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Anónimo

febrero 8, 2025

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La partida de ajedrez. Parte II.

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La atmósfera en la habitación de Federico era intimidante. Un lugar donde el deseo y la calculada táctica de su propietario se encontraban para lanzar un mensaje evocador. Diego sólo podía pensar con su erección.

Federico sentó a Diego en la cama y comenzó a despojarle de la ropa que le quedaba. Los pantalones, las deportivas y los calcetines se habían abandonado en el salón. El chico quedó en calzoncillos, aunque quería liberarse la polla su maestro no lo permitía. De momento.

El edredón, con su suave tejido, se extendía sobre una cama enorme, y encima de él se había dispuesto un tablero de sesenta y cuatro casillas en el que las piezas eran los juguetes eróticos con forma de piezas de ajedrez, cuidadosamente seleccionados de la estantería.

Antes de que comenzara la partida, Federico se acercó a Diego con una mirada cómplice y agarró con firmeza su paquete sin apartar el contacto visual.

—Ahora vamos a jugar de una manera diferente —dijo, con una sonrisa traviesa. Diego lo observó intrigado mientras Federico sacaba una cinta suave.

—¿Qué estás pensando? Estoy muy cachondo desde hace un buen rato —preguntó Diego, con su corazón latiendo cada vez más rápido.

—Qué prisa tienes, si sigues mis instrucciones acabarás teniendo lo que quieres —dijo con maquiavélica parsimonia.

Federico ignoró la urgencia de Diego y fue a por una cinta larga que guardaba en un cajón.

—Voy a atar tus manos a la espalda —respondió Federico, mientras envolvía la cinta alrededor de las muñecas de Diego, asegurándose de que quedaran bien sujetas pero cómodas—. Así, no podrás mover las piezas por ti mismo. Tendrás que transmitirme tus movimientos de viva voz.

—Suena… interesante —murmuró Diego, sintiendo una mezcla de emoción y vulnerabilidad—. Pero, ¡mira que te gusta calentar!

Una vez que Diego estuvo atado, Federico dispuso las piezas. Cada juguete se repetía en blanco y negro: un pequeño vibrador, un plug anal brillante, un anillo para el pene, otros vibradores más grandes, varitas, etc. Las piezas tenían un lugar específico en el tablero, y Federico los había alineado de tal manera que Diego se sentía indefenso y más cachondo que hacía unos instantes.

—Vamos a ver cómo reaccionas a mis movimientos. Esta será una partida intensa —dijo Federico mientras se posicionaba frente a Diego.

Con cada jugada, Federico movía los juguetes como si fueran piezas reales. Para comenzar, activó el vibrador en la posición de peón.

—Empiezo, moviendo el peón dos casillas hacia adelante —anunció Federico, haciendo que el vibrador actuara en la entrepierna del joven con los calzoncillos todavía puestos.

Diego sonrió, experimentando un ligero cosquilleo.

—Ahora mueve el caballo, que es el anillo, ¿no? —dijo, pensando en una estrategia que le permitiría mantener el control de la partida, provocando a Federico de forma directa.

El maestro tomó el anillo, que estaba en la casilla inicial, y lo movió en forma de «L», avanzando hacia una nueva posición para defender el “rey” de Diego. La sensación del anillo era bastante más de lo que le había permitido hasta el momento.

Con cada movimiento, la intensidad aumentaba. Diego, aunque atado, se concentraba en la curiosa partida. Estaba decidido a guiar a Federico a través de nuevas jugadas.

—Ahora mueve el vibrador hacia la izquierda, una casilla —ordena Diego, con voz firme.

Federico obedeció, moviendo el vibrador a la casilla correspondiente.

—Buen movimiento —dijo Diego, con su confianza creciendo— Ahora, coge el plug anal y muévelo como una torre: hacia adelante, cuatro espacios.

Con precisión, Federico tomó el plug y lo introdujo con el calzoncillo puesto, resaltando cómo cada juguete ocupaba un rol significativo en su juego.

—Jaque —anunció Federico, tomando una de las varitas en un movimiento estratégico que simulaba la captura del “rey”.

