yo especialmente cachondo y no quería conformarme con una pajilla ella se había ofrecido a “prestarme su culo”, lo que tampoco estaba nada mal. Me gustaba sentir la caricia de sus nalgotas apretadas contra mi rabo, notar la humedad de su chocho empapado en mis pelotas, oírla gemir suavemente mientras ella se tocaba, ver cómo se le ponía la piel de gallina, percibir cómo palpitaba su ojete con el roce de mi polla al deslizarse por la raja de su culo…

No es que mi prima fuese lo que se dice una belleza. Era una chica normal, morena, ni gorda ni delgada, con las tetas pequeñas y el culo grande. Y con una almeja peluda que me tenía a mal traer. Yo era normalillo también, en cuanto a mi aspecto, pero manejaba un buen pollón, y estaba todo el día más salido que el mango de un cazo. Era normal, tenía 18 años, y a esa edad ya se sabe…

Mi prima empezó a gemir de forma más audible. También podía oír un sonido húmedo, chapoteante, acompasado al movimiento de sus dedos en su coño. Su espalda empezó a arquearse. Le faltaba poco para correrse. Agarré sus caderas y aceleré el vaivén de las mías. Mi picha se deslizaba por en medio de su culazo inmenso, cada vez más deprisa. Mis huevos estaban húmedos de su flujo, y mi glande empezaba a escupir líquido preseminal que, hecho un hilo, le pringaba el ano y la rabadilla. Le temblaban las piernas, y empezó a gruñir. Se estaba corriendo. Empecé a moverme más deprisa. Mi polla estaba tan dura que me dolía. Mi prima volvió la cara un poco y pude ver cómo se llevaba los dedos pringosos de flujo a la boca y se los lamía poniendo cara de guarra mientras me miraba a los ojos. Ya no podía más. Me iba a correr…

-Pero, ¿qué estáis haciendo?

Al oír aquella frase los dos miramos a la puerta, asustados. Allí estaba, con los brazos en jarras y cara de sorpresa, mi prima Carolina. Era la hermana pequeña de mi prima Rocío, un par de meses mayor que yo. Nunca le habíamos contado nada de nuestro rollo, y llegó al cuarto justo a tiempo de pillarnos in fraganti. De la impresión, nos habíamos quedado paralizados, pero mi polla iba a lo suyo y, a pesar de haber frenado yo el vaivén, eligió justo ese instante para lanzar un chorrazo de lefa que cayó sobre la espalda de mi prima Rocío, manchándole de paso el pelo. Yo no sabía dónde meterme. Mi prima Carolina era una rancia, una empollona, una aguafiestas. Ya de pequeños siempre le iba con el cuento a mis tíos si hacíamos cualquier trastada. Y si ahora hacía lo mismo, íbamos a tener problemas. Graves problemas. Uno pensaría que parte del morbo de montártelo con tu prima en casa de sus padres es la posibilidad de que te puedan pillar, pero yo nunca me había planteado que pudieran sorprendernos. Mis tíos estaban casi siempre en el pueblo, y mi prima Carolina se pasaba la vida en la biblioteca estudiando. ¿Cómo iba yo a pensar que precisamente ella nos iba a ligar?

Lógicamente, nos levantamos, nos vestimos de cualquier manera y empezamos a suplicarle que no dijera nada. Ella nos miraba con cara de desprecio y guardaba un silencio implacable. Nosotros le rogábamos que guardase el secreto, jurábamos que no volvería a ocurrir…lo típico. Ella se fue al salón y se sentó en el sofá, mirando al infinito, como si no nos viera. Mi prima Rocío lloraba. Yo ya pensaba en huir de la ciudad o en tirarme al río, porque si se enteraban mi tío y mi madre más me valía desaparecer. O morirme. Y entonces mi prima Carolina dijo con voz fría:

-Me callaré, pero con una condición.

-La que sea, la que sea…

-Vais a hacer lo que yo os diga.

-Lo que quieras.

-Volveos a desnudar.

Nos quedamos como dos idiotas mirándonos el uno al otro.

-Lo que yo quiera, ¿no? Pues os volvéis a desnudar ahora mismo.

Le hicimos caso. ¿Qué opción teníamos? Nos quitamos la poca ropa que nos habíamos podido poner y nos quedamos a la espera. Miré la cara de mi prima Carolina. Estaba ruborizada, respiraba aceleradamente y tenía los ojos brillantes. Estaba, comprendí enseguida, cachonda como una perra. Me extrañó verla así. Además de ser bastante flacucha y poco agraciada vestía como una monja y era bastante distante. Pero enseguida iba a descubrir que en realidad era una pervertida de tres pares de cojones.

-Ahora coges las bragas y el sujetador de ella y te los pones.

Yo la miré con la boca abierta.

-Que te los pongas.

