
Por
Anónimo
La partida de ajedrez
Diego acababa de cumplir los 30. Aunque disfrutaba de una vida cómoda, a menudo sentía que le faltaban alicientes. Trabajaba en una agencia de publicidad, sumido en las intrascendentes batallitas de sus compañeros heteros. Su único compañero gay estaba felizmente emparejado y tenía poca sangre en las venas para seguir alguna de las incontables picardías que Diego le lanzaba, por pequeña que fuese.
Desde chaval, el ajedrez había sido un lugar de control recurrente para Diego, una pasión que lo mantenía ocupado durante horas, estudiando tácticas y analizando partidas. Harto de todo, volvió a instalarse la app de citas. Creía que con un poco de suerte tendría algún magreo rápido y volvería de nuevo a la cueva, con más pena que gloria. Pero haciendo scroll descubrió a un madurito que pintaba interesante. Pensó que quizás era un puto friky, pero le ponían tan cachondo las experiencias exóticas que se dejó llevar e hizo match.
Federico mostraba una confianza abrumadora y poseía un talento notable en el tablero. Lo descubrió jugando con él a través de una aplicación de ajedrez. Parecía que Federico era un tipo inteligente con el que se podía mantener una conversación. No es que buscase intelectuales, pero agradecía que no cometiese faltas de ortografía y no fuese al turrón como un bonobo en celo. Por supuesto, Diego era incapaz de ganar una partida y eso le jodía al mismo nivel que su polla empezaba a palpitar.
A medida que intercambiaban mensajes, el chico se sintió cautivado por su experiencia, especialmente después de que Federico revelara que había sido campeón de España en su juventud. Sin embargo, el hombre se cortaba cada vez que Diego hacía algún comentario descarado. Después de una serie de intercambios, finalmente acordaron encontrarse en casa de Federico para una partida en vivo. Diego llegó tan excitado a la casa del maestro ajedrecista que tuvo que aguantar un momento en el bar de la esquina para que se le bajase el bulto del pantalón.
Al llegar, Diego se sintió impresionado por la elegancia de la casa de Federico, tal y como esperaba el salón estaba plagado estanterías repletas de libros, no sólo de ajedrez, y trofeos. La atmósfera era acogedora, aunque parecía la casa de un aristócrata un poco excéntrico. Diego tenía ganas de probar sus habilidades contra un jugador tan experimentado. Sin embargo, antes de empezar, Federico decidió compartir algo más sobre sus exquisitos gustos.
—Diego, hay algo importante que quiero que sepas —comenzó Federico con un tono serio—. Practico BDSM y me considero dominante. Una de mis prácticas favoritas es hacer cosquillas, que, como puedes imaginar, es una forma divertida de explorar la vulnerabilidad y la entrega.
Diego parpadeó, sorprendido por la revelación. La idea era atípica, pero curiosa.
—¿Cosquillas? Hombre, sabía que algo ocultabas entre tanta contención. Pero no me imaginaba que eso te ponía cachondo —respondió Diego, intentando procesar la información.
Federico sonrió al notar la sorpresa en el rostro de Diego.
—Sí, sé que es inusual, pero realmente le añade un incentivo a la experiencia. En el fondo, has venido a jugar, ¿no?
Diego asintió lentamente, sintiendo que la idea era a la vez extraña y excitante. Había estado con cada hombre, que esto no le pareció lo más raro que le habían propuesto. La posibilidad de acabar la partida en una escenita de sado devolvió las palpitaciones a su pene.
Si pierdes, tendrás que someterte a una sesión de cosquillas como lección. Las reglas son muy simples. durará tres minutos por cada pieza que hayas perdido y cinco minutos si capturo tu dama.
Diego sintió un escalofrío de anticipación, pero rápidamente su interés se transformó en erección. Federico observó el bulto del pantalón. La idea de experimentar algo diferente lo intrigaba. Aceptó el desafío con una sonrisa, prometiendo que jugaría lo mejor que pudiera.
La partida no se hizo esperar, y a medida que las piezas se movían, Diego se concentraba en cada jugada. Sin embargo, sus nervios actuaron en contra y, rápidamente, empezó a cometer errores. Cuando la situación se volvió crítica y una perversa celada le hizo perder la dama, su corazón comenzó a acelerarse al darse cuenta del castigo que le esperaba.
—La puta dama… —susurró Diego, con bastante frustración.
—Eso significa cinco minutos de cosquillas —dijo Federico, sonriendo de manera satisfecha—. Pero espera, estás a punto de perder dos peones, así que eso son seis minutos más.
—No, los peones no pueden ser tres minutos también —se quejó Diego.
—Pues no pierdas ninguno más, o al menos haz que merezca la pena su sacrificio —le espetó Federico, relamiéndose.
