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junio 9, 2012

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CUANDO EL DESEO SE HACE OBSESIÓN

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-Vamos a ver tu regalo.

Ahmed conducía a su invitado al interior de la tienda con gesto amigable, posó la mano sobre el hombro de Carl y le guió adentro mientras apartaba el faldón de entrada con la otra.

Ahmed era un hombre racial, de rasgos puramente arábigos, tez morena, gran nariz, poseía unas cejas frondosas que enterraban sus ojos ocultando en ocasiones lo que observaban y la expresión que de ellos se despedía; bajo la túnica se intuía la gran mole de grasa que tenía por barriga, al final de las mangas sus manos mulatas portando anillos lujosos e increíblemente unas uñas de perfecta manicura que contrastaban con su cara sudada y aspecto seboso. Observándolo se veía a leguas que Ahmed gozaba de los cuidados de alguien de su posición y riqueza pero definitivamente el hábito no hacía al monje.

La tienda era vistosa, repleta de tules de graciosos colores que colgaban de la carpa, adornada de lámparas doradas y suelo tapizado de alfombras ricas en geometrías irisadas, se percibía que disponía de varias salas separadas entre si por velos y cortinas; el olfato se deleitaba con los aromas de especias e incienso que inundaban el toldo.

Ahmed en su invitación dirigió a Carl hasta un diván forrado de seda burdeos rematado en oro, situado en uno de los laterales de la mediana antesala. A su lado una pequeña mesilla contenía una bandeja de plata con algunas frutas a modo de aperitivo, pan de pita y una jarra grabada a juego con el azafate que rebosaba de tinto; varias copas de metal completaban el conjunto a la espera de ser llenadas y algunos finos paños permanecían bien doblados para ser usados como servilletas. El viejo tomó dos copas las colmó de vino, ofreció una a Carl y con la otra mano sugirió que picotease algo de comida que el joven desestimó con un gesto agradecido.

Era Carl hijo de comerciante aburguesado, su padre que en paz descansaba, había abierto las rutas entre ambos países y entre sus contactos se encontraba Ahmed, años atrás se convirtieron en manos derechas el uno del otro y Carl como primogénito había heredado los negocios y amistades forjadas por su ascendiente. El muchacho era inexperto pero contaba con una empresa estructurada y encajada de tal forma a lo largo de los años, que el único cometido que desempeñaba era el de firmar los documentos previamente revisados por sus asesores y el de hacer acto de presencia en las reuniones con los altos dirigentes musulmanes, estos nunca permitían congregaciones con mandados y así fue como Carl se hizo la cabeza visible del negocio de los Morgan aunque no valiese para ello.

Su apariencia al igual que sus actitudes para el comercio era reveladora, chico de mediana altura, delgado, con aire lánguido envuelto en un aire de falsa enfermedad, melancólico y de expresión distraída tras un flequillo castaño que caía sobre media cara. Ahmed era conocedor de las carencias del muchacho pero sentía compasión por él, en cierto modo la amistad con la familia le obligaba emocionalmente a apadrinarlo y por ello Ahmed disfrazaba inútilmente los defectos de Carl ante el resto de empresarios, presentando al pelele como un hombre observador parco en palabras, que no movía pieza hasta estar seguro de sus pasos y eso lo hacía una persona inteligente, comedida y talentosa para el negocio. Realmente nadie lo creía pero siendo el protegido de Ahmed, no era discutido.

El moro dio una palmada, por un instante se hizo el silencio y Carl permanecía expectante. Tras breves segundos se abrieron las cortinas de la sala contigua y con ellas entraron lo que Ahmed nombró como las damas del paraíso. Una hilera de mujeres se presentó ante los dos, todas ellas ataviadas de faldas sedosas semitransparentes que dejaban entrever los encantos y desencantos (a los ojos del chico) de ellas. Ahmed hizo un gesto giratorio de su mano y las esclavas una tras otra se dieron media vuelta se pusieron a cuatro patas y apartaron las ropas dejando a la vista las ancas y las alhajas que escondían entre sus piernas.