Diego sintió un escalofrío de placer.

—Pero no te olvides de proteger a tu reina —sugirió, refiriéndose al suave masturbador que había instalado en la casilla de la reina.

Federico desplazó el masturbador de su posición y lo colocó en la polla de Diego, esta vez retirando la última prenda que vestía al chico.

Pero a medida que la partida avanzaba, ambos se encontraron cada vez más absortos en el placer extremo de la sesión. Diego dictó un nuevo movimiento.

—Avanza el vibrador nuevamente como un peón, y luego activa su nivel 5, máxima potencia.

Federico, dispuesto a dar satisfacción a su compañero, movió el vibrador, lo configuró al máximo y lo deslizó justo entre los testículos y el culo, llenando la habitación con el sonido suave de la vibración. La reacción de Diego fue instantánea, su respiración se aceleró mientras algún gemido se escapaba de la boca.

Cada movimiento se transformaba en una danza tanto física como mental, un juego de estrategias donde cada contrincante defendía su parcela. Era más que una partida de ajedrez, se había convertido en un intercambio de poder y deseo en el que cada decisión contaba.

Al llegar a momentos culminantes de la partida, Diego dictó con voz clara.

—Ahora mueve el plug hacia adelante, como una torre, y colócalo justo en la fila de tu “rey”.

Federico ejecutó el movimiento, y la tensión se acumuló en el ambiente. La partida estaba cerca de su clímax, un juego en el que ambos desarrollaban una estrategia clara.

—Tienes a mi “rey” contra la pared —dijo Federico, mientras observaba cómo los movimientos hacían vibrar no sólo los juguetes.

Federico no permitió a Diego correrse, de momento.

—Ahora vamos a un juego diferente. Permíteme explorar algo más íntimo —sugirió Federico.

—Tienes más trucos que una tómbola, cabronazo.

Se giró hacia él, su mirada estaba llena de devoción y deseo.

—Diego —continuó, con voz suave pero firme—, ahora vamos a explorar algo más allá del ajedrez. He notado cuánto disfrutas, en el fondo, siendo el centro de atención. ¿Estás listo para ser adorado?

Diego inclinó la cabeza, sorprendido por el giro de los acontecimientos, y observó a Federico dirigiendo la mirada a sus pies.

—¿Adorado? ¿Te refieres a… mis pies? —preguntó, una mezcla de incredulidad y excitación en su tono.

—Exactamente —asintió Federico, con expresión de satisfacción—. Permíteme explorar tus pies, sería un regalo, y estoy seguro de que disfrutarás la experiencia tanto como yo.

Diego sintió un escalofrío recorrer su espalda, mezclando ansiedad y entusiasmo.

—Oye, Federico, siento decirte que estás como una puta cabra, pero eso me gusta —comenzó Diego, mofándose de su captor—. Quiero saber una cosa, ¿qué es lo que te pone tan cachondo de los pies?

Federico sonrió, apreciando el interés de Diego y la oportunidad de compartir su perspectiva. Se giró hacia él, buscando la conexión en sus ojos mientras comenzaba a explicar.

—Para mí, la fascinación por los pies de un hombre va más allá de una cuestión física —dijo de manera intensa—. Hay una estética, una belleza que se manifiesta en la forma que tienen, en su delicadeza y fuerza al mismo tiempo. Es como si los pies representaran la esencia y virilidad de un hombre.

Diego escuchaba atentamente, abrumado por la profundidad detrás de sus palabras.

—La forma en que un hombre se mueve, cómo se sostiene sobre sus pies… —continuó Federico— Me parece un símbolo de su confianza y de su carácter. Cuando miro unos pies, no veo una forma, veo historias, vivencias, experiencias. En realidad, son una manifestación de quién es esa persona.

Diego asintió, comenzaba a entender un poco más las rarezas de su amigo.

—Y, por supuesto, hay una sensualidad inherente en ellos —añadió Federico, dejando que una sonrisa juguetona apareciera en su rostro— La piel, el contacto, la vulnerabilidad que transmite dejar que alguien te toque o te adore de esa manera… todo eso genera una conexión íntima y especial.

