Soy un entusiasmado, un fanático del cuerpo femenino.

Alto, moreno, guapo, con fetichismos divertidos.

Así me presenté a mi amiga María. Una joven de 25 años con pelo largo y moreno, cara preciosa, delgada, blanca y de 1,70 metros de altura.

Sus pechos eran mi perdición, su vientre plano, su ombligo hacia dentro, su culo era un auténtico comedero de cabeza.

La desvestí, me quité la ropa la abracé, la bese, ella me susurraba guarradas con un tono lascivo. La tumbé en la cama, puso sus pies en mi cara y empezó a jugar con ellos, metiéndomelos y sacándomelos de la boca mientras estimulaba su clítoris.

Me acerqué a su cuello, noté su perfume bajé por su pecho hasta llegar a su ombligo, donde me entretuve un rato mientras introducía mis dedos en su vagina.

Me puse debajo, ella encima me hizo la mamada de mi vida mientras me masturbaba con sus pies, de nuevo, puso sus pies en mi cara y, suavemente, metió mi polla en su vagina.

Gemía como una puta, como la mejor de las actrices porno.

Se acercaba mi turno. La volteé, puse sus pies mirando al techo para seguir tocándolos, besándolos, lamiéndolos. Metí mi polla en su preciosa vagina.

Iba a estallar, ella estaba satisfecha.

Me separé de ella, agarré sus pies y empezó a masturbarme con ellos.

Llegó mi clímax cayendo sobre todo su estómago, sus tetas y sus pies.

Cómo lamía mi semen de sus propios pies.