-Vamos Carl, no te incomodes- conversaba Ahmed mientras se acercaba a las muchachas � es hora de que dejes de ser un niño, que mejor que entre los brazos de una de mis queridas y hermosas piezas. Tienes dónde elegir, hay para todos los gustos, flacas o carnosas, da igual cualquiera de ellas te complacerá inmensamente, si quieres puedes catar antes de elegir � y mientras decía esto pasó casi introduciendo sus dedos índice y corazón en el coño de una de las muchachas que ni siquiera se inmutó, atrajo su mano hacía su enorme nariz y aspiró el aroma, después lamió los dedos y cerró los ojos extasiado.

Un alarido lo sacó del trance y Carl aprovechó para desviar los acontecimientos.

-¿Qué ocurre, de dónde proviene ese grito?

-Ah, no es nada joven hijo, no es más que una yegua sin domar.

-¿Cómo? Me pareció una chica � se incorporó del canapé señalando el lugar de origen, otra sala tras unos faldones a la derecha.

-Curioso Carl ¿Quieres verla, la doma? Vamos ven, dejemos tu regalo para luego � entre risas Ahmed lo llevó a la siguiente estancia.

La imagen de aquella escena impresionó considerablemente al chico. Aquella sala no era para nada lujosa ni cuidada en detalles, bastante lúgubre y pobre en decoración parecía más una estancia de torturas que un lugar dedicado al ocio.

Se encontraban en ella dos fornidos cuarteleros que custodiaban y sometían a una joven desnuda que se hallaba atada a un potro en posición cuadrúpeda sobre él. Uno de ellos asía un mango de madera con el cual la violaba manualmente a la dueña de los gritos.

-No te asustes, ¿Cómo piensas qué llegan mis flores a ser tan sumisas y obedientes como las que te mostré antes?, llegar a formar parte de mi jardín tiene un precio.

Carl escuchaba a Ahmed con la vista perdida en otro lado.

-Ay joven muchacho, eres tan desconocedor de ciertas artes. ¿Qué es lo que tanto te distrae de mis palabras? Ya entiendo, te gusta aquella jamelga, no quieras aspirar tan alto, es mucha potranca para mi incluso, mejor debieras escoger alguna del otro salón.

Efectivamente entre tanto Ahmed explicaba sus métodos de doma, Carl se había percatado de que en la misma sala se encontraba maniatada otra muchacha esperando su turno de ser subyugada.

-Quiero esa � dijo Carl un tanto indeciso � no me gustan las cosas rodadas.

Una risotada nuevamente se escapó de la garganta de Ahmed.

-Al final va a ser que nuestro inexperto amigo es una caja de sorpresas. Así sea. Está noche que la lleven a la campaña del chico � ordenó a los secuaces � pero te advierto que es salvaje, no podrás hacer nada con ella.

Habían transcurrido un par de horas desde que Carl descubriera aquella faceta aparte de lo empresarial de Ahmed, por un lado él educado en otro país, otra cultura, se encontraba atónito; aquellos modos, las maneras de disponer de las mujeres tan remotamente prehistórica, tal que si fuesen una mercancía con la que tratar y disponer a antojo. Sin embargo se hallaba ante la sensación de que no podía refrenar el impulso de querer echar por tierra todos sus principios y lanzarse a formar parte de aquella humillación. De todas formas lo mejor sería irse a dormir y dejar que todo aquello se disipara como un simple pensamiento, en dos días volvería a casa y todo quedaría como una mera anécdota.

Entró con sus cavilaciones en la lona destinada a sus aposentos y al levantar la vista allí estaba, desde luego los mandatos de Ahmed no se hacían esperar, frente a los mullidos cojines que servían de cama la habían dispuesto; anudada a una cruceta por las muñecas y tobillos, engalanada como las otras por unas breves prendas que permitían ojear las firmes carnes bronceadas de la adolescente. De piernas largas y cabello ébano, de labios berbiquís, carnosos invitando a ser mordidos, pero Carl se perdió en sus ojos de mirada profunda y llena de soberbia, oscuros, penetrantes e incluso desafiantes. Pasó toda la noche encandilado observando a la muchacha que en ningún momento flaqueó en actitud aunque contrariara porque Carl no se hubiese acercado a ella.

