
Por
Anónimo
Aprendiz
Ella estaba abrumada en la tarea impuesta. Llevaba horas ordenando libros en ese lugar frío, evidentemente abandonado durante todo el verano que ya finalizaba. Su nula experiencia laboral y su incapacidad de decir «no» eran las razones principales que la llevaron a esas horas extras que no serían remuneradas, al menos no en dinero.
Ella era ingenua aún en muchos aspectos. Sólo un par de meses atrás había sido descubierta por su jefe; que también era su evaluador de práctica. Y no, él no descubrió su talento; él descubrió su himen intacto, puramente húmedo y excepcionalmente virgen para su edad. Ese hombre lo supo de inmediato, sin que ella se atreviera a decírlo; y lo disfrutó por supuesto, segundo a segundo, centímetro por centímetro.
Con más de una década en diferencia en edad, para él fue un regalo. Para ella fue una revelación.
La luz del sol despidiéndose la obligó a bajar por ayuda, la nueva integrante del equipo educativo ni siquiera sabía donde estaban los automáticos para encender esa luz. Jamás había subido.
Los pasillos estaban vacíos, pero de lejos divisó a uno de sus compañeros. Él se sorprendió al verla aún trabajando y no dudó en prestarle ayuda, pues bien sabía que no había nadie más en el colegio. Al menos hasta que llegara su amigo a quién debía esperar… Si, a ese mismo jefe.
Él la deseó desde que la vió por primera vez, y en secreto apostó con su amigo, que resultó ser más rápido. Pero a él ya no le importaba tal apuesta, también quería probarla.
Él no la dejó sola, hasta la guió con todas las dudas y ella logró avanzar. Él estaba acechando y ella comenzaba a notarlo. Él cobraría su favor.
El deseo es traicionero en pieles jóvenes hambrientas de experiencias, pero en una mujer que se descubre tarde, ese peligro es un fruto exitante que siempre está listo para mordisquear.
Él revisó su reloj y apresuró un beso que ella respondió lascivamente. Él olvidó a su amigo, a su novia y su ética laboral. Las tiró al suelo junto a la pila de libros que quedaban en el escritorio. Ella no tenía ganas de analizar, sólo quería saber si habían diferencias en este mundo. Él la sentó sobre aquella mesa y descubrió que la chiquilla había aprendido a vestirse para toda ocasión y hasta agradeció a su camarada adoctrinarla en la sumisión.
No hubieron preámbulos, la situación y un par de besos apasionados fueron suficientes para erectarlo y para mojarla. Él no le adelantaba tantos años y tenía mucha más energía, también lo superaba en calibre.
Ella cerró los ojos y puso su mentón en el hombro del insidioso. Él con su cuerpo separó sus piernas y traspasó su calor a toda su ingle y a su vulva, todavía sin llegar a tocarla del todo. La besó en el cuello, descubrió sus pechos y los lamió. Ella no contuvo la exitación y lo tocó. Tomó su verga con una sola mano y lo masturbó deliciosamente, paseó su miembro por sus labios mayores y lo guió hasta su caliente y empapado coño. Él agarró sus ancas y la penetró agarrado de sus senos. Ella se tapó la boca con una de sus manos para silenciar sus gemidos mientras él la embestía una y otra vez con acrecentada rudeza… Y es que ese manjar era irresistible, suave y apretado… en su cabeza incluso bromeó con la idea de que sabía a nuevo. Ella se aferraba a la espalda de su compañero, a ratos encontraba más placer recostándose en el escritorio. Esta vez podía elegir que hacer sin órdenes y sin doctrinas. Era libre para disfrutar de toda esa fibra que entraba y salia jugosamente de su entrepiernas.
Ella sintió el primer orgasmo y él recibió el impacto en la punta de su falo, él nunca había sentido a una mujer eyacular y aunque confundido, no podía evitar sentirse más exitado. Notó entonces que su mastil se ensanchó, ojeó la hora y se saboreó sabiendo que aún quedaba tiempo. La bajó de escritorio, la volteó y ella hizo el resto. Se inclinó sobre el escritorio y puso sus codos sobre la cubierta liberando el movimiento de sus jóvenes y grandes tetas. Sus gluteos eran carnosos, su abultada cadera era firme, el arco de su espalda era perfecto, la chica estaba entrenada para encontrar el placer.
Él se desacató al verla en esta posición y la cogió como loco, la penetró tan vulgarmente que los gemidos de esa niña necesitaron sus dos manos para ser ahogados, algunas lágrimas escaparon de sus ojos, sin embargo ella no sabía de rehusar el dolor, para ella sólo era otro nivel de placer.
Ella acabó, se vino y se corrió con la venosa polla en su interior. El sintió que era su momento y sólo entonces se preocupó. Le habló para advertirle del climax pero ella sabía que hacer, sin dudarlo le sugirió la solución. Él se calentó todavía más al escucharla y dió su último aviso. Ella rapidamente se volteo y se inclinó frente él. Introdujo la fibrosa verga en su boca y se acompañó de sus manos para finalizar la tarea. Él soltó todo su semen y llenó de leche caliente y gorgoreante esa exquisita boca. La pequeña zorra aprendía rápido, tanto que sólo una lujuriosa mirada de satisfacción en su delicado rostro fue suficiente para que su mástil se erectara nuevamente. Pero el tiempo apremiaba para salvar desapercibidos de su empleador.
Él bajó con sus piernas temblorosas, ella se despidió con su vulva palpitante. Ambos estaban aún con ansias y atiborrados de placer. Ambos disimularon.
Más tarde, esa noche, ella fue descubierta por su jefe y domador. Su castigo fue sexualmente ineficaz, pues su curiosidad era más fuerte. Él continuó en el anonimato, siguió deseándola, siguió imaginándola.
Una respuesta
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