—Es curioso —dijo Diego, con su mente procesando la información—. Nunca lo había pensado de esa manera. También te diré que estás como una regadera, pero hacía tiempo que no veía a nadie expresarse con ese nivel de sinceridad. No es habitual, al menos en mi entorno.

Federico escuchó divertido y se acercó a él. Tumbó al chico sobre la cama y tomó suavemente su pie derecho entre las manos, para después aspirar el aroma bajo sus dedos.

—Esto es lo que me encanta de explorar la adoración de los pies —explicó—. Cada toque y cada beso son una forma de conectar, de mostrar que observo y aprecio cada detalle de ti. Es una mezcla de vulnerabilidad, poder y sensualidad.

—Nunca había pensado que alguien podría comerme los pies con tanto entusiasmo…

Federico se arrodilló con la reverencia de un devoto.

—Tus pies son una maravilla, Diego —dijo mientras contemplaba las plantas como si se tratara de una obra de arte—. La suavidad de tu piel, los delicados arcos, esos dedos que son como pequeñas esculturas… Hay mucho que merece ser celebrado.

Mientras hablaba, tomó el pie izquierdo de Diego entre sus manos con delicadeza, sintiendo la calidez de su piel. Observó la planta, notando cómo la luz caía sobre ella, acentuando su suavidad. Se acercó más, dejando que su aliento acariciara la piel.

—Es realmente hermoso —murmuró Federico, dejando que sus dedos recorrieran la línea de la planta—. La forma en que se curva con naturalidad, las pequeñas marcas que relatan su historia. Cada pie es único, una obra maestra que a menudo se pasa por alto.

Diego flipaba en colores con las descripciones Federico, pero la polla le iba a reventar.

—Así que todo esto es parte de tu juego de dominación —dijo, con una sonrisa traviesa en sus labios—. Esto lo tenías preparado.

—Lo cierto es que sí, pero no sabía si te iba a gustar. Aunque más que un juego, es un ritual —respondió Federico, mientras su mirada permanecía fija en la planta del pie de Diego—. Confía en mí. La adoración es una forma de conexión y entrega mutua.

Con un movimiento suave, Federico comenzó a lamer el arco del pie de Diego. La sensación del contacto húmedo y cálido hizo que el chico diese un respingo, y unas cosquillas inesperadas recorrieron su pie, provocándole risitas involuntarias. Sin embargo, pronto esas cosquillas se transformaron en un profundo placer, llevándolo a un estado de entrega.

Federico se dedicó al acto con devoción, su lengua recorriendo las curvas y surcos de la piel suave de Diego. Saboreaba el instante como si cada lamida revelara más de la esencia de su compañero. Se detuvo con nocturnidad en el centro de ambas plantas, usando su lengua para dibujar suaves líneas, sintiendo cómo la piel respondía a cada delicado toque.

—Tu piel es tan suave —murmuró, mientras continuaba su labor, como si en cada movimiento estuviera destinado a deleitarse todavía un poco más de lo que ya lo hacía.

Pasó de un pie al otro, sintiendo la calidez bajo su lengua mientras lamía con exquisitez cada centímetro. Lamiendo los dedos uno a uno, se tomaba su tiempo, como si quisiera memorizar la forma, disfrutando de la provocación que esto significaba.

—¿Esto es también jugar al ajedrez? —dijo Diego, sintiendo cómo su risa se entrelazaba con la sensación placentera y la leve sensación de cosquilleo.

—Hay muchas formas de jugar al ajedrez, yo te las enseño todas, si quieres —Federico respondió mientras continuaba, sintiendo cómo la piel de Diego se deshacía en su lengua—. Nunca sabes qué movimiento puede venir a continuación.

—Es… realmente diferente a cualquier guarreo que he tenido. Nunca había dejado que nadie tocara mis pies así —dijo Diego, con la voz entrecortada en una mezcla de emoción y vulnerabilidad.

—Te prometo que es un acto de total devoción —le aseguró Federico, disfrutando cada lamida y beso en sus pies—. Cada toque es un símbolo de adoración profunda.