A la mañana siguiente el muchacho regresó a sus quehaceres con Ahmed que inesperadamente no refirió nada más del regalo de Carl, antes de volver el chico le comunicó que retrasaría su salida unos días más, Ahmed no parecía sorprendido.

-Occidentales, se les ofrece un pasatiempo y acaban por enamorarse � farfulló entre dientes.

Era la segunda noche, mientras cenaba algo Carl se sentó frente a la chica, le ofreció uvas alargando su mano cerca de la boca y ella aunque hambrienta retiró su cara.

-Peor para ti, no creo que tengas iguales fuerzas si no pruebas bocado, en unos días caerás enferma.

La muchacha le miró de reojo y asintió con la cabeza, cediendo algo en su postura. Carl se levantó y uno a uno le fue dando de comer algún agracejo que ella tomaba con sus belfos rozando levemente los dedos del chico.

-Eres tan hermosa, tan apetecible� ahhhh � exclamó el joven tras haberle susurrado en la oreja � debería apalearte � le gritó mientras se oprimía las falanges mordidas. Aun así Carl se apiadó de la muchacha.

Los días venideros transcurrieron casi de igual modo, Carl trabajaba y cuando terminaba corría raudo a la campaña deseoso de ver a la joven. Transitaba la noche casi en vela, leía en voz alta bajo la atención de la doncella, le daba de comer y la aseaba mimosamente. Ella ponía resistencia, enfurecía con cada palabra y ademán cariñoso de Carl, que aguantó todos los desaires sin darles ninguna importancia.

Aquella madrugada Carl nuevamente se dispuso a lavar el cuerpo sudoroso de ella, asió la esponja húmeda y la pasó por su rostro, bajaba lentamente por el cuello y se recreaba en cada poro de la piel de su obsesión, se deleitaba en sus senos, el vientre y allí se detenía pudoroso, mas en esta ocasión no pudo contenerse y descendió hasta sus muslos; la joven reaccionó y con el poco movimiento que le proporcionaban las ligaduras atinó a golpear con la rodilla la cara de Carl. No pudo reprimirse, él había intentado ser amable, paciente refrenar lo que ella despertaba en él y aun así ella seguía siendo la misma mujer arrogante que le trajeron hacía días. Estalló en cólera y un intenso impulso animal se apoderó de aquel chico indolente de buenos modales; se abalanzó sobre ella y la despojó de sus vestiduras, ella intentaba zafarse de la cruceta y morderle pero del joven y clemente Carl no quedaba nada. Lamió los ansiados pechos, los pellizco, sorbió cada uno de los rincones de ella, manoseándola al paso de sus palmas, perturbado se bajó los pantalones y con una mano blandió su falo erecto entre tanto con la otra arañaba los muslos que luchaban por cerrarse. Con un golpe contundente consiguió que la chica cejase por un momento de resistirse y Carl aprovecho para envainar su pene en la vagina de ella arrancando un aullido de la joven, la acometía una vez tras otra, cada vez más furioso mientras ella cada vez más vencida casi no ponía intransigencia alguna� Carl se desparramó dentro de ella y agotado cayó de rodillas al suelo. Conforme pasaban los segundos se daba cuenta de la brutalidad y del monstruo en que se había convertido. Tomó un puñal y entre lágrimas cortó los nudos que sujetaban a la chica.

-¿Cómo podrás perdonarme? � suplicaba Carl

Ella lo miró fijamente y con las pocas fuerzas que le quedaban propino una bofetada a Carl que le dolió más en la conciencia que en la cara.

-Sácame de este infierno, llévame a tu país � eran las primeras y casi últimas palabras que ella le dedicaría.

-Pero ¿Cómo? ¿Aun así vendrías conmigo?

-No te confundas, ¿para qué crees que quedaría si no saliese de aquí?

Al día siguiente Carl partió con la joven rumbo Inglaterra, era lo menos que podía ofrecerle.


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2 respuestas

  1. nindery

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