Diego se rio nerviosamente, su mente estaba divagando entre la excitación y el miedo.
—¿6 minutos más? Bueno, esto va a ser… interesante.
La partida acabó con nefastos resultados para el joven aspirante.
—Mira, Diego, la razón por la que has perdido la partida es clara: no sólo me has dado dos alfiles y un caballo sin pensar, sino que eso te ha costado la concentración y te ha dejado vulnerable —dijo Federico, con un tono autoritario—. Sabes que con esto añades nueve minutos de cosquillas al castigo —sentenció el hombre, congelando la sonrisa del chaval y relamiéndose con lo que estaba por venir.
—Lo tenías todo calculado, ¿eh? —soltó el muchacho, resignado—. Si me llegas a decir que lo que te pone es matarme a cosquillas igual no te había hecho falta humillarme al ajedrez, soy muy comprensivo con los morbos de los demás —dijo con tono vacilón, intentando ocultar su inquietud tras una fachada de confianza, lo que provocó una sonora carcajada en el maestro.
Federico invitó a Diego a sentarse en un butacón, asegurando sus manos en los brazos de la ostentosa silla, que albergaba unas muñequeras estratégicamente ubicadas. Acercó un taburete sobre el que estiró las piernas del muchacho y comenzó a atar los pies de Diego, cruzados sobre los tobillos, para que no pudieran cubrirse uno con otro. El chico experimentó una fuerte erección mezclada con la ansiedad que recorría su cuerpo. Federico se tomó su tiempo para asegurarse de que estuviera cómodamente sujeto.
—Voy a quitarte las zapatillas, así que prepárate —anunció Federico, mientras seguía con el procedimiento. Con un movimiento suave, descalzó a Diego y se permitió admirar sus pies.
Al verlos, Federico quedó maravillado por lo bonitos y cuidados que los tenía.
—Vaya, Diego —exclamó, sonriendo—. ¡Qué pies tienes! Es bastante raro encontrar pies tan bonitos en un hombre.
Diego se sonrojó, sintiéndose halagado. Era el piropo más raro que había escuchado en su vida, pero a su vez le resultó excitante observar el morbo en el rostro de Federico.
—Bueno, gracias… —respondió tímidamente, incapaz de ocultar su rubor—. Tampoco les presto mucha atención.
—Son una delicia —continuó Federico, absorto con la cara delante de las plantas de Diego—. Tendré que recordar esto. ¡Voy a presumir de tener el oponente con los pies más bonitos que he visto!
Tras el breve lapso de admiración, el hombre procedió a rascar con sus dedos los pies de Diego con una parsimonia desesperante.
—¡Para! —gritó Diego, riendo mientras intentaba esconder sus pies—. Siempre he tenido muchísimas cosquillas, esto es demasiado…
—Demasiado para un chico tan sensible como tú, ¿verdad? —bromeó Federico, disfrutando del momento—. Espero que estés listo, esto es sólo un pequeño adelanto.
Tras unos segundos de alivio, Federico comenzó a acariciar suavemente las plantas de los pies de Diego con un cepillo de pelo.
El primer toque hizo que Diego diera un brinco y comenzara a reír, sorprendido por la intensidad de la sensación.
—¡Qué barbaridad! —gritó Diego, riéndose incontrolablemente y desesperado por soltarse—. ¡No puedo soportarlo!
—Eso es lo que quiero escuchar —dijo Federico con una sonrisa vacilona—. Recuerda, esto es parte de la disciplina, si sigues así voy a hacer de ti el próximo Magnus Carlsen.
A medida que los minutos avanzaban, Federico continuó jugando con la técnica. Primero utilizaba el cepillo, variando presiones, deslizándose de una planta a la otra. Después extendía un poco de aceite sobre los pies desnudos del chico. A los pocos momentos, comenzó a trazar suaves círculos en las plantas de Diego, provocando que las risas se desbordaran.
—¡No puedo más! —exclamó Diego, sintiendo cómo la risa lo invadía y lo mantenía completamente al límite.
—¡Estamos sólo a mitad de sesión! —dijo Federico, disfrutando de la reacción de Diego mientras continuaba aplicando sus habilidades en el chaval—. Vamos a ver cuánto tiempo puedes aguantar. ¡Eres tan sensible! —comentó el hombre burlándose de su joven aprendiz.
Diego se retorció en la silla, buscando maneras de escapar, pero el agarre de Federico era firme y no tenía opciones reales de liberarse. Cada vez que Diego chillaba o reía a carcajadas, Federico no podía evitar regodearse, disfrutando del balbuceo nervioso de su joven compañero de ajedrez.
—¡No es justo! ¡No puedo soportarlo! —gritó Diego, reprimiendo la risa—. ¡Esto es una tortura!