Mi prima Rocío me alcanzó su ropa interior y yo me la puse como buenamente pude. Mi prima Carolina se desabrochó los botones del pantalón, se metió la mano derecha en la entrepierna y continuó dándome órdenes.

-Ahora la pones a cuatro patas y le chupas el culo.

-Oye, eso no…

-Le chupas el culo o me chivo de todo.

Mi prima Rocío se puso en el suelo a cuatro patas y se separó las nalgas con las manos. Yo me coloqué detrás de ella y metí mi cara entre sus glúteos. Superando una vaga sensación de asco cerré los ojos y estiré mi lengua hasta tocar su ano. Ella suspiró de placer. Yo lamí con aprensión pero también con deseo. Su culo tenía un sabor fuerte, pero embriagador, como a sudor concentrado, mezclado con vaselina y con restos de mi corrida. También el aroma a pescado fresco de su chocho llegaba a mi nariz y se mezclaba dando lugar a una combinación extrañamente excitante. Empujé con la punta de mi lengua y la metí un poco por su ojete. Agarré sus nalgas con mis manos y empecé a masajearlas, notando cómo me acariciaban la cara. Pude escuchar los jadeos roncos de mi prima Carolina, y noté cómo mi prima Rocío se acariciaba también mientras sentía mis lametazos en su culo. Mi polla empezó a empinarse a toda velocidad y se salió de las bragas. Abrí los ojos y miré a mi prima Carolina, que se retorcía despatarrada sobre el sofá, gimiendo como una guarra. Se le caía hasta la baba a la muy cerda.

-No pares ahora…

Mi prima Rocío echó el culo hacia atrás, avasallándome. Yo volví a lamerlo golosamente mientras acariciaba sus muslos temblorosos. Mi lengua se iba abriendo cada vez más paso dentro de su ano y yo estaba tan caliente en aquel momento que juro que hasta me habría comido con gusto su mierda si se hubiera dado el caso. De repente mi prima Rocío soltó un grito desgarrador y empezó a agitarse de forma tan violenta que me tiró para atrás. Nunca la había visto correrse de aquella forma. Mi prima Carolina, entretanto, estaba relamiéndose los dedos. Cuando terminó, vino hasta donde estábamos nosotros, y para mi sorpresa empezó a lamer los restos de mi lefa de la espalda de su hermana mayor. Yo no daba crédito. Mi prima Rocío se escabulló y la miró sorprendida mientras Carolina se tragaba mi semen con cara de vicio.

-Bueno, ya está, ¿no? ¿Nos podemos vestir ya?

-No. Ahora falta que disfrute él…-y mirándome a mí dijo: ponte de pie.

Se lamió la palma de la mano y empezó a hacerme un pajote mientras con la otra mano me acariciaba las pelotas.

-Es como jugar al Tetris-decía-la palanca, y los botones…

Yo estaba alucinando con aquella situación. Y más todavía cuando agarró mi polla y se la metió en la boca. Y más aún cuando le dijo a mi prima Rocío que me chupase las pelotas. Esta obedeció, y para mi sorpresa mi prima Carolina dejó de comerme la polla, se rechupeteó un dedo y me lo metió de sopetón por el culo. Yo solté un quejido, pero ella empezó a masturbarme lentamente con la otra mano mientras me hurgaba el ojete con su dedo y la lengua de mi prima Rocío me acariciaba los huevos. La escena tenía que ser surrealista a más no poder. Ahí estaba yo, de pie en medio del salón de mis tíos, con el sujetador de mi prima puestos y sus bragas por las rodillas, mientras una de mis primas me la cascaba y me metía un dedo por el culo y la otra me comía las bolas. Era demasiado. Empezaron a temblarme las piernas y noté que se acercaba un orgasmo descomunal. Apenas tuve tiempo de avisar en un susurro áspero.

-Que…me…corrooooo…

No sé si no me oyeron o les daba igual. Ahí siguieron cada una a lo suyo y yo me corrí como una bestia, gruñendo brutalmente y largando una lefada monumental sobre la cara de mi prima Rocío y la mano de mi prima Carolina. Cuando dejé de eyacular caí literalmente de rodillas al suelo. Se hizo un silencio incómodo. Nos mirábamos como si hubiéramos visto a un fantasma. Ellas fueron a lavarse, yo me quité las bragas y el sostén de mi prima, me vestí y me fui de allí sin despedirme. No sabía qué decir.

Después de aquello mi prima Rocío y yo, una vez pasadas unas semanas y comprobado que nuestro secreto estaba a salvo, volvimos a nuestros encuentros durante una temporada, pero mi prima Carolina no volvió a unirse a nosotros. Y nunca hemos hablado de lo ocurrido aquella tarde. Pero cuando coincidimos los tres en alguna reunión familiar o lo que sea, no puedo evitar recordar lo que pasó. Y tengo que ir al baño a cascármela inmediatamente, para no tirarme encima de ellas como un poseso.

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2 respuestas

  1. nindery

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