Por

Anónimo

noviembre 11, 2024

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¿Pagué por Sexo?

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Un viaje así es brutal, pero te deja reventado. Así que en mi último día en Moscú, antes de pillar el vuelo de vuelta, decidí regalarme un masaje. Me alojaba en un hotel céntrico llamado Kitay-Gorod y esa mañana me puse a mirar los anuncios de masajes de su tablón de anuncios. Fui con cuidado, descartando esos «masajes» que resultan ser prostitución encubierta, y me quedé con los teléfonos de tres mujeres y dos hombres.

Mientras me daba una vuelta por el GUM, fui escribiéndoles a todos. Anna era uno de ellos. Me contó que usaba una técnica de masaje de su zona, una provincia rusa de más allá de los Urales que yo nunca había escuchado y que pronto olvidé. Su tarifa al cambio era de unos 30 euros y el piso donde daba los masajes estaba a dos calles de mi hotel. Como era la opción más económica y cercana, me decidí por ella y le pedí una cita para esa tarde. Anna tenía ya la tarde completa, pero al decirle que me iba de Rusia al día siguiente, me hizo el favor de darme cita fuera de su horario. Quedé con ella a las 20:30.

Esa noche, cené temprano en un Hooters que había cerca del hotel, me di una ducha rápida y luego fui al lugar que ella me había indicado. Toqué la puerta y me abrió la puerta una chica rubia y delgada, de unos 25 años. Llevaba una camiseta blanca ancha que ocultaba sus curvas y unos leggings negros. Me saludó con timidez, sin mirarme directamente a los ojos, y en un inglés horrible, me dijo:

—I’m Anna. Follow me!

Mientras atravesábamos el pasillo, pensé que seguramente esa mañana había usado un traductor para chatear conmigo. No tenía pinta de ser capaz de articular una frase completa, con sujeto, verbo y predicado, en inglés. Al llegar a la habitación, vi que en ella había una camilla de masaje de cuero negro cubierta por una toalla blanca.

—Put this on —dijo, entregándome un tanga negro de papel.

Cuando me dejó solo en la habitación, me desnudé por completo y me puse el tanga. ¡Qué asco me dan esas telas! Me miré en el espejo y por detrás parecía que estaba en bolas; la tira se metía entre mis nalgas. Por delante, casi era peor: tuve que colocarme el paquete varias veces para que no se me escapasen ni los huevos ni la polla. ¡Era minúsculo!

Yo me tumbé y la esperé boca abajo. Ella entró al rato. Encendió uno de esos aparatos de aceite y pronto toda la habitación olía a vainilla. Empezó el masaje igual que lo hace mi fisio: primero me echó una loción en la espalda y en la parte trasera de mis piernas y luego fue soltándome las zonas tensas. Pero, a diferencia de mi fisio, ella lo hacía con tal sensualidad que me estaba poniendo nervioso… Si me la encontrase en una disco, me lanzaría sin dudar, y si se dejara, me la tiraba. Pensar en eso hizo que mi polla palpitase, pero no me importó, mientras estuviese tumbado boca abajo no habría problema. Me sorprendió mucho que ella incluyese mi culo en su masaje. Mi fisio no me lo toca ni con un palo. Pero, bueno, yo estaba en Rusia y eso era un masaje ruso.

—Turn around —me ordenó de pronto acariciándome la nuca.

Antes de obedecerla, me aseguré de que no estaba empalmado y de que mi polla seguía dentro del tanga. Tumbado ya de frente, ella continuó con su masaje: pecho, hombros, brazos, pies y piernas. Yo cada vez estaba más excitado, y cuando se centró en los muslos, ahí ya fue inevitable. Mi rabo crecía y empezaba a evidenciarse en el tanguita, pero ella se mantuvo profesional y aunque estoy seguro de que lo vio, no se inmutó, siguió a lo suyo, siguió presionando mis muslos. ¡Qué bien lo hacía! Pronto, mi rabo comenzó a palpitar sin control, como si tuviese un animalillo escondido en el tanga, y se asomó fuera. Lo sé porque aunque mirase hacia el techo, notaba el aire que generaban sus movimientos en mi húmedo capullo. ¡Mierda! Yo, muerto de vergüenza, intenté pensar en coches o en cualquier otra cosa, pero nada… me polla estaba traicionando. Tenso, levanté la cabeza para ver si lo había notado, pero ella, indiferente, continuaba con su masaje.

—Relax —me dijo al verme reclinado.

Seguro que esto le pasa a menudo y ya está acostumbrada, me mentí antes de volver a apoyar la cabeza de nuevo en la camilla. Que ella siga con el masaje. Al fin y al cabo, mi polla es sólo una parte más del cuerpo. Con vida propia, sí, pero sólo una parte más.

Minutos más tarde, su suave voz me hizo regresar a la realidad.

—Do you mind?

Levanté la cabeza y la miré; ella, con cara modosita, alternaba la mirada entre mi polla y mis ojos. ¿Había fingido su timidez?