—Perder tiene consecuencias —se burló Federico—. ¡Dame un poco más, puta!
—¡Basta! ¡Esto es demasiado! —exclamó Diego, intentando contener la risa—. ¡No puedo más!
Para poner más alicientes a la situación, Federico decidió cambiar a una técnica diferente. En vez de seguir con el cepillo, empezó a usar sus manos, rozando con suavidad las yemas y la base de los dedos de los pies de Diego. A esas alturas el chico había perdido completamente la partida.
—¿Así que quieres un poco más? —preguntó Federico, con una chispa de maldad en sus mirada. Al tocar los pies de Diego, la respuesta fue instantánea: un grito de risa incontrolable que resonó en la habitación.
—¡No puedo aguantar! —gritó Diego, entre risas—. ¡Eres un cabrón!
—No puedo escucharte, putita —bromeó Federico—. ¡Recuerda, esto es parte de tu aprendizaje, así que espero que lo disfrutes!
La intensidad de las cosquillas se convirtió en una danza entre el dolor y la risa. Diego no sólo sentía cómo su cuerpo se movía involuntariamente por el ataque de cosquillas, sino que también experimentaba una liberación, aunque los abdominales le iban a reventar. Estaba jodido, quería pegar una paliza a su captor y pese a todo se sentía muy vivo. La vulnerabilidad se transformaba en algo más, una conexión más profunda con alguien que acababa de conocer y que le estaba sometiendo a una de las locuras más grandes de su vida sexual.
Federico, emocionado por la reacción de Diego, decidió aumentar el ritmo. Movía los dedos más rápido, combinando suaves caricias con toques más firmes en determinadas áreas. Mientras Diego se retorcía y se sacudía en la silla, las risas se multiplicaban, resonando en la habitación de manera alegre y, en apariencia, despreocupada.
—¡Por favor, para, para! —gritaba Diego descompuesto, aunque en su voz había un matiz de excitación—. ¡No aguanto más!
La escena era surrealista, con Diego completamente dominado por la risa, mientras Federico seguía aplicando su técnica de cosquillas mediante una precisión y una crueldad calculada. La planta de los pies de Diego se había convertido en un campo de batalla, en el que Federico libraba una guerra de nervios y sensaciones, aprovechando cada debilidad y cada punto sensible para extraer carcajadas cada vez más intensas. Mientras Diego se retorcía de risa, intentando huir de las cosquillas, Federico seguía sonriendo con malicia, sabiendo que había llevado al chico a su terreno para hacer que se rindiera ante la tortura de las cosquillas.
Federico disfrutaba cada segundo. Al incrementar la intensidad, comenzó a explorar con las uñas en los espacios entre los dedos de los pies de Diego, que emitió una risa atronadora.
—¡No, no, no! —repetía Diego entre carcajadas, incapaz de contenerse—. ¡Me estás volviendo loco!
—Loco te has vuelto buscando la forma de hacerme daño en la partida —replicó Federico, disfrutando mucho de la experiencia—. ¡Esto es parte de la lección!
Diego se preguntó si el tiempo había perdido su sentido, ya que cada segundo parecía dilatarse hasta el infinito mientras su risa llenaba el aire como único lenguaje. En un momento de inspiración, Federico decidió jugar un poco más con la situación y, con un movimiento rápido, trasladó la presión de sus dedos a las rodillas de Diego.
—¡Esto es absolutamente cruel! —gritó Diego—. ¡Nunca he reído tanto en mi vida!
El tiempo parecía estancado y, cada vez más, la resistencia de Diego se desvanecía. Su ego luchaba por mantenerse firme, pero su cuerpo estaba sucumbiendo ante los efectos de las cosquillas.
Teniendo en cuenta que los minutos se agotaban, Federico decidió darle un descanso breve, deteniéndose para contemplar el efecto que había causado. Diego estaba rojo, con lágrimas de risa y una sonrisa resignada que brillaba en su rostro.
—¿Estás bien? —Preguntó Federico.
—¡Estoy bien! Pero eres un auténtico cabrón —exclamó Diego, respirando profundamente—. ¡Me tienes cachondísimo!
Federico sonrió de nuevo, una vez más un destello de malicia y morbo en sus ojos. Sabía que la siguiente parte sería el golpe de gracia para Diego.
—Todavía te quedan unos minutos más de… diversión —separó las palabras con una sonrisita pícara—. Pero la última parte tendrá un toque especial. Te vas a sentir un poco avergonzado, aunque es sólo parte del juego.
Diego lo miró con suspicacia, intentando adivinar qué había planeado Federico.
—¿Más trucos? —preguntó Diego, sintiendo una leve inquietud en su garganta.
Federico se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
—Nada, nada. Sólo que te va a parecer divertido. Te prometo que no te hará ningún daño, pero servirá para afianzar la lección. Descansa unos minutos, y luego… ¡la grand finale!