Diego sintió un cosquilleo creciente, con su cuerpo completamente receptivo a la atención que estaba recibiendo.

—Me siento extraño, pero me pone mucho —admitió Diego—. No pensaba que esto pudiera ser tan… liberador.

—Eso es lo que quiero que sientas —dijo Federico, su voz suave y envolvente—. La libertad de ser tú mismo. No hay juicios aquí.

A medida que Diego se dejaba llevar por la experiencia, cada chupada, cada beso en los empeines, cada caricia en la planta, parecía desatar una oleada de energía que fluía entre ambos. Las cosquillas iniciales se convirtieron en un placer cada vez más profundo. Diego no podía más, pero se había convencido de la lentitud de su compañero de juegos.

—Lo que más me gusta de esto, Diego —dijo Federico mientras acariciaba suavemente el arco del pie de su compañero—, es que cada vez que te toco, no es sólo un acto físico. Es una forma de comunicarnos sin palabras. Es como si dijera «te aprecio, te deseo, te quiero follar».

Diego se reafirmó en su erección al escuchar aquellas palabras. Se dejaba llevar por la experiencia, disfrutando cada instante en el que Federico lo tocaba. Las suaves cosquillas que antes lo sorprendían se habían convertido en palpitaciones de polla que atravesaban su cuerpo, torturándolo despacio.

—Eres muy bueno en esto —respondió Diego, con una sonrisa encantada—. Sé que soy un cínico, pero esto me sienta muy bien.

Federico sonrió, complacido.

—Eso es exactamente lo que quiero lograr. La adoración es una danza entre dos personas. Es un intercambio de energía y placer que puede ser extraordinario si ambos se entregan. Además —continuó, mientras lamía suavemente un dedo del pie de Diego—, hay algo indescriptible en permitir que alguien te adore de esta forma.

Diego, sumido en la experiencia, se dio cuenta de que estaba disfrutando de cada segundo. La conexión con Federico iba más allá de lo físico, había un nivel emocional que lo mantenía completamente atado a ese momento.

—Esto es tan… liberador y, de alguna manera, tan poderoso —dijo Diego, cerrando los ojos y dejándose llevar por la humedad de la lengua de Federico.

—Esa es la magia —respondió Federico con una voz suave—. Cuando te permites ser vulnerable y entregarte al placer, abres la puerta a nuevas experiencias. No se trata de los pies, Diego. Se trata de abrirte, de sentir y de dejar que te lleven a un lugar donde el mundo exterior desaparece y solo existimos tú y yo.

Diego abrió los ojos para encontrar la mirada de Federico fija en él, llena de deseo y lascivia. Sentía cómo su cuerpo respondía a cada estímulo, y descubría un placer profundo en entregarse así.

—Ahora, ¿qué toca? —preguntó Diego, con ganas de saber el próximo movimiento.

Federico se detuvo, y le miró lleno de intención.

—Ahora que has sentido la devoción, me gustaría que tú también participes. Ríndete a mis pies. Muéstrame tu propia devoción.

Diego sintió su corazón latir con fuerza, casi tanta como la que afligía su rabo.

—¿Quieres que yo te adore a ti?

—Sí —afirmó Federico con toda seguridad—. Por favor.

Diego ahogó una sonrisa traviesa, sintiéndose más seguro en su nuevo papel.

—Vale.

Ambos se metieron mano mientras cambiaban de roles, comenzando un nuevo capítulo en su exploración conjunta. Tras un morreo, Diego pudo agarrar por un momento la polla de Federico.

Mientras la luz del atardecer iluminaba la habitación por la escasa rendija de su única ventana, Diego se puso por primera vez nervioso. Federico se había sentado en una silla, sus pies descalzos apoyados en el suelo. Los pies, aunque maduros, tenían un carácter atractivo que capturó la atención de Diego desde el primer momento. Los dedos estaban bien cuidados, ligeramente curvados por la vida, con uñas recortadas y una piel que, aunque mostraba el paso del tiempo, aún era suave y digna de ser tocada.

