Me junte con un amigo habíamos salido a dar una vuelta, sin ningún plan en particular. Él manejaba con una mano en el volante y la otra apoyada en mi pierna, subiendo de a poco, como tanteando el terreno. Yo no decía nada, pero el calor entre las piernas ya hablaba por mí. La tensión venía acumulándose desde hace rato… esas miradas, esas bromas con doble sentido, el roce “accidental” de su brazo. Hasta que en un semáforo me giré, le metí la mano entre las piernas y le dije al oído:

—Me lo estas haciendo a propósito? Se rió, tiene los dientes perfectos . Se metió adentro del parque, apagó las luces, dejó el motor en marcha. Me monté sobre él sin perder tiempo, lo besé con toda la hambre que venía tragándome. Me subí la remera, le mostré las tetas y se volvió loco. Me las chupó como si hiciera días que no probaba una piel caliente, y quizás era cierto. Me bajé los jeans, me abrí bien para él. Me miró con esa sonrisa de hijo de puta que sabe lo que hace, me metió dos dedos mientras me decía:

—Que mojadita que estas – me dice mientras me muerde el cuello Y sí. Estaba empapada. Me corrí sola con sus dedos y su voz sucia en el oído. Y cuando me sacó sus dedos, se los chupó mientras me decía que me iba a romper toda ahí mismo. Me puse de espaldas, con las manos sobre el volante. El calor del auto, el vapor en los vidrios, el sonido de su respiración detrás mío. Me la metió de una, sin aviso. Y gemí como una perra. Me agarró de las caderas y empezó a darme tan fuerte que el auto se movía al ritmo de nuestras ganas. Me decía cosas al oído, me llenaba la boca de insultos y elogios, me decía que era su putita, que así le gustaba, bien abierta y sucia. Me corrí apretando el volante, temblando. Y cuando sentí que iba a acabar, me sacó y me acabó en la espalda, caliente, jadeando mi nombre. Nos quedamos ahí, sudados, con los pantalones a medio bajar, riéndonos como dos cómplices. No era amor, era otra cosa. Y nos encantaba.