
Por
Anónimo
HISTORIAS DE LA OFICINA II (Franc)
Mis tareas como putita de mis compañeros ya se habían convertido en algo natural y aunque algunos de ellos dejaron el trabajo, los nuevos que contrataba la empresa eran alertados por los otros (luego de un tiempo prudencial) para que también me usaran sexualmente.
Durante ese tiempo el Sr. Hernández había descubierto mi vulnerabilidad por las cosquillas, así que sin perder su habitual seriedad, dos o tres veces al día me sometía a una larga sesión de cosquillas en las que yo reía nerviosa y alocadamente tratando de librarme infructuosamente de sus fuertes brazos y piernas entre los que me aprisionaba y no se detenía más que cuando yo caía al piso y pedía por favor que se detuviese, que ya no aguantaba más. Este era un show que hacía disfrutar y calentar mucho al resto de mis compañeros de la sección. Así estuve por algunos meses hasta que el puesto de cadete quedó bacante y me llamaron a mí para ocuparlo. Esto significaba un ascenso para mí, así que acepté el ofrecimiento aunque esto significara el alejamiento de mis amantes de Expedición (a quienes debo confesar que extrañé bastante).
Ya en la nueva función abandoné el uniforme de fajina que usaba antes y comencé a vestirme normalmente a la moda como cualquier chico de 18 años con jeans ajustaditos y remeras de marca.
Aunque este puesto era mucho menos pesado que el anterior, el hecho de pasar prácticamente todo el día caminando, comenzó a aumentar el tono muscular y el volumen de mis piernas (sobre todo los muslos y pantorrillas) y mis glúteos, endureciéndolos y haciéndolos más redondos.
El otro cadete (Gustavo de 19) y los vendedores de Sala, Rolando de 21 y Tato de 23, siempre me hacían bromas sobre mi cola y cómo se me metía el pantalón en la raya… típicas bromas de muchachos, y yo fingía ofenderme…
El hecho de haber sido ascendido, no le impidió al Sr. Hernández seguir sometiéndome a las sesiones de cosquillas, cosa que ya era conocida y festejada por todos en la empresa, siempre que no hubiera jefes en la vuelta.
Una tarde, luego de marcar tarjeta ya me disponía a retirarme cuando como de la nada aparecieron Rolando y Tato, me abrazaron uno a cada lado y mientras me hablaban como en secreto diciéndome: «hoy es el cumpleaños del viejo» (así le decían al Sr. Hernández), me condujeron escaleras abajo al depósito del sótano, hacia la habitación que tenía allí el Sr. Hernández y golpearon la puerta. Yo sospeché que se trataba de una broma y que me entregarían al Sr. Hernández para el juego de las cosquillas y traté de zafarme de ellos pero me sujetaban fuertemente cada uno de un brazo, una mano en la nuca y con la otra me tapaban la boca. El Sr. Hernández abrió la puerta en pantalones pero sin camisa y por primera vez pude apreciar el enorme torso de aquel hombre fornido, fuerte como toro, de pelo en pecho, sus abdominales marcados, sus brazos musculosos. Ellos le dijeron:» felíz cumpleaños viejo, aquí tenés tu regalito». El Sr. Hernández sonrió hacia un costado y cabeceó indicando que entraran y cerró la puerta con llave.
Era una habitación pequeña pero más grande de lo que imaginaba; tenía una cama de una plaza y media toda desordenada un armario con herramientas y otra puerta que daba a un baño. La iluminación era escasa. Tato y Rolando una vez adentro, me acostaron boca arriba en la cama sin dejar de sujetarme (ahora por las muñecas y los tobillos) y le dijeron: «es para que te diviertas»
El Sr. Hernández sin abandonar aquella sonrisita hacia el costado me contempló por algunos momentos y dijo con su habitual voz gruesa pero con tono condescendiente: «se le va a arruinar la ropa…»
Por un momento pensé que me había librado de la tortura de las cosquillas, pero Tato y Rolando se miraron y uno dijo: «tenés razón viejo, quitémosela» e inmediatamente me dejaron completamente desnudo.
El Sr. Hernández me volvió a contemplar detenidamente y al final dijo: «es cierto que no tiene ni un pelito…»
En ese momento supe que el Sr. Hernández estaba al tanto de las prácticas que mis anteriores compañeros llevaban a cabo conmigo en el vestuario y que no estaba allí para ser sometido a una sesión de cosquillas… había sido llevado hasta allí para ser su putita. Miré aterrorizado cómo aquel hombre se quitaba los pantalones y el calzoncillo y comenzaba a pajearse. Protesté pero me tapaban la boca o sea que sólo pude emitir algunos sonidos ahogados. Tato y Rolando reían complacidos y claramente excitados. Pude ver como sus bultos se hacían cada vez más grandes debajo de sus pantalones.