—No tengas miedo, Diego —dijo Federico, sonriendo con complicidad—. Relájate y escucha a tu cuerpo. Quiero que descubras lo que significa adorar.

Diego, con la respiración entrecortada, asintió. Se acercó lentamente, sintiendo el latido de su propio corazón resonando en los oídos. Al alzarse sobre sus rodillas, se encontró a la altura de los pies de Federico, su aura de autoridad marcaba el tono de la experiencia que estaba a punto de vivir.

—Comienza con las manos —dijo Federico, guiándolo—. Tócalos suavemente para familiarizarte con ellos.

Siguiendo sus instrucciones, Diego pasó sus manos sobre el arco del pie de Federico, sintiendo la textura de la piel y la calidez que emanaba. Era una sensación nueva y electrizante. Usó sus dedos para explorar los contornos, notando cómo el pie de Federico se adaptaba a su toque.

—Perfecto. Ahora, intenta masajear la planta con los pulgares —indicó Federico, con un suave aliento de placer.

Diego tomó uno de los pies con ambas manos, experimentando la firmeza y suavidad al mismo tiempo. Comenzó a aplicar una ligera presión, notando cómo la fascia se relajaba bajo su toque. La sonrisa en los labios de Federico se ensanchó, y Diego notó cómo una expresión de deleite se reflejaba en su rostro.

—Eso es —murmuró Federico, comenzando a cerrar los ojos. —Sigue, me gusta cómo lo haces.

Inmerso en el momento, Diego se dejó llevar, aplicando más presión y masajeando con reverencia, mientras escuchaba las suaves exclamaciones de placer de Federico. Las manos de Diego exploraban con curiosidad, estaba descubriendo un nuevo idioma a través de su tacto.

—Ahora, puedes probar con los dedos —sugirió Federico, abriendo los ojos para mirar a Diego—. A veces, un toque delicado puede ser sorprendentemente placentero.

Diego, sintiendo una mezcla de excitación y deseo de complacer, tomó uno de los dedos de Federico entre sus labios. Podía sentir la energía de la conexión fluir entre ellos mientras comenzaba a lamer y succionar con suavidad. La piel de los dedos de Federico era cálida y un poco salada, y Diego se entregó al sabor y la textura.

Federico dejó escapar un suspiro de profundo placer.

—Así, Diego… así. Eres un artista en esto.

El aliento de Federico era un estímulo que motivaba a Diego a seguir, a profundizar en esa deliciosa interacción. Con cada emulación de lo que él había sentido hacía unos minutos, el placer que emanaba de Federico se intensificaba, y Diego podía percibir la forma en que sus ojos brillaban con satisfacción.

—Recuerda, no hay prisa —indicó Federico con voz suave—. Disfruta cada momento, siente lo que haces.

Diego continuó adorando los pies de Federico, exploraba cada dedo, cada arco con sutiles toques. Su dedicación era total, y a medida que la conexión se fortalecía, también lo hacía la atracción que sentía por el hombre que lo guiaba con tanta paciencia y erotismo.

La atmósfera de la habitación había cambiado, impregnada de un aire de intimidad y placer compartido, ahora, impresionaba un poco menos. Cada movimiento y susurro construían una desconexión del mundo exterior.

—Eres increíble —dijo Federico, su voz cargada de aprecio y placer—. Esto es un regalo, Diego.

Diego se perdió en el momento, cada roce de sus labios y lengua generaba toneladas de morbo en Federico. El ambiente estaba cargado de intimidad, y mientras respetaba cada instrucción de su compañero, no pudo evitar sentirse más y más excitado.

Mientras una de sus manos sostenía el pie de Federico, la otra exploraba lentamente, acariciándole la pantorrilla antes de regresar a su tarea de adoración. En ese instante, Federico, con un movimiento sutil, colocó su otro pie cerca de la entrepierna de Diego.

Diego sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando los dedos de Federico rozaron suavemente su pene. La mezcla de placer y sorpresa lo hizo temblar.

—¿Sientes eso? —preguntó Federico, con voz baja y cautivadora—. Déjate llevar, Diego.

