Por
Sin ropa interior
¡Ay, mi gente linda! ¡Qué cosa más rica les voy a contar hoy! Es que a veces una tiene que ponerse creativa para sentir esa adrenalina que te recorre todo el cuerpo, ¡y hoy fue uno de esos días deliciosos! Verán, me desperté con una energía rara, como con cosquillas en todo el cuerpo, y mientras me vestía para ir a mi tienda de ropa, miré la tanga ahí colgadita y dije ¡hoy no! ¡Hoy voy a ir así nomás, con mi vestido floreado y nada debajo! Jajajaja, ¡qué locura!
Y no se imaginan lo que se siente, en serio. Iba manejando y cada bachecito en la pista era un regalito, sentía como los labios se me rozaban con el asiento de tela y ya empezaba a calentarme. Llegué a la oficina que tengo atrás del local, donde hago mis cuentas y mis inventarios, y ahí empezó lo bueno de verdad. Me senté en mi silla giratoria, esa que siempre rechina, y al cruzar las piernas… ¡ay, por dios! Fue como una descarga que me llegó directo al clítoris, ¡qué deliciosooooo! Cada vez que movía un pie o me estiraba para agarrar algo, era un rocesito suave pero intenso, y yo ahí, tratando de atender clientes por teléfono con la voz temblona.
Tuve que levantarme a buscar unos papeles y caminar por la oficina fue una tortura rica, porque sentía el aire pasar por ahí abajo, y con cada paso era como si se me abrieran más los labios, ¡toda húmeda ya! Hasta que me senté otra vez y ya no pude más, empecé a cruzar y descruzar las piernas más seguido, haciendo presión, disimulando pero buscando ese puntito exacto que me volvía loca. Me puse a pensar en Kevin, que es el amigo de mi hermano, ese muchacho de 26 años que siempre me mira con esa carita de querer comerme enterita, y ¡uf! La imaginación me jugó una mala pasada, o buena más bien, porque empecé a imaginármelo ahí en mi oficina, arrodillado frente a mí, subiéndome el vestido y encontrándose con la sorpresa de que no había nada debajo… ¡qué ricooo!
En un momento me puse de pie y me apoyé contra el borde del escritorio, rozándome apenas contra la madera, y fue tanta la excitación que casi me vengo ahí mismo, tuve que morderme el labio para no gritar. Toda la mañana estuve así, mojada y caliente, con ese calor entre las piernas que no se me iba ni un momento. Hasta que al fin pude cerrar el local y volver a mi casa, y en el auto fue peor todavía, porque el cinturón de seguridad me apretaba justo en el lugar preciso, y en cada semáforo yo movía las caderas buscando más fricción, ¡qué vergüenza pero qué rico!
Llegué a mi departamento y tiré todo por ahí, la cartera, las llaves, no podía esperar ni un segundo más. Corrí directo a mi habitación y saqué mi cajita de juguetes, esa que tengo escondida bajo la cama. Primero me puse el vibrador pequeño, ese que parece una lucecita y es bien discreto, y me lo metí mientras todavía tenía el vestido puesto. Ay, no se imaginan cómo temblé cuando lo encendí, sentí que las piernas se me doblaban. Pero eso era solo el comienzo, mi gente.
Después me puse a tomarme fotos, porque cuando estoy así de caliente me encanta. Me saqué el vestido y me quedé en pura media y tacones, me acosté en la cama con las piernas abiertas y me tomé varias fotos de mi vagina bien mojadita, con el vibrador todavía adentro. Me miré en el espejo del closet y me gustó lo que vi, ¡esta madura todavía está bien buena! Jajajaja. Y entonces se me ocurrió la idea más atrevida… agarré el celular y le envié una de las fotos al amigo de mi hermano, a Kevin, con un mensaje que decía: «¿Te gusta lo que ves, niño malo?»
¡Ay, casi se me sale el corazón del susto y la emoción! Porque apenas le envié el mensaje, me llegó la respuesta al instante: «¡Carajo, María! Estás increíble. ¿Puedo llamarte?» Y yo le dije que sí, claro que sí, y en menos de lo que canta un gallo ya estaba hablando con él por videollamada. Me vio ahí en la cama, con las medias y los tacones puestos, el vibrador en mi vagina y mis pechos que se me salían del sostén. «Quiero que te masturbes para mí,» me dijo él con esa voz ronca que tiene, y yo no me hice de rogar.
Mientras él se sacaba la verga frente a la cámara -¡y qué verga tan deliciosa, mis niños! gruesa y con esa cabecita bien rosadita- yo me puse a jugar con mis juguetes como nunca. Cambié el vibrador pequeño por mi consolador grande, ese que es realista y tiene hasta venas, y me lo empecé a meter bien profundamente, imaginando que era Kevin quien me estaba penetrando. «Más duro,» me decía él por el teléfono, y yo me daba más y más fuerte, hasta que la cama empezó a golpear contra la pared. ¡Qué delicioso se sentía!
Después me puse el vibrador de conejo, que te estimula el punto G y el clítoris al mismo tiempo, y ahí sí que perdií la cabeza por completo. Los gemidos me salían solitos, y Kevin los escuchaba todo, jadeando también del otro lado. «Quiero chuparte toda,» me decía, «quiero saborear tus jugos.» Y yo, ¡ay, yo le decía que sí a todo, que cuando quiera, que donde quiera! En un momento me dio por ponerme a cuatro patas frente a la cámara, con el consolador todavía adentro, y le mostré mi culo bien empinado, mientras me seguía masturbando con una mano.
La cosa se puso tan intensa que terminé usando los dos juguetes a la vez -el consolador en mi vagina y el vibrador en mi clítoris- y viniéndome una y otra vez, con Kevin mirándome todo y diciéndome cosas al oído por el teléfono. «Eres una diosa,» me decía, «quiero ser yo quien te dé ese placer la próxima vez.» ¡Y yo mojándome más con cada palabra!
Cuando por fin no pude más, me quedé ahí tirada en la cama, con las piernas temblando y todo empapado, mirando a Kevin que también se había venido. «Esto no se queda así,» me dijo, «te voy a buscar mañana y te voy a dar hasta que no puedas caminar.» ¡Y yo aquí, muerta de la excitación pensando en que mañana va a venir! Ay, mi gente, esta madura todavía tiene mucha vida por delante, ¡y pienso disfrutarla a tope! Ahora si, voy a darme una ducha porque quedé hecha un desastre, pero ¡qué rico desastre! Jajajaja. ¡Cuídense mucho, mis amores!
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