Últimamente fantaseo mucho con que me cojan duro y me castiguen
Desde que el papá de mi mejor amiga me reventó el culo en ese motel de mierda, no puedo parar de pensar en que alguien me trate como la perra maluca que soy. No es solo el sexo, huevón, es que quiero que me hagan SUFRIR. Que me den nalgadas hasta dejarme marcada, que me cacheteen mientras me cogen contra la pared, que me jalen del pelo y me escupan en la cara como si no valiera nada.
Y lo peor es que tengo a los candidatos perfectos en el trabajo.
Está Kevin, el de logística, que siempre me mira como si quisiera romperme en dos. El otro día me agarró del brazo pa’ correrme de una reunión y casi me corro solo de sentir sus dedos hundiéndose en mi piel. «Ta’ temblando, Bianka», me dijo el muy hijo de puta, y yo ahí, tragándome las ganas de decirle: «Sí, pendejo, y es tu culpa».
Y después está Rodrigo, el jefe de marketing. Ese sí es un sádico de closet. Siempre me manda correos a media noche con excusas pa’ que vaya a su oficina, y cuando llego, me hace esperar como diez minutos pa’ después abrir la puerta y soltarme un: «Ah, eras tu. Pensé que era alguien importante». Pero sus ojos me dicen otra cosa, ese cabrón me quiere ver de rodillas, pidiéndole perdón por ser tan puta.
Hoy en el baño de mujeres me tocaba el culo frente al espejo y me imaginé a los dos usándome a la vez. Kevin empujándome de cara contra el vidrio mientras Rodrigo me jala del pelo pa’ hacerme mirarlo. «Así no más te gusta, ¿no, zorra?», me diría uno, y el otro: «Dile que eres una perra sin dueño, a ver si se atreve».
Y yo, en mi fantasía, gimiendo como loca: «Sí, soy una perra, castíguenme».
Pero en la vida real, cuando los veo pasar por mi escritorio, solo les lanzo una sonrisa y me muerdo el labio como si no estuviera planeando cómo pedirles que me destruyan. Mi novio cree que es estrés del trabajo, el muy huevón. «Ta’ rara», dice, y ni se imagina que lo que necesito es que alguien me agarre a chuchadas en el estacionamiento después de la oficina.
El otro día casi lo logro. Kevin se quedó tarde y me lo encontré solo en la cocineta. Le dije: «Oye, ¿no te da miedo quedarte acá solito conmigo?», y el muy cabrón se rió y me respondió: «Tú sí que das miedo, Trebejo». Pero vi cómo se le marcó el bulto en el pantalón.
Ahora cada vez que me siento en una silla dura y me acuerdo de cómo me dolió el culo después del motel, me mojo sola. Quiero que alguien me use, me insulte, me haga llorar y después me abrace como si nada.
Pero puta, ¿cómo carajos pido eso sin sonar como una enferma?
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