
Por
Anónimo
pichi
Recuerdo aquel verano que pasé de monitor en un campamento de chicos�
Chiqui era un jovencito que tenía un cabello excesivamente largo, lo que facilitaba bastantes bromas en los acampados con sus alusiones de que parecía una chica.
Yo me fijaba mucho en él y no precisamente en su cabello: sus ojos azules en un cuerpo muy moreno, con un rostro casi infantil por sus 13 años, que no coincidía con el desarrollo de su espigado cuerpo, con pronunciados músculos especialmente en sus abdominales que me gustaba contemplar cuando se �exhibía� en bañador, cosa que parecía gustarle, pues se pasaba el día en esa forma.
Aquella mañana detuve mi contemplación junto a la piscina, apreciando en su bañador mojado la forma destacada de un perfecto miembro viril erecto que me provocaba sudor y angustia.
¡ Me gustaría hablar contigo, Chiqui!
¿Qué quieres? Me gustaría proponerte llevarte al pueblo en la moto, para que te recorten un poco el cabello en la peluquería, pues creo que te favorecería el arreglo, sin quitarte el volumen que te gusta.
No sé si sería la propuesta o la posibilidad de hacer un viaje en mi motor por un bello camino entre bosques hasta el pueblo sito a 12 km.
Ajustándose en el asiento trasero, me estrechaba con sus brazos en mi cintura, sintiendo el roce de su cuerpo e incluso la dureza de su miembro apoyado en mis nalgas a la altura del asiento.
Llegamos al pueblo, con enorme calentón por mi parte y observando cuando se bajaba de la moto, que él también tenía que colocársela, por tener la misma excitación.
Regresando, tuve que parar junto al rio, pues se quejaba de picor por efecto del corte de pelo, proponiéndole un baño en una poza atractiva que se veía próxima al camino forestal.
Salió de él mismo, el desnudarse completamente, cosa que secundé, encontrándonos los dos en el agua, yó con un jabón que llevaba, frotándole el cabello y todo el cuerpo con cierto �morbo�.
Sus trece años estaban muy bien apurados, por el desarrollo que observaba y sentados con el agua hasta la cintura, deslizaba mis desnudos pies por sus piernas como acariciando aquel cuerpo de �efebo�.
En cierto momento iniciamos un juego como de pelea, que le colocó manteniéndome preso boca abajo, en una playita con apenas 20 cm. De profundidad. Yo sentía el vigor de su cuerpo y especialmente el roce de su miembro, que se restregaba insistentemente entre mis nalgas.
No pude evitar la tentación y como con disimulo con ayuda de mi mano izquierda, enfilé su daga enfilando el orificio que quería ser penetrado.
Fue colocarlo, para ser empujado con fuerza mientras se deslizaba dentro de mí hasta la mital, provocando un fuerte suspiro mutuo.
Por si pudiéramos ser vistos, le propuse apartarnos entre la vegetación de la orilla, cosa que secundó rápidamente.
Colocándome de espaldas en el suelo, pasé ambas piernas entre su cabeza, facilitando que me penetrara profundamente.
Era asombrosa su capacidad sexual, pues sin abandonar una erección durísima, me penetraba con violencia hasta el fondo, pasando después a una desesperante lentitud que casi le sacaba de dentro, para proceder a nuevas penetraciones duras y profundas.
Aquel erótico juego duró media hora, hasta que el bombeo repetido de su miembro y en continuidad, me hizo sentir el calor de su eyaculación, que parecía no terminar, acompañada de un rio de su orina caliente que me provocó a mí también otra eyaculación.
Volvimos a meternos en el rio y a los diez minutos estábamos otra vez �parados� pidiéndome repetir su �hazaña�. Lo que lógicamente facilité, aunque esta vez cambiamos la postura sentándome sobre su miembro hendido hasta lo más profundo, mientras con su mano me pajeaba con suavidad.
Estaba segunda vez, debió ser por nuestro relajo anterior, duró tanto que miraba una y otra vez mi reloj, aunque sin cansarme el ejercicio, temiendo que acabara y con curiosidad por saber la duración que tendríamos.
La sorpresa mía, fue cuando sacándola, se voltea y me pide que le penetre yo, pero con mucho cuidado.
Con su cuerpo en cuatro patas, me ayuda a colocársela a punto e inicio con delicadeza una penetración, hasta que me pide que lo haga más duro. Ya la tenía por la mitad cuando agarrándome con fuerza con una mano me empuja para que se la meta más, cosa que le complazco, arrojando dentro un chorro abundante.
Cuando creía que terminaba la fiesta, sus manos estrechan mi cabeza invitándome a hacerle una felación que practico con deseo, y que es recompensada en diez minutos con nueva inyección de un dulce esperma que resbala por mi boca.
Fue sin duda uno de los recuerdos más emocionantes de aquel campamento.
3 respuestas
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