agosto 30, 2025

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Twister y Tequila: Un combo mortal para el machito frágil

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Che, el jueves pasado, mi amigo Carlos armó una de sus fiestas legendarias. Ya saben, de esas: buena música, un mix de caras conocidas y nuevas, y alcohol suficiente como para hundir un acorazado.

Estaba ahí re tranqui con una birra, mirando la gente, cuando lo vi. A Marco. Un flaco que medio conozco del gym. Un bro total. Siempre está con la novia, levantando fierro y gruñendo más fuerte de lo necesario. De esos que irradian esa energía «no homo» tan fuerte que la podés envasar. Estaba ahí con la mina, haciéndose el super macho y recto.

En un momento, un grupo sacó una alfombra de Twister. ¿Se acuerdan de ese juego? Un arcoíris de círculos de colores y un montón de enredos de piernas y brazos. Le pusieron condimento: un shot de tequila pedorro por cada vez que te caías. Una idea brutal y genial.

Marco y la novia se prendieron, y yo también. Lo que siguió fue la hora más caliente y confusa de mi vida. El que giraba la ruleta tiraba posiciones imposibles—mano derecha en amarillo, pie izquierdo en azul—y todos nos convertimos en una maraña de cuerpos sudados y risas. En un momento, quedé enredado debajo de Marco, mi espalda contra su pecho, su muslo duro, enfundado en jean, bien metido entre mis piernas. Sentía el calor que salía de él. Después, en otra, yo estaba arqueado sobre él, mi cara a centímetros de la suya, y lo sentí: una dureza sólida, inconfundible, contra mi cadera.

La pija estaba durísima.

Le eché una mirada a la cara. Estaba colorado, no sé si por el tequila, el juego o por otra cosa. Pero empecé a notar un patrón. «Perdía el equilibrio» justo después de nuestros roces, se tomaba el shot con una mueca que parecía más frustración que otra cosa. Se estaba emborrachando para agarrar coraje.

 

El juego terminó. Yo estaba en un pedo y caliente en partes iguales. Me escapé al baño del fondo del pasillo, necesitando un minuto para enfriarme. Acababa de cerrar la puerta cuando escuché unos golpes fuertes. La abrí, y ahí estaba él. Marco. Los ojos vidriosos por el tequila, la respiración entrecortada.

No dijo una palabra. Solo me miró, toda esa bravuconería machista se le había caído, reemplazada por una necesidad cruda y desesperada. Se metió en el baño, cerró la puerta con llave y su voz fue un susurro áspero, quebrado.

«Sólo… chupamela. Por favor. Chupame la pija.»

Una sonrisa enorme e incontrolable se me dibujó en la cara. Hacía unas horas, este flaco era el rey de los machos. Ahora me estaba rogando por un pete en un baño de mierda en una fiesta. No me lo tuve que decir dos veces. Me arrodillé ahí mismo en el piso de baldosas y le desabroché el cinturón y el jean. Casi se le cayeron solos por sus muslos gruesos y musculosos. Y ahí estaba. No era enorme, pero era gruesa y dura como una roca, palpitando. No me hice el difícil. Me la tragué entera, haciéndole garganta profunda como si me fuera la vida en ello.

Jadeó, sus manos se aferraron al lavamanos para no caerse. Sus caderas empezaron a moverse involuntariamente, follando mi boca. La laburé con mi boca y mi mano, usando todos los trucos que sé, y no tardó mucho. Con un gemido ahogado y gutural que no se parecía en nada a sus gruñidos del gym, se vino, disparando toda su leche en mi garganta. Me tragué hasta la última gota.

Él quedó jadeando, apoyado en el lavamanos, totalmente liquidado. Pero yo estaba lejos de terminar. El tequila y la adrenalina me habían puesto audaz. Me paré, saqué un forro y un sobrecito de lubricante de mi bolsillo (siempre hay que estar preparado, pibes), y lo di vuelta para que quedara mirando al inodoro.

«Qué carajo—» empezó a decir, pero era una protesta débil.

«Shhh,» le susurré, poniéndole lubricante en los dedos. «Vos quisiste esto.» Le metí un dedo en el culo, que estaba bien apretado y virgen. Estaba tan tenso, pero también estaba borracho y maleable. Gimió, una mezcla de dolor y shock. No le di tiempo a pensar. Puse el forro, más lubricante, y apoyé la cabeza de mi pija en su agujero.

Se puso tenso. «No, che, esperá—»

No esperé. Empujé con todo lo que tenía. Hubo un momento de presión intensa, y entonces mi cabeza pasó el anillo y toda mi pija se metió adentro de una sola embestida brutal y suave. Gritó, un quejido agudo y aniñado que fue la cosa más caliente que escuché en mi vida. Le agarré de las caderas y empecé a cogerlo, fuerte y rápido, mis huevos chocando contra su culo. Todo el baño se llenó con el sonido de piel contra piel y sus gemidos impotentes y avergonzados. Se vino de nuevo, sin tocarse, todo sobre el asiento del inodoro justo cuando yo llenaba el forro adentro de él.

Me saqué, me limpié rápido, y lo miré. Él se subió los pantalones apurado, las manos temblando, sin mirarme a los ojos. Se veía aterrorizado. Desbloqueó la puerta y salió corriendo, directo de vuelta a la sala y a los brazos de su novia, que no se había enterado de nada.

Se veía completamente horrorizado y lleno de vergüenza. Pero yo sabía la verdad. Todavía podía escuchar sus gemiditos de nena resonando en el baño.

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Una respuesta

  1. danisampedro91

    Seguro que lo dejaste con ganas de repetir, ese va volver por más, una vez pruebas vas a repetir, se siente muy rico y es muy adictivo.

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