Con una sonrisa en los labios, Federico se dirigió hacia el tablero de ajedrez. Diego lo siguió con la mirada, sintiendo una mezcla de diversión y miedo. ¿Qué había planeado su captor?
Federico tomó la dama de ajedrez entre sus manos. La pieza, tallada con detalles intrincados, tenía una corona filosa que brillaba a la luz. Se acercó lentamente a Diego, que ya sabía lo que estaba por venir y sintió cómo la anticipación se mezclaba con risas nerviosas.
—Esto va a ser divertido —dijo Federico, y sus ojos libraron un destello de picardía.
Con un movimiento ágil, colocó la parte superior de la dama sobre la planta del pie de Diego, deslizando la parte rugosa a lo largo de su piel. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Diego, seguido de una risa involuntaria que invadió de nuevo la habitación.
—¿Algún truco más? —preguntó Diego, retorciéndose un poco, intentando apartar el pie, pero Federico no cedió, aplicando un poco más de presión con cada movimiento. La textura de la dama parecía tener vida propia, explorando cada rincón de la planta del pie de Diego. El contraste entre el frío del material y la calidez de su piel aumentaba la sensación de cosquilleo.
Diego se echó hacia atrás, riendo a carcajadas, mientras su amigo siguió haciendo pasar la pieza por sus pies. Cualquier intento de contenerse era en vano, cada roce era como una chispa que activaba cada punto sin remedio. Las cosquillas se convirtieron, otra vez, en un combinado de risa y súplica.
—¡Está bien, está bien! —gritó Diego entre risas, intentando zafarse de la tortura juguetona de su amigo. Pero Federico seguía, aprovechando la situación, mientras la dama continuaba su danza traviesa a través de sus plantas, atrapando en cada roce la esencia del juego.
Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, Federico se detuvo, dejando a Diego jadeando y riendo, mientras trataba de recomponerse. No sabía si le había matado más la pieza o el cepillo.
Federico lo miró con una mezcla de asombro y diversión. No había previsto, ni en sus mejores sueños, que Diego fuese tan sensible a las cosquillas. Pero era mucho mejor que haberse encontrado con un témpano de hielo, en ese caso no hubiera podido desempolvar todas sus habilidades cosquilleras.
—No puedo creer la cantidad de cosquillas que tienes —dijo Federico, sacudiendo la cabeza con una sonrisa y recordando lo divertido que había sido el momento.
—Un novio mío de la universidad solía reventarme a cosquillas cuando estábamos en el sofá, pero esto… esto no tiene punto de comparación. ¡Nunca me había reído tanto!
Federico sonrió, satisfecho con la reacción de Diego. Mientras la risa se disipaba, un silencio amable reestableció la paz del lugar, una especie de tregua en el bullicio de la sesión.
Sin poder resistir la atracción de pasar a otro nivel, Federico se acercó a Diego desde atrás y comenzó a masajearle los hombros suavemente. La tensión del castigo pareció desvanecerse con cada presión de sus dedos. Federico liberó los pies del chico y apartó el taburete. Sin mediar palabra, y mirándose a los ojos, el hombre desabrochó el cinturón de Diego y palpó su polla a través del calzoncillo. En un arrebato sacó el miembro por fuera de la tela descubriendo ante él una erección digna de pasear por un tablero de ajedrez.
—¿Te gustaría seguir en el dormitorio? —sugirió Federico, con su voz sonando más suave de lo habitual. Había una insinuación directa en sus palabras, un deseo de acercarse más y disfrutar del regalo que se desplegaba ante su rostro.
Diego, sintiendo el manso tacto de las manos de Federico y la complicidad en el aire, asintió.
—Pensaba que te ibas a correr de lo cachondo que estabas —respondió, con una sonrisa de excitación desencajada en su rostro.
Tras liberarlo del butacón, llevó al chico a la habitación. Sin embargo, lo que captó la atención de Diego fue la cama, específicamente lo que estaba colocado en cada esquina de ella: restricciones para manos y pies. Por si fuera poco, el edredón contenía dibujado un tablero de ajedrez y en una estantería pudo observar juguetes sexuales con forma de piezas de ajedrez. Su sorpresa fue evidente, puesto que no esperaba que la fiesta siguiera en esos términos.
Federico, notando la expresión de Diego, se acercó a él con una sonrisa traviesa y le dio una palmadita juguetona en el culo. El contacto físico hizo que Diego se diera la vuelta, enfrentando a Federico con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Jugamos? —preguntó Federico.
Diego se quedó callado por un momento, procesando lo que estaba frente a él. La propuesta de Federico era clara, pero Diego estaba tan cachondo que decidió plegarse a las imprevisibles consecuencias de una partida de ajedrez.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.