El Sr. Hernández parado a los pies de la cama hizo un gesto y mis jóvenes captores me pusieron de rodillas y presionaron mi espalda hasta que mi pecho quedó contra el colchón y cruzaron mis brazos sobre mi espalda siempre aprisionado por alguno de ellos y sus rodillas inmovilizaban mis tobillos. Traté de levantar mi cabeza hasta donde pude y la visión que tuve fue grandiosa. Vi las rodillas de aquel hombre, sobre las que se levantaban dos muslos musculosos como de piedra, cubiertos por una fina capa de vellos. Luego sus dos enormes bolas
y un pene gigante con una cabeza entre rosada y marrón que brillaba bajo la tenue luz y ya se adivinaba que comenzaba a expulsar los líquidos pre seminales mientras era masturbada por su mano. Inmediatamente vi cómo se acercaba a mi cara por donde refregó toda su cabeza y luego el tronco me golpeaba las mejillas mientras Tato Y Rolando festejaban vivamente y lo alentaban a continuar. Su cabeza se posó en mis labios. Yo miraba sus ojos celestes con un brillo que hasta ahora nunca le había visto y él ordenó:»¡Chupá putita, chupá!» y los otros dos: «¡sí chupá, queremos ver cómo se la chupás al viejo…jajajajajaja»
Sentí su mano torpe tirarme del pelo con fuerza y su verga entrar a mi boca de un sólo empujón. Yo tocía, me venían arcadas, mis ojos lagrimeaban, me quedaba sin aire… Nada de eso importó. Como si fuera una máquina programada para el sexo aquel hombre cerró los ojos, llevó su cabeza hacia atrás y entre gemidos e insultos me empezó a coger la boca de una manera frenética y como música de fondo los insultos, risas y alientos de Tato y Rolando. Ellos también como poseídos comenzaron a darme nalgadas que aumentaban su fuerza y mi dolor.
Después de un tiempo muy largo (o al menos eso me pareció a mí), el Sr. Hernández me sacó la verga de mi boca y les dijo a sus ayudantes que me pusieran boca arriba, lo cual sucedió al instante. Me levantó las piernas manipuladas por Tato y Rolando y agachó su cara hasta mi culo colorado por las nalgadas que me habían propinado los vendedores. Separó mis nalgas y comenzó a lamerlas con abundante saliva lo que me produjo una alivio considerable que agradecí con gemidos de placer. Luego comenzó a jugar con su lengua en mi agujerito, a meter sus dedos ensalivados como un maestro, para dilatarme bien.
Estando en esa postura noté que Tato y Rolando se habían bajado sus pantalones y sus slips y comenzaban a refregarme sus vergas (de buen tamaño) por mi cara y me hacían chuparlas alternadamente. Tato se entusiasmó y me la metía cada vez más adentro hasta chocar con mi campanilla. En ese momento sentí un intenso fuego en mi culo y supe que el Sr. Hernández me había penetrado. Chupé la verga de Rolando y el Sr. Hernández me dijo: «la tenés toda adentro, putita» y comenzó con un lento vaivén que pronto tomó más y más fuerza y más rapidez. Mis piernas alrededor de su cintura, mis manos cruzadas y sostenidas por los jóvenes, estaba absolutamente sometido a la voluntad de aquellos tres hombres que estaban gozando de mi cuerpo. De pronto sentí como alfileres en el pecho, luego la sensación de un fuego intenso que me quemaba… Era el Sr. Hernández que me retorcía los pezones con sus ásperos dedos como poseído; su mirada brillaba otra vez de una forma que daba miedo… Pero inmediatamente me aliviaba chupándolos como si fueran dos dulces…Cada vez que me apretaba los pezones yo me contraía y apretaba su verga dentro de mi culo, cosa que le causaba infinito placer. Alternó un par de veces más entre el dolor y el placer mientras que me cogía bien duro bajo las miradas de admiración de mis dos jóvenes captores que seguían con sus vergas en mi boca y cara.
De pronto el Sr. Hernández comenzó a tener ligeras convulsiones y supe que acabaría pronto. Varios chorros de leche caliente con gran fuerza, unos segundos de descanso y comenzó a retirar su verga de mi culo aún con cierta erección. Nos miramos a los ojos y como si me lo hubiera ordenado, le pedí: «Sr. Hernández ¿me permite limpiársela con mi boca?»
Él volvió a sonreír hacia el costado y mientras se acercaba para ponérmela en la boca me dijo:»¡Muy bien putita, eso es lo que debés hacer!»
Una vez que se la limpié les dijo a mis otros dos machos: «bueno, diviértanse con la putita mientras me baño, se lo merecen por habérmelo traído» y se fue a bañar.
Tato y Rolando me pusieron en cuatro patas sobre la cama y comenzaron a cogerme uno por la boca y el otro por el culo, alternándose un par de veces pero con lo calientes que estaban por haber presenciado las cosas que me hizo el Sr. Hernández, rápidamente acabaron con segundos de diferencia. Tato me llenó la cara de leche y Rolando lo hizo sobre mi espalda y glúteos.
Se las limpié con la boca a los dos y caí rendido sobre la cama. El Sr. Hernández terminó de bañarse y me dijo que me diera una ducha para sacarme el olor a macho que me habían dejado.
Mientras me bañaba los escuché reír y comentar como si hablaran de un partido de football, lo que habían hecho recién conmigo…
Una vez que estuvimos los cuatro prontos subimos las escaleras y recorrimos los salones vacíos de la Compañía rumbo a la calle donde nos despedimos hasta el día siguiente.
Volvía a ser la putita de otros.
Yo me fui felíz. No sabía bien porqué aquella situación de abuso, me había hecho gozar tanto…
3 respuestas
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