Mi mejor amigo y el sabor a sangría
La lluvia se había encaprichado con no dejar en paz aquella noche. Las gotas que castigaban con ímpetu los vidrios de los ventanales jugaban con las luces y reflejos de la ciudad empapada y dibujaban sobre el tapiz de la pared del cuarto incansables siluetas escurridizas.
Entre los cuellos de las dos botellas de vino sobre la esbelta mesada sobre el minibar yo me deleitaba con observarle mientras él inadvertido se encontraba completamente compenetrado revisando los correos electrónicos de algunos clientes de su agencia de publicidad. Era mi amigo hacía un par de años. Amigos del trabajo al principio, pero luego la amistad fue creciendo y tornándose más profunda.
Con todo su esfuerzo la lluvia constante no lograba disminuir la temperatura del cuarto del hotel en donde nos hospedábamos. El hotel estaba totalmente ocupado y no había manera por más que eleváramos nuestras quejas de conseguir otra habitación, pero si logramos un buen descuento y dos botellas de buen vino en compensación. Entre esas dos botellas en donde el vino aguardaba, yo podía ver a mi amigo trabajar. ¡Por Dios, cómo le deseaba!
De ser simples compañeros de trabajo llegamos a ser verdaderos buenos amigos y aquello me torturaba aún más por dentro. Su manifiesta debilidad por las mujeres y sus ardientes comentarios cada vez que se cruzaba con alguna jovencita eran evidencia suficiente de que yo no tendría esperanza alguna.
Soñaba con él, con su figura masculina esculpida en manera casi perfecta. Mis labios se derretían por besarle, por sentir la humedad de nuestras lenguas recorriendonos, por haceer desenfrenadamente el amor mientras la lluvia nos invitaba a intimar. Pero sabía que nada de eso ocurriría.
Mis pensamientos vagaban de tal manera que pasé por alto un par de comentarios que me hizo mientras buceaba entre las cuentas de los clientes.
Al notar mi distracción se levantó de su sillón y se paró frente a mí. Recién allí reaccioné al ver su escultura frente al sofá en donde me encontraba tendido. „¿No me estás escuchando?“ „-No, no perdona. Estaba enredado en mis propoios pensamientos“-, respondí esperando que no se atreviera a preguntarme qué clase de pensamientos me enredaban. Al tras luz un torso perfectamente modelado se dejaba adivinar gracias a las luz azulada de la noche que atravesaba su camisa blanca.
-„Pues, nada, te había preguntado si deseabas abrir una de las botellas de vino que nos regalaron en la recepción“. Y entonces creativamente surgió desde lo más profundo de mis lujuriosos pensamientos la candente idea de hacer algo mejor. –„¿Por qué mejor no pedimos que nos traigan algo de hielo al cuarto y con las frutas que nos sobraron de esta tarde preparamos una sangría?“ La idea le pareció genial, pero en realidad al tiempo que le compartía mi ocurrencia, podía ver casi un film en cámara lenta en mi lujuriosa imaginación en donde mi amigo se rendía incondicional e ineseradamente a mis amores.
Raudamente clavamos las frutas y las comenzamos a cortar en trozos. Cuanbdo el botones golpeó a la puerta ya casi habíamos terminado y los trozos se enbebían ya en el maravilloso vino tinto dentro de una jarra. El hielo dio el toque final.
Cuando mi amigo echó a andar una espléndida selección de smooth jazz en su tablet era claro que estaba precisando una pausa en la revisión de los brief publicitarios.
La música nos invadía y la lluvia incrementaba su repiquetear sobre los cristales, casi como mi corazón acelerada su galope. La sangría, el jazz sugerente y sensual, todo iba transformando la atmósfera, cargándola de exitación y tensión. La sangría estaba helada realmente, pero su efecto luego de ir acabándola poco a poco no hzo más que subir la temperatura corporal.
Yo desabroché mi camisa hasta mi vientre, pero mi amigo no dudó un instante en quitársela por completo y arrojarla sobre el escritorio. Toda mi masculinidad en mi entrepierna comenzó a hacerse notar, mientras la sobriedad me embargó de repente para poder disfrutar aquel momento en todo su esplendor. Su torso desnudo combinado con la luz juguetona manchada de lluvia que entraba por la ventana y los recurrentes relámpagos eran una fiesta para los ojos, un improvisado streep tease que me colmaba de placer.