Diego miró a Federico, encontrando en sus ojos una promesa de placer compartido. Sin pensarlo, dejó que el pie libre de Federico siguiera rozándolo, sintiendo cómo su deseo crecía con cada contacto.

Diego sintió que la respiración se le aceleraba, su concentración en la adoración de los pies se volvía aún más intensa mientras la polla le pedía estallar de una vez. Con cada lamida que daba al pie que sostenía, el roce del otro pie se hacía más contundente, descubriendo una marea de líquido preseminal.

—Eres increíblemente permeable —dijo Federico, disfrutando de la reacción de Diego—. Esa es la forma de entregarse al placer.

Diego se dejó llevar, dejando que la pasión lo guiara. Con cada masaje en el pie de Federico, el roce del otro pie masturbaba lentamente su miembro, casi una danza entre el placer y la agonía.

—Dale un poco más de atención a mis dedos, Diego —instruyó Federico suavemente, su voz baja y seductora, mientras la planta pie libre acariciaba los huevos del chico—. Quiero que sientas lo que significa entregarse.

Atendiendo la petición, Diego se enfocó en los dedos de Federico y trató de masturbarse, pero el hombre apartó bruscamente su mano con el pie libre. El mensaje era evidente, debía centrarse en la tarea que estaba llevando a cabo.

El placer en el rostro de Federico era innegable y Diego pensó que el perro no era tan fiero como lo pintaban.

—Confía en tus instintos, Diego. Déjate llevar —susurró Federico, disfrutando cada lengüetazo del cachorro al que adiestraba.

Diego se dejó llevar por la devoción mostrada con anterioridad por Federico, sintiendo que estaba listo para explorar nuevos límites.

—Hay algo más que me gustaría hacer contigo, Diego —dijo Federico, en un tono cargado con una mezcla de ternura y dominio. La forma en que lo miraba había cambiado, su expresión era ahora más intensa, casi como si estuviera paladeando lo que estaba por venir.

Diego, sintiendo una punzada de anticipación, asintió.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó, interesado y un poco nervioso.

Federico sonrió, una mirada juguetona iluminaba su faz.

—Ahora quiero llevarte a un nuevo nivel de placer, vamos a probar algo de cum control. ¿Te sientes cómodo explorando eso conmigo?

Diego tragó saliva, excitado y afirmativo. Había escuchado hablar del cum control, pero no había conocido a nadie con la paciencia de practicarlo. Aunque sufría un leve nerviosismo, la confianza que había cultivado en tan pocas horas con Federico le hizo sentir seguro para explorar esos límites.

—Sí, estoy listo —respondió, con voz firme a pesar de la adrenalina que corría por su cuerpo.

Federico asintió, su expresión se volvió más seria al establecer el tono de lo que estaba a punto de suceder.

—Bien, estas son las reglas. Quiero que te entregues completamente a mí. Te voy a llevar al límite del placer, y te prometo que después de un rato estallarás en lefa, pero debes confiar en mí y seguir mis instrucciones. Cada vez que sientas que estás a punto de llegar, voy a detenerme. Solo cederé a tu placer cuando yo decida. ¿Entiendes?

Diego sintió que el corazón le latía más rápido que la polla. Había algo en la voz de Federico que lo hacía sentir ansioso, pero al mismo tiempo, extremadamente cachondo.

—Sí, entiendo.

Federico tumbó a Diego y lo ató a la cama con el juego de correas dispuesto de forma estratégica en cada esquina. Después le susurró al oído.

—Entonces, relájate y deja que todo fluya. Quiero que te concentres en las sensaciones y en mi voz.

Federico comenzó a jugar nuevamente con los pies de Diego, su técnica perfeccionada llevaba a su compañero a un estado de placer profundo. Diego no podía más. Todo tenía un propósito. Diego cerró los ojos y empezó a notar cómo cada movimiento parecía conducirlo más cerca del éxtasis.

Pero justo cuando Diego creía que estaba al borde de la culminación, Federico se detuvo.

—Espera. No todavía —dijo mientras apretaba con fuerza la punta del capullo.

