
Por
Anónimo
Delia
Delia
Acércate, preciosa, le dije. Ella dudó, pero finalmente se acercó a la cama redonda dónde estaba yo echado. Me paré y le acaricié el rostro suavemente. No te haré daño, Delia mía, todo lo contrario, hoy te haré una mujer de verdad, preciosa, dame un beso. Ella volteó ligeramente la cara, pero, aunque estaba asustada, noté que miró mi pene con curiosidad cuando le hablaba. No te hagas de rogar, mi vida, tócalo, no hay nadie aquí que te pueda juzgar. Tócalo si quieres y yo te haré sentir el placer que nada en el mundo te hará sentir. Mañana en la mañana estarás en tu palacio sin que nadie lo haya notado, y esto quedará en secreto, le mentí. Ella pareció aliviada, ella parecía desearme también, sin embargo, notaba inseguridad susurró con su delicada voz. Levanté su cabeza hacia mí e introduje mi lengua en su boca. Se dejó llevar, mientras yo bajaba mis manos hacia sus firmes glúteos. Le bajé el vestido de dormir de que tenía mientras veía su ropa interior, la llevé lentamente hacia la cama. Una vez echados, la desnudé por completo y pude ver con mucho placer sus grandes pechos, y la carnuda vagina deseando ser penetrada fuertemente. Su cuerpo era delgado y curvo y olía a un dulce aroma. Me acerqué y la abrí de piernas, ella se tensó. Lamí su clítoris de arriba hacia abajo primero lento y luego más rápido, dándole besos, mi lengua fue adentrándose. Eso hizo que se eleve hacia mí sin proponérselo. No dejaba de sollozar de placer cada vez más fuerte, lo cual no dejaba de excitarme. Abrí su rosada vagina y no me sorprendió verla con el himen intacto. Me excité mucho más, pero me contuve. Levanté sus piernas juntas, mi joven Delia levantó su cabeza y sollozó un poco. Lamí mis dos dedos y los posé sobre su virgen vagina. Ella gimió nuevamente, estaba tensa y asustada, pero eso no me detuvo. Por un momento dudé que mi grueso pene pudiera entrar por ahí, así me acerqué hacia ella y le volví a dar un beso con lengua, para excitarla. Regresé hacia esa riquísima vagina y le di un beso con lengua. Ahora vas a sentir un poco de dolor, le susurré, pero no temas mi amor, que se convertirá en un enorme placer. Ella, con las piernas abiertas y sus pechos mirándome, me miraba aún recobrándose del desconocido placer que había experimentado hacía un momento. Hazlo, gimió, tratando de tocarse su vagina mojada con los dedos. Sonreí, yo estaba casi temblando de placer cuando agarré mi pene y lo rosé de arriba abajo por su conchita húmeda. Sin embargo, cuando traté de meterla, ella se asustó, emitió un sollozo, y gritó: despacio, despacio. Ahora estaba tensa y cada vez que acercaba mi pene gemía en una mezcla de placer y dolor. Respiraba fuerte con los ojos cerrados. Me estaba a punto de correr en toda su vagina, pero aún no era el momento, con un solo movimiento impulsé mi pene hacia adentro y disfruté el dolor y el placer de sus gritos cuando mi pene pudo, por fin, introducirse por completo. Ella abrió la boca por completo con un gesto de dolor, mientras que gemía como una loca, sus manos apretaban fuerte la almohada, me acerqué a ella aún con el pene dentro y la bese en la oreja. Delia me acarició la cabeza, todavía gimiendo. Saqué mi pene cubierto con un poco de sangre en la cabeza. Es sangre, dijo Delia en un sollozo. Si querida, es tu himen, se ha roto. Sin esperar respuesta, volví a introducir lentamente la punta de mi pene, mientras que ella alzaba su cabeza abriendo grande la boca sin emitir ningún ruido. Comencé a aumentar la velocidad fuertemente, pero en la vagina de Dalia aún no podía entrar ni la mitad de todo mi pene. Abrí más sus piernas y me agarré de sus hombros para impulsarme. Ahora estaba entrando más y más. Sus gemidos, parecían llantos ahogados entrecortados en movimientos rápidos, y una sonrisa leve en su boca me hacía adentrarme más y más. La posición ya no era lo suficientemente buena para adentrarme en Delia, así que la volteé y la puse de rodillas. Sus glúteos firmes revotaban contra mí fuertemente, haciendo a la vez que sus senos rebotasen como pelotas, estuvimos así hasta que mi pene entró por completo. De pronto, me di cuenta de la situación: la hermosa y virginal Princesa Dalia se encontraba en mi cama gimiendo como una puta, y yo, penetrándola fervorosamente. Bajé la velocidad hasta parar. Ella voleó y vino hacia mí sin que lo esperara. Me agarró el rostro y me besó en la boca, con un beso delicado y suave. Después bajó hasta llegar a mi pene erguido y mojado. Lo introdujo en su boca, yo aproveché para dirigirla con una mano sobre su cabeza. Qué sensación de placer máximo fue sentir su delicada lengua dando vueltas sobre la cabeza de mi pene, subiendo y bajando rítmicamente, mientras yo manoseaba esos pechos vírgenes quizá por última vez. Se sacó mi verga de la boca y me miró con una tímida sonrisa y se recostó lentamente sobre la cama y sosegó el placer tocando con su clítoris. Yo extendí mi mano hacia mi pene que estaba a punto de explotar y lo moví finalmente hasta que todo el semen salió disparado hasta la hermosa vagina de Dalia. Me acerqué a ella con un movimiento final y la besé. Es hora de irte, le dije. Mi Dalia hermosa, regresarás a tu castillo como lo prometí, vístete que ya es hora que tus bellos ojos descansen. Adiós Melgahar, me dijo en una sonrisa, espero verte pronto algún día. Entraron unas doncellas y la vistieron, la acompañaron hasta el carruaje seguido de mis sirvientes. Me acerqué a la ventana a verla alejarse, y una vez que hubieron avanzado los caballos, me llené de regocijo, había humillado finalmente al rey Aarón, le había quitado la virginidad a su única y bella hija Dalia, la había hecho gemir de placer hasta que corra por su sabrosa vagina el líquido del placer, la había penetrado tanto como pude, había sido mía por completo. Así, tendré de mi lado esa ventaja, y será una verdad que no podrá negar nunca. Me sentí lleno de poder y regocijo. Me acosté sobre las almohadas, satisfecho, y me dispuse a tener un plácido y reparador sueño.
2 respuestas
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