Sabía perfectamente lo que Anna quería hacerme y eso era lo que yo más deseaba en esos momentos. Bastó con que le sonriera para que me retirara el tanga que ya tenía enroscado en mi rabo y me pusiera un almohadón para mantenerme ligeramente inclinado. La rusa quería que viese cómo se ocupaba de mi dura polla. Echó un chorro de loción en su mano y empezó a masturbarme con delicadeza, como si eso fuese una extensión del masaje. Estaba tan concentrada que me quedé embobado mirándola. No sé si en Reddit llaman a eso cockwarming, masaje lingam, o qué, pero yo estaba encantado con lo que me hacía. Me encantaba sentir cómo me manejaba, cómo me conducía, cómo me llevaba a donde ella quería. En una de esas caricias, acercó su boca a mi capullo y volvió a poner su carita de modosita.

—Can I? —me susurró.

—Yes, please —le supliqué.

Me la chupó igual que había hecho todo hasta entonces; despacio, como si cada movimiento estuviera calculado al milímetro, pero esta vez lo hizo con hambre. Sentí como si todos mis polvos anteriores hubiesen ido a la velocidad de la luz. Parecía más graduada en lentitud que en fisioterapia. Se la metía suavemente hasta el fondo y luego la sacaba de nuevo, apretando sus labios a la vez que movía su lengua para arrancarme todas las sensaciones. De vez en cuando me regalaba algún gemido tímido con la boca llena, yo en cambio sólo resoplaba. ¡Uf! Tenía a una masajista rusa chupándome la polla.

Con un sonoro pop, se la sacó de la boca y me dijo algo en ruso. Cómo yo no lo entendí, fue a buscar su móvil y tecleó algo.

—Condom —preguntó leyendo la pantalla.

Me levanté para ir a buscar uno a la mochila y se lo di antes de volverme a tumbar. Usando su cara de chica tímida, deslizó el preservativo a lo largo de mi rabo, que estaba duro como una piedra. De cuclillas y con suavidad se fue sentando sobre mí polla, que fue desapareciendo centímetro a centímetro dentro de su coño hasta que solo quedaron fuera mis huevos. Entonces, comenzó a masajeármela moviendo lentamente sus caderas hacia delante y hacia atrás, izquierda y derecha, arriba y abajo. Me tenía en trance, me encantaba sentir el calor húmedo de su coño abrazando mi polla. Estuvo varios minutos así y poco a poco el impulso de ser yo quien marcase el ritmo de ese polvo creció en mí. Quería que Anna también viese cómo muevo yo mis caderas. Quería hacerla disfrutar.

Con signos, le dije que se pusiese a cuatro patas sobre la mesilla y ella me obedeció. Separé suavemente los labios de su coño con mis dedos y hundí mi nariz en ese agujero rosa. Aspiré, ávido de su olor. Era una mezcla de jabón y sexo, de flores y mar. Mi olor favorito. Comencé a lamérselo mientras hurgaba con mis dedos dentro de su raja. Cada vez que metía un dedo o movía la lengua en círculos sobre su clítoris hacia los mismos gemidos que cuando tenía mi polla en la boca. Suaves, controlados y tímidos. Sin embargo, poco a poco su excitación comenzó a traicionarla y se soltó. Comenzó a gemir más fuerte y se volvió más salvaje, tanto que en un momento dado me sujetó fuerte la cabeza para que siguiese comiéndole el coño como un perro sediento.

Era el momento de volver a penetrarla y ahora iba a ser yo quien marcase el ritmo. Coloqué mi capullo en la entrada de su coño y empujé con fuerza, asegurándome que entrase entera. Su interior seguía siendo cálido, húmedo, acogedor. Comencé a follármela. No fui delicado, tampoco lo pretendía. No le veía la cara de placer pero sus gritos de placer lo decían todo. Le gustaba. Ella gritó y gritó hasta que acabó corriéndose con un gemido largo y prolongado. Yo lo hice unos pocos segundos después. Llené mi condón de lefa caliente mientras le daba los últimos empujones.

Caí encima de ella y nos tumbamos sobre la camilla. Después de quitarme el condón y anudarlo, nos besamos por primera vez. Sabía a chicle de fresa y besaba muy bien. Luego nos miramos a los ojos en silencio. ¿Qué más podíamos hacer? Ella casi no entendía el inglés, y yo no sabía nada de ruso. Ante esta situación, nos reímos y yo aproveché para levantarme y vestirme. Ella me acompañó desnuda hasta la puerta donde me besó de nuevo.

—Bye —se despidió.

—Pa-ká.

Salí de su apartamento, y justo cuando estaba cerrando la puerta, la paré con la mano. ¡Mierda, no le había pagado!

—Wait —dije, buscando en mi cartera rublos para pagarle el masaje.

Ella sonrió, miró el dinero y lo tomó.

Bajando las escaleras, sentí algo raro. ¿Había pagado por sexo o simplemente el masaje se le fue de las manos? ¿Por qué no me había pedido el dinero del masaje? ¿Sería que se lo había pasado tan bien que se le olvidó? Jamás lo sabré.

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