La orden, el tono de su voz, provocó una mezcla de frustración y excitación en Diego. Quería correrse, pero también quería complacer a Federico.

—Respira profundamente —instruyó Federico—. Recuerda, concéntrate en mi voz y en lo que sientes.

Y así, Federico continuó con su juego, llevando a Diego a lo largo de una montaña rusa de sensaciones. Cada vez que Diego pensaba que iba a ponerlo todo perdido, Federico lo detenía con un toque, una palabra, una mirada penetrante que lo sostenía en la cuerda floja, como un funambulista.

Después de varios amagos, Diego estaba completamente entregado, su cuerpo temblando de anticipación. Finalmente, después de lo que se sintió como un ciclo interminable de placer y restricción, Federico lo miró a los ojos.

—Ahora —dijo, con un tono bajo y enigmático—, córrete, puta.

La liberación fue abrumadora. Diego sintió que su cuerpo estallaba en una bocanada de placer, una explosión de gemidos que lo llenó todo de semen. La conexión entre ellos alcanzó su cúspide, y mientras Diego se recuperaba del orgasmo de su vida, vio la satisfacción en el rostro de Federico, que había guiado cada paso con maestría.

Cuando finalmente la calma se instaló, Diego sintió que caía en un estado de euforia y relajación. Todo su cuerpo temblaba de satisfacción mientras miraba a Federico, cuya expresión completaba la mezcla de orgullo y placer.

—Gracias —murmuró Diego, aún aturdido, pero con una sonrisa de goce en su rostro.

—Eres increíble —respondió Federico, acariciando los pies de Diego con suavidad—. Estoy agradecido por tu confianza y por permitir que exploráramos esto juntos.

Diego seguía intentando volver a su ser, pero la anticipación brilló de nuevo en sus ojos tras un gesto del hombre. Federico, con una sonrisa traviesa, se acercaba a sus pies.

—Te veo muy cómodo ahí —dijo Federico, observando cómo se relajaba Diego.

—No te atrevas a hacer lo que creo que vas a hacer —respondió Diego, ligeramente molesto.

Federico, ignorando la advertencia, empezó a rascar con levedad la planta de los pies de Diego. Su reacción fue inmediata, se arqueó y comenzó a reír.

—¡Te estás pasando! —exclamó Diego, tratando de contenerse.

—¿Qué es lo que no es justo? —pregunta Federico, disfrutando del momento—. ¿Te gusta esto?

—¡No! ¡Para! —decía Diego entre risas.

Pero Federico no se detuvo. Aumentó la velocidad de las cosquillas y observaba con placer cómo Diego se retorcía en la cama como una culebra.

—¿Estás seguro de que quieres que pare? —provocó Federico, mirando divertido.

—¡No puedo soportarlo! —gritaba Diego, riendo a carcajadas.

—Parece que lo estás disfrutando más de lo que admites —dice Federico mientras continuaba con la tortura de cosquillas—. ¿Estás listo para rendirte?

—¡Nunca! —respondió Diego entre risas—. ¡Esto es insufrible!

Federico se rio al ver a su pareja en tal estado de vulnerabilidad y risas. Al final, se apiadó de la pobre víctima.

—Oh, mira, parece que has conseguido un respiro —dijo Federico, observando cómo Diego recuperaba el aliento.

Diego, riendo y con los ojos todavía brillantes, confrontó su mirada con la de Federico.

—Sólo porque me has dejado, pero no pienses que voy a rendirme tan fácil.

Federico se acercó a su oído.

—Creí que te estaba volviendo loco. ¿Estás listo para más, o necesitas una pausa?

Cuando Diego cogió el autobús camino de vuelta a su casa, parecía obnubilado. Acababa de tener una de las mejores experiencias sexuales de su vida. Todavía se reía un poco cuando recordaba los dedos cosquillosos de Federico. Volvió a experimentar de memoria la corrida tan potente que había tenido. Al llegar a casa cogió de nuevo su libro de ajedrez y pensó que no había ninguna prisa por mejorar su estrategia.

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