Cuando lo vi semidesnudo no dudé en quitarme yo también la camisa y aproveché poara volver a llenar su vaso con la frutal motivación del vino mezclado con el zumo y los trozos de frutas. Pero aquel gesto no era mera cortesía sino parte de otro elaborado plan que surgió espontaneamente en mi depravada mente. „Accidentalmente“ al llenar su vaso con sangría volqué algo sobre su pantalón color beige claro, algo que debía solucionarse de inmediato, si es que aún la notable mancha color rubí lograra acaso no dejar huellas en la tela.
La estrategia funcionó a la perfección. Yo exageré mis disculpas al tiempo que le recordaba lo importante que era humedecer el pantalón. Comencé a limpiarselo con una trapo con agua, pero sin dudar demasiado se aflojó el cinturón y comenzó a bajar la cremallera mientras me decía que lo pondría a remojar en el lavabo.
Quedé jugando con el trapo húmedo entre mis manos mientras veía como su pantalón iba bajando sobre sus piernas maravillosas y cual un enigmático telón dejaba expuesto un racimo voluminoso detrás de sus boxers.
Giró entonces para ir hacia el cuarto de baño y las curvas de su trasero ondulándose mientras caminaba me ofrecían un apetitoso plato para mis más candentes fantasías. Quedé inmovilizado. Micorazón galopaba pareciendo querer salirse del pecho a través del esternón.
Cuando regresó hacia mí parecía una escultura griega en boxers y calcetines blanco que había cobrado vida y abandonado el Olimpo para venir a seducir a este perplejo mortal.
Se sentó a mi lado y bromeó acerca de que aquello parecía una verdadera romántica. Yo añadí casi sin pensar lo que estaba diciendo: -„Mientras no intentes besarme, está todo bien…“
Y allí fue cuando algo sucedió que era totalmente inesperado, sumamente deseado por mí, pero inesperado para los dos. Nos quedamos mirándonos por unos interminables segundos. El tiempo se detuvo y todo lo que tenía ante mi vista era aquel hermoso ejemplar masculino en sus jóvenes veintisiete años con una sonrisa de un millón de Euros, semidesnudo, medio montado en modo lujuria.
En nuetras miradas había fuego, poco tardó hasta que yo notara que en su entrepierna también comenzaba a arder una hoguera.
Puso su mano sobre mi hombro derecho y me dijo mientras su sonrisa se iba esfumando para dar a la comprometida charla un tono aún más serío: -„Sabes, nunca te había dicho esto antes, pero tu amistad es algo que valoro muy profundamente. Hemos pasado muchas cosas, de las buenas y de las no tan buenas, y siempre has estado allí“.
A este punto no sé de dónde obtuve fuerzas, pero silencié sus palabras con mi dedo índice sobre sus labios carnosos. No lo había notado, pero mi dedo tenía algo de sangría chorreando tímidamente. Él sí lo notó y sin titubear lamió de una vez esas gotas.
Mi dedo comenzó entonces a jugar con sus labios, con las comesisuras de su tentadora boca. Las perlas blanquísimas de sus dientes se dejaron ver mientras me sonreía tímido, callando palabras que sé jamás se atrevería a pronunciar. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Estaba jugando con mi deo en la boca de mi mejor amigo a quien siempre deseé besar? Era un sueño, una mezcla iridiscente de emociones, un implacable instante de nos aber si avanzar o dejar pasar ese hecho, de estar jugueteando con mi dedo en su boca como algo inocente y sin mayor trascendencia.
Pero entonces su lengua atrapó mi dedo en manera vigorosa y su saliva comenzó a escurrirse por mi mano. Mi dedo entraba y salía de sus fauces golosas y luego de sentirlo bien mojado opté por sacarlo de su boca e introducirlo en la mia. Sabía a sangría, a melocotones y fresas embebidos en vino, a una danza de fruta a alcohol apasionada y encendida.
¿Cómo continuó la noche? Eso se los dejo como tarea para el hogar a vuestros cachondos pensamientos…
